Las reflexiones del colombiano que le da la vuelta al mundo en bicicleta

De Barcelona hasta el norte de Irán en bicicleta.

Crédito: Felipe Arango

13 Octubre 2024 03:10 am

Las reflexiones del colombiano que le da la vuelta al mundo en bicicleta

Hace un año y siete meses, Felipe Arango R. empezó a pedalear desde Barcelona. Ya ha visitado 15 países en su bicicleta, con la carpa al hombro y la fe puesta en la generosidad de quienes le dan posada. Esta es la historia de una travesía que ya va en Irán, en la compañía de “esa máquina perfecta, sin motor a gasolina y sin ventanas en la que se puede ir a todas partes”.

Por: Juan Francisco García

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El viaje empezó hace un año y siete meses en Barcelona. Bicicleta, carpa al hombro, tres mudas de ropa. Un kindle, un celular inteligente, una tablet, los ahorros de toda la vida profesional, cubiertos de camping, estufa y ollas portátiles, un set de baterías, un panel solar. Hoy, después de recorrer Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, República Checa, Austria, Eslovaquia, Hungría, Serbia, Kosovo, Macedonia, Albania, Grecia y Turquía, la travesía va en Irán, ese país del color de la paja en el que según Felipe Arango R. se come el mejor arroz aromático de la tierra.

Arango es un politólogo bogotano de 30 años. Después de trabajar por media década en el Ministerio de Vivienda, después del posgrado, en respuesta a la pregunta existencial de qué quiero hacer con mi vida –que indefectiblemente aparece cuando se asoman los treinta–, optó por viajar sin itinerario rígido, desoyendo a excel y con 55 kilos de equipaje. Soportado en la intuición del niño que sigue siendo. El mismo que bucea desde los doce años, escala desde los catorce y que, antes de pedalear desde Barcelona hasta Estambul, ya había viajado en "caballito de acero" desde Panamá hasta Guatemala y desde Colombia hasta Ecuador. 

Este artículo, sin embargo, no es una crónica de su viaje. Para eso está Felipe y las memorias ficcionales que ya escribe. Es, más bien, un compendio de reflexiones de un viajero valiente y asombrado, a la vez optimista y crítico, que devinieron de nuestra conversación unos pocos días atrás en la noche iraní y la mañana bogotana.

Felipe Aguero, el colombiano que recorre el mundo en bicicleta

La vida es un viaje 

El subtítulo es un tópico. El cliché de cada día de los gurús del algoritmo de Instagram y de Tik Tok. Pero no va por ahí. La relación del viaje y de la vida que enuncia Arango no es autoayuda light ni publicidad turística soterrada. Se refiere al viaje como disposición anímica, psicológica y vital. El viaje del que habla el poeta alejandrino Cavafis en su poema Ítaca, cuyos primeros versos dicen: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca/ pide que el camino sea largo,/ lleno de aventuras, lleno de experiencias”. 

“A veces recorro cuatrocientos kilómetros en una semana, pero otras veces no hago un solo kilómetro en tres meses”, dice Arango, que hace énfasis en que el objetivo de su viaje no es ver el mundo a través del ojo voraz de un ciclista rompe récords. Lo que le seduce de ir en bicicleta, “esa máquina perfecta, sin motor a gasolina y sin ventanas en la que se puede ir a todas partes”, no es el vértigo sino la contemplación. 

El buen viaje, a diferencia del turisteo, reflexiona, implica por necesidad ir despacio; entregarse a la cadencia del asombro, la pregunta y el diálogo; decirle que sí a los desconocidos que a pesar de hablar un idioma ajeno y lejano, le abren las puertas de su casa como a uno más. Confiar. Dormir en el piso de las casonas iraníes. Despertarse al alba, con la campana de la oración, en la Madrasa islámica en la que estuvo cuatro días con sus noches, junto a adolescentes que se iniciaban en el Corán, en la frontera entre Turquía y Siria. Es perderse y dar a parar, en esa misma frontera, con un centro de mando militar en el que los uniformados, absortos por interrogar a un colombiano –¡de país cristiano!– que atraviesa el mundo en bicicleta, con tijeras en mano, alcohol y gasas asépticas le hicieron creer que lo iban a circuncidar. Viajar es reírse con los otros de las creencias antagónicas que nos han separado por milenios. 

Crédito: Felipe Arango

Mesquita Valik, Shiraz, Irán. Créditos: Felipe Arango R. 

Enamorarse en Estambul. Demorarse en Estambul. Irse. Entender por qué la carne de Serbia es la mejor de los Balcanes. Hacer amigos en un caserío de Oriente Medio. Enseñarles a esos amigos a montar bicicleta. Pedalear con ellos, novatos, tramos de 500 kilómetros. Leer para entender todo eso tan extraño. El otro mundo. Masticar. Ver las estrellas sin postear postales en internet. Preguntarse por qué el desierto tan árido de Irán es ante los sentidos mucho más vital que el industrializado campo francés. Leer sobre los lugares que se habita. Leer sobre el cristianismo y el Islam y la guerra de los Balcanes. Volver a entrar, estando tan lejos, en esa casa grande que es el mundo de Cien años de Soledad. Desafiar prejuicios. Animarse a desdecirse. Confiar en el otro. Dejarlo entrar. 

Viajar, “no desde la voracidad capitalista que consume territorios, reproduce selfis al infinito y le da check a los sitios imperdibles –dice Felipe Arango– sino desde la intuición de que el movimiento y la contemplación –por eso viajamos desde que abandonamos África por primera vez– son el camino para una profunda transformación”. 

El viaje no como el escape, 15 días al año, de un sistema opresivo en el que impera el cansancio, no; el viaje como una decisión vital, como una pulsión que sube por todas las vértebras e invita al movimiento y a la aventura de mirar despacio. 

Biodiversidad y violencia, nuestra paradoja existencial 

“El agua es el principio”, dice el viajero en bicicleta como si empezara una plegaria. Después añade que Colombia es el país del mundo con más agua por metro cúbico (confirmo en Google su aclaración y encuentro que, en efecto, con 46.000 metros cúbicos por persona, contamos con el privilegio de la abundancia sin par en el recurso primordial). “Tenemos 60 grupos indígenas, 13 familias lingüísticas distintas”, continúa, y después dice que estando afuera, durmiendo en el desierto o en el campo francés, viendo desde adentro paisajes mucho menos variopintos y sociedades sin la riqueza musical, ancestral, lingüística que nos atraviesa, es que se valora en serio la biodiversidad. 

Crédito: Felipe Arango

Van, Turquía. Créditos: Felipe Arango R. 

Uno de sus móviles para emprender el viaje fue la conciencia temprana de la baja autoestima que emana de nacer en Colombia, ese país que de tan violento parece “no pertenecer al mundo”. Pues viajar le contrastó esa visión. No solo somos parte del mundo, sino que el mundo debería envidiar nuestra geografía tan fértil, cambiante, tan protuberante. La perspectiva del viaje –esto lo dice excusándose por la romantización de la expresión–, le ha mostrado el significado profundo del eslogan presidencialista de “vivir sabroso”. No somos conscientes del pulso vital, de la resistencia sanguínea, de vivir cantando, bailando. Sonrientes. De esa tendencia inconsciente de decirle sí a la vida a pesar de todo. 

Felipe, ya lo he dicho, es politólogo y apasionado por la historia. Por esto, con pesadumbre, dice por el teléfono que así como reconoce la admiración y el amor por Colombia que le ha dado la perspectiva de la lejanía; también ha constatado que en ninguno de sus destinos se ha topado con sociedades más violentas que la nuestra. Ni en la Irán islámica. Ni en su paso por los Balcanes en donde, hace poco más de treinta años, se libró una guerra que dejó 130.000 muertos. Ni en Turquía, con sus guerras intestinas de siempre, ni en la Europa “rica” cuyos suelos están manchados con la sangre de las dos guerras mundiales. Así de adictos a la violencia en todos los niveles nos percibe. Los más diversos y los más violentos: esa es nuestra paradoja existencial. 

Crédito: Felipe Arango

Persépolis, Irán. Crédito: Felipe Arango R. 

Sin embargo, el optimismo 

Arango enuncia un patrón narrativo que se ha mantenido a lo largo y ancho de su viaje. “Todo va mal. La economía va mal. La seguridad va mal. El clima va mal. La guerra va mal. La política va mal”. Desde Francia hasta el norte de Irán, los locales le han dicho lo mismo. Cuenta que es innegable no percibir el estrés, la depresión y el sinsentido en la descripción que ha recibido de la realidad. No hay, parece, un solo territorio en la tierra que no esté sumido en la desesperanza. Quién, al leer las noticias o ver los noticieros, no se convence de que el mundo y la especie humana se deslizan por el desbarrancadero final. 

Y, sin embargo, cuando le pregunto si lo que ha visto lo ha hecho más cínico o más optimista, no titubea: “¡optimista ciento por ciento!”. A mis papás, para que dejen de preocuparse por mi estadía en Irán, les digo que la solución es fácil: dejen de ver noticias. 

Sin la edulcoración estúpida de la autoayuda light que afirma que la realidad es sólo producto de la perspectiva y de la “actitud”, Arango dice con firmeza que ser radicalmente optimista le ha permitido disfrutar el viaje y dormir mucho más tranquilo. 

Crédito: Felipe Arango

Tiene razones para serlo: a medida que se ha acercado al Pacífico y se ha alejado de la Europa Schengen, la “más próspera”, ha descubierto la generosidad y la calidez en pasta de los que menos tienen. Me confesó que tenía miedo de acostumbrarse a dormir en casas de familias que, al verlo, con la carpa al hombro, casi siempre le ofrecen posada, o comida, o compañía, o todo junto. Sin proponérselo, porque la ruta es generosa, se ha enamorado varias veces en el camino y en distintos idiomas.

Con 300 dólares al mes, en parte por la generosidad de los locales, ha probado los manjares del mediterráneo en Grecia, la carne inenarrable de Serbia, las delicias turcas, el pan y el arroz iraní. Tiene fotos de las costas alucinantes de Albania, en donde fue a un Rainbow Gathering, una de los encuentros antisistema con más renombre en el mundo. Se descrestó con la belleza mitológica de Grecia. Ha estado en caseríos de Macedonia, Kosovo, Hungría, Eslovaquia…

Crédito: Felipe Arango

Mar Mediterráneo, Turquía. Créditos: Felipe Arango R. 

“¿Usted ha reparado en que estamos hablando, como si nada, desde Irán hasta Bogotá?”, me pregunta quien presume ser el viajero en bicicleta que más ha utilizado la inteligencia artificial. “Es como viajar con un amigo superdotado”. Y reflexiona que la inteligencia artificial, así como la bicicleta que lo ha llevado por el mundo, es tan solo una herramienta, y que depende de nosotros usarla para bien o para mal. 

Pienso en el sistema de guerra 'Lavender', basado en la inteligencia artificial con el que Israel ha matado a más de 16.000 niños en Gaza –la mayoría ha muerto de un tiro en la cabeza–. Y también en ChatGPT ayudando a Felipe Arango a descifrar los secretos históricos, religiosos, filosóficos, gastronómicos, de los lugares que visita y habita. Pienso en los misiles automatizados que disparó Irán, pero también en el panel solar que le permite cargar su celular para conceder esta entrevista. "Solo estamos viendo la punta del iceberg", sugiere Felipe, insinuando que así como él ha podido atravesar 15 países con una herramienta sencilla como la bicicleta, la humanidad podría redimirse si encausa generosamente su ingenio. 

El del Corán y Cien Años de Soledad. El de la inteligencia Mosad y las películas hermosas del iraní Abbas Kairostami. El ingenio de los productores de munición y del viajero en bicicleta que se empecina en aprender persa, árabe, turco, kurdo, para poder vislumbrar los misterios de ese otro mundo. Que también es el suyo y es el nuestro.

*Si quieren ver el viaje desde los ojos de Felipe Arango R pueden seguir su cuenta de Instagram @muybuenassoyfelipe

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