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¿Por qué tienen tanto éxito los realities como La Casa de Los Famosos?
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Los escándalos de La Casa de Los Famosos han alcanzado a más de 720 millones de cuentas en la red y más de 4,5 millones de personas han votado para eliminar o salvar a los protagonistas. Nadie que use las redes sociales sale ileso de su impacto. Nos preguntamos por qué nos gustan los realities y sus miserias.
El 11 de febrero RCN estrenó en Colombia La Casa de Los Famosos (LCDLF), la franquicia hispana del famoso reality show El Gran Hermano. El 12 de marzo, dos meses después del lanzamiento, el vicepresidente digital del Canal RCN, Santiago Escobar, hizo un video para dar cuenta del alcance del programa.
Con los ojos abiertos, el ejecutivo dejó saber que en sus primeras dos semanas La Casa de Los Famosos generó más de 5.000 millones de impresiones. Además, 23.000 usuarios generaron más de 130.000 contenidos a raíz del reality. Apartados del programa, videoclips cortos, llegaron a 720 millones de cuentas individuales. Más de 4,5 millones de personas han votado hasta la fecha sobre la eliminación (o salvación) de los participantes.
Si los datos del ejecutivo de RCN son ciertos, tiene razón al afirmar que, al menos digitalmente, LCDLF es un fenómeno.
Cierto es también que los escándalos del programa se han metido en el algoritmo tanto de sus adeptos como de sus detractores. Es muy difícil ser un usuario activo en las redes sociales en Colombia y no haber visto, así sea de forma tangencial, sus contenidos.
Y son muchos, millones, los que se enganchan, reaccionan e interactúan activamente con las tribulaciones de las 22 celebridades que conviven, encerradas en una casa, a merced de la empatía o antipatía que logren generar entre sus pares y entre los espectadores.
¿Por qué nos gusta La Casa de Los Famosos? ¿Qué es lo que nos hace adictos a espiar la vida de los otros?
El origen de los realities
Contexto: los realities no son un artificio de esta generación ni de la pasada. El primero, An American Family, tuvo lugar en 1971 y consistió en una cámara que siguió la cotidianidad de una familia estadounidense cuyos miembros se convirtieron en estrellas.
Después, en 1989, FOX sacó al aire COPS, que desde entonces ha mostrado a los policías gringos “en acción” enfrentando a los criminales. El formato pegó duro y ha sido replicado en más de 140 ciudades, algunas de Latinoamérica.
Dos años después, el holandés Erik Latour “frotó la lámpara” y propuso, por primera vez, el experimento de encerrar seres humanos para filmarlos omniscientemente. Durante tres meses, 28 desconocidos convivieron en una casa escrutados por… El Gran Hermano.
El éxito de Gran Hermano, que ha sido replicado en más de 70 países y que se convirtió en el paradigma de rentabilidad de la telerrealidad, desató el furor de los realities. Fue el partero de Las Kardashian con sus 20 temporadas, de El Aprendiz, que catapultó a Donald Trump y jugó un papel importante en su elección como presidente; de el Factor X y sus variables, de Survivor, de El Desafío, Yo Me Llamo, Masterchef, La Casa De Los Famosos, Colombia, 2024. Todas las industrias, desde la música hasta la cocina, se montaron en el bus del encierro y la convivencia. La tragedia griega de la Sociedad del Espectáculo.
Chisme
En su libro Sapiens, Yuval Harari, quizá el historiador más relevante de la actualidad, afirma que el chisme ha sido un elemento estructural para la supervivencia de la raza humana. Gracias al chisme, escribe, nos hemos podido conocer como individuos, discernir en quién confiar y para qué: cooperar eficientemente.
En la práctica, basta con que al vecino de la oficina le suene el celular para corroborar que el chisme nos atraviesa de los pies a la cabeza. Evidentemente, esto no lo descubrió Erik Latour, el inventor del Gran Hermano. El chisme ha sido uno de nuestros principales móviles narrativos desde que contamos historias.
Lo que sí entendió Latour fue cómo exacerbar nuestra pulsión chismosa hasta niveles insospechados. La cámara omnipresente, el gran ojo chismoso, se convirtió desde hace tres décadas en la mejor fuente para saciar y agudizar nuestra adicción a espiar al otro.
Sobre esto, el psicoanalista Fernando Orduz le dijo a CAMBIO que la pasión de ver, de saber, de chismear, tiene dos vertientes. Una, epistemológica y sublime, que nos ha llevado a develar los misterios del mundo y a crear conocimiento científico; y otra, degradada, que se sustenta en la pulsión más primaria y morbosa de regodearnos con las miserias del otro.
Jaime Otavo, sociólogo y profesor de la Universidad del Tolima, en consonancia con Orduz, le dijo a este medio que el chisme que sostiene los realities como LCDLF tiene como objeto mercancías degradadas. Por mercancías se refiere a los participantes-personajes que, en aras del espectáculo, exponen lo peor de sí hasta el punto de degradarse.
Identificación y ascenso social
Pero el chisme se agota. Una vez la audiencia entra en la intimidad de las celebridades, lo que suele ocurrir, según los expertos, es una identificación de esta con sus reacciones y circunstancias.
Mario Morales, analista y profesor de periodismo y televisión en la Universidad Javeriana, explica esta identificación porque aún hoy, en el plano emocional, la audiencia sigue sorprendiéndose– una y otra vez– al corroborar que los famosos son de carne hueso. Y mienten, rompen en ira, cagan, sufren de envidia, confabulan, lloran.
Esta identificación, explicó Morales, muta luego al reconocimiento; que es para el profesor la emoción y percepción más significativa que puede lograr un reality. Al identificarse con los participantes y tomar partido sobre sus reacciones y emociones, la audiencia pasa a creer que comparte casa con ellos. Se reconoce adentro, se integra con el ojo escrutador que todo lo sabe y todo lo ve. Una vez adentro de la Casa–Estudio, la audiencia padece o goza de las emociones que afloran del drama apasionadamente.
Jaime Otavo fue más allá y nos dijo que la identificación del espectador con las celebridades debe explicarse bajo la naturaleza de la sociedad del espectáculo, en la que la realidad viva –cada vez más lejana y difusa– es reemplazada por imágenes artificiosas, manipuladas y prefabricadas para generar emociones desfasadas a través de las pantallas. Para Otavo, esta ilusión de cercanía y falsa familiaridad tiene como motor la fantasía del ascenso social. La audiencia siente que, de alguna manera, conocer a los famosos, verlos comer, dormir, llorar, traicionarse, la hace parte de su “especie”.
El psicoanalista Orduz agrega que la identificación que surge de corroborar que a los famosos los atraviesan las mismas pasiones que a los espectadores les sirve a estos de catarsis y complacencia. Hay un extraño sosiego en compartir desgracias con nuestros ídolos de barro.
Omar Vásquez, ex participante de Protagonistas de Novela, periodista y director de contenido de realities, coincide con Orduz y le dijo a este medio que hay un efecto catártico al aceptar el pacto de los realities, involucrarse con sus escándalos y no reprimir las opiniones (y emociones) sobre estos.
Moralismo y culpa
De la identificación y el reconocimiento, naturalmente, se pasa al juicio. Que es, según Mario Morales, uno de los aspectos más adictivos y que mejor explica nuestro gusto por los realities. Como el espectador se ha igualado al participante y siente que lo conoce, basado en sus propios prejuicios, lo fiscaliza y juzga. Dicho juicio, añadió, es de naturaleza impune. Mientras la audiencia se saca del cuerpo las bajas pasiones, condena a los otros, o se alía con ellos, impunemente.
Acá en juego el moralismo y la culpa. Consuelo Cepeda, defensora del televidente en RCN, nos dijo que las cartas que recibe por parte de los televidentes quejándose de las escenas de sexo, los escándalos y las fuertes reacciones en el interior de La Casa de Los Famosos, reflejan una sociedad pacata que denuncia eso que no puede dejar de ver. Explicó también que no hay que perder de vista que en el encierro también hay espacio para interacciones virtuosas.
Sobre esto, el ex participante de Protagonistas de Novela Omar Vásquez dijo que este tipo de realities desnuda la doble moral de la audiencia más “culta”, esa que mientras predica su degradación, los sigue apasionadamente. Para Vásquez una de las razones capitales de su éxito es que validan la pulsión de las masas, y también de los más cultos, para despacharse y hablar con desfaz de lo más bajo.
Lo primitivo y banal nos resulta adictivo.
Pan, circo y opio
Para el profesor Ovalo, el divertimento que ocurre a través de las pantallas implica, por parte del espectador, una disposición inerme y pasiva. La simulación de la realidad que tiene lugar en la Casa-Estudio y que genera emociones artificialmente espectaculares, niegan la distancia y la perspectiva, pues la "familiaridad" con los famosos se sustenta en el morbo, el moralismo y las vísceras. Así, al entregar su tiempo libre a una fantasía de realidad y un coctel de emociones prefabricadas, el espectador es doblemente pasivo: se pierde en la manipulación y se identifica con las reacciones manipuladas.
Consuelo Cepeda agrega una perspectiva más ligera a esta discusión. En conversación con CAMBIO dijo que por dos horas la audiencia simplemente se abstrae de sus problemas cotidianos, económicos, sociales, relacionales. Esto lo complemente Omar Vásquez, quien nos dijo que las audiencias a las que les funciona la fórmula de la espiación, el voyerismo y el juicio están plenamentes identificadas. Así que solo hace falta cambiar los personajes y poner en marcha las desgracias, los desamores, la amistad y la traición para incrustarlos en el algoritmo e intentar salvar el rating.