'El centro del mundo' en una obra de circo
Integrantes de la compañía La Gata Cirko.
Crédito: Sebastián Jiménez
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La nueva producción de la compañía de circo contemporáneo La Gata Cirko, es un despliegue de creatividad actoral y escénica en el que se combinan números circenses con coreografías y 'performance'.
Por Diego Augusto Arboleda
La juventud, periodo caótico e intenso de la vida, en el que la que se descubren nuevos rasgos del ser y se generan preguntas que definen el resto de la existencia. Este es el eje temático que descubro en El centro del mundo, la nueva producción de la compañía de circo contemporáneo La Gata Cirko, ganadora de la beca para la creación y circulación de Obra Interdisciplinar del Ministerio de las Culturas y estrenada en el auditorio Delia Zapata Olivella de Bogotá entre el 25 y el 27 pasado.
Siete jóvenes artistas en escena, quienes conjuntamente representan la psiquis y el sentir de un personaje llamado Victoria, nos adentran en una sucesión de viñetas que simbolizan los anhelos, desalientos y desengaños tan presentes en esta importante etapa vital. Actos circenses se entremezclan con secciones coreográficas y performáticas para comunicar experiencias tan importantes (y dolorosamente relevantes) como la dismorfia, las ideaciones suicidas o los efectos dañinos que las presiones familiares y sociales pueden tener sobre la salud mental de un individuo.
A nivel técnico, la pieza es una demostración de la excelencia visual alcanzada por la compañía dirigida por Felipe Ortiz. Tres estructuras con ruedas en forma de hexaedros irregulares, cubiertas con cortinas grises y movidas sobre todo el escenario, sirven como escenografías funcionales para proponer exteriores, interiores, alturas y espacios de expansión coreográfica o intimidad poética. La elegante iluminación, las proyecciones pictóricas, textuales o anatómicas, y la música que se mueve entre un espíritu circense y meditativo, completan un conjunto que en sus mejores momentos logra crear un efecto lírico y onírico. De manera vibrante, se consigue un retablo en el que se celebra la diversidad sexual y la fluidez de las identidades humanas, todo ello salpimentado con evocadores ecos queer. Ejemplo de ello es una magnífica escena en la que dos aros aéreos, ubicados en ambos lados del escenario, los utilizan dos artistas para hacer un juego de espejos en el aire que refleja la extrema euforia y la profunda melancolía. Es un momento que aúna de manera ideal el circo, la dramaturgia y la expresión corporal para producir una totalidad poética y reveladora.
El principio y el final de El centro del mundo, de aproximadamente 90 minutos de duración, son de una gran fuerza dramática, y sugieren una estructura de conflicto y catarsis bien amartillada. Durante la parte central, sin embargo, percibo que la construcción se desdibuja por momentos en florituras poéticas que, sin ser malas en sí mismas, sí le quitan algo de su contundencia al ritmo de la pieza, o en episodios que se expanden de manera algo innecesaria. Destaco una sección en la que el escenario se convierte en una pasarela en la que los intérpretes desfilan exóticos vestuarios y luego construyen una pirámide de cuerpos semidesnudos: aunque se logra un potente efecto erótico, que sugiere la intensidad de una celebración orgiástica, sentí que la excesiva duración convertía por un instante al montaje en un ejercicio más autolaudatorio que entusiasta y emocional.
En general, no obstante, el efecto es de sobriedad y calidad. Celebro mucho este tipo de exploraciones dramatúrgicas, no solo porque demuestran el talento del equipo de dirección y la calidad integral de los jóvenes intérpretes de esta excelente compañía, sino también porque representan el nivel genuinamente internacional y experimental que ya posee nuestra escena colombiana contemporánea. ¡Albricias!