Aviones, mentiras y  seguridad nacional
8 Enero 2023

Aviones, mentiras y seguridad nacional

Crédito: X-Tian

El presidente Petro anunció que se gastaría miles de millones de dólares en aviones de guerra. La presión política obligó al gobierno a decir que la compra, por ahora, está frenada. Eso no es del todo cierto. La novela de los aviones, llena de incoherencias, improvisación y contradicciones, apenas está comenzando. Análisis a fondo de Gabriel Silva, exministro de Defensa.

Por: Gabriel Silva Luján

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El proceso de compra de los aviones de combate, que anunciara el presidente Gustavo Petro, ha tenido todo el melodrama de una telenovela mexicana. Súbita declaración de amor arrebatado, arrepentimiento, celos, amantes ocultos, llanto, desamor y rupturas. Y, como todas las telenovelas de ese país, terminó en ranchera: “A todos diles que sí, pero no les digas cuando”. Y esto no pasaría de ser una más de las calenturas típicas a las que ya nos tiene acostumbrados el primer mandatario, sino fuera porque en este caso estaba comprometida la seguridad nacional y una cifra de inversión pública que supera los 2.500 millones de euros.

El gobierno notificó al país el 21 de diciembre, a solo cinco meses de su llegada al poder y de manera bastante sorpresiva, que había decidido invertir aproximadamente 2.500 millones de euros en la compra de 16 aviones de combate modelo Rafale producidos por la firma francesa Dassault Aviation. Sin considerar las ventas y entregas a Ucrania, esta compra sería una de las ventas de armas más importantes.  El “negocio del año” para la industria militar europea.

El anuncio desató inmediatamente una gran controversia nacional. Desde diferentes posiciones ideológicas y desde distintos ángulos se cuestionó la conveniencia de la eventual adquisición de esas aeronaves. Un malestar que han expresado incluso los más íntimos amigos del gobierno: el senador Iván Cepeda emitió un inusual tuit afirmando que: “Lo digo con toda claridad: rechazo por principio el uso de armas, su producción y compra. A eso me he opuesto siempre y lo seguiré haciendo”.

Y sorpresivamente, así como arrancó el anuncio, de pronto el gobierno de la nada cambia de posición y da un giro de 180 grados diciendo que la compra de los aviones ya no va. Invocando un endeble argumento administrativo: que el Conpes que autorizaba las vigencias futuras que financiaban parte de la compra se vencía. El ministro de la Defensa anuncia el 2 de enero de 2023 -solo dos semanas después- que dicha adquisición quedaba suspendida de manera indefinida. Ese cambio radical de postura dejó perplejos a todos, al país, a las Fuerzas Armadas, a las firmas proveedoras.

Petro + Velasquez
Gustavo Petro e Iván Velásquez / Foto: Colprensa

Dado lo abrupto y particular de todo este proceso de órdenes y contraórdenes provenientes de los más altos niveles del Estado, se ha desatado una oleada de especulaciones sobre qué fue lo que ocurrió. Que los gringos se opusieron, que había dudas técnicas, que había gato encerrado, que las otras fuerzas protestaron y, quizás lo más probable, que a la mayoría de la opinión pública le pareció una barbaridad meter al país en un gasto de esas proporciones cuando hay tantas carencias y necesidades. Lo que sí está claro es que desde la perspectiva de la seguridad nacional esa adquisición no hace ningún sentido en el contexto de los desafíos reales en cuanto a la defensa de la soberanía y menos ante los radicales cambios que se dan hoy en la forma en que se conduce la guerra.

Aviones, impuestos y gasto social

En la mayoría de las democracias la adquisición de armamento y de cualquier equipo militar usualmente genera polémica, pero más aún en un país en desarrollo. Para muchos, quizás la mayoría de los ciudadanos, existen mejores destinos para los inmensos recursos que se piensa asignar a esta transacción. Los altos niveles de necesidades básicas insatisfechas y la pobreza hacen difícil justificar ese gasto, particularmente si se tiene en cuenta que el presidente Gustavo Petro fue elegido con la consigna del cambio social.

La compra de los aviones Rafale corresponde a la mitad del recaudo anual esperado por la reforma tributaria.

Un informe de La Silla Vacía de mayo del año pasado afirma que “para cumplir las promesas de Petro… calculamos cuánto costaría esta versión más “austera”. Ahí necesita 59,4 billones.” Es decir, la compra de los aviones de combate -sin armamento- costarían 12,7 billones de pesos que corresponde a un poco más de la quinta parte (21,4 por ciento) de lo que se requiere para cumplir con la “versión reducida” del programa gubernamental. Otra forma de verlo, quizás aún más inquietante, es que la compra de los aviones Rafale corresponde a la mitad del recaudo anual esperado por la reforma tributaria.

Aviones
Aviones Rafale 

El anuncio de la adquisición de las aeronaves se hizo a los pocos días de sancionada la reforma tributaria. El incremento significativo en la tributación a los sectores profesionales e independientes, a las empresas, al sector minero-energético y a los consumidores, se justificó con el argumento de que esos dineros son indispensables para cumplirle al pueblo colombiano. Con razón, los sectores afectados por los nuevos impuestos se manifiestan indignados ante la posibilidad de que dichos impuestos adicionales se vayan ahora a engrosar el gasto militar.

Cambio Colombia

Aunque el presidente Petro dijo para calmar las aguas que “no se gastará un solo peso de la reforma tributaria ni de la inversión social en aviones de combate”, realmente esa afirmación es solo un sofisma. Jorge Enrique Robledo le contestó que “la mentira más descarada es decir que el gasto militar o cualquier otro gasto, incluido el social no se paga con impuestos. Incluido lo que se compra a crédito, que además hay que pagarlo con intereses”. Rodrigo Uprimmy, un reconocido constitucionalista intervino en esa controversia recordándole al primer mandatario que “Declaración sin sustento (la de Petro). Según principio de unidad de caja, todo ingreso tributario va a un fondo común, del cual se pagan todos los gastos del Estado. ¿Cómo puede entonces el presidente decir que no se gastará un peso de la reforma tributaria en comprar aviones?”.

Otro giro de 180º

Más turbulento se torna el asunto cuando se observa que en marzo de 2021 el entonces candidato Gustavo Petro se pronunció ante la intención del gobierno Duque de adquirir aviones para reemplazar los actuales Kfir diciendo “La compra de aviones en medio de una crisis como la que vivimos, es el máximo grado de irresponsabilidad de un gobernante. No entiendo un país que pueda aplaudir que no se usen los recursos para salvar la vida y en cambio sí en instrumentos para bombardear niños”. En ese entonces se pronunciaron en igual dirección muchos de los dirigentes del Pacto Histórico. Con razón la gente se pregunta, con justificada perplejidad, qué fue lo que cambió en el corto lapso de un año para que el presidente Petro y sus amigos dieran un giro de 180 grados. Petro ha transitado de asumir posturas furiosamente adversas a la adquisición de aeronaves para la FAC a convertirse en su acérrimo defensor.

El presidente electo, previamente a su posesión, le advirtió a Iván Duque que si antes de terminar su mandato llegaba a cerrarse cualquier contrato de compra de aeronaves dicha negociación se echaría para atrás una vez llegase él a la Casa de Nariño. De esa admonición surgen preguntas ineludibles: ¿Quería Petro evitar la compra de los aviones de combate por inconveniente? ¿Quería Petro por alguna razón aún desconocida ser el protagonista de esa adquisición? ¿Qué aviones pensaba comprar Duque que no le servían a Petro o al país? ¿Tenía Petro ya una preferencia sobre cuál proveedor escoger antes de conocer o emprender los estudios técnicos? ¿Petro aceptó la visión sobre la estrategia de seguridad nacional heredada de Duque? Esos interrogantes merecen una aclaración por parte del gobierno, en particular ahora que la W Radio reveló que posiblemente los aviones preferidos por el gobierno anterior iban a ser los mismos que pretende ahora comprar Petro.

Petro + Velasquez
Iván Velásquez, Gustavo Petro y el general Helder Giraldo, comandante general de las Fuerzas Militares / Foto: Colprensa

Por qué y para qué

Antes de tomar una decisión de adquisición de armamentos se tienen que responder muchas preguntas. Cuando se trata de equipos destinados a la defensa estratégica y a la protección de la soberanía nacional esas respuestas son aún más definitivas y sensibles. En esa dimensión hay dos interrogantes fundamentales e inevitables que exigen respuesta: por qué se adquieren esos equipos y para qué propósitos. Desafortunadamente, el ministro de la Defensa y el presidente Petro no han podido articular una racionalidad convincente para responder al por qué y al para qué.

La primera justificación que se esgrime es la obsolescencia de los actuales aviones de combate, los Kfir. Eso es un dato, no una racionalidad estratégica. Efectivamente esos equipos han cumplido su ciclo de vida útil, pero simplemente reemplazarlos porque se envejecieron no es un argumento suficientemente convincente. Con esa decisión se está presumiendo que hoy las amenazas a la soberanía, el entorno geopolítico global y regional, y las tecnologías militares no han evolucionado, que son equivalentes a los que existían hace más de treinta años cuando se compraron los Kfir. El problema no es reemplazar aviones viejos. La cuestión es cuál es la estrategia de seguridad nacional más eficaz para defender la soberanía en las circunstancias de hoy.

Hasta que la muerte nos separe

El gobierno Petro, para justificar su apresurado proceso de toma de decisiones, señala que Colombia se encuentra expuesta a amenazas sin contar con las herramientas que garanticen la soberanía y sin poder ejercer “superioridad aérea”.  La precipitud no es extraña a nuestra historia de adquisiciones militares por cuanto se decidieron en circunstancias desafiantes.

No existe justificación en las actuales circunstancias para apresurar las definiciones sobre un asunto tan delicado.

Los aviones de combate de Colombia se han adquirido en medio de la calentura de coyunturas conflictivas. La guerra con el Perú (1932), el hundimiento de la goleta colombiana Resolute por un submarino alemán (1942), las tensiones con Venezuela en el gobierno de Misael Pastrana sobre el golfo de Coquibacoa (1970) y el incidente de la corbeta Caldas en la misma zona (1987), son todos momentos en que presurosamente se han acelerado las compras de equipos para la Fuerza Aérea.

En un escenario como el actual con una baja probabilidad de ocurrencia de ese tipo de situaciones existe la posibilidad de repensar con la serenidad debida la conveniencia estratégica de adquirir aviones de combate. No existe justificación en las actuales circunstancias para apresurar las definiciones sobre un asunto tan delicado. Y es delicado por la magnitud de los recursos involucrados y, más importante aún, por la irreversibilidad de la decisión.

Comprar equipos militares estratégicos es como un matrimonio indisoluble. Estuvimos cincuenta años casados con los Mirage y los Kfir.  Hay que estar muy seguros antes de irnos al altar con Dassault Aviation para convivir inexorablemente con ellos por el próximo medio siglo. La debida diligencia, el riguroso análisis estratégico y las certidumbres técnicas y contractuales son indispensables. No se conocen de parte del gobierno las conclusiones y los detalles de los ejercicios analíticos indispensables para tomar una decisión sustentada y conveniente.

¿Y la estrategia de defensa nacional?

La forma en que se ha anunciado la pretendida compra de los aviones de combate y las justificaciones que se han usado indicarían que es una decisión deshilvanada e inconexa de un análisis profundo, estructurado y sesudo de cuál debe ser la estrategia de largo plazo de defensa nacional. Ojalá existiera dicha estrategia, pero hasta ahora no se conoce y tampoco se ve reflejada en lo que han dicho tanto el ministro de Defensa como el presidente. Las herramientas para la guerra, las armas, son lo último que se escoge después de un proceso metódico de reflexión sobre las principales variables y dimensiones de la seguridad nacional, que deben conducir a un marco estratégico del que derivan todas las decisiones, incluidas cuál armamento se adquiere.

Petro
"Las herramientas para la guerra, las armas, son lo último que se escoge después de un proceso metódico de reflexión sobre las principales variables y dimensiones de la seguridad nacional" / Foto: Colprensa

Un buen ejemplo de la coherencia entre visión estratégica y adquisición de armas ocurrió con la compra en diciembre de 2005 de los aviones Super Tucano de fabricación brasilera, por 234 millones de dólares. Las aeronaves se entregaron en dos años con preparación paralela de los pilotos. La “seguridad democrática” independientemente de sus monstruosas desviaciones como los falsos positivos, representó una visión estratégica coherente. Estos aviones turbohélice fuertemente artillados, con bombas dirigidas y conectados con inteligencia de última generación fueron esenciales para romper el statu quo con las Farc. Las Farc llegaron a la convicción de que la victoria era imposible ante la superioridad generada por la combinación de inteligencia policial, fuerzas de tarea conjuntas y operaciones aéreas de bombardeo de precisión con los Tucano. Las puertas para el proceso de paz se abrieron en buena medida gracias a que se adquirieron capacidades bélicas que correspondían a los objetivos de la estrategia. En este caso sí se sabía por qué y para qué se compraban dichas aeronaves.

En la actualidad la ausencia de una estrategia integral de defensa nacional, y destaco el término “integral”, hace que la compra de los aviones de combate que planea el gobierno no tenga un sustento que le explique a los colombianos la racionalidad de esa adquisición desde el punto de vista de su rentabilidad en materia de seguridad y protección de la soberanía. La pregunta fundamental sigue sin respuesta. ¿Por qué aviones y no submarinos, o corbetas, o tanques, o transporte blindado, o drones o misiles, o baterías antiaéreas? Quieren evadir esta pregunta fundamental distrayendo al país con discusiones de segundo orden poniéndonos a pelear por cuál avión es mejor, como si se tratara de escoger entre Francia y Argentina en el Mundial.

El ratón cuidando el queso

Como se dijo arriba, nadie ha explicado por qué son indispensables las aeronaves de combate y por qué son superiores a otras capacidades bélicas que estarían en la órbita de las demás fuerzas militares, como el Ejército Nacional o la Armada e incluso la Policía.  Parecería que el presidente Petro quedó afectado por el síndrome de Top Gun. Bastó un paseo en Kfir para que el glamour del combate aéreo sedujera al primer mandatario. La Fuerza Aérea se ha vuelto su consentida. Eso pasa con la mayoría de los presidentes, se aferran a aquella fuerza con la que se sienten más cómodos o que interpreta mejor sus deseos.

Petro
Gustavo Petro / Foto: Colprensa

Desafortunadamente cuando esas preferencias no están basadas en premisas estratégicas llevan a decisiones no óptimas en la asignación de la inversión en defensa. El gasto en el sector defensa, con un país de tantas necesidades en otros frentes, tiene que ser limitado y asignado eficientemente. La compra de estos aviones impone de entrada una camisa de fuerza a largo plazo en el gasto en defensa por cuanto el pago de los aviones y las inversiones complementarias que se requieren absorberán una tajada inmensa del presupuesto del sector y de manera permanente por las próximas dos décadas.

Ese sobredimensionamiento de la Fuerza Aérea va en detrimento de la inversión en seguridad ciudadana y otras ramas críticas para un país con conflicto interno y con una presencia generalizada de las organizaciones criminales a lo largo de sus fronteras. La Policía Nacional, el Ejército y sobre todo la Armada Nacional no deben estar muy contentos con la anunciada adquisición. Además, cuando los que deciden son los propios oficiales y exoficiales de la fuerza quienes van a recibir los recursos y los equipos se da un protuberante conflicto de interés. Es como poner al ratón a cuidar el queso. No sorprende que la opción sugerida, el Rafale, corresponda a uno de los aviones más caros del mercado. Esas decisiones al no incluir a expertos de otras fuerzas, asesores externos y al no ser vigiladas por los organismos de control tienden a no ser las óptimas para el objetivo superior de proteger a los ciudadanos y defender la soberanía en todas sus dimensiones.


El enemigo oculto

El enemigo define el armamento. Y todo armamento presume un enemigo. Claramente si uno privilegia de manera tan protuberante un fortalecimiento de la capacidad aérea de combate convencional, por encima de cualquier otro asunto, significa que determina que las violaciones al espacio aéreo representan la máxima amenaza. Eso significa que se entiende como principal enemigo estratégico a un Estado con una capacidad aérea de combate que toca igualar o superar.

El enemigo define el armamento. Y todo armamento presume un enemigo.

En nuestro vecindario inmediato Venezuela es el país que posee unas capacidades aéreas ofensivas superiores a las nuestras. En los reportes oficiales se afirma que la Aviación Militar Bolivariana cuenta con 22 aviones Sukhoi SU-30 y algunas otras aeronaves, entre estas dieciséis unidades F-16 A7B Block 15 que se presume no están en plena capacidad operacional dadas las restricciones de acceso a mantenimiento y partes. Aunque seguramente jamás se oirá esta explicación de labios del gobierno, los aviones de combate que se quieren adquirir no pueden tener otra misión distinta que servir de capacidad disuasiva al uso de la superioridad aérea con que cuenta Venezuela.

El gobierno Petro quizás no capta el mensaje que le está enviando a la comunidad de la defensa a nivel global con la compra de las aeronaves francesas. El enemigo oculto que subyace la adquisición de los Rafale no puede ser nadie distinto que Venezuela. Siendo así, cabe preguntarse si hace sentido en las actuales circunstancias construir una estrategia de defensa basada en que la principal amenaza a nuestra soberanía son los hermanos venezolanos. ¿Puede alguien creer que estamos ahora ad portas de un conflicto con Maduro si eso no ocurrió con el gobierno Uribe (en medio de las tensiones conocidas con Hugo Chávez) o incluso con el gobierno Duque, que trató activamente de tumbar al mandatario venezolano?

Petro y Maduro
Gustavo Petro y Nicolás Maduro / Foto: Colprensa

Sin duda ha sido muy eficaz la estrategia de normalización de relaciones con el vecino país. Esa política bilateral se ha traducido en un desmonte de las tensiones y una creciente cooperación en todos los frentes, incluso en el militar. La diplomacia es también una herramienta de defensa de la soberanía por medios no militares. La probabilidad de escalamiento bélico entre los dos países es remota y por lo tanto las capacidades disuasivas y defensa en las que se piensa invertir 2,500 millones de euros son absolutamente injustificadas e innecesarias. ¿Qué lleva a Petro a incurrir en esa profunda contradicción de adoptar un paradigma de integración colombo-venezolana y al mismo tiempo armarse para una guerra con Venezuela?

No me amenaces…

La obligación sagrada e irrenunciable de un mandatario es ante todo la defensa de la soberanía. La pregunta siguiente que debe hacerse todo gobernante es ¿cuáles son esas amenazas actuales y potenciales que pueden menoscabar nuestra soberanía? La adecuada definición de las amenazas es el primer paso para la determinación de una estrategia integral de defensa nacional. Dimensionar las amenazas, establecer la probabilidad de su ocurrencia, y calibrar las intenciones y capacidades del enemigo es un ejercicio profesional de seguridad nacional indispensable y que debe ser previo a la toma de cualquier decisión de equipamiento o de asignación presupuestal.

El enemigo fundamental que revelan los anuncios de adquisición de armamento es Venezuela.

Una equivocación en dimensionar y calibrar las amenazas, o los riesgos presentes e inminentes a la soberanía, significa exponer al país. En eso no se puede equivocar un jefe de Estado por cuanto estaría incumpliendo el más sagrado de sus deberes. Cuando el gobernante elige una opción en materia de armamento o de asignación del gasto militar, dicha elección lleva implícita una visión estratégica así no la haya procesado, o así no la quiera reconocer, o así sea improvisada.

Como se vio arriba, el enemigo fundamental que revelan los anuncios de adquisición de ese armamento es Venezuela. Esa definición de la amenaza estratégica es profundamente equivocada. La erosión de la soberanía, los riesgos para la integridad territorial, y los desafíos a la presencia y autoridad del Estado no están precisamente por esos lados.

Las verdaderas amenazas: grupos armados organizados

La integridad territorial en Colombia está amenazada, en primer lugar, por la incapacidad de ejercer soberanía efectiva en las fronteras. La presencia de Grupos Armados Organizados (GAO), de grupos guerrilleros, de bandas y de organizaciones criminales ha impedido el pleno ejercicio de la autoridad estatal, la presencia institucional y la vigencia efectiva de la ley. (Ver mapa)

Mapa
Fuente: insightcrime.org

Los actores ilegales tienen un carácter multinacional asociado a las economías ilegales en particular al tráfico de drogas. Estos grupos ejercen también un dominio significativo sobre las comunidades de las zonas fronterizas sustrayendo a la población de la autoridad y protección estatal. La utilización de métodos terroristas y paramilitares por buena parte de estas organizaciones confirman su carácter de amenaza. Enfrentar y reversar esta situación requeriría una presencia institucional general del Estado, de la justicia y de la fuerza pública muy superior a la que existe hoy en estas zonas. 

ELN
Foto: Colprensa-Defensoría del Pueblo.

Dado que el tema en discusión es la conveniencia de las decisiones de equipamiento militar, claramente los aviones de combate no tienen particular utilidad frente a esta amenaza. La decisión más coherente para combatir la presencia en zonas fronterizas de grupos armados asociados al crimen internacional sería multiplicar de manera significativa el control fluvial, la infantería de marina y la presencia naval en los ríos y sus deltas, que hoy son utilizados para movilizar armas, equipos y toda la parafernalia asociada con el tráfico de drogas y la minería ilegal.

Es interesante observar que el actual presidente en su condición de candidato en ascenso percibía con claridad la amenaza que representan estos grupos para la soberanía nacional, al comentar una noticia de un toque de queda impuesto por las bandas “las Fuerzas Armadas Mexicanas, la fuerza narcotraficante, imponen toque de queda en Quibdó, Chocó, Colombia. Cuando dije que Colombia perdería soberanía territorial y poblacional frente a los carteles de la droga, se burlaron. Y el ejército colombiano sin rumbo” (Twitter, octubre 17, 2020). Es decir, antes de su llegada a la Casa de Nariño, Gustavo Petro tenía integrado en su visión de los desafíos para la soberanía nacional a estos grupos y la necesidad de fortalecer las capacidades del Ejército Nacional. ¿Qué pasó? ¿Qué lo llevó a cambiar de opinión?

Las verdaderas amenazas: erosión de la soberanía marítima

Según la Comisión Colombiana del Océano (CCO) el territorio marítimo de Colombia representa el 44, 86 por ciento del total del espacio territorial de la Nación. Para efectos prácticos el mar territorial, la zona económica exclusiva y la plataforma continental representan la mitad del territorio colombiano, por lo que es uno de los escenarios más desafiantes para el ejercicio de la soberanía. Históricamente el presupuesto de la Armada Nacional representa solo una décima parte del asignado a las demás fuerzas incluyendo a la Policía Nacional. Esta situación ha generado una desproporción significativa entre las responsabilidades que le corresponden a la Armada y los recursos asignados, razón por la cual las amenazas a la soberanía en el territorio marítimo e insular de Colombia se han incrementado significativamente.

Armada Nacional
Foto: Colprensa

El transporte de drogas ilegales, en particular de cocaína, se ha desplazado de las tradicionales rutas aéreas hacia las rutas marítimas. De un énfasis inicial en el Caribe se ha pasado hoy a una preponderancia de las rutas por el Pacífico. El volumen más significativo del envío de cocaína desde Colombia se hace por la costa Pacífica, con destino a México y Centroamérica. Diferentes estudios indican que entre el 60 y el 80 por ciento de la cocaína exportada desde Colombia se hace por ruta marítima y de manera creciente utilizando sumergibles y semisumergibles. 

Un estudio publicado por el Custom Scientific Journal afirma que “La guerra contra las drogas solo se puede ganar cuando todos los modos, técnicas y formas de contrabandear drogas a un país sean conocidos y entendidos. Una de esas modalidades que es común en las Américas es el uso de narco-submarinos.  Una nueva epidemia de narco-submarinos está en curso desde el 2018.” (Cocaine Smuggling by help of Narco-Submarines. Carsten Weerth, 1/2020) 

La semana pasada el presidente Petro anunciaba que la Armada había encontrado cuatro toneladas y media de cocaína en dos sumergibles en el océano Pacífico. El primer mandatario ha planteado que su estrategia contra el narcotráfico está basada en tolerancia a los cultivos ilícitos y fuerte ofensiva contra el tráfico mediante una renovada interdicción. “La interdicción funciona y los dueños del capital deben pensarlo” (Twitter, octubre 20/22). Más recientemente exaltaba esa herramienta diciendo que “He hablado con el presidente de Ecuador Guillermo Lasso y hemos acordado activar los mecanismos binacionales para la protección de la frontera y realizar operaciones conjuntas en materia de interdicción…” (Twitter, diciembre 14/22).  El incremento constante de los cultivos en los últimos años y de la producción de cocaína en Colombia demuestra que la capacidad de interdicción marítima es insuficiente y no produce disrupciones significativas en el tráfico de drogas.

La pesca ilegal y la depredación de la fauna y los recursos marinos en el Atlántico y en el Pacífico también se ha incrementado. No existen cifras consolidadas del volumen real de pesca ilegal pero las capturas de pesca, naves y navegantes van en aumento. En un informe de octubre del 2021, el Nuevo Siglo afirma que “La Armada de Colombia no solo tiene que enfrentar al narcotráfico, el tráfico de armas, la trata de personas y otros delitos transnacionales, sino que también la pesca ilegal que viene afectando los océanos Pacífico y Atlántico, con la captura en los últimos cinco años de 244 personas, la inmovilización de 19 embarcaciones y el decomiso de 123.712 kilos de pesca”.

Finalmente, las pretensiones territoriales de Nicaragua en el mar Caribe no cesan. No solo ha obtenido una victoria significativa en la ampliación de su jurisdicción sobre aguas territoriales y derechos de pesca en el área de San Andrés y Providencia, sino que está en curso la demanda contra Colombia para obtener derechos sobre la plataforma continental de nuestro país. El potencial de tensiones y conflicto en la zona en disputa es significativo y va en aumento en la medida que Colombia considera el fallo anterior a favor de Nicaragua, y posiblemente el que viene que se presume adverso, como inaplicables.

En síntesis, el espacio territorial colombiano amenazado de manera más activa e inminente es el mar. La incidencia de aviones de combate en la protección de la soberanía marítima es mínima dado que no son efectivos ni eficientes para patrullaje de aguas abiertas o para ejercer disuasión sobre las amenazas específicas que se ciernen sobre las áreas oceánicas de Colombia. Solo basta tener en cuenta que la flotilla de submarinos de Colombia cumple medio siglo de vida. La capacidad operacional de la Armada Nacional sigue siendo en esencia la misma desde que se adquirieron las corbetas y los submarinos, nuevamente como resultado de las tensiones con Venezuela.

Armada Nacional
Armada Nacional / Foto: Colprensa

Las verdaderas amenazas: ciberataques

El ciberespacio es una nueva dimensión en la que proteger la soberanía se hace esencial. Los ataques a la infraestructura informática y digital en el mundo van en aumento. Colombia no es la excepción. El ataque reciente a la Fiscalía General de la Nación, una entidad que debería tener los estándares de ciberseguridad más altos del Estado, ha sido un botín jugoso para los peores criminales nacionales e internacionales. Otros ataques como el que se hizo contra las Empresas Públicas de Medellín y a Colsanitas, entre muchos otros menos notorios, han dejado a millones de usuarios en el limbo y en riesgo. Más recientemente, como lo reveló CAMBIO, parecerían existir evidencias de un intento de intervenir digitalmente las pasadas elecciones presidenciales. Estos hechos confirman el efecto devastador y las consecuencias que tiene esta actividad sobre la seguridad y el bienestar de los colombianos. Las capacidades de defensa disponibles para contrarrestar dicha amenaza son prácticamente inexistentes.

Es fascinante observar que Gustavo Petro lo tenía claro cuando era candidato, pero aparentemente se le olvidó al llegar al poder. En su oposición a la compra de aviones de combate por parte de la administración Duque argüía que era mucho más importante cuidar el ciberespacio que el espacio aéreo: “Puede que mantener los Kfir sea más costoso que comprar aviones nuevos. Pero este no es el momento para estos gastos. Colombia no tiene enemigos en el aire. Una amenaza externa para Colombia sería cibernética y deberíamos profundizar nuestra ciberseguridad”. (Twitter, mayo 24/21) Es realmente bien difícil de entender un cambio tan dramático en la posición de Petro candidato a la de Petro presidente. El país tiene el derecho a saber cuáles fueron las circunstancias, la información o las consideraciones que motivaron ese giro.

Las lecciones de la “Línea Maginot”

Uno de los más graves errores en la planeación militar es no percibir a tiempo el cambio de paradigma en la conducción y en la tecnología de la guerra. André Maginot, ministro de defensa francés durante la década de los 20 del siglo pasado, estaba convencido con razón de que una nueva guerra con los alemanes era inevitable. Para proteger a Francia y a Europa Occidental de una ofensiva diseñó y construyó una serie de fortificaciones, barreras y posiciones de artillería fuertemente atrincheradas a lo largo de la frontera con Italia, Alemania, Luxemburgo y Bélgica. El propósito era detener una invasión alemana. 

Como evidentemente quedó demostrado después, la “Línea Maginot” -inspirada en la guerra de trincheras- fue un fracaso ante las innovaciones tecnológicas promovidas por Hitler. Zonas consideradas intransitables para las tropas, por la dificultad del terreno, fueron fácilmente sorteadas por las divisiones blindadas, los tanques y la aviación de combate. Confiados en la falsa seguridad que ofrecía la barrera de fortificaciones, los franceses dedicaron la mayoría de los recursos disponibles a ese esfuerzo y abandonaron la inversión en el mejoramiento de una tecnología de combate adecuada a la rápida evolución de la estrategia y la táctica militar.

Petro
Gustavo Petro / Foto: Colprensa

Así como ocurrió en los tiempos del bien intencionado pero equivocado Maginot, en la actualidad está ocurriendo una transformación paradigmática, profunda, telúrica, en las tecnologías militares y en las pautas para la conducción de la “guerra convencional”. Si nos quedamos aferrados a las ideas militares de la segunda mitad del siglo XX, como es el invertir en aviones de combate tradicionales, nos llevaremos sorpresas parecidas a las que le tocó sufrir a los franceses en la Segunda Guerra Mundial.

Guerras sin aviones

Desafortunadamente la inercia típica de las organizaciones jerarquizadas y burocráticas, como es el caso de las organizaciones militares, conduce a que el pasado sea más importante que el futuro. “Al contemplar la posibilidad de la guerra, nosotros tendemos a prepararnos para la última guerra, pensar en conceptos militares obsoletos o enfocarnos en capacidades que previamente nos dieron la victoria, que ya son, o pronto lo serán, obsoletas.” (Technological Innovation for Future Warfare. Njall Trausti Fridbertsoon. NATO. Science and Technology Committee).

La decisión de comprar aviones de combate ilustra claramente el fenómeno de la obsolescencia en la planeación estratégica. La tecnología militar ha tomado definitivamente un rumbo en la dirección de reducir al máximo el involucramiento humano en los escenarios de guerra. Esa realidad se ve claramente reflejada en el caso de la guerra de Ucrania, en el que los drones, los misiles de larga distancia, las defensas antiaéreas y la artillería han sido los protagonistas.

Aviones
Aviones de guerra / Foto: Colprensa

El papel de las aeronaves de combate rusas en Ucrania ha sido bastante subordinado. En contraste un nuevo concepto táctico, “el enjambre”, se ha puesto en marcha. Hordas coordinadas de drones baratos comprados a Irán, cientos a la vez, son usados como munición masiva para atacar objetivos estratégicos. En varios de esos ataques las fuerzas ucranianas han logrado derribar el setenta por ciento de esos artefactos. Sin embargo, sobreviven los suficientes para causar daños severos. Además, los ataques agotan la munición de las unidades antiaéreas de Ucrania. Con lo que vale un avión Rafale de los que pretende comprar el gobierno se podrían adquirir siete mil quinientos drones suicidas iraníes o cerca de 60 drones inteligentes y artillados.

"Las guerras del futuro se tratarán de quién maximiza los drones y minimiza a los humanos".

No solo los rusos han utilizado con eficacia los drones. Las fuerzas de Ucrania han atacado las bases aéreas al interior de Rusia con drones destruyendo aviones de combate en tierra. También dieciséis drones ucranianos atacaron la flota rusa en el Mar Negro causando destrucción significativa en un número importante de naves. Es tal la efectividad de los drones que, según el Atlantic, el vice primer ministro de Ucrania Mykhailo Fedorov dijo que “En las últimas dos semanas (noviembre) nos hemos convencido una vez más que las guerras del futuro se tratarán de quién maximiza los drones y minimiza a los humanos”.

Adicionalmente, las decisiones tácticas durante las batallas aéreas se encaminan a ser cada vez más controladas por algoritmos y manejadas a través de inteligencia artificial. Las habilidades y el arrojo de los pilotos, esa audacia que se ve en las películas como Top Gun y que hizo famoso al Barón Rojo en la Primera Guerra Mundial, están mandadas a recoger. No hay poco de nostalgia y de añoranza por un pasado que se va en la terca insistencia de la Fuerza Aérea en comprar carísimos aviones de combate.

Petro
Gustavo Petro / Foto: Colprensa

Y como para terminar de documentar la creciente irrelevancia de los aviones de combate vale la pena recordar un episodio de la semana pasada. Corea del Norte envió al espacio aéreo de sus vecinos del sur un número de drones artillados, aparentemente cinco, y Seúl despacho aviones de combate para intentar derribarlos. No solo los drones regresaron a sus bases, sino que en el esfuerzo de interceptarlos Corea del Sur perdió una de las aeronaves involucradas.

Sin duda, cualquier plan de guerra exige un componente aeroespacial. Nadie está negando que dicha dimensión deba ser incorporada en la planeación de las adquisiciones y en el presupuesto de defensa. Los interrogantes tienen que ver si la compra de aviones de combate son la mejor opción para defender el espacio aéreo o si existen otras alternativas mucho más eficientes, baratas y futuristas para defendernos de ataques o para llevar a cabo operaciones ofensivas de llegar a ser necesarias. Como dijo Elon Musk en una presentación ante el “Air Warfare Symposioum” organizado por el Air & Space Forces Magazine, “La era del jet de combate ha quedado atrás”.


La diplomacia de las armas

La venta de armas no solo es un gran negocio. También es una poderosa herramienta diplomática. Tanto quien las compra como quien las vende puede aprovechar la transacción para impulsar sus intereses bilaterales o su agenda geopolítica. Por ejemplo, Irán y Turquía, que han desarrollado una próspera industria militar y particularmente en el frente de los drones, han utilizado muy eficazmente esa capacidad para lograr apoyos y concesiones diplomáticas significativas. “Está emergiendo una nueva era en el negocio de las armas, en la que nuevos exportadores como Irán y Turquía están desplazando a los proveedores tradicionales y están usando las exportaciones de drones para extender su influencia más allá de sus fronteras.” (The Dawn of Drone Diplomacy. Erik Lin-Greenberg, Foreign Affairs, diciembre 20/22)

De allí que quepa preguntarse cuál es la estrategia diplomática detrás de la compra de aviones de combate a Francia. Vamos a cerrar una transacción de 2.500 millones de euros con los franceses y aún no sabemos qué se pactó o qué se concedió al país en el cierre político de este negocio, cuando se encontraron Emmanuel Macron y el presidente Petro en París. ¿Desde la perspectiva de la política exterior le conviene más a Colombia comprar armamento a Francia, a Estados Unidos, a China…? 

Petro + Macron
Gustavo Petro y Emmanuel Macron / Foto: Colprensa

No parecería existir un análisis del componente diplomático en la decisión de Petro de optar por los franceses. Comprar a unos significa dejar de comprar a otros. Cabe entonces preguntarse si se está malgastando desde la perspectiva de política exterior la eventual transacción. ¿Se está perdiendo la oportunidad de apalancar dicha adquisición para mejorar la influencia en Washington en momentos en que nuestras vulnerabilidades se han incrementado por el control republicano de la Cámara y el inicio de la campaña presidencial en Estado Unidos? Quizás ahora que se ha suspendido la compra esas variables tengan un peso mayor en las consideraciones geopolíticas que rodean la compra.

Baja visibilidad

Es bien sabido que cuando hay baja visibilidad los aviones no despegan. En los contratos de armas debería ocurrir lo mismo. Para nadie es un secreto que en torno a la adquisición gubernamental de equipos militares se han dado muchos de los mayores escándalos de corrupción. Argumentando siempre razones de seguridad nacional, en la mayoría de los casos injustificadas, los contratos de adquisición, sus condiciones, los beneficiarios de la intermediación y muchos de los detalles críticos para evaluar su conveniencia se mantienen en estricta reserva. Es prácticamente imposible, incluso para las autoridades judiciales, acceder a las piezas claves de una transacción de equipos militares.

Y hay razones poderosas para exigir al gobierno Petro que revele con claridad los términos contractuales que se están negociando con Dassault Aviation. Esta compañía tiene en la actualidad investigaciones en curso precisamente por sospechas de corrupción por la venta de treinta y seis aviones de combate Rafale a la India, por valor de 7.800 billones de euros. Los denunciantes arguyen un favoritismo evidente por parte del primer ministro Narendra Modi, dado que Dassault escogió a la firma india Reliance Group para representarlos, cuyo propietario es muy cercano al jefe de gobierno de ese país. También se denuncia que intermediarios y gestores recibieron comisiones por más de siete millones de euros.

Medios

Sin prejuzgar los hechos que narran los denunciantes, el que se haya dado ese escándalo indica la necesidad de absoluta transparencia en las negociaciones y en las definiciones contractuales con la firma a la que el gobierno Petro pretende adjudicarle la compra de dieciséis aviones de combate con destino a la FAC. De allí que no se deba invocar la reserva por razones de seguridad nacional en el caso de esta posible compra. 

Además, aquí no hay secreto. Todos los posibles enemigos para contra quienes podrían usarse estas capacidades ya conocen al dedillo los pormenores técnicos, las debilidades, las potencialidades y las características de los aviones en cuestión. La Contraloría General de la República tiene facultades de revisión preventiva que se deberían aplicar en este caso, no solo por los antecedentes mencionados sino también por la magnitud de los recursos públicos involucrados. En esa misma línea, no deja de llamar la atención que la señora procuradora Margarita Cabello, tan pendiente de asuntos menores, no haya reparado en la necesidad de vigilar administrativamente este proceso de contratación.

Importa más el contrato que el aparato

Aunque la decisión de comprar aviones de combate es equivocada por todas las razones expuestas a lo largo de este artículo, es imposible evitar que la gente se pregunte cuál de las aeronaves es la mejor opción. De hecho, la mejor forma de evitar que se discutan los temas de fondo es promover una discusión coloquial en la que la gente tome partido por diferentes fabricantes.

Para el tipo de avión de combate del que se está hablando y para la misión de disuasión que se le ha asignado, las diferencias técnicas entre los distintos aparatos son marginales. Además, la mitad de la diferencia la da el armamento con el que se le dote y las capacidades electrónicas que se le instalen. Estos aspectos complementarios no se conocen en el caso específico de los aviones Rafel que se ha recomendado adquirir, aunque los comentarios que se ha oído sugieren que el armamento, las bombas, los proyectiles y la munición son adicionales al precio pactado.

Aunque se nos quiere hacer creer que las diferencias entre los aviones ofrecidos por los distintos fabricantes son abismales, la verdad es otra. Para el objetivo de disuadir al enemigo y para el escenario de combate más probable que es de corta duración, las diferencias técnicas son verdaderamente marginales. La tecnología empieza a incidir realmente cuando se habla de aviones para guerras convencionales entre potencias y con capacidad de portar armas nucleares tácticas y otras municiones de alta y masiva letalidad. 

En realidad, para Colombia importa más el contrato que el aparato. Arranquemos por el precio. Según la publicación especializada AerotimeHub, que establece el ranking de las aeronaves de combate más costosas, el Rafale con un precio base de lista de 115 millones de dólares es el tercer avión más caro del mercado. El SAAB Gripen -la firma sueca que también compite por el contrato de la FAC- con un precio del orden de los 85 millones de dólares está cuatro puestos más abajo quedando de séptimo. Estos aparatos suecos para ordenes significativas pueden llegar a valer 50 millones de dólares o menos.

Los aviones de combate F-16, de fabricación estadounidense, merecen un comentario especial. Estando en un rango de precio bien inferior al Rafale, y competitivo con el Gripen, tienen varias ventajas adicionales. Este avión es el caballito de batalla más usado por los Estados Unidos en los escenarios de seguridad continental y regional. Esto es importante por que en caso de una amenaza externa a Colombia o al continente. La interoperacionalidad (la capacidad de operar con otras aeronaves y fuerzas aéreas) de los F-16 con las fuerzas estadounidenses es una garantía de mayor efectividad y de suministros de armamento, munición y partes.

Además del precio, la segunda condición son los tiempos de entrega. Aunque no se conoce de manera oficial el cronograma de entrega de las dieciséis aeronaves francesas se ha dicho que los primeros tres Rafale llegarían en un par de años después de suscrito el contrato y el resto en entregas a partir del quinto año. Según fuentes los proveedores de los fabricantes competidores, los tiempos de entrega de sus aviones serían mucho más ágiles. Sería importante conocer directamente del Ministerio de Defensa cuál es la evaluación oficial de los tiempos de entrega de las opciones disponibles.

El ideal es no comprometer al país en una aventura como la compra de aviones de combate en la actual coyuntura.

Finalmente están la transferencia de tecnología, conocida en la industria como los “offset”, que es una manera de compensar el costo de los aparatos. Se supone que se transfiere un beneficio relevante mediante la construcción de capacidades tecnológicas locales y el desarrollo del recurso humano necesario para reducir en el tiempo la dependencia del proveedor. La experiencia confirma que se requiere mucho cuidado y análisis sustantivo para que esos “offsets” no sean un simple saludo a la bandera. En el caso de los Blackhawks, los Tucano, los Kfir, fusiles de combate y los submarinos se han dado importantes transferencias de tecnología con resultados muy positivos para las fuerzas.

Aviones
Foto: Fuerza Aérea Colombiana

Después de todo este análisis no es difícil concluir, por todas las razones expuestas, que el ideal es no comprometer al país en una aventura como la compra de aviones de combate en la actual coyuntura. Aunque el gobierno ha suspendido la venta, no lo ha hecho porque se haya dado cuenta de su inconveniencia estratégica o su inutilidad ante las amenazas que afectan nuestra soberanía.  Ha sido el clamor generalizado de la opinión pública y la oposición dentro de su misma coalición de gobierno lo que, por ahora, lo ha hecho desistir. Pero la compra de los aviones Rafale sigue viva, latente, y como se ha visto en el estilo de Petro, el presidente es muy malo para dejarse derrotar o abandonar sus febriles ideas por más inconvenientes que sean.

 

@gabrielsilvaluj

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