“Las vías del Guaviare se parecen a un esqueleto de pescado”
16 Noviembre 2022

“Las vías del Guaviare se parecen a un esqueleto de pescado”

Crédito: Santiago Ramírez

La carretera San José de Guaviare-El Retorno-Calamar ejemplifica cómo una vía que se comenzó a construir hace más de 60 años ha sido y sigue siendo el eje de la colonización de la Amazonía en el Guaviare y un motor de deforestación de millones de hectáreas.

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Un citadino, que un fin de semana recorre las carreteras del país hacia algún balneario o finca de descanso, poca idea tiene de la relación entre vías y deforestación, quizás pensará que una no tiene nada que ver con la otra. Sin embargo, en Colombia, la construcción de carreteras ha ido de la mano de la deforestación y de un largo proceso de transformación del paisaje, impulsado por la colonización. 

Décadas o siglos atrás, los bastos campos de cultivos o de ganado y los kilómetros y kilómetros de cercas que ahora un viajero ve cuando recorre una carretera, estaban ocupados por bosques y animales y poblados por culturas indígenas. Podría decirse que la relación entre deforestación y apertura de vías es histórica.

Quizás porque ha nacido en lugares y una época donde las carreteras y los campos hacen parte del paisaje desde hace muchas décadas, una parte de los colombianos no dimensiona esta relación, pero continúa y se puede observar en otros territorios del país. Entre ellos se encuentra el piedemonte amazónico. Allí la colonización que se ha acelerado desde hace 70 años ha dejado patente que la llegada de campesinos y colonos, la fundación de municipios y caseríos, la expansión de la frontera agrícola y, por supuesto, la deforestación tienen su correlato en la apertura de vías.

San José - Calamar
Pavimentación San José-Calamar
Foto: Santiago Ramírez

En más de 70 años de colonización las historias del por qué miles de campesinos llegaron al Guaviare parecen calcadas. Para ellos, el rumor de un paraíso en donde conseguir dinero y tierras ha sido una razón poderosa para dejarlo todo en sus lugares de origen y, con machete en mano, aventurarse a probar suerte. 

Circunstancias diversas influyeron en la decisión, unos huyeron de la violencia, otros prefirieron la incertidumbre de la aventura a quedarse en sus pueblos y tener la certeza de no encontrar ninguna oportunidad económica. Eso le sucedió a Olmes Alonso Rodríguez, un campesino nacido en San José de Jagua, Cundinamarca, que hace 25 años decidió migrar al Guaviare: “En los pueblitos donde vivíamos eran muy pocas las oportunidades para trabajar, mis hermanos vinieron primero, yo estaba en la escuela cuando eso y dijeron que aquí estaba bueno para trabajar (…) Yo llegué el 25 de enero del 95 por primera vez”.

Todas estas oleadas migratorias han sido alentadas por algún tipo de bonanza. En un momento fue el caucho, en otro, las pieles y en los últimos 40 años el nuevo “dorado” han sido los cultivos ilegales: “Estaba el tema de la coca –relata Olmes– y era más fácil ganarse uno la plata, nos venimos ilusionados a trabajar con la coca y prácticamente me amañé, eso fue cuando tenía 17 años”. Con el tiempo él abandonó esa actividad y hoy es uno de los líderes de la región en reforestación y forestería comunitaria. 

No importa si han pasado 50, 40, 30 o 10 años entre las olas migratorias, los campesinos que las protagonizaron coinciden en decir que llegaron acá porque alguien, un amigo o un familiar les dijo: “Vénganse para acá porque acá se consigue mejor la plata”, “acá hay mucha tierra para sembrar”, “la tierra es muy productiva”, “acá está muy bueno pa’ trabajar”, “acá hay plata para criar sus hijos”

Doña Custodia Romero, una matrona de 84 años cuya familia fue una de las primeras en llegar a El Retorno, un municipio ubicado a 30 kilómetros, al sur de San José de Guaviare, cuenta la importancia de ese voz a voz: “Nosotros llegamos a El Retorno en marzo del 67 (…) Llegamos por una amistad que había venido por acá o estaba allá en El Retorno, que cuando eso se llamaba Caño Grande. Él fue quien nos convidó para que nos viniéramos, pero él también estaba recién llegado. Él vino por otro señor que lo trajo y después al año nos convidó a nosotros”.

También parecen calcadas las historias de cómo tumbaron selva para “construir sus fincas”, como ellos dicen, y para abrir las trochas y caminos. Aquí el protagonista es el buldócer. Desde los años 60 del siglo XX hasta ahora, la población deposita su fe en esta máquina removedora de tierra y de cuanto objeto encuentre por el camino para que empareje y amplíe las precarias trochas abiertas a “fuerza de hombre” y de “romper selva”. Además de los campesinos y colonos, en la apertura de vías aparecen todo tipo de personajes legales e ilegales: el Estado, empresarios privados, grupos armados ilegales, todos con la idea en mente de que las vías significan progreso.

Parte de la historia de la colonización del piedemonte amazónico se puede contar a través de la carretera San José de Guaviare-El Retorno-Calamar, una vía que los colonos comenzaron a construir hace más de 70 años y que es (y sigue siendo) el eje de la ampliación de la frontera agrícola en la Amazonía, una historia que cuenta el heroísmo de aquellos que se arriesgaron a dejarlo todo para conseguir una mejor vida, pero que al mismo tiempo relata la deforestación y la pérdida de millones de hectáreas que hoy ubican al departamento como uno de los más deforestados del país. 

De esta vía se desprenden decenas de otras que comunican los distintos caseríos y veredas de los municipios de Guaviare y que poco a poco se adentran en la selva, con los correspondientes daños ambientales que ello conlleva. Con razón, Horacio Cifuentes Olarte, un quindiano que llegó al Guaviare hace 12 años en busca de un mejor futuro económico dice que el sistema vial del departamento es un esqueleto de pescado en el que la columna vertebral es la carretera San José-Calamar, de la que nacen las espinas “hacia la inmensa selva".

Horacio Cifuentes Olarte
Horacio Cifuentes Olarte
Foto: Santiago Ramírez

El problema es que con estas “espinas” o trochas se está incentivando la deforestación y hoy amenaza no solo la selva de las zonas de reserva natural, sino la de los parques naturales Chiribiquete y Tinigua y la reserva natural Nukak Maku. Pero al mismo tiempo estas trochas son las que comunican a miles de habitantes del departamento con San José y ellos piden que sean mejoradas.

La vía San José-El Retorno-Calamar comenzó a construirse hacia finales de la década de 1960, cuando, según relatan los pobladores de El Retorno, personas dedicadas al negocio de las tierras, apoyadas por el Estado o élites políticas regionales, comenzaron a parcelar terrenos baldíos y a entregárselos a campesinos mediante un contrato en el que ellos se comprometían a trabajar en las tierras de sus benefactores en labores agrícolas, desmonte de tierras para ampliar los lotes y abrir la carretera.  

Carretera San José - El Retorno
Carretera San José-El Retorno.
Foto: Santiago Ramírez

Los pobladores de la región recuerdan que los principales promotores de esta colonización fueron dos locutores que trabajaban en Todelar: “Yo conocí muy joven la colonización de El Retorno, por allá en el año de 1968 (…) unos catalogan que esta fue del Estado, otros dicen que fue de las fuerzas militares, lo cierto es que fue liderada por los periodistas Orlando López y Néstor Ayala. Ellos hicieron una alianza con la FAC (Fuerza Aérea de Colombia) y en los aviones los traían a San José y había un tractor en el que se echaban las maletas y las traía a El Retorno y uno se venía a pie hasta El Retorno. Uno se demoraba entre 14 o 16 horas en la caminata en invierno, por el barro sobre todo y como andaban muchas mulas entonces hay que imaginar cómo era ese comino en ese entonces”, cuenta Jorge Luis Veloza Contreras, líder comunal de Calamar, quien estuvo presente en dos oleadas colonizadoras del Guaviare, la de finales de los años 60 y la de inicios de los 80.

Jorge Luis Veloza
Jorge Luis Veloza Contreras
Foto: Santiago Ramírez

Doña Custodia recuerda muy bien cómo el desmonte (deforestación) y parcelación de baldíos iba de la mano con la construcción de la vía. De acuerdo con su testimonio, los encargados de lotear los baldíos, “los doctores Caballero y Russe(…) medían los lotes de 500 metros de frente del caminito por 1.000 de fondo para que fueran quedando los fundos cerquita del camino. Y así ellos midieron de aquí pa’ allá, de aquí a El Retorno y de El Retorno pa’ allá. A medida que iba llegando más gente, les iban midiendo y les iban entregando hacia atrás del camino. Luego de abrir la trocha, los dos “doctores” que nombra doña Custodia, consiguieron “un contratista que amplió y limpió la vía”.

Doña Custodia Romero
Custodia Romero
Foto: Santiago Ramírez

Pasaron los años y la selva de lado a lado de carretera (que, pese a ser nivelada con buldócer y a la que le construyeron uno que otro puente o paso de agua siguió siendo difícil de recorrer) desapareció. Los grandes árboles fueron remplazados por ganado, pastos y cultivos de pancoger. La parcelación de la tierra se hizo con el beneplácito de las autoridades locales, regionales y nacionales. Entidades como el Incora entregaban préstamos con la condición de que los campesinos desmontaran sus fincas y las hicieran productivas. 

A medida que la gente llegaba, la colonización se dirigió hacia lugares más alejados de la vía San José-El Retorno-Calamar. El libro Microhistorias del Capricho de Asociación MyGuaviare, reproduce el testimonio de José María Corba Lozano, uno de los fundadores de El Capricho, vereda de San José del Guaviare, ubicada al occidente de la vía San José-El Retorno, en el que cuenta cómo llegó allí a colonizar hacia finales de la década de los 60:

“Resulta que este territorio era solo tierra baldía (…) Únicamente existía una trocha de San José al Retorno. Y era una trocha que se había hecho con un buldócer. Tumbando selva. Pero el único vehículo que venía era una tractor de la comisaría que se gastaba ocho horas de San José al Retorno. (…) Yo vi que esas tierras eran muy buenas. Entonces rogué a otros colonos que cuándo me acompañaban para venir más al centro de la selva. Y citamos la fecha de venida hacia donde hoy es El Capricho”.

En su relato Corba también relaciona la colonización con la apertura de vías: 

“Todo había que traerlo al hombro porque no había camino de herradura para traer la remesa en caballo (…) Y en los caños, tumbábamos un palo para pasar por encima. Ese era el puente para pasar. Yo comencé a hacer pica (camino) en línea recta (…) Comenzamos a hacer las trochas, e hicimos cuatro fincas. La primera finca la tengo todavía porque yo vine fue a hacer mi finca”.

El problema de toda esta colonización espontánea o impulsada por el mismo gobierno fue que se hizo sobre un territorio que en 1959 una ley declaró zona de reserva forestal. Para solucionarlo el Estado sustrajo en varias ocasiones cerca de 500.000 hectáreas, pero aun así la mayoría de las veredas y caseríos siguieron en territorios de reserva forestal. La cuestión se agravó cuando en las décadas siguientes se crearon los parques naturales, resguardos y las reservas nacionales naturales. Hoy cerca del 90 por ciento del departamento del Guaviare cuenta con alguna figura de protección ambiental y pese a las acciones de los gobiernos nacional y departamental, no ha sido posible ponerle orden y frenar la colonización del Guaviare. 

Quince años después de la ola migratoria de los 60 comenzó una nueva, esta vez impulsada por la economía de los cultivos ilícitos. De nuevo campesinos y colonos llegaron al Guaviare en busca de riqueza y tierra, y a cultivar y comercializar hoja de coca. En esta bonanza entró un nuevo actor: la guerrilla, en especial las Farc. Jorge Luis, uno de los fundadores de la vereda La Ceiba, en Calamar, cuenta cómo luego de establecer el caserío en 1985 y de construir con sus compañeros la trocha que los comunicaba con el casco urbano, las Farc llegaron a ejercer control territorial y empezaron a dirigir la colonización, el comercio de coca y por supuesto la construcción de vías: 

"Cuando estos señores tuvieron bajo su poder este territorio, ellos se apoderaron del mandato, una medida que los campesinos teníamos para mejorar los caminos o construir algo. Por orden de ellos todo el mundo debía de salir el sábado a trabajar. Como en ocho o siete mandatos quedó la trocha y el camino abierto. Luego en el verano de 2000 el buldócer hizo el descapote. Se pagó con la plata de los bazares”.

José Luis también explica que, aunque la guerrilla ayudó a abrir muchas vías en la región, en esa época no hubo una relación tan directa entre deforestación y las carreteras. La razón: los cultivos de coca no eran extensos y los guerrilleros preferían que las vías estuvieran cubiertas por la selva y fueran de difícil acceso para evitar que la fuerza pública llegara a los cultivos. Sin embargo, dice que, con la firma del proceso de paz con las Farc, la situación cambió. Las promesas de valorización de la tierra por el fin del conflicto y de construcción de grandes proyectos de infraestructura llevaron a que gente comenzara a deforestar sin control.

Foráneos y personas con poder político y económico en la región comenzaron a comprar tierras y a deforestarlas: “Fue -cuenta José Luis- cuando llegaron capitales de personas que de pronto nadie los conocía, pero contrataban gente y trabajadores y derribaban 200, 300 o 500 hectáreas”. Esta apertura de nuevos potreros se vio reflejada en la construcción de nuevas vías.

A 2021 esta historia de colonización y apertura de vías deja al Guaviare, según la Fundación Conservación y Desarrollo Sostenible, con un 9 por ciento de pérdida de su cobertura vegetal, una cifra conservadora si se tiene en cuenta que la medición se hace desde 1990. Es decir, si a febrero de 2022, el departamento tiene un remanente de bosque de 4.657.504 ha., en 22 años se han perdido cerca de 500.000 hectáreas, de las cuales cerca de 105.000 pertenecen al periodo 2018-2021. De igual manera, San José ha perdido el 12 por ciento de bosques y Calamar el 8 por ciento entre 1991 y 2021. 

En cuanto a vías, la colonización ha dejado en el departamento un total de 6.221 kilómetros, lo grave es que entre 2018 y 2021 se construyeron el 25 por ciento de estas, es decir 1.264 kilómetros. La mayoría se encuentran en territorios con algún tipo de protección ambiental y se han convertido en foco de deforestación. 

Esta situación también ha impedido que las administraciones locales y departamentales puedan intervenir en mejoramiento de vías, algo que piden constantemente los habitantes del Guaviare. Ejemplo de ello es lo que sucede en Calamar, según Dirseo Cuéllar, secretario de Planeación y Obras Públicas, en el municipio hay “alrededor de 500 kilómetros en el casco rural, de los cuales en nuestro plan vial aprobado por el ministerio solamente hay 59,5 kilómetros, que es la zona sustraída, la de reserva campesina. De resto, todas están en Ley Segunda (Ley de reserva forestal de 1959). Eso es un gran inconveniente ya que los recursos que nos llegan para esos 59 kilómetros aprobados (…) Y no podemos ingresar con la maquinaria, no podemos una alcantarilla, una canalización. Y la gente que vive del pancoger le queda muy difícil saca su producto”.

Carreteras en Calamar
Carreteras despavimentadas en Calamar
Foto: Santiago Ramírez

Desde hace unos años, el Estado y parte de la sociedad han tomado conciencia de la importancia de la Amazonía y han empezado a ver esta biodiversa región como un lugar para proteger y no como una tierra baldía para colonizar. Pero 70 años de colonización descontrolada han dejado su huella y ahora el Estado debe resolver los problemas que dejó, entre ellos mejorar la comunicación de todos los colonos y campesinos que viven allí y evitar que esta continúe siendo motor de deforestación. Pero el reto más importante es detener la colonización del piedemonte amazónico.

Este artículo hace parte del especial periodístico 'Amazonía, la tierra perdida', realizado por CAMBIO Colombia con el apoyo del proyecto Unidos por los Bosques, de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) y la embajada de Noruega, con el apoyo de las embajadas de Unión Europea, Reino Unido, Andes Amazon Fund y ReWild.

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