¿Hoy Ucrania, mañana Taiwán? 
9 Septiembre 2022

¿Hoy Ucrania, mañana Taiwán? 

Crédito: Reuters

"Que Estados Unidos pueda comprometerse hoy en dos contiendas, a miles de kilómetros de distancia, como lo hizo durante la Segunda Guerra Mundial, es, por decir lo menos, arriesgado".

Por: Gabriel Iriarte Núñez

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La visita a Taiwán el 2 de agosto pasado de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, la demócrata Nancy Pelosi, pese a las duras advertencias de Beijing de que ello equivaldría a un acto inamistoso, fue con razón calificada de manera casi unánime en el mundo como imprudente, innecesaria y provocadora. Esto tiene mayor relevancia ante la peligrosa coyuntura internacional que vive el mundo a raíz de la invasión rusa a Ucrania y a las cada vez más tensas relaciones entre Estados Unidos y China.

Hacía 25 años que no viajaba un funcionario norteamericano de tan alto rango a la isla que los chinos reclaman como parte inalienable de su territorio desde cuando Mao fundó la República Popular en 1949. En 1997 el también líder de la Cámara, el republicano Newt Gingrich, realizó una gira por el Pacífico que incluyó Taiwán. Las autoridades de Beijing, que se encontraban en pleno proceso de integración de Hong Kong luego de la devolución de este enclave por parte del Reino Unido, se limitaron a formular una protesta moderada por lo que consideraron una injerencia en los asuntos internos de su país.

Hay que tener en cuenta que hace un cuarto de siglo China no estaba en condiciones de ir más allá. Aún no había alcanzado el enorme poderío económico y militar que ostenta en la actualidad y Estados Unidos, por su parte, era la cabeza indiscutible de un mundo unipolar, luego de la disolución de la Unión Soviética. Pero hoy la situación es muy distinta.

El mes pasado, cuando todas las miradas estaban puestas en la batalla de Ucrania, a miles de kilómetros estalló otro peligroso foco de conflicto, esta vez entre Washington y Beijing. Como respuesta al periplo de la señora Pelosi quien, a todas luces actuó por su cuenta y sin el apoyo de la Casa Blanca, la fuerza aérea y la armada del gigante asiático realizaron durante varios días grandes ejercicios militares en las inmediaciones de Taiwán. Eso constituyó una demostración de fuerza como no se había visto en tiempos recientes. Igualmente, las autoridades chinas advirtieron en repetidas oportunidades que no tolerarían, bajo ninguna circunstancia, que Taiwán proclamara su independencia ni se separara del territorio continental y que estarían dispuestas a recurrir a la guerra para impedirlo, si era necesario.

Sin embargo, no puede culparse exclusivamente a la parlamentaria norteamericana por lo sucedido. Si bien es cierto que durante su estancia en Taipei afirmó que “Estados Unidos ha venido para dejar claro que no abandonaremos a Taiwán”, en mayo el presidente Biden había sido aún más explícito. Cuando un reportero le preguntó durante una gira por Asia si se involucraría militarmente para defender la isla, contestó que sí, que ese era el compromiso que había adquirido. Y agregó que “si la China continental lanza un ataque, Estados Unidos tomará medidas militares para proteger a Taiwán”. Aunque funcionarios de la Casa Blanca se apresuraron a suavizar las palabras del presidente, el daño quedó hecho. Y como para que no hubiera dudas respecto a lo que piensa Biden, a comienzos de septiembre anunció una venta de armas a Taiwán por más de 1.000 millones de dólares, que se su sumó a otras tres operaciones anteriores por una cantidad similar. No sorprende, pues, que los medios comenzaran a plantear una amenazadora predicción: “Hoy Ucrania, mañana Taiwán”. Lo que sí está claro es que Estados Unidos decidió abrir un segundo frente de confrontación estratégica, que se suma al que mantiene con Rusia en Europa y que agudiza en grado sumo la polarización entre las grandes potencias.

Una cuestión espinosa

Taiwán estuvo bajo dominio total chino entre 1683 y 1895, pero en ese año, tras la derrota de China en la primera Guerra Sino-japonesa, Beijing se vio obligada a cederla a Japón que, a su vez, la perdió en 1945 al final de la Segunda Guerra Mundial. La isla volvía a ser, como lo había sido durante más de 200 años, una provincia de China continental. Sin embargo, al término del conflicto civil que vino luego, entre las fuerzas comunistas de Mao Zedong y las nacionalistas de Chiang Kai-shek, estas últimas fueron vencidas y se refugiaron en Taiwán.

Washington iniciaba su cruzada anticomunista de la Guerra Fría y, a partir de ese momento, no solo le brindó apoyo económico y militar incondicional a Chiang, sino que reconoció, lo mismo que la ONU, el régimen que este implantó en Taipei como el representante legal del pueblo chino en su conjunto. Desde entonces Beijing, que rechazó esta situación, proclamó como principios fundamentales de la nacionalidad china la pertenencia de Taiwán a la República Popular y el reconocimiento del gobierno comunista como único representante legítimo de todos los chinos.  

En la siguiente década hubo dos graves crisis en el estrecho marítimo que separa las dos entidades políticas. Entre agosto de 1954, un año después del final de la guerra de Corea, y mayo de 1955, el ejército chino sometió a fuego de artillería de manera intermitente las islas de Quemoy y Matsu, ubicadas muy cerca de China, pero ocupadas por tropas nacionalistas. Pese a que dichos ataques no amenazaban directamente a Taiwán (que se encuentra a 160 kilómetros de la costa china), Estados Unidos, comprometido como estaba en la defensa de Taipei, movilizó su flota a la zona e incluso llegó a amenazar a Beijing con el uso de armas nucleares tácticas. (En ese momento China carecía de este tipo de armamento). Finalmente, la crisis fue superada, aunque solo por poco tiempo ya que en agosto de 1958 se repitió de manera casi idéntica aunque que en esta ocasión fue decisiva la intervención de la Unión Soviética para solucionarla. Si bien el mundo no estuvo al borde de una conflagración entre las dos superpotencias por el tema de Taiwán, se puso en evidencia que allí había un foco de tensiones estratégicas nada despreciable. 

Nixon, Mao y el deshielo

La situación cambiaría de manera significativa a comienzos de los años setenta con la Resolución 2758 de 1971 de la ONU, que reconoció a la República Popular China como “único representante legítimo de China ante las Naciones Unidas” y expulsó a la delegación de Taipei del organismo mundial. El camino estaba preparado para que Washington lograra acercarse a Beijing y poder así disponer de más opciones en su competencia con Moscú. En febrero de 1972 Richard Nixon pasó a la historia por su audaz viaje a China y su reunión Mao Zedong. Como resultado de esta visita se emitió el primero de tres comunicados conjuntos según el cual Washington reconocía pero no aceptaba que "todos los chinos a ambos lados del estrecho de Taiwán sostienen que solo hay una China y que Taiwán es parte de China" (como sostenía Beijing) y reafirmó "su interés en un arreglo pacífico de la cuestión de Taiwán por los propios chinos". Aquí empezaron a ponerse en práctica la política de “una sola China”, así como la “ambigüedad estratégica” de Estados Unidos, que se haría más explícita con el tiempo. 

En enero de 1979 se produjo el segundo comunicado por medio del cual los dos países anunciaban el establecimiento de relaciones diplomáticas y los Estados Unidos reconocían a las autoridades de la República Popular como único gobierno legal de China. Al mismo tiempo se ponía fin a las relaciones formales entre Washington y Taipei. Tres meses después el Congreso norteamericano aprobó la Taiwan Relations Act con el fin de mitigar un poco los efectos del comunicado y no abandonar del todo a los amigos de Taipei, a quienes se denominó en adelante como “autoridades gubernamentales de Taiwán”. Según esta norma, Estados Unidos mantendría relaciones “sustanciales” mas “no diplomáticas” con su exaliado, lo cual le permitía continuar las relaciones comerciales, culturales y tecnológicas bilaterales. Pese a que el tratado de defensa mutua fue rescindido, se estipuló que si bien Washington no estaría obligado a intervenir militarmente en defensa de la isla, podría facilitarle el armamento defensivo necesario para conservar su seguridad y su sistema socioeconómico y se estableció que cualquier intento de determinar el futuro de Taiwán por medio de la fuerza será motivo de “gran preocupación” para Estados Unidos. Lo anterior fue ratificado en 1982 en el tercero de los comunicados conjuntos que estableció, sin embargo, que las ventas de armas a Taipei se reducirían paulatinamente. Pero con el fin de tranquilizar aún más a Taiwán, Washington agregó por separado las denominadas Seis Garantías en virtud de las cuales, entre otras cosas, Washington no daría una fecha para poner fin a las ventas de armas a la isla ni consultaría con Beijing ninguna de estas transferencias. Estados Unidos se oponía a cualquier cambio unilateral del statu quo por parte de los implicados y abogaba por una solución diplomática de cualquier diferencia. Las agitadas aguas se calmarían por cerca de treinta años.

Los nuevos tiempos

El advenimiento del nuevo siglo fue testigo del vertiginoso ascenso de la China comunista a la cima del poder mundial. En la segunda década, con sus 1.400 millones de habitantes, ya era una potencia nuclear importante, ostentaba las fuerzas militares más grandes del planeta y sin duda llegó a ser la segunda economía global, no muy lejos de la norteamericana. En la región del Pacífico empezó a poner en entredicho la influencia de Washington, que se había mantenido indiscutida desde la Segunda Guerra Mundial. 

La posición de Beijing en relación con Taiwán no ha variado pues ha seguido sosteniendo que, si bien apuesta por una solución negociada, no descarta el uso de la fuerza. Por ejemplo, en 2005 promulgó la Ley Anti-Secesión en la que se advierte que cuando las posibilidades de una reunificación pacífica se agoten por completo, China utilizará medios no pacíficos y otros mecanismos similares para proteger su soberanía y su integridad territorial. Al mismo tiempo, los chinos aseguraron que en adelante no reconocerían la línea media en el Estrecho de Taiwán sobre el cual posee plena soberanía y jurisdicción.  

En cuanto a una futura reunificación, Beijing sostiene que cuando se logre, Taiwán podrá disfrutar de su actual sistema social y económico y de un alto grado de autonomía, eso sí, “de acuerdo con la ley”. Esta oferta ha sido recibida con total desconfianza por parte de Taipei y Washington teniendo en cuenta la forma como China decidió aplastar el movimiento democrático de Hong Kong y anular los acuerdos que se habían suscrito en 1997 cuando en Reino Unido devolvió esta colonia a Beijing.   

De modo que el ambiente comenzó a caldearse con una China agigantada, confiada e incluso arrogante, y una Norteamérica que desde los días de Trump optó por declararle una formidable guerra comercial y catalogarla como “adversario estratégico” cuando antes no pasaba de ser un fuerte “competidor” más. Por un lado están las abiertas amenazas de Beijing de recurrir a la fuerza militar y por otro las señales cada vez más provocadoras de Washington. Aparte de las imprudentes declaraciones de Biden en mayo, están la participación de Taiwán a la Cumbre de la Democracia en diciembre de 2021, la invitación a un delegado de Taipei a la posesión de Biden en enero del mismo año y las recientes ventas de armas norteamericanas a pesar de que el comunicado de 1982 acordó una reducción progresiva de las mismas. Todo esto pareciera ir en contravía de la política de “una sola China” practicada hasta ahora por Estados Unidos.

La cuestión de Taiwán debe verse dentro del contexto geoestratégico de la cuenca del Pacífico. Según los norteamericanos, “perder” la isla significaría un revés considerable para su credibilidad ante sus aliados regionales más relevantes como Japón, Australia, Nueva Zelanda y Corea del Sur, a pesar de que entre ellos es de común aceptación que Taiwán no es propiamente una estado independiente y que, al menos en principio, si Beijing la recuperara ello no representaría un peligro inminente para su seguridad. Lo cual no quiere decir que la incorporación de Taiwán sea irrelevante, al menos en lo económico, pues debe recordarse que es líder mundial en la estratégica industria de semiconductores con un 65% de cuota de mercado.

La situación es distinta a la que se vive en Ucrania, pues esta es una nación soberana, miembro de la ONU, con lazos muy estrechos con la Unión Europea, gran productora de alimentos y que ha sido atacada por una superpotencia hostil. Además, a diferencia de lo que sucede en Ucrania, donde además de Washington la OTAN ha jugado un papel preponderante, en el Pacífico Estados Unidos no cuenta ni de lejos con una alianza tan poderosa para enfrentar un posible movimiento agresivo de China. 

Ahora bien, que Estados Unidos pueda comprometerse hoy en dos contiendas, a miles de kilómetros de distancia, como lo hizo durante la Segunda Guerra Mundial, es, por decir lo menos, arriesgado. Pero algo similar habría que pensar respecto a China. Comenzar una guerra en Taiwán podría poner en serio peligro sus relaciones comerciales con Europa, Estados Unidos y buena parte de la región indo-pacífica y retrasar sus ambiciosos planes de crecimiento social y económico. Pero Xi Jinping tampoco se puede dar el lujo de que Taiwán se salga del todo del redil porque ello podría sellar su suerte como máximo dirigente, la del Partido Comunista e incluso la del sistema chino como tal. En tal sentido, la fórmula más recomendable para todos los actores de este drama sería preservar el statu quo hasta tanto no surja una nueva correlación de fuerzas en la zona que permita ya sea la incorporación de Taiwán al continente o su separación definitiva.


 

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