Enrique Santos Calderón
19 Marzo 2023

Enrique Santos Calderón

EL FANTASMA DE STALIN

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Terror y utopía: Moscú en 1937 se titula el libro del historiador alemán Karl Schlögel (Editorial Acantilado, 2014), que narra con desgarrador detalle ese año crucial de la historia rusa cuando el “Gran Terror” desatado por Josef Stalin sobre su nación llegó a extremos inconcebibles.

Nadie ignora quién fue el dictador soviético, pero no creo que sus brutales excesos hayan sido recopilados con tanta minucia y documentación en ese corto lapso de tiempo. Aunque la obra es densa, bien vale la pena. Son 970 páginas y 39 capítulos que describen todos los aspectos de la intensa vida política, social y cultural moscovita (de los cuales me salté algunos). Según su autor, “no es posible entender la Rusia postsoviética sin ocuparse de ese punto de inflexión que marca el año 1937”.

Hay que recordar que en ese momento en Europa avanzaba el fascismo de la mano de Mussolini y Hitler, en España la guerra civil entre izquierda y derecha estaba en su apogeo y en el enorme territorio soviético Stalin (que no era ruso sino georgiano) consolidaba a sangre y fuego el régimen comunista salido de la revolución bolchevique de 1917, que él sentía cercado y amenazado por enemigos occidentales. De ahí su paranoia asesina frente a cualquier brote de inconformidad o crítica.  
 
El recuento es exhaustivo. Las purgas, los juicios públicos, los fusilamientos:  todo lo sucedido en un año en el que fueron encarceladas casi 2 millones de personas, cerca de 700 mil ejecutadas y el resto enviadas a campos de concentración o trabajo forzado. La población vivía entre la esperanza de la utopía prometida y el terror de cada día, presa del miedo permanente en un régimen que instaba a hijos a denunciar a padres, a vecinos de barrio o camaradas de partido a delatarse entre sí y donde los miles de ciudadanos que la policía secreta se llevaba cada semana nunca regresaban.  

El mundo tardó demasiados años en asimilar lo sucedido y en honrar la memoria de las millones de víctimas. Schlögel sostiene que una opinión internacional aún conmocionada por los crímenes del nazismo tardó en reaccionar ante esta más lejana catástrofe humanitaria y las víctimas de Stalin sufrieron una “segunda muerte”, esta vez en la memoria.

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  Pienso que también contribuyeron mucho las complicidades ideológicas de la incipiente guerra fría donde cualquier crítica de la URSS se equiparaba a posturas derechistas contra la madre patria del socialismo. En ese maniqueísmo cayeron durante un tiempo figuras como Sartre o Picasso y un sinnúmero de celebridades intelectuales de occidente. Pesaban asimismo los hechos de que Stalin hubiera sido aliado decisivo contra Hitler y de que veinte millones de rusos hubieran perecido en la Segunda Guerra.
 
  Muerto en 1953 el temido pero venerado dictador, la verdad comenzó a brotar a cuentagotas y poco después se inició en la URSS la era de la “desestalinización”. Se denunciaron sus excesos, hubo las autocriticas e inculpaciones de rigor, pero las convulsiones que luego sacudieron a Rusia con el derrumbe del bloque soviético resucitaron el fantasma de Stalin que hoy, setenta años después, es considerado por la mayoría del pueblo ruso como un “gran líder” que impuso orden y convirtió a su país en segunda potencia mundial.

La semblanza de Josef Stalin en Terror y utopía obliga a pensar en quien hoy manda en Rusia. El primero gobernó con mano de hierro durante treinta años. Vladimir Putin lleva veinte en la cima del poder y profesa reconocida admiración por la figura de su viejo antecesor.  

El actual amo del Kremlin se ha convertido en un personaje intolerante, irascible y casi paranoico, según analistas internacionales que aseguran que el antiguo oficial de la KGB entró en “su fase Stalin”, ya que en los últimos dos años ha convertido a Rusia en una autocracia donde sobresalen el culto a la personalidad y sus llamados al sacrificio heroico por la patria, dos rasgos centrales de la ideología stalinista.

Interesante antecedente de la guerra de agresión de Putin en Ucrania es la de Stalin contra la vecina Finlandia en 1939, alegando amenazas a su integridad territorial. Como le ha sucedido en Ucrania, Moscú enfrentó en aquel entonces una inesperada y tenaz resistencia de los finlandeses que dejó muy mal parado al ejército soviético. Su pobre desempeño fue una de las razones que motivó a Hitler a invadir Rusia poco después.
                                               
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  Son hechos lejanos que vale la pena recordar ante la incertidumbre que hoy genera en el mundo la creciente tensión entre Washington y Moscú. Aunque una confrontación bélica es inimaginable, nunca se sabe cuándo y por dónde revienta la cuerda.

¿Qué tal el choque esta semana del dron militar estadounidense y el avión de combate ruso sobre el Mar Negro? Para no hablar de la orden de arresto que acaba de emitir la Corte Penal Internacional contra Putin por crímenes de guerra. Decisión histórica, pero quiero ver quien le pone el cascabel a ese gato. 

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