Enrique Santos Calderón
19 Febrero 2023

Enrique Santos Calderón

CLIMA Y BLA-BLA-BLA...

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Todos los días padecemos en carne propia los efectos del cambio climático. En aguaceros, inundaciones, derrumbes, tormentas, olas de calor sin precedentes… Y día de por medio escuchamos predicciones apocalípticas sobre lo que se viene.

Ya no se puede seguir minimizando el problema o pensando que no es con uno. Es con todo el mundo y por tierra, mar y aire. Un dilema planetario cada vez más dramático sin solución a la vista.

¿Y qué se está haciendo ante una catástrofe anunciada? Lo mismo de siempre: mucha retórica y poca acción. Cuesta trabajo creer que el mundo siga diagnosticando su autodestrucción pero no se tomen las medidas para evitarlo.

Hace cincuenta años se advirtió que la humanidad podría extinguirse hacia el año 2000 por contaminación del agua y de la atmósfera. Eso fue en la primera reunión internacional sobre “envenenamiento del medio ambiente”, realizada en México. Nadie paró bolas.

Luego, hace treinta años, líderes mundiales se reunieron en Río de Janeiro para analizar el fenómeno del calentamiento global que todos coincidieron en que ya era una mortal amenaza. Pero poco se hizo. Alcanzo a recordar que en aquella cumbre algunos líderes del Tercer Mundo llamaron a los países ricos a reducir sus lujos y desperdicios y el presidente George W. Bush dijo que había “infundado pesimismo” y que el estilo de vida de USA no era negociable.

Cinco años después, en 1997, se convocó la cumbre de Kioto y el problema se había agravado; luego vinieron la de Montreal y la de París y la de Copenhague y otras más que no recuerdo, y el planeta cada vez más caliente, los mares más plastificados, los ríos más envenenados, las tormentas más fuertes, las sequías más prolongadas y ruinosas...

Hace unas semanas vimos a la pequeña activista sueca Greta Thunberg arrastrada por la policía alemana tras una protesta ambientalista contra la expansión de una mina de carbón. Greta se hizo célebre cuando a los quince años denunció la hipocresía de los lideres mundiales que hablan mucho del cambio climático pero nada hacen para evitarlo. 

“Han sido treinta años de bla-bla-bla y ¿a dónde nos ha conducido?”, les preguntó hace poco en otra cumbre climática en Milán. Pues a un punto de no retorno, según muchos expertos. Al que parece está llegando la selva amazónica que ya no podría recuperarse de la devastación causada por ganadería, agricultura y narcocultivos. El primer pulmón del mundo va camino de convertirse en un gran potrero para vacas, con efectos funestos sobre el clima mundial y la desaparición de decenas de miles de especies naturales.

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¿Pero por qué se avanza tan poco en soluciones cuando los peligros son tan evidentes?  Porque, entre otras, el engranaje económico que propicia el cambio climático pesa más que la retórica de políticos y estadistas. Los veinticinco mayores productores mundiales de gas y petróleo tuvieron el año pasado utilidades por casi cien billones de dólares. Frente a esta realidad contante y sonante los llamados a que los países ricos “decrezcan” son ilusos y los incentivos para conservar el bosque tropical han resultado hasta ahora ridículos. Ni siquiera se ha logrado aprobar un fuerte impuesto mundial a la emisión de CO2 ni una reducción del consumo de combustibles fósiles.

Colombia es uno de los países más vulnerables al cambio climático y el gobierno Petro ha asumido una vocería internacional en materia de transición energética. Loable aunque poco significativa en el contexto mundial. Se necesita despetrolizar y descarbonizar la economía, pero es un proceso complicado y lento como recordó hace poco el jefe de Planeación Nacional, quien también advirtió que Colombia no puede prescindir de los ingresos del gas, carbón y petróleo. No sobra anotar que el proyecto más grande del país contra el cambio climático, el de la protección costera de Cartagena, naufraga por falta de fondos. Mientras aparecen, el mar se come cada vez más playas.

En el fondo cada país tiene sus prioridades climáticas y pocos parecen dispuestos a sacrificar su nivel de vida en aras de la sanidad universal. Que lo hagan los otros. Pero también cabe preguntarse qué responsabilidad cotidiana asume uno a nivel personal; qué hacemos o dejamos de hacer para aliviar el problema. Mi esposa Gina me regaña porque no cierro la llave mientras me cepillo los dientes y malgasto el agua. Un poco extremo pero no le falta razón. Cuando cada habitante de la Tierra tenga un mínimo de conciencia ecológica podría verse luz al final del túnel.

Mientras tanto la humanidad avanza con paso lento pero seguro hacia la catástrofe anunciada. Porque si nada cambia todo cambiará en un planeta que no aguanta más abusos.

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Muy lánguidas resultaron, como previsto, las marchas callejeras del petrismo y de la oposición. Más nutridas las segundas aunque lo destacable de ambas es que fueron ordenadas y pacíficas. La nota beligerante la puso desde el balcón presidencial el presidente Petro con su advertencia de lo que podría pasar si se enreda su paquete de reformas.

Se explica la inquietud porque han despertado —sobre todo la de la salud— notable controversia, incluso dentro de su gabinete. Pero Petro ya dijo lo que tenía que decir. La palabra la tiene ahora el Congreso.

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