¿Submarinos en Arauca?
Crédito: Archivo particular
Un sumergible hallado en la frontera entre Colombia y Venezuela, a la altura del departamento de Arauca, da cuenta de esta nueva modalidad de transporte fluvial de droga que estarían utilizando las disidencias de las Farc.
Por: Javier Patiño C.
El rumor comenzó a expandirse entre los pescadores que salen en la madrugada a remontar el río Arauca en busca del alimento del día: algo se movía entre las aguas, sin que lo pudieran identificar. Unos pensaban que era un animal enorme de una especie desconocida; otros, que era el cadáver de un árbol caído que se dejaba mecer al capricho de la corriente. Solo cuando lo vieron encallado a la orilla del lado venezolano, se dieron cuenta de que se trataba de un submarino.
Las autoridades del vecino país quedaron igual de sorprendidas. La rústica embarcación, de cerca de seis metros de eslora por dos de manga (ancho), reposaba sobre unos matorrales.
Lo primero que les llamó la atención fueron las dos cámaras de circuito cerrado que sobresalían del casco. En su interior, encontraron una vieja silla ejecutiva de cuero, un sistema eléctrico conectado a una torre de un computador y una pantalla que conectaba al exterior con las cámara externas que hacían las veces de periscopio. Estaba construida en fibra de vidrio y tubos de PVC. Con cables de diferentes tamaños a la vista y un calibrador para medir la intensidad eléctrica, parecía más la cabina de un antiguo avión accidentado.
Las autoridades venezolanas supusieron que una estructura como esa solo podía pertenecer a las disidencias de las Farc, que cada día encuentran un recurso más creativo que el anterior para transportar droga hacia Venezuela. Como no había ningún indicio de cargamento, supusieron que la nave estaba apenas en etapa de ensayo, aprovechando la época de lluvias, durante la cual aumenta considerablemente el caudal del río.
Embarcaciones como esa ya habían sido incautadas en las aguas del Mar Caribe y el oceano Pacífico, pero nunca en un río, en aguas de bajo calado y en un sitio tan alejado de la costa.
Droga submarina
En Colombia, narcotraficantes han utilizado submarinos artesanales para el transporte de droga hacia Centroamérica desde hace más de una década. Los construyen entre los esteros y la vegetación selvática del Pacífico colombiano y los pintan de colores similares a los del mar para que puedan camuflarse fácilmente mientras viajan y pasen inadvertidos a los guardacostas y los buques de altamar. Tienen capacidad para transportar entre una y cuatro toneladas. No son aptos para desplazarse en las profundidades, pero sí rozando la superficie.
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Los primeros conocidos fueron los que Pablo Escobar mandó construir en la década de los noventa, cuando el cartel de Medellín los utilizaba para enviar cargamentos hacia Norteamérica.
Los primeros conocidos fueron los que Pablo Escobar mandó construir en la década de los noventa, cuando el cartel de Medellín los utilizaba para enviar cargamentos hacia Norteamérica. La primera interceptación grande, sin embargo, ocurrió en 2006, cuando las autoridades colombianas encontraron un submarino flotando en las aguas del Pacífico con nada menos que tres y media toneladas de cocaína.
Profundos artesanos
El costo de un semisumergible como estos oscila entre los 200.000 y los dos millones de dólares, dependiendo de los materiales y de la sofisticación de los sistemas de navegación. Fabricarlos puede tomar entre tres y cuatro meses y pueden llegar a medir entre 10 y 30 metros de eslora, por entre tres y cuatro metros de manga.
La tripulación está conformada por entre tres y cinco navegantes, la mayoría pescadores colombianos o ecuatorianos que aceptan la aventura por unos cuantos pesos. Generalmente viajan en la madrugada, aprovechando la oscuridad, y, según las condiciones meteorológicas, pueden tardar entre tres y cuatro días en llegar a los puertos clandestinos de Centroamérica, o a las coordenadas precisas donde aguardan las lanchas rápidas.
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En el interior de un semisumergible “hechizo”, deben soportar altísimas temperaturas, escasez de oxígeno y agua y el olor penetrante del combustible. En mar abierto, los tripulantes se las arreglan para ser reabastecidos por barcos pesqueros.
El riesgo de que los atrapen es lo de menos. En el interior de un semisumergible “hechizo”, deben soportar altísimas temperaturas, escasez de oxígeno y agua y el olor penetrante del combustible. En mar abierto, los tripulantes se las arreglan para ser reabastecidos por barcos pesqueros.
En caso de ser detectados, cuenta el capitán de corbeta retirado Víctor Salamanca, los tripulantes abren las válvulas de inundación, de manera que la nave se hunda rápidamente con el cargamento, y salen a flote con ayuda de sus chalecos salvavidas, esperando ser rescatados por las mismas autoridades que los estaban interceptando. “En otras ocasiones, dejan el cargamento flotando en el mar para que sea recogido por los compinches de las lanchas rápidas”.
Hay tripulantes, señala Salamanca, que han cobrado entre 60.000 y 70.000 dólares por viaje. Por eso están dispuestos a cualquier riesgo, incluido no sólo al de morir por la bravura del mar sino por las precarias condiciones en que viajan.
“Las organizaciones se unen entre sí para financiar este tipo de aparatos con sus respectivos tripulantes porque, si llegan a su destino final, podrían obtener cerca de 40.000 dólares por kilo de cocaína en las calles de Nueva York”, enfatiza.
En los cuatro meses que han transcurrido del año, solo en el Pacífico colombiano la Armada ha incautado más de 50 toneladas de droga y ha destruido más de 10 semisumergibles. Uno de los hallazgos más grandes ocurrió en febrero pasado, cuando fue detectado un cargamento de 4 toneladas de coca, transportadas por cuatro hombres que pretendían llevarla a Centroamérica. El costo del cargamento fue avaluado en 150 millones de dólares.