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Inclusión financiera: no basta con tener una cuenta de ahorro
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Los indicadores de acceso al sistema financiero muestran que 36 millones de adultos tienen al menos un producto financiero, es decir, el 94,6 por ciento. Pero, ¿hasta qué punto ese sistema "casi universal" garantiza el acceso a crédito y facilita el uso de estos productos?

En Colombia el indicador de inclusión financiera es alto, un acceso “prácticamente universal” al sistema financiero, pues alcanza el 94,6 por ciento de los adultos en el país. Pero, ¿qué significa estar en el sistema?
En junio la Superintendencia Financiera y el programa Banca de las Oportunidades presentaron el Reporte de Inclusión Financiera 2023, según el cual, 36 millones de adultos tienen acceso al sistema, lo que se traduce en que 19 de cada 20 adultos en Colombia tiene al menos algún producto financiero.
En Colombia, hay 30,8 millones de adultos que tienen cuentas de ahorros (80,7 por ciento) y 27,5 millones de adultos tienen depósitos de bajo monto (72,1 por ciento), asociados principalmente con los monederos y billeteras digitales. En palabras sencillas, una gran parte de los ciudadanos están en el sistema y hacen parte de las estadísticas.
En los últimos años, especialmente con el auge de las plataformas y los pagos digitales, ha aumentado la cobertura del sistema. Según las últimas cifras, en la actualidad sólo hay dos millones de adultos a los que no ha podido acercarse el sistema financiero y en 2023 al menos 1,4 millones de personas que no tenían ningún tipo de producto entraron al sistema y adquirieron alguno.
Un avance histórico
Estos indicadores no son despreciables. Hace casi 20 años, cuando se comenzaron a hacer las mediciones de inclusión financiera en 2006, había 28 millones de adultos colombianos, pero apenas la mitad, 14 millones, tenían un producto financiero.
Paola Arias, directora de Banca de las Oportunidades, reconoció que “la tarea en acceso en Colombia está hecha”, pues en los últimos años se ha logrado un avance importante en términos de productos transaccionales, cobertura y capilaridad de las entidades financieras a lo largo del territorio nacional, es decir, la capacidad de los bancos para llegar a zonas remotas y brindar servicios financieros a la población.
Desde 2015, por ejemplo, todos los municipios cuentan con al menos un corresponsal activo. Otro ejemplo es cómo el país pasó de tener 580.000 datafonos en 2019 a 1,3 millones en 2023.
Esa mayor inclusión financiera también ha derivado en una mayor digitalización. En 2019, el porcentaje de operaciones monetarias digitales era solo del 23 por ciento, pero tras la pandemia y el auge de los servicios virtuales, en la actualidad el 50 por ciento de las operaciones se realizan por medio de canales digitales.
Una tarea a medias
Aunque los datos de acceso son positivos y muestran avances fundamentales para la población, vale la pena preguntarse, en la práctica, qué significa esa inclusión y hasta qué punto se ve reflejada en términos de bienestar financiero para la población.
“Hemos avanzado y se ha acelerado la inclusión financiera. Las fintech y muchos de los bancos digitales han llevado el dato de inclusión financiera por encima del 90 por ciento. Si una persona tiene Nequi, dale! o Daviplata, por ejemplo, ya está en el sistema financiero, porque lo que se mira es que tenga una cuenta de ahorro o un producto. Ahora, ¿eso le da más acceso al crédito? Claramente no”, asegura Jesús Cristóbal Ruiz Torres, profesor de la Universidad Nacional y de la Universidad de la Sabana
El académico reconoce que en la literatura existe un amplio debate alrededor de este tema, y que aún persisten brechas en las que se debe trabajar. En términos de género hay una brecha de 6,5 puntos porcentuales en el acceso a depósitos —que es de 96,9 por ciento en el caso de los hombres y de 90,4 por ciento en el de las mujeres— y de 3,7 puntos en el acceso a crédito, que llega al 37,1 por ciento para los hombres y a 33,4 por ciento para las mujeres.
También existen diferencias entre lo urbano y lo rural, especialmente por el desafío que representa la conectividad y la infraestructura en ciertas zonas del país, pero también por elementos idiosincráticos, sociales y educativos. En este aspecto existe una diferencia de 33,9 puntos en el acceso a los depósitos, pues mientras que en la ciudad y las cabeceras municipales accede el 98,9 por ciento de los adultos, en el campo es apenas el 65 por ciento.
Aunque Ruiz piensa que en unos años probablemente logremos la universalidad con al menos un producto gracias a nuevas tecnologías, considera que eso “no es necesariamente inclusión financiera” y que la siguiente etapa es mejorar el acceso a productos de crédito.
“Estos indicadores muestran simplemente que el sistema financiero está movilizando los recursos propios de las familias y los hogares, pero muchas personas no tienen siquiera la educación financiera para saber acceder a un crédito de bajos montos”, asegura el experto.

La importancia del crédito
Con la posición de Ruiz coincide Julio César Romero, economista jefe de Corficolombiana. Para Romero, la inclusión financiera debe tener en cuenta también otro criterio: la profundización.
“Que una persona tenga al menos un producto financiero no muestra necesariamente que tenga acceso al crédito. Es bueno que a través de productos financieros haya mayor cobertura, pero se necesita un mayor acceso a los beneficios del sistema como acceso al financiamiento y el apalancamiento para proyectos productivos, y eso es una forma de incentivar la formalidad en la economía”, dice.
Justamente las cifras señalan que la profundización financiera, un criterio que toma en cuenta el grado en que una economía utiliza servicios financieros como créditos e inversiones para su desarrollo, ha caído. La cartera bruta, que en 2022 representaba el 50,8 por ciento del PIB, disminuyó a 42,4 por ciento al cierre de 2023.
Y además, el acceso a productos de crédito, con excepción de los de consumo, no logra recuperar los niveles de prepandemia, y está en 35,3 por ciento cuando en 2019 se ubicaba en 36,2 por ciento. .
Un estudio reciente realizado por Datacrédito Experian detalla que en Colombia aproximadamente 29 millones de personas tienen alguna obligación crediticia registrada en su historia de crédito, lo que les permite que sean considerados como “población visible” dentro del sistema para las entidades y empresas que otorgan crédito a través de su información crediticia.
Según el informe, siete de cada diez adultos tienen alguna obligación crediticia registrada en su historia de crédito. Esto, a su vez, les permite contar con una garantía de reputación y facilita su acceso a servicios financieros. Por el contrario, alrededor de 11 millones de personas todavía no cuentan con créditos registrados en su historial crediticio.
Santiago Rodríguez Raga, profesor asociado de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes, explica que entre las principales características de esas personas “invisibles” está que en su mayoría son jóvenes, entre 18 y 21 años, personas de bajos ingresos o personas en comunidades rurales. “Estas personas se les llama invisibles porque no cuentan con información previa para que el otorgante pueda darles un crédito”, aclara Rodríguez.
El docente señala que aunque en Colombia se han hecho importantes avances en materia de inclusión financiera y acceso al crédito, “es necesario seguir trabajando para llegarle a la población que aún busca financiación para mejorar sus estándares de vida y alcanzar sus objetivos financieros”.
La inclusión también pasa por el ahorro y la inversión
Otra forma de analizar la inclusión financiera tiene que ver con la capacidad de ahorro y de inversión. Según el Reporte de Inclusión Financiera, el saldo promedio de las cuentas de ahorro en el país es de 3’354 230 pesos. Más allá de contar con un producto de ahorro, se necesita que la gente consiga ahorrar. La inversión y el ahorro son vehículos de superación social.
“Es muy importante que las personas tengan la capacidad de abrir una cuenta pero también que puedan lograr ahorros que les permitan después tomar decisiones de inversión. Las decisiones más importantes de una familia son la educación de los hijos, o comprar una casa o un apartamento, y aún falta profundizar en eso”, asegura Juana Téllez, economista jefe de BBVA Research.
Según la economista, el sistema financiero ha logrado atraer a muchas personas para que tengan sus cuentas de ahorro, “pero la gente no puede dejar mucha plata en ahorro porque los ingresos no les dan”. Por eso, señala la experta, se necesita incrementar los niveles de ahorro en el país, pero también facilitar el acceso masivo al crédito, especialmente en los más vulnerables.
“No solo es difícil ahorrar, también pedir un crédito les cuesta todavía. En las capas más vulnerables de la población hay mayor dificultad para acceder, por eso la gente recibe su salario o su pensión y retiran inmediatamente su dinero de la cuenta”, indica Tellez.
Para la economista, se necesita profundizar en la educación sobre diferentes productos de inversión, más allá de las mismas cuentas de ahorro o los depósitos de término fijo (CDT). “No hay mucha educación y a la gente le da susto, esto es importante para que se diversifique la inversión”, dice.
Recientemente el Grupo Credicorp, junto a la encuestadora Ipsos, presentó un documento que analiza la relación entre la inclusión financiera y la formalidad laboral en Latinoamérica. El documento concluye que lograr una mayor inclusión financiera “trae consigo beneficios como la dinamización de la actividad económica, la mejora de las condiciones de vida de la
población y la reducción de los niveles de desigualdad social”, y además, tiene potencial para reducir los índices de informalidad.
El informe encontró que en la región hay un mayor porcentaje de trabajadores formales que informales en el nivel logrado en acceso, uso y calidad percibida de productos y servicios financieros, que es de 42 por ciento para los trabajadores formales y de 18 por ciento para los informales y en el caso puntual de Colombia las proporciones son de 29 y 21 por ciento respectivamente.
En resumidas cuentas, la inclusión financiera va más allá de una estadística. No basta con que una persona tenga una cuenta, o que en algún momento se haya acercado a un banco y haya abierto un producto pero solo lo use para retirar el dinero y luego gastarlo, la inclusión financiera pasa también por las oportunidades que tiene la población de beneficiarse del sistema, de los servicios y productos para su bienestar personal y financiero.
