Luego del intolerable ataque del ELN en Arauca y la respuesta del presidente Gustavo Petro, recibí en el celular varias llamadas de amigos y amigas progresistas. Sus voces no transmitían rabia o indignación. Hablaban con tristeza. Con la moral baja. Se hacían preguntas: ¿por qué el ELN se ha cebado contra el gobierno que capitanea Petro? ¿Por qué ha puesto un listón altísimo para negociar? Interrogantes que solo el ELN puede responder.
El abecé de la guerra de guerrillas indica que las acciones militares se miden por las consecuencias políticas. Esto lo explicaron Mao, Vo Nguyen Giap, Fidel Castro y un largo etcétera de jefes guerrilleros que en el siglo veinte emprendieron en diferentes latitudes guerras revolucionarias que habrían de ganar. Cuando Nelson Mandela creó la Lanza de la Nación (Umkhonto We Sizwe) en compañía de Joe Slovo del Partido Comunista Sudafricano, dejó claro que una guerra de emancipación no era una empresa criminal, sino un proyecto básicamente político. Cuando las armas someten a la política se corre el riesgo de desconexión con la inmensa mayoría del país.
La impronta más clara fue lo ocurrido con las antiguas Farc. La militarización de la organización de Marulanda Vélez, luego de la muerte de Jacobo Arenas, la hizo crecer hasta convertirse en un subejército, pero se adelgazó políticamente. Las Farc nunca fueron derrotadas militarmente, pero sí políticamente, como lo corroboró el exiguo resultado que obtuvieron en su debut electoral. En Colombia es difícil, por no decir imposible, derrotar por las armas a una organización que libra una guerra pequeña o de montaña, pero sí matarla políticamente, lo que es peor.
El ELN está al límite, disociado del devenir político de la nación. La tendencia de cambio en Colombia no está representada por la lucha armada. Es mejor vivir a tiempo que morir a destiempo. Las tornas pueden variar en dos años. El hartazgo puede llevar a que una sociedad le otorgue licencia a una ultraderecha recargada para que decapite al movimiento social mediante leyes draconianas, mientras libera toda la potencia bélica contra las agrupaciones alzadas. Álvaro Uribe fue el hijo bastardo que nació del fracaso del Caguán. El que diga Uribe, será el hijo legítimo del eventual fracaso de la paz total. Hasta un ciego puede verlo.
Durante estos días, Viejo Topo, empecé a repasar Cárcel y exilio, el tomo dos de las memorias de Toni Negri. Estoy escribiendo Fuga Masiva, el segundo libro de la trilogía que me he propuesto apuntar como ejercicio de memoria. Leo a Negri para encontrar paralelos entre las personas que fuimos privadas de la libertad por defender una causa. Do you remember revolution? se titula un texto firmado por Negri y once de sus camaradas prisioneros en la cárcel de Rebibbia durante los llamados “Años de Plomo”. El escrito, publicado en Il Manifesto en 1981, cuestiona el chovinismo militarista, y cómo el asesinato político asesinaba a la lucha obrera. “Lucha y mediación política, lucha y negociación con las instituciones”, proponen como alternativa los revolucionarios italianos de época.
Lo de Negri me hizo recordar lo ocurrido en España con el tema de ETA. Arnaldo Otegui el líder de la izquierda vasca fue arrestado en cinco ocasiones. En su última estancia en la cárcel libró una batalla ideológica contra quienes se empecinaban en utilizar las armas para conseguir objetivos políticos en el País Vasco. Otegui que se distanció de la retórica de la lucha armada fue tratado de traidor por los militaristas. Finalmente ETA se disolvió, y desde entonces la izquierda abertzale (independentista) tomó protagonismo en las tierras vascas, hasta convertirse en la fuerza mayoritaria y decisiva en cientos de municipios. EH Bildu, que reúne a la izquierda y el progresismo vasco, tiene un récord de seis escaños en el Congreso de Diputados, 27 en el parlamento autonómico, y gobierna además en cientos de municipios con mayoría absoluta. Otegui probó que la lucha armada era un mecanismo que frenaba el avance de la izquierda vasca.
Son ejemplos, Viejo Topo, que pueden servir de espejo no sólo al ELN, sino también a los demás grupos armados que se proclaman revolucionarios. Construir un partido o un proyecto revolucionario sin armas en una época sin revolución tiene todo el sentido, escribió alguien.