Ana Bejarano Ricaurte
28 Julio 2024 03:07 am

Ana Bejarano Ricaurte

PANTOMIMA DEMOCRÁTICA

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¿Acaso es posible que una dictadura celebre elecciones? ¿Cómo funciona el engranaje estatal que permite la fantasía de los comicios auspiciados por un régimen absolutista? Son preguntas inevitables que surgen al presenciar desde la distancia lo que hoy ocurre en Venezuela. Unas elecciones presidenciales, y nos atrevemos a llamarlas así cuando sabemos hace rato que son solo los esfuerzos del nuevo orden de injusticias que se impuso en Caracas para garantizar la impunidad y para fingir ante la comunidad internacional. 

Unas elecciones a las que la líder de la oposición, María Corina Machado, no pudo inscribirse, ni tampoco la filósofa que eligió para reemplazarla, la académica Corina Yoris. Las puertas electorales también se cerraron para muchas otras personas gracias al ladeado Consejo Nacional Electoral. En últimas, el actual candidato, Edmundo González, fue una solución improvisada para ajustarse a lo que permitió el régimen. 

A Machado y González los han perseguido incesantemente, hasta llevándose presa a la gente que osó a venderles un almuerzo entre correrías. Atentados, ataques coordinados y personas importantes de la campaña arbitrariamente arrestadas. 

A la diáspora venezolana regada por el mundo también lograron silenciarla, al complejizar al extremo el procedimiento de inscripción para evitar escuchar la voz de millones de electores en el exterior. Eso, mientras cuentan con los votos de la enorme planta de funcionarios estatales coaccionados. 

Allá en Venezuela la discusión pública está cercada por los escuchas del régimen; se cierran medios de comunicación con miedosa regularidad, se prohíben y bloquean sitios web, se vigila y sanciona a cualquiera que ejerza su voz con independencia, en especial a los periodistas que han regado algo de luz sobre tanta oscuridad. 

Ello es un reflejo del estado actual de las instituciones democráticas, las cuales yacen en ruinas al ser controladas en su integridad por el dictador, bien sea gracias al contentillo o al miedo. Todas puestas al servicio del régimen, como las violentas fuerzas policivas que ya torturan y desaparecen ciudadanos en procedimientos de manual del autoritarismo.  

Esto sumado a que el mismo Maduro dijo no una sino dos veces que si no gana las elecciones “habrá baño de sangre”. El canciller convocó al cuerpo diplomático en abril y le advirtió sobre la gravedad y consecuencias de desconocer el resultado de las elecciones. Las elecciones que ellos controlan, los votos que ellos contarán en el país del cual son dueños.

Y si ocurre el robo enmascarado que hoy muchos anticipan, corresponderá esperar la respuesta de Machado y González y si llaman a la gente a las calles. Esa misma gente que por millares se ha amontonado tras la candidatura de la oposición, sin importar que así arriesgan su vida. Pensarán los candidatos, con razón, que el desate de protestas multitudinarias podrá conducir al baño de sangre que prometen desde Miraflores porque ya lo han regado antes. ¿Actuarán al unísono Machado y González, a quienes los acercó una serendipia electoral? 

María Corina Machado
El periódico El Mundo registra una de las aglomeraciones multitudinarias que despertó la ya histórica figura de María Corina Machado en Venezuela.

Ni los gringos, ni Petro, ni Lula quieren que se desate la guerra civil, pero es difícil anticipar el sabor de la receta de rabia y hartazgo que se cocina en los fogones de las desiertas cocinas venezolanas. 

¿Y cuál será la finalidad de seguir pretendiendo? ¿De seguir contentando a Maduro y a su gavilla con que les creemos que celebran elecciones? Tal vez nuestra pantomima sirva para hacer pensar al dictador que podrá transitar de crímenes de lesa humanidad a la impunidad absoluta; que podrá preservar su testaferrato y los alfiles que lo sostienen.  

Participamos todos de la farsa con la esperanza de que el mismo régimen también la crea, para que algo le recuerde el cauce democrático que borró. Pero la apuesta es enorme porque tienen mucho que perder. La comisión de todo tipo de crímenes documentados y el hecho de que no es solo la familia Maduro en riesgo sino una clase política entera que depende de la impunidad del dictador harán de esa negociación casi un imposible. 

Tal vez nos aferramos a esta parodia porque puede ser la última antes de que se normalice y acepte en el mundo entero que a Venezuela se la tomó la dictadura del chavismo, del madurismo, de los petrodólares que desfalcaron, de los señores que prometieron un cambio solo para enriquecerse. ¿O quién sabe? Tal vez sigamos celebrando pantomimas electorales… Ojalá la esperanza nunca desfallezca; lo que resulta imposible es seguir creyendo en la pantomima de democracia, como si desde el cerro de El Ávila se pudiera avizorar aún algún rastro de ella. 

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