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¿Cuál democracia?
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La filósofa colombiana Laura Quintana analiza cómo este sistema político no sólo se ha vaciado hoy de contenido en Colombia, sino que está lejos de representar al ‘demos’, es decir, al pueblo, aparte de encubrir con el término poderosos intereses en juego. De allí su inquietante pregunta.
Por: Laura Quintana
Cuando hoy se habla de democracia muchas veces se asume, sin más, una comprensión liberal del término porque esta interpretación se ha vuelto globalmente hegemónica.
Se piensa, entonces, que es democrático un régimen de representación en el que los ciudadanos pueden elegir a sus representantes a través de elecciones periódicas, que operan con procesos electorales equitativos y transparentes.
También, cuando se cumplen todas las condiciones de un Estado de derecho que garantice la igualdad ante la ley y las libertades individuales o cuando se asegura la separación de poderes y el monopolio de la violencia por parte del Estado de derecho.
Foto: cortesía Laura Quintana.
Igualmente, cuando se protege el pluralismo y se permite la existencia de múltiples partidos políticos, convicciones y opiniones que no vayan en contra de todas las anteriores condiciones. Y cuando se promueven visiones centradas en el desarrollo económico, con lo que esto implica: crecimiento del PIB y fortalecimiento de instituciones e infraestructura que protejan los derechos de propiedad e impulsen la iniciativa empresarial, la competencia en los mercados y la inserción en la economía capitalista, entre otros.
En Colombia –lo sabemos–, algunas de estas condiciones se han cumplido siempre defectivamente, pues el Estado de derecho ha estado cooptado por intereses particulares (clientelares, mafiosos, corporativos) que han afectado decisiones ejecutivas, legislativas y judiciales, mientras la ley sólo se ha aplicado para los de ruana. Y los partidos y movimientos sociales disidentes han sido perseguidos por vías legales e ilegales.
Por último –desde presupuestos que no comparto–, puede pensarse que el país sigue estando rezagado para cumplir con todo su potencial de crecimiento económico de modo que pueda dejar de ser, cómo se dice desde esa lógica, “subdesarrollado”.
A la luz de este diagnóstico, se añora entonces el proyecto de la democracia liberal como promesa para el país, y se piensa que hay que seguir dando pasos para materializarlo. Pero lo que esta añoranza oculta es que tal proyecto no sólo se ha vaciado hoy de contenido, sino que está atravesado por constantes tensiones internas que crean contradicciones entre sus principios, a la vez que ponen de manifiesto que estos no se aplican coherentemente para todas las personas y lugares, y dejan ver que hay algo estructuralmente problemático en la noción misma de democracia liberal. Veámoslo con más detenimiento.
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‘El proyecto de democracia no sólo se ha vaciado hoy de contenido, sino que está atravesado por constantes tensiones internas que crean contradicciones entre sus principios’
Hoy, en las democracias liberales, la contienda electoral se ha convertido en un show mediático entre campañas que se venden como productos que buscan atraer a posibles compradores, mientras son financiadas por corporaciones a las que los elegidos terminan representando. Así, grandes capitales capturan las diferentes ramas del poder y los medios de información, lo que erosiona condiciones fundamentales de un Estado de derecho democrático.
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‘Hoy, en las democracias liberales, la contienda electoral se ha convertido en un show mediático entre campañas que se venden como productos que buscan atraer a posibles compradores’
De hecho, éste tiende a transformarse en un Estado securitario, más interesado en proveer condiciones de estabilidad económica y de orden público para el funcionamiento de los mercados, que en garantizar los derechos civiles y la igualdad ante la ley. Y esto ha implicado, según algunas lecturas, la conversión del Estado liberal en neoliberal.
Sea como fuere, las llamadas democracias actuales están lejos de representar al demos y encubren con el término poderosos intereses en juego mientras funcionan más como formas de plutocracia. Lo sabemos: en nombre de la democracia se pronuncian discursos, se entonan arengas, se defienden intervenciones y programas que justifican invasiones de países poderosos sobre otros poseedores de lucrativos recursos fósiles, y se respaldan medidas autoritarias y numerosas formas de violencia (desplazamientos forzados, prácticas de ‘vaciamiento territorial’ a través de masacres y ejecuciones extrajudiciales) para defender el statu quo de una nación y los intereses de una élite dominante.
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‘En nombre de la democracia se pronuncian discursos, se entonan arengas, se defienden intervenciones y programas que justifican invasiones de países poderosos sobre otros poseedores de lucrativos recursos fósiles’
Y se explotan países fijados como periferia para garantizar derechos sociales en otros lugares asumidos como centro, y se desmantelan estos derechos para enriquecer grandes capitales, tal y como lo ha venido haciendo el llamado neoliberalismo.
Tensión interna
Sin embargo, esta pérdida de sentido de la democracia liberal no es sólo una traición a sus principios operada por una desviación neoliberal de estos, sino que, como lo sugería antes, se conecta con contradicciones de este régimen.
Consideremos, por una parte, la tensión interna que puede darse entre la noción misma de democracia (centrada en la capacidad de cualquiera de participar en las decisiones públicas que le afectan) y la idea de libertad liberal (vinculada con las libertades individuales, con la no-interferencia del Estado en las iniciativas personales que no obstaculicen las de los demás, y con la llamada libertad económica).
Aquí hay una tensión pues puede pensarse que tales libertades son mejor entendidas y salvaguardadas por expertos que “saben lo que hacen”, sin tener que apelar a la decisión popular.
Además, surgen conflictos entre las libertades mencionadas al asumir que la independencia económica requiere de intervenciones que pueden limitar incluso la individual, y emergen entonces desacuerdos entre un liberalismo de corte más social, ligado con visones del estado de bienestar, y uno que ve en el Estado una amenaza para la libertad, como el libertarianismo.
En todo caso, en medio de estas variaciones, hay algo estructuralmente problemático en varios presupuestos fundamentales del liberalismo en general. Por una parte, la noción de libertad individual asume que somos individuos y se abstrae de las formas de cuidado y de codependencia social que nos permiten singularizarnos. La libertad entendida sólo como no-interferencia omite que la libertad positiva, aquella que sólo se da actuando con otros, se requiere para crear todos los derechos, protegerlos y ampliarlos.
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‘La noción de libertad individual asume que somos individuos y se abstrae de las formas de cuidado y de codependencia social que nos permiten singularizarnos’
Por otra parte, el liberalismo asume los procesos e instituciones políticas como universales y abstractos, y enmascara así las formas de poder con las que están articulados. Piénsese, por ejemplo, en la idea de modernización ligada con los proyectos de crecimiento y desarrollo económico y en cómo una y otra vez han supuesto fronteras coloniales entre centros y periferias: es decir, lugares de extracción frente a lugares de bienestar y vidas que valen más que otras. Pues –como hace tiempo lo mostrara la teoría de la dependencia– el subdesarrollo, ligado a la fijación de ciertos lugares como sitios de explotación o economías de enclave, ha sido vital para lograr el desarrollo económico de los países enriquecidos a costa, justamente, del empobrecimiento de aquellos.
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‘El liberalismo asume los procesos e instituciones políticas como universales y abstractos, y enmascara así las formas de poder con las que están articulados’
El imperativo de crecimiento económico, asimismo, se ha vinculado constantemente con formas de apropiación, despojo y destrucción de redes de la vida, desde el afán de obtener un provecho como sea, incluso transgrediendo los límites planetarios. Presupuestos que hoy nos tienen en medio de una cada vez más evidente devastación ecológica y social.
Repensar la economía
Para confrontar esta destrucción del mundo que hoy habitamos, la alternativa no debería ser entonces insistir en los caminos que nos han llevado a ella. Se requiere asumir más bien que somos frágiles y que necesitamos de protección y de cuidados, así como de organizaciones ancladas a la cooperación y la solidaridad; que no hay libertad sin la capacidad de decidir sobre los asuntos que a uno le afectan, que no hay vida digna sin condiciones materiales de vivienda, salud y educación con la que cualquier persona pueda contar con algo de certeza; y sin tiempo libre de la conminación a producir. Sin un mundo ecológicamente sostenible en el que podamos seguir tejiendo redes de coexistencia.
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‘Para confrontar esta destrucción del mundo que hoy habitamos, la alternativa no debería ser entonces insistir en los caminos que nos han llevado a ella’
Todo esto implica repensar la economía desde el cuestionamiento del imperativo de crecer para acumular capital, redistribuir la riqueza existente, reducir las industrias perjudiciales para el medioambiente y estimular aquellas que resultan más sostenibles; también, fortalecer economías locales, promover la soberanía alimentaria, desarrollar marcos públicos robustos, construir instituciones que permitan la participación ciudadana desde espacios locales hasta niveles de representación en escalas más amplias y que favorezcan la toma de decisiones de abajo hacia arriba.
Y deshacerse del ansia de poseer cada vez más y de consumir indefinidamente, lo mismo que vincular el deseo con lo necesario, con el cultivo de relaciones, con la disposición a tratar el conflicto y lo que pueda emerger de él. Vale decir comprometerse –en fin– con cuidar lo que queda de mundo.