Catar: vergüenza mundial
19 Noviembre 2022

Catar: vergüenza mundial

Si fuéramos una raza sensata no veríamos el Mundial de Catar. Pero no lo somos. Entonces, que quede bien clarito por qué fue posible que un país en el que están en duda todos los avances sociales, celebre el evento deportivo más masivo, influyente y relevante del mundo.

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Por Juan Francisco García

Empecemos por la pregunta más elemental, esa que nos hicimos todos, cuando el entonces presidente de la FIFA, Joseph Blatter, anunció con entusiasmo que después de Rusia en 2018, el país electo para el campeonato de 2022 era Catar. ¿Por qué carajos Catar, un país sin tradición futbolística alguna, sin infraestructura básica para albergar un Mundial -sin ni un solo estadio reglamentario-, sin capacidad hotelera para la diáspora turística del evento deportivo más masivo del mundo, sin infraestructura vial, con temperaturas que superan los 41 grados y con un estricto y autoritario régimen de comportamiento civil que raya a todas luces con los derechos humanos y con la confluencia multicultural de una Copa del Mundo?

La primera respuesta, la más obvia, es el dinero. La FIFA, desde que en 1905 dejó de ser ese conglomerado purista compuesto por siete asociaciones europeas que se regían por unos valores cercanos al amateurismo y sin dinero de por medio, fue virando vertiginosamente hacia una industria voraz. Multimillonaria. Desregulada. Regida siempre por “líderes” inescrupulosos, enfermos de dinero y de poder, que muy rápidamente se dieron cuenta de que en aras del “desarrollo” del deporte más popular en la tierra podían enriquecerse desmesurada y sistemáticamente.

La llegada a la presidencia del tristemente célebre y corrupto Joao Avelange, en 1974, en dupla goleadora con el creador de Adidas, Adolf Dassler, capaz de todo para asegurarse los derechos de marketing del gran evento, incluidas coimas a través de empresas paralelas, fue el ingreso estrafalario del capitalismo más caníbal a las cada vez más lujosas oficinas de la FIFA; y desde entonces, la ruleta ha seguido rodando, sin ningún reparo ético ni moral. Por eso vimos la euforia esquizofrénica de la Argentina campeona del mundo en el 78, cuando a 500 metros del Estadio Monumental de Núñez, mientras se coronaba campeona con el golazo de Mario Alberto Kempes, en la Prisión de la Base Naval torturaban y asesinaban disidentes de la dictadura militar del general Videla. Por eso vimos, en 2014, la gentrificación impune en aras de construir o remodelar los “templos” en el Mundial de Brasil; por eso fuimos testigos de cómo el dictatorial gobierno de Vladimir Putin se lavó la cara fijando los ojos del mundo en sus estadios de última generación en la edición pasada.

¿Por qué carajos Catar? Por el dinero, claro, como siempre, pero también por el entramado interno político de la FIFA. Por su “esquema democrático” que ha sido más bien una invitación sempiterna a la corrupción y los sobornos y las coimas y los pactos con el diablo por debajo de la mesa. La cosa, para los poco entendidos, grosso modo, funciona así: el órgano elector de la FIFA, tanto para elegir a su presidente y sus altos cargos, como para definir las sedes de los mundiales, está compuesto por 24 miembros (casi todos) probadamente corruptos y delincuenciales que representan a las seis confederaciones -Asia, Europa, África, Oceanía, Sudamérica, Centro América, América del Norte y el Caribe- que suscriben los estatutos de la FIFA y la reconocen como el gran órgano rector.

Dichos representantes tienen voz y voto para definir los rumbos de la entidad. Y, como por ejemplo, pesan más los votos de las islas del Caribe que los de Brasil y Argentina, lo que ha pasado históricamente es que bajo el discurso del “desarrollo del fútbol” en los países con mayor precariedad de infraestructura e institucional, los peces gordos, léase Avelange, Blatter, Platini, Mohamed Bin Hammam (expresidente de la Federación Asiática) han hecho de su modus operandi comprar a los miembros menores, a los pobres, para que voten por sus proyectos y ambiciones. Por eso Rusia. Por eso Catar. Por eso Argentina en medio de la brutal y sangrienta dictadura de Videla.

El caso Catar, aunque tuvo como discurso marquetero la tan anhelada llegada del fútbol de élite al Medio Oriente y el noble acercamiento del “deporte de todos” al mundo árabe, no escapó de la inercia histórica y sacó provecho de los aprendizajes mafiosos para asegurarse el evento deportivo más grandilocuente al que ha podido aspirar.

¿Las pruebas? Una sospechosa alianza multimillonaria para la venta de gas a Tailandia, que contaba con un representante en el comité elector. La compra de tierras, por 32 millones de euros, al chipriota Marios Lefkaritis, otro miembro con voz y voto en la elección. La oscura reunión del emir de Catar con el presidente Lula, el hijo de Joao Avelange y otros funcionarios, que devino, además del apoyo explícito de Brasil en favor al Mundial en Catar, en la apertura de vuelos diarios de Qatar Airways al país cinco veces campeón del mundo. La venal reunión en El Palacio del Elíseo en París, entre el hijo del emir de Catar, el presidente Nicolas Sarkozy y Michel Platini -la figura más ascendente entre los miembros electores de la confederación europea y votante de gran relieve-. Tras el elegantísimo encuentro, más el voto a favor de Platini, el gobierno catarí compró varios aviones Airbus franceses y un fondo inmobiliario estatal compró por una suma astronómica el Paris Saint Germain, el club de fútbol más tradicional de Francia. Bein Sport, le emisora catarí, decidió sumarse al nuevo romance transatlántico y comprar los derechos de televisión del fútbol francés por otra millonada…

Pero el prontuario continúa, si es que todavía hay lectores tolerantes que reciben lo anterior como “pactos naturales y acuerdos bilaterales entre actores con intereses en común”. Diez meses antes de la votación por la sede mundialista, el gobierno catarí patrocinó el encuentro de fútbol africano en Angola, con su discurso filantrópico de implementar y reforzar los proyectos de desarrollo del fútbol en África, la federación más pobre, y también la más permeable a los “regalos” de los altos mandos. En el hotel de recepción, Phaedra Almajidla, exasesora de prensa de la organización del Mundial, recibió la orden de ejercer como traductora, del francés al inglés, para poder hacerle llegar a los miembros con voz y voto de Nigeria, Camerún y Costa de Marfil “una oferta que no podrían rechazar”. Al Hassan Tawadi, jefe de la delegación de la organización del Mundial, junto al resto de sus asesores, con una frialdad pasmosa, según ha dicho en varias entrevistas la propia Phaedra Almajidla, les ofreció 1.5 millones de dólares a cada uno para “que propulsarán el fútbol en sus países”, con solo una condición a cambio…. el voto a favor de Catar como sede del Mundial.

Hoy, 16 de los 22 miembros electores que votaron a favor de Catar están en procesos judiciales vinculados a recibir sobornos para asignar la sede del emirato. Entre ellos Nicolas Leoz, de Paraguay, el brasilero Ricardo Texeira, Ángel María Villar, Michel Platini, el mítico Franz Beckenbaueur, Mohamed Bin Hammen, y Jack Warner, expresidente de la Concacaf, entre otros.

¿Por qué carajos Catar? si el auditor técnico de FIFA que fue a revisar los requerimientos técnicos antes de la postulación advirtió que el país no cumplía ninguno de los rubros básicos. Por el negocio, claro, y porque estamos hablando del país con la tercera reserva de gas natural más grande del mundo y uno de los 15 países con más reservas petroleras de la tierra. Eso sumado a las billonarias inversiones inmobiliarias que el emirato ha hecho en Europa, más la robusta inversión en telecomunicaciones, siendo un país de menos de 12000 kilómetros cuadrados, lo hace un rincón del mundo de una riqueza sin contornos. 220.000 millones de dólares sacó de sus reservas el gobierno catarí, en el mayor despliegue estatal del que se tenga registro para organizar un evento deportivo. ¿Por qué Catar? Porque el fútbol es una de las obsesiones del Emir para marcar la ruta identitaria del país, y así diferenciarse de sus oscuros vecinos. Porque el fútbol, en Catar, es un rubro capital en la agenda de gobierno.

Catar ocurrió, en medio del desierto, sin un solo estadio, porque a su riqueza sin par la rodean vecinos que pasan hambre y están dispuestos a todo para trabajar en el país con la población más rica del mundo. Así que con el anuncio del emirato como sede, vino la migración masiva, de Bangladesh, de Pakistán, de Nepal, de India, de Filipinas. A trabajar en el desierto, a 41 grados a la sombra, bajo un régimen laboral que muy bien documentado por el periódico inglés The Guardian y Amnistía Internacional, encajó en un esquema de esclavismo moderno. Acomodaciones indignas, muchas veces sin los servicios básicos y con el hacinamiento como norma; jornadas que oscilaron entre las 16 y las 18 horas, sin días de descanso; retrasos en los pagos e incumplimientos en las tarifas pactadas; retención de documentos para asegurar la pertenencia en los campos de trabajo. Maltrato sistemático y muertes, muchas muertes, 6500 muertes desde que empezaron las construcciones, que según el reporte de The Guardian están en su mayoría relacionadas con el trabajo inclemente a temperaturas insoportables para el cuerpo humano. Ataques al corazón. Muertes, por supuesto, de mano de obra migrante.

El gobierno catarí, en fiel homenaje a las monarquías autoritarias, ha torpedeado y saboteado las investigaciones sobre los derechos laborales de su megaproyecto. Y de las 6500 muertes que denuncia The Guardian, la cifra oficial del régimen dice que son 37. Pero no han presentado las autopsias y la mayoría de los casos siguen en la total obscuridad. Está prohibido, con consecuencias penales, tomarle fotos a las (indignas) instalaciones en donde se alojan los trabajadores migrantes, así como a las instalaciones gubernamentales, los hospitales y las casas privadas. Las consecuencias para los activistas que reclaman libre prensa suelen terminar en juicios arbitrarios, sin debido proceso y bajo testimonios obtenidos coercitivamente.

¿Por qué carajos Catar?, si aún hoy las mujeres necesitan del permiso de su hombre “guardián” -esposo, padre, tío, abuelo, hermano- para poder estudiar, casarse, trabajar en el gobierno o recibir tratamiento reproductivo. ¿Por qué Catar?, si su código penal vigente, criminaliza a las personas LGTBIQ+ y las califica como parias del sistema. ¡Cómo Catar!, si las demostraciones de amor de personas de un mismo sexo estarán prohibidas en los estadios de la “gran fiesta mundial”. Por qué Catar, si el cubrimiento de la Copa tendrá censuras gubernamentales que atentarán contra la libre prensa y expresión.

Por el dinero. Por la corrupción sistémica. Por la indiferencia global. Por el tablero geopolítico.

Pero quizá, sobre todo, por la pasión patológica que el fútbol detona en los que amamos este juego y que simplemente no podemos dejar de ver el último baile de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Así sepamos que los estadios en los que hacen sus gambetas están manchados con sangre migrante y que mientras los hinchas sigamos sintonizando masivamente la gran fiesta de la corrupta FIFA nada va a cambiar. Y tendremos, más pronto que tarde, otro Catar.

@jfgarcia2809

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