Enrique Santos Calderón
9 Abril 2023

Enrique Santos Calderón

EL ETERNO TRUMP

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  Una de las deliciosas ironías del proceso que enfrenta Trump es que el encargado de presidirlo sea un juez nacido en Bogotá  –un “inmigrante columbiano”, como lo llamó despectivamente  (además de deletrear mal su nombre)–, que según el expresidente lo odia y debería hacerse a un lado.
   La seriedad y trayectoria del juez de Nueva York Juan Manuel Merchán, avalada por juristas y exfiscales, nada cuentan para quien no cesa en sus diatribas contra cualquier autoridad que pudiera llamarlo a cuentas. El  vergonzoso caso del pago de 130 mil dólares a la “estrella porno” Stormy Daniels para que no comentara sobre sus encuentros sexuales recuerda un caso similar con la modelo de Playboy Karen McDougal (150 mil dólares). Ambas mujeres fueron intimidadas para que no hablaran.  
 
 Pero a Trump nadie, o casi nadie, lo juzga por ser un marido infiel. Clinton también lo fue –y le costó caro– aunque él es una persona esencialmente decente, a diferencia del megalómano magnate experto en difamar y amenazar a mujeres de las que abusó. Aún está vivo el caso de la joven asesora de la Casa Blanca Cassidy Hutchinson, que osó cuestionar la conducta de Trump cuando incitó a la toma del Capitolio del 6 de enero y fue denigrada por su jefe como una secretaria ignorante, “farsante y desleal”.
  Una de las pocas mujeres que le ha parado el macho al millonario matón es la excongresista republicana Liz Cheney, hija de un exvicepresidente de Bush, quien lo acusó de especializarse en destruir la reputación de sus críticos (“character assassination”) y rompió con su partido y sacrificó su carrera política con tal de “evitar que Trump regresara a la Casa Blanca”. Quién sabe si lo logrará, pero le dio un ejemplo de integridad y valor a sus cohibidos copartidarios republicanos.
 
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  Me encuentro en Estados Unidos cuando se produce la espectacular noticia: la primera citación criminal a un expresidente en la historia de este país. En medio de un abrumador despligue el hecho ha generado toda suerte de teorías sobre las implicaciones políticas y legales de un caso que será complejo y demorado. El juez Merchán fijó el 4 de diciembre como la fecha para reanudar el proceso, lo que garantiza que el tema copará el debate político y electoral del resto del año.

  Una pregunta que aquí todos se hacen es si este episodio debilitará o fortalecerá a la primera democracia del mundo. Para muchos, Trump ya ha hecho demasiado para desprestigiarla y en Europa se ve con inquietud el posible regreso de un personaje tan arbitrario y volcánico, mientras rusos y chinos se regodean comentando lo disfuncional que resulta el sistema norteamericano.
 
   Con la sagacidad y cinismo que lo caracterizan, lejos de mostrarse sumiso o prudente frente a los 34 cargos que por fraudulentas maniobras financieras le formula la justicia, Trump volteó la torta y convirtió la ocasión en un circo mediático para proyectarse como víctima y pasar a la habitual descalificación moral de su contraparte. “Sicópata degenerado” llegó a decirle al fiscal Allan Bragg, que lo investiga. El juez Merchán junto con su esposa e hija fueron tachados de un plumazo como gente que “me odia”. Tácticas que a primera vista le funcionan, pues recibió inmediatas contribuciones económicas y el respaldo de todos los jefes republicanos. Tambien le ayudó que el pliego de cargos que presentó el fiscal Bragg resultara débil y poco convincente. 
 
  Pero creo no equivocarme cuando presiento que la gente comienza a cansarse de Trump. Se respira cierto aire de fatiga con sus belicosos desplantes. Había más periodistas que seguidores esperando su aparición a la salida del juzgado de Nueva York y esa noche su largo discurso de respuesta a los cargos aburrió a la cadenas de televisión, que dejaron de transmitirlo (salvo Fox, claro) cuando iba por la mitad. La encuestas también son indicativas: una mayoría de ciudadanos está de acuerdo con que haya sido acusado.

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 Que Donald Trump es un tipo arrogante y amoral, mentiroso y matón no es nada nuevo. Lo confirman hace años figuras políticas del mundo entero que lo han tratado.
   Pero en medio de esa despreciable personalidad, en la que se destaca como dijo el escritor inglés citado en El Unicornio, Nate  White, una carencia absoluta de sentido del humor (“es incapaz de echar un chiste que no le salga como insulto”), hay que reconocer ¬–¿casi que admirar?  (digo yo, no White)– su resiliencia y un espíritu guerrero que le impiden echar un paso atrás. Y es esa beligerancia a veces incendiaria la que fascina y alimenta al trumpismo, una corriente impregnada de racismo, nacionalismo cristiano y agresivo derechismo que puede representar hasta una tercera parte del electorado y revela el rostro más oscuro de la sociedad estadounidense. 
  Y así quedamos. A la espera de la lejana fecha que fijó el juez Merchán. Confiando en que, mientras llega, la justicia también le caiga con los demás cargos criminales que enfrenta. Más serios y muy numerosos para resumir aquí. El prontuario de Donald Trump es demasiado largo.

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