
Gustavo Tatis Guerra.
Crédito: Julio Castaño
'Cartagena de Indias sigue batallando contra los rezagos coloniales de la exclusión social y racial': Gustavo Tatis Guerra
- Noticia relacionada:
- Libros
- Literatura
La novela juvenil ‘¡Dejen entrar a Wilson!', de Gustavo Tatis Guerra e ilustrada por Manuela Correa Upegui, muestra un lado poco amable de la sociedad de Cartagena y que también se palpa en otras ciudades del país y del mundo entero: el racismo y la exclusión social.
Por: Eduardo Arias

El racismo y la exclusión son rasgos que siguen muy vivos en sociedades como la cartagenera. El periodista y escritor Gustavo Tatis Guerra y la ilustradora Manuela Correa Upegui plasmaron esa cruda realidad en la novela juvenil ¡Dejen entrar a Wilson!, recientemente editada.
Tatis Guerra es un autor oriundo de Sahagún y radicado en Cartagena. Ha sido galardonado con varios premios de periodismo y ha escrito varios libros, entre ellos Conjuros del navegante, La flor amarilla del prestidigitador, Alejandro Obregón: delirio de luz y sombra y Lucho Bermúdez: el genio prende la vela, lo mismo que varias novelas infantiles. Es cronista del diario El Universal de Cartagena desde hace cuatro décadas.
Por su parte, Manuela Correa Upegui es diseñadora gráfica e ilustradora. Cursó estudios universitarios en la Colegiatura Colombiana en Medellín y también estudió Sequential Design and Illustration en la Universidad de Brighton, en Gran Bretaña. Es docente universitaria y trabaja de manera independiente en diversos proyectos editoriales. CAMBIO habló con Gustavo Guerra acerca de esta novela y lo que lo motivó a escribirla.
CAMBIO: ¿Hubo algún episodio particular que inspirara esta historia?
Gustavo Tatis Guerra: Ocurrió hace unos años cuando vivíamos en una urbanización en Cartagena de Indias. A mi casa llegaban unos amigos de mi hijo menor a visitarlo o a estudiar en grupo. Y descubrimos que, a uno de ellos, que vivía en el barrio cercano de Torices, no lo dejaban entrar a la urbanización que tenía dos puertas con vigilantes. Nos llamaban a nuestro teléfono a preguntarnos si autorizábamos el ingreso del muchacho que era exactamente como el Wilson de la novela: pobre, negro y desplazado, y los vigilantes prejuiciaban su presencia buscando algún parecido con uno de los chicos pandilleros del Cerro de la Popa. Muchas veces no fue suficiente decirles a los vigilantes “¡Dejen entrar a Wilson!”, sino que tuvimos que ir hasta la portería para que entrara. El episodio ocurrió tantas veces con el mismo muchacho, y con dos más, uno de ellos el más pobre, que vivía en la Loma del Diamante, en la parte más alta de la barriada de Torices. Así que una vez el chico me dijo: “¡Usted no se imagina cómo es sentirse discriminado!”. Y de sus lágrimas que derramó frente a mí nació la novela. Por supuesto, su historia es la suma de tres chicos discriminados que llegaban a casa.
CAMBIO: ¿Cómo percibe la exclusión social y racial de Cartagena?
G. T. T: Cartagena de Indias sigue batallando contra los rezagos coloniales de la exclusión social y racial. La Inquisición se fue en 1812, finalmente, pero quedó su fantasma en la conciencia de la ciudad y se aparece cada vez que se discrimina a alguien por su pobreza, por el color de su piel, por el lugar donde vive, como ocurre con el protagonista de la novela. Cuando menos cree uno, sale a relucir la mentalidad colonial, amurallada, ortodoxa y excluyente.
CAMBIO: ¿Cuál cree usted que es el origen de esta mentalidad excluyente en Cartagena?
G. T. T: Ese origen hay que encontrarlo en su pasado. La historia de Cartagena de Indias es brutal. No es un cuento de hadas. Fue el puerto principal de la esclavización de africanos en América, y ese capítulo despiadado de su historia dejó abierta, en cinco siglos, una cicatriz espeluznante que vuelve a abrirse y a sangrar cada vez que se cierran las puertas a los seres humanos en la ciudad o en cualquier lugar del mundo. Cuando se pisotean los derechos humanos y las fronteras se cierran para seres como Wilson, el protagonista de mi novela, que encarna a todos los que han sido discriminados en la Tierra.
CAMBIO: Usted dedica su novela al artista cartagenero Heriberto Cogollo. ¿Qué relación tiene con la historia de su obra?
G. T. T: Dediqué mi novela a mi amigo, el artista Heriberto Cogollo, quien, desde la Loma del Diamante, siendo muy niño, inició su vida como dibujante y pintor, y logró la hazaña de ser uno de los mejores pintores de Colombia en el mundo. Él también sufrió una discriminación similar a la de Wilson, al cierre del siglo XX, cuando el guardia de un hotel cinco estrellas en Cartagena de Indias le negó la entrada en el momento en que iba a celebrar el fin de año con su familia. La novela rinde homenaje al origen y a la cultura africana y a los guardianes de ese patrimonio entre nosotros: Benkos Biohó, Manuel Zapata Olivella, Arnoldo Palacio, Joe Arroyo, Estefanía Caicedo y Petrona Martínez, entre otros. Es también un homenaje a la resistencia de los descendientes de los esclavizados africanos que sobreviven en la pobreza, en la falta de oportunidades, pero sin perder la dignidad y el sentido obstinado de la esperanza.
CAMBIO: Algo llamativo es que en su libro no menciona los tópicos de la ciudad (murallas, iglesias, arquitectura colonial, playas), sino que habla de otra Cartagena menos conocida, pero no por ello muy rica en sus expresiones culturales.
G. T. G: Aparece en mi novela una Cartagena de Indias vista desde sus barriadas populares. En su cotidianidad, en su habla, en su gastronomía, en su música, en sus rituales, en su cultura. La ciudad es Santos de Piedra, nombre de una calle del Centro Histórico. Los amigos de Wilson van construyendo, con sus palabras y actos, un recorrido por los barrios de Cartagena: Lo Amador, Torices, La Loma del Diamante, Pie del Cerro, Pie de la Popa, Las Gaviotas y Getsemaní, entre otros. El mar se insinúa desde lo alto del cerro y las faldas de la Popa. Esa ciudad nombrada al pie del Caribe se conecta en esta novela con el río Atrato y con el Pacífico.
CAMBIO: Mención aparte merecen las ilustraciones de Manuela Correa Upegui. ¿Cómo fue su alianza con ella y el proceso de trabajar la parte gráfica?
G. T. G: Yo venía trabajando la novela en 2023 y la envié a editorial Norma a comienzos de 2024. Luego de la lectura de los editores, recibí el mensaje crítico alentador del escritor y editor Fanuel Hanán Díaz, y el libro entró en la Colección Torre Amarilla, de editorial Norma. Recibí comentarios elogiosos y sugerencias estupendas sobre el libro. Y la misma editorial que tiene su equipo de diseñadores escogió a Manuela Correa Upegui, que me deslumbró con sus magistrales ilustraciones y con una portada conmovedora en donde está Wilson mirando un barrilete de colores bajo el cielo de la Loma del Diamante. Me hizo llorar de felicidad. Curiosa imagen que tocó el corazón de la novela. El mismo Heriberto pintó una vez una obra de un niño negro sin camisa con un barrilete de colores en su mano. Manuela Correa Upegui descifró el espíritu de la historia.
CAMBIO: ¿Por qué concibió esta novela pensando en un público juvenil?
G. T. G: Primero, porque fue una experiencia que surgió entre jóvenes de barriadas de Cartagena de Indias. Durante años visito escuelas y colegios de toda la ciudad, en todos los puntos más recónditos de ella, y dialogo con niños, niñas y jóvenes que me honran leyendo mis propios libros que he escrito y cuyos personajes o narradores son niños, niñas y jóvenes. Allí no sólo redescubro dramas humanos y emocionales, sino que estoy en contacto con las historias que nutren mis libros. Y con la voz de los personajes.
CAMBIO: Se oye decir a cada rato: ¡Los jóvenes de ahora no leen! ¿Está de acuerdo?
G. T. G: No se puede afirmar eso como realidad absoluta. Los jóvenes de hoy leen de diversas maneras, y no sólo en libros impresos, sino virtuales. Creo que tienen la oportunidad de leer desde las plataformas contemporáneas y en todos los soportes y formatos: audiolibros, novelas ilustradas y novelas gráficas... Cuando visito las escuelas de las barriadas más pobres de Cartagena de Indias, descubro una sed inusitada de leer en niños y jóvenes que no han tenido aún, en este siglo XXI, la oportunidad de acariciar el lomo de un libro, o de deslizar su mano y su mirada por las imágenes y por el misterio embrujador de las palabras. Un libro en manos de ellos es otro pasaporte para viajar en el tiempo, en la memoria y en la imaginación de la humanidad: es abrir, con palpitante ilusión, el baúl escondido de los tesoros invisibles.
