Nada será igual después de Ucrania
24 Octubre 2022

Nada será igual después de Ucrania

"La guerra entró en una etapa de aparente estancamiento en que las partes contendientes no parecían perder ni ganar terreno en el campo de batalla… hasta que llegó septiembre".

Por: Gabriel Iriarte Núñez

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«Con frecuencia la cuestión ucraniana se ha 
planteado como una disyuntiva: Ucrania tiene que 
unirse a Oriente o a Occidente. Pero si Ucrania 
desea sobrevivir y prosperar, no debe ser 
la punta de lanza de ninguno de los dos sino 
que debe hacer las veces de puente entre ellos».

«Confío en que los ucranianos sepan 
combinar el heroísmo con la sabiduría». 

HENRY KISSINGER


El séptimo mes de la guerra de Ucrania pasará a la historia como el momento en el que la situación militar dio un giro dramático e inesperado y cambió las perspectivas no solo de este conflicto sino también de lo que puede ocurrir en el mundo en el futuro inmediato. Desde los primeros días de septiembre las fuerzas ucranianas desataron una feroz contraofensiva en los territorios ocupados por Rusia en el nordeste y el sur del país e hicieron retroceder a los invasores en casi todos los frentes; en pocos días liberaron alrededor de 6.000 kilómetros cuadrados de los más de cien mil que controlan los rusos (alrededor del 18% del territorio ucraniano) e infligieron a éstos cuantiosas pérdidas en vidas y equipo bélico, incluido el buque insignia de la flota rusa del Mar Negro. Además, hay que recordar que al comienzo de lo que Putin denominó “operación especial”, las fuerzas rusas, si bien lograron dominar en el Sur amplios territorios adicionales a los que habían conquistado en el Este en el Donbas, fracasaron en su intento por tomar Kiev y fueron obligadas a protagonizar una retirada completa hasta sus bases en el oriente de Ucrania. Aunque algunos anotaron que se podía tratar de un reagrupamiento de fuerzas, la imagen que quedó fue la de un ejército ruso que no había podido derrotar a los ucranianos ni tomar el control del país. Desde entonces la guerra entró en una etapa de aparente estancamiento en que las partes contendientes no parecían perder ni ganar terreno en el campo de batalla… hasta que llegó septiembre.

Una guerra incierta

Cuando Rusia dio inicio a la invasión, casi nadie daba un peso por el futuro de Ucrania y todos los analistas occidentales, aun los más antirrusos, consideraban que las fuerzas armadas de Putin arrollarían a sus vecinos en cuestión de semanas. (Incluso Washington llegó a ofrecerle refugio al presidente Zelensky en los primeros días de la invasión). No obstante, pronto comenzó a quedar claro que los ucranianos iban a ser un hueso muy duro de roer para el Kremlin. En marzo las tropas rusas fueron rechazadas en las afueras de Kiev y otras ciudades importantes del occidente del país y el frente se reubicó en los extremos oriental y meridional. No cabe la menor duda de que los soldados y la población de Ucrania dieron y siguen dando muestras de heroísmo y valentía y que están dispuestos a realizar grandes sacrificios en pro de la independencia de su patria. Sin embargo, debe recalcarse que las victorias alcanzadas difícilmente hubieran sido posibles sin la masiva ayuda militar y de inteligencia que ha recibido Ucrania de Occidente y las drásticas sanciones económicas y el aislamiento diplomático aplicados a Rusia. Según Mark Leonard, director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, “Ucrania habría desaparecido del mapa hace muchos meses si no hubiera recibido miles de millones de dólares en equipamiento militar, apoyo de inteligencia y ayuda económica de Europa y Estados Unidos”. Apoyo que se venía dando desde mucho antes de la invasión en el marco de la cada vez más estrecha colaboración entre Kiev y la Alianza Atlántica. 

Hasta el momento los aliados se han comprometido a entregar más de 80.000 millones de dólares (60% provenientes de Estados Unidos) en ayuda de todo tipo, de los cuales se han desembolsado un poco más de la mitad y corresponden en su mayor parte a soporte bélico. No obstante, los cálculos más conservadores creen que, a la fecha, solamente los costos mínimos para la reconstrucción del país podrían superar los 200.000 millones, pues de acuerdo con la Escuela de Economía de Kiev, desde febrero han sido seriamente afectados o destruidos, entre otros, más de 300 puentes y 130.000 edificaciones, 200.000 vehículos y 25.000 kilómetros de carreteras, 2.200 centros educativos y 1.000 sanitarios, 18 aeropuertos y centenares de instalaciones de servicios públicos esenciales. Esto sin contar las consecuencias que para la economía tendrán los más de siete millones personas que han abandonado el país, la disminución en la producción agrícola y la exportación de granos y el hecho de que importantes zonas del país son campo de batalla. 

tanque

Hubo varias circunstancias que, desde un principio, causaron asombro a la mayoría de los observadores internacionales. Por encima de todas sobresalió el craso error de Putin y sus aparatos de inteligencia militar que asumieron, como ya se dijo, que Ucrania sería una presa fácil debido a la obvia superioridad militar de Rusia y a la aparente debilidad que venían mostrando Estados Unidos y la OTAN. Asimismo, se suponía que con seguridad Kiev iba a quedar abandonada a su suerte. Nada de esto resultó cierto. A lo anterior hay que sumar las increíbles deficiencias del ejército ruso sobre el terreno, así como la ineptitud de sus comandantes y las graves fallas logísticas y de información, lo cual explica en buena medida la escasa moral de las tropas y su paupérrimo desempeño. Otro factor que contribuyó a este desastre fue que las más recientes experiencias del ejército ruso habían sido enfrentamientos contra adversarios mucho más débiles y aislados ante los cuales las tropas de Moscú parecían (y de hecho fueron) invencibles. Me refiero a los conflictos de Chechenia, Georgia y Siria donde los rusos literalmente machacaron a sus oponentes sin que el mundo moviera un dedo para impedirlo. 

Ucrania fue, desde el principio, un escenario muchísimo más complicado. Se trataba de un país muy extenso, con más de 40 millones de habitantes y, sobre todo, respaldado con la tecnología y el armamento convencional más sofisticados de Occidente, muy superior al de los rusos. Esto explica el elevado número de bajas de las tropas rusas que, en ocho meses de combates, se acerca a 80.000 con 25.000 a 30.000 muertos y 40.000 a 50.000 heridos. Si estos números se comparan con los 15.000 muertos que tuvo la URSS en diez años de guerra en Afganistán y los cerca de 10.000 de Ucrania (sin contar civiles), el balance es, hasta el momento, calamitoso para el Kremlin. Si a lo dicho se agregan los múltiples crímenes de guerra y desmanes cometidos por la soldadesca invasora contra la población civil, la “operación especial” de Putin está quedando reducida a un capítulo vergonzoso de la historia reciente de Rusia.

Las masivas y devastadoras sanciones económicas aplicadas al Kremlin por la Unión Europea y Estados Unidos, las más letales de la historia contemporánea, dejaron muy pocos sectores sin golpear, aunque fueron menos contundentes en casos como el gas natural, los diamantes y el uranio, productos de los cuales depende Occidente en buena medida. (Por ejemplo, las plantas nucleares de países como Francia, Hungría, Eslovaquia y Finlandia compran a Moscú el uranio necesario para el funcionamiento de aquellas).  

A pesar de que las sanciones han resultado altamente perjudiciales para Rusia, hasta ahora su economía ha conseguido resistir y desviar los mercados de sus principales productos de exportación hacia otras latitudes, mientras que Europa ha tenido que soportar los efectos colaterales de medidas como el bloqueo del gas ruso, cuyas consecuencias ya empiezan a sentirse y pueden agravarse durante el próximo invierno. Las crisis energética y alimentaria resultantes de la guerra han coadyuvado de manera directa a la coyuntura económica internacional que ya apunta a una recesión general en 2023. Como se vaticinó desde el arranque del conflicto, las sanciones no lograrán, al menos a mediano plazo, poner de rodillas a Rusia, del mismo modo que la suspensión de las ventas de petróleo y gas a Europa no ha alcanzado las metas de quebrar la unidad de la OTAN o hacerla retroceder en sus propósitos estratégicos. Europa perdió los suministros energéticos de Rusia pero ésta perdió el principal mercado para su gas y su crudo. Rusia tuvo que empezar a vender gas y petróleo a menor precio en otros mercados (China, India), mientras que Europa consiguió otros proveedores de energía pero pagando precios más altos. La guerra no le sirve a nadie. Lo único claro es que los muertos y la desolación corren por cuenta de Ucrania.

Lo que sí es cierto es que, contrario a lo que se creyó en un principio, el torpe accionar diplomático y militar de Putin le ha permitido a Estados Unidos recuperar, al menos en Europa, el liderazgo que venía perdiendo desde los tiempos de Obama y Trump, si bien lo tiene cada vez más complicado frente a jugadores tan importantes como China, India, Arabia Saudita, Irán y Corea del Norte, entre otros. La OTAN, que se hallaba a la deriva antes de la agresión rusa, cerró filas, se fortaleció y volvió a ser un poderoso bloque político-militar. Por su parte Rusia, vapuleada mas no derrotada, está estrechando lazos con actores del calibre de China, India, Irán y los miembros de la OPEP y amplía sus horizontes fuera de Europa de donde es muy probable que se margine por mucho tiempo.

El duro invierno que llega

Los últimos desarrollos de la guerra en Ucrania hacen prever que se avecina un invierno muy caliente en lo militar y extremadamente frío en lo que a energía se refiere. Ante la arrolladora contraofensiva ucraniana de septiembre, Putin organizó de la noche a la mañana unos fraudulentos referendos, ilegales desde todo punto de vista, en Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón, las cuatro regiones ocupadas por sus ejércitos, con el fin de “consultar” sobre su incorporación a Rusia. La idea era convertirlas en parte del territorio ruso y declarar que cualquier operación militar de Kiev para recuperarlas sería considerada como un ataque directo a la soberanía rusa. Como era de esperarse, en los cuatro casos los votos a favor de la unión superaron el 90% y la anexión se proclamó en Moscú el 3 de octubre. Por supuesto, Putin recurrió de nuevo a sus ya conocidas amenazas al afirmar que dichos territorios “no son negociables” y serán protegidos “con todos los medios a nuestro alcance”. Remató con la perentoria advertencia de que no permitirá que se ponga en tela de juicio la decisión de los habitantes de estas zonas y que Moscú jamás los abandonará pues desde ese día se habían convertido en ciudadanos rusos “para siempre”. Lo absurdo (y casi ridículo) de toda esta situación es que Rusia proclamó con bombos y platillos la anexión de unos enclaves sobre los cuales apenas ejercía un control parcial y en los que las fuerzas ucranianas seguían avanzando a diario hasta el punto de que a mediados de octubre estaban ya cerca de recuperar la estratégica ciudad de Jersón. ¡Y esto a pesar de las apocalípticas amenazas de Putin! El jefe del Kremlin hasta tuvo que cambiar su discurso y asegurar que su objetivo había sido, desde un comienzo, la ocupación de estas cuatro zonas y no la totalidad de Ucrania.

Simultáneamente, el Kremlin anunció una movilización de 300.000 reservistas para reforzar a las castigadas tropas que se encuentran en Ucrania, decisión que no fue bien recibida por millares de jóvenes rusos que prefirieron huir del país antes que ser reclutados. De todas maneras, quienes escaparon son en su mayoría ciudadanos opuestos al gobierno de Putin, el cual no le dio mayor importancia a la estampida de estos “desertores” y “traidores”. Hay quienes creen que la cifra de los llamados a servir en el ejército puede en realidad llegar al millón de efectivos, lo cual indicaría que Moscú se está tomando muy en serio los reveses sufridos y se prepara para una contienda prolongada y una guerra con todas las de la ley. Falta ver qué tanto puede inclinar la balanza en su favor este aumento en el pie de fuerza. 

estufa
La otra reacción de Putin han sido los ataques con drones y misiles contra las ciudades y la infraestructura esencial de Ucrania. Pese a que los daños han sido considerables y podrían a la larga mermar la capacidad de lucha de los ucranianos, cabe recordar que, con la excepción de Hiroshima y Nagasaki y muy pocos más, los inmorales bombardeos contra objetivos civiles no siempre han tenido resultados definitivos para los atacantes. Por ejemplo, ni los bombardeos de Alemania contra Inglaterra en las dos guerras mundiales, ni las campañas masivas de Estados Unidos contra Vietnam del Norte lograron el propósito de doblegar a sus víctimas. Además, la OTAN ya está despachando baterías antiaéreas a Ucrania con el objeto de neutralizar este nuevo peligro mediante un “escudo antimisiles”. Pero, como comenta un general norteamericano retirado, “dado el tamaño de Ucrania y de la infraestructura que se quiere proteger, no hay suficiente defensa antiaérea en el mundo para establecer un escudo que impida por completo la llegada de drones y misiles rusos”. 

 

De otro lado, el presidente Zelensky también decidió actuar a su aire, como ha sido su costumbre. No solo intensificó, con todo derecho, las acciones militares en las regiones ocupadas y anexadas por los rusos, sino que firmó un peculiar y absurdo decreto, sin consultar con sus aliados, por medio del cual descarta cualquier negociación de paz con Rusia mientras Putin siga en el poder. Y para cerrar con broche de oro, presentó una inoportuna solicitud formal para el ingreso “express” de Ucrania a la OTAN, precisamente lo que Moscú quería evitar a toda costa desde hace años y por lo cual desató finalmente la guerra. Como si fuera poco, de aceptarse la solicitud de Kiev, la OTAN se vería obligada a aplicar el Artículo V de defensa mutua de la Alianza y en consecuencia a entrar en combate directo contra las fuerzas rusas y con lo que se desataría una confrontación global.

Por consiguiente, no está claro por cuánto tiempo se prolongarán las hostilidades ni cuál será el desenlace del conflicto. No obstante, sí es factible exponer algunas hipótesis de lo que puede acontecer en los próximos meses. A pesar de que nunca se lo imaginó cuando decidió atacar a Ucrania, Rusia terminó jugándose su prestigio como potencia y su posición en el mundo contemporáneo. Después de este episodio, con seguridad Rusia ya no ocupará, al menos por un buen tiempo, el lugar que había logrado alcanzar luego de la desaparición de la Unión Soviética, al lado de China y Estados Unidos. Es posible incluso que se convierta en una especie de vasallo de Beijing, con una economía duramente golpeada por las sanciones y muy aislada diplomáticamente pero eso sí, armada hasta los dientes. Se ha llegado a calificarla como “el enfermo de Eurasia” en referencia al “enfermo de Europa”, calificativo que se aplicaba al imperio otomano antes de la Primera Guerra Mundial. Claro está que la Turquía de comienzos del siglo XX no poseía, ni de lejos, el poderío armamentista de la Rusia de hoy, que es lo único que le permitirá seguir desempeñando un papel relevante en la escena internacional. 

Por otro lado, es preciso recordar que en la historia de Rusia los descalabros militares y geopolíticos llevaron a grandes cambios internos. Luego de la derrota en la guerra de Crimea a mediados del siglo XIX se produjeron las profundas reformas del zar Alejandro II; la debacle de la guerra ruso-japonesa de 1905 impulsó el estallido de la revolución de ese año; el desastre de la Primera Guerra Mundial fue clave para que se diera la Revolución de Octubre; los errores cometidos durante la crisis de los misiles en Cuba precipitaron la caída de Nikita Jrushchov, y la retirada de Afganistán aceleró la desintegración de la URSS y el ocaso de Gorbachov. Muy difícil predecir qué producirá la aventura ucraniana en la Rusia de hoy. Putin podría perder el poder, como Jrushchov, o mantenerse en el Kremlin. Los que sueñan con que Putin sea derrocado y Rusia convertida en una potencia irrelevante no entienden que lo que venga luego puede ser todavía peor pues ni a los rusos ni al mundo les convendría en lo mínimo una situación de incertidumbre y caos político en un país con más de 6.000 cabezas nucleares y acorralado por Occidente… ¡y Ucrania!

Es innegable que Europa y la OTAN, no obstante todos los errores que cometieron en sus relaciones con Rusia, tenían que trazar su propia línea roja e impedir que en el corazón del continente se cometiera un desafuero como la invasión a una nación independiente y soberana. Pero precisamente ahí está el peligro: que la de Ucrania es cada vez más una guerra entre Rusia y Occidente, con dos superpotencias nucleares en el medio, una de ellas en serios aprietos y con su arsenal de destrucción masiva como último recurso. Cada vez parece menos realista que Putin pueda convertir a Ucrania en una provincia de Moscú, así como que el pueblo ucraniano finalmente cometa suicidio nacional para impedir que Rusia ocupe algunos departamentos de su país. Las amenazas nucleares de Putin pueden ser reales o una forma de presión para conseguir algún tipo de negociación con sus adversarios, a lo que se oponen radicalmente las fuerzas ultranacionalistas de Ucrania y los “halcones” Washington y Europa. No sorprende, entonces que el presidente Biden dijera el 6 de octubre que desde la crisis de los misiles en Cuba hace 60 años el mundo no estaba tan cerca de una hecatombe atómica y que podría ser necesario ofrecerle a Putin una salida decorosa del conflicto porque “conozco muy bien a este tipo… he pasado mucho tiempo con él… no está bromeando cuando habla del posible empleo de armas nucleares tácticas debido a que su ejército se está desempeñando muy mal”. Pero como dijo alguien, recurrir a las armas nucleares tácticas sería para Rusia como cometer suicidio por miedo a la muerte. Claro está, siempre y cuando Occidente no traspase la línea roja de Moscú.

Nada será igual después de Ucrania. Así logre conservar Crimea y de pronto unos cuantos kilómetros cuadrados en el Este de Ucrania, Rusia no será la misma ni estará en condiciones de ser un peligro para sus vecinos. Ucrania quedará devastada y dejará de ser por mucho tiempo la próspera y dinámica nación que aspiraba a ser el puente entre el Este y el Oeste europeo. Europa demuestra su vulnerabilidad y se convierte casi en un apéndice de Estados Unidos en los terrenos político, económico y militar. Estados Unidos “regresa” al escenario mundial y recupera, gracias al atolladero en que se halla Rusia, parte del liderazgo que había perdido. China, observando los toros desde la barrera, puede ser la gran ganadora de esta partida pues se mantiene al margen de la guerra y se convierte en el segundo polo de poder global ante el declive de Rusia. Y el mundo entra en la etapa de una nueva bipolaridad política, económica y militar, una nueva Guerra Fría, cada vez más caliente, entre Washington y Beijing.
 

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