El fracaso de la paz total está acabando con Chiribiquete. Por María Jimena Duzán
Zona de influencia de Iván Mordisco, jefe de las disidencias que no dialogan con el Gobierno, en la zona de Calamar, Guaviare.
Crédito: María Jimena Duzán
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En los últimos seis meses, un frente colonizador impulsado por las diferentes facciones del EMC, con apoyo de acaparadores de tierra y de ganaderos que se benefician de la ampliación de la frontera agrícola en la selva, está entrando al corazón de Chiribiquete, un parque reconocido por la Unesco como patrimonio cultural y natural de la humanidad. Crónica de un panorama que se ve desde el aire.
Por: María Jimena Duzán
A eso de las ocho de la mañana despegamos de Villavicencio en una avioneta monomotor de cuatro puestos, rumbo a San José del Guaviare. El objetivo del viaje era hacer un sobrevuelo sobre el parque de Chiribiquete, situado entre el departamento del Guaviare y el de Caquetá, en pleno Amazonas; un lugar único en el mundo, que hoy está a punto de desaparecer por cuenta de un frente colonizador que está arrasando con la selva.
Durante los años de la guerra con las Farc esta selva se convirtió en su retaguardia y el país solo vino a recuperarla y a saber de este lugar luego de que se firmó la paz con esa guerrilla. Desde entonces, Chiribiquete es considerado como el secreto mejor guardado que nos dejó el conflicto con las Farc. Por su riqueza en biodiversidad, el gobierno Santos, en 2017, lo convirtió en la zona protegida más grande del Amazonas y los colombianos empezamos a deslumbrarnos con lo que se fue descubriendo.
Hoy se sabe que esas selvas les sirven de abrigo a muchos pueblos indígenas que no quieren ser contactados, lo que las convierten en un lugar de inmenso acervo cultural. Pero, sobre todo, el Chiribiquete cumple un papel fundamental como regulador hídrico y climático de los Andes, de la Orinoquia y de la propia Amazonia. Es el gran conector de esa fábrica de agua que es el Amazonas, un sistema que está interconectado por decenas de ríos y de caños.
La mala noticia es que Chiribiquete está siendo profanado por un frente colonizador que avanza sin piedad y que está a tan solo 10 kilómetros de los Tepuyes, considerados como el corazón del Parque. Los Tepuyes son esas inmensas rocas ígneas que se levantan en la selva y que tienen un valor cultural inmenso para Colombia y el mundo porque en sus paredes hay cerca de 76.000 petroglifos que datan de 20.000 años atrás. Por los hallazgos de las pinturas rupestres, al Chiribiquete se le conoce como “la capilla Sixtina del Amazonas”.
Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS), ha venido alertando al país de lo cerca que estamos de perder Chiribiquete si seguimos permitiendo la tala de árboles y la entrada de ganado en el corazón del Amazonas. Con él hicimos el sobrevuelo y lo que vimos con nuestros propios ojos fue desolador.
La avioneta viró hacia Acacías, Meta. Desde el aire, los llanos se parecen cada vez menos a esas sabanas fértiles que se perdían en el horizonte. Donde antes se veían hatos ganaderos, ahora se ven inmensas plantaciones de palma africana que desde el aire parecen como grandes manchas color verde oscuro. También se divisan grandes cultivos de arroz mal situados en las riberas de los ríos. Este impresionante desarrollo de los cultivos industriales dice ser sostenible, pero a su paso no solo se está extinguiendo la cultura llanera y afectando el ecosistema de los llanos, sino que se está empujando a la brava la frontera agrícola hacia las sabanas de Mapiripán que son las que separan a los llanos de la selva del Amazonas. La presión por la tierra ya traspasó esa frontera y está tumbando la selva del río Guaviare hacia el sur.
Cuando aterrizamos en San José del Guaviare nos recibió la humedad de la selva. El capitán nos dijo que era mejor esperar un momento porque los días anteriores había llovido y había mucho vapor subiendo a las nubes. Así es que se forman los ríos voladores en el Amazonas: en las madrugadas la selva transpira y ese vapor llega a las nubes para luego ser transportado por los vientos del Atlántico hacia los Andes, donde caerá en forma de lluvia y empezará de nuevo el ciclo hídrico.
Cuando despegamos de San José del Guaviare con destino al Chiribiquete pudimos ver cómo este proceso de evapotranspiración de la selva se ve interrumpido por la deforestación, y cómo los ríos voladores desaparecen.
La selva que se desprende del río Guaviare hacia el sur ya casi no es selva. Desde el aire se ve como una selva rota, llena de inmensos predios, lotes que se ven limpios y que tienen ya construidos los jagüeyes, ese reservorio de agua de forma redonda que se hace en los llanos para que el ganado tome agua. Desde el aire, esos jagüeyes se ven de un blanco brillante y le dan al paisaje y a lo que queda de selva un aspecto lunar e inerte.
Luego de media hora de vuelo, Rodrigo me avisa que entramos al parque de Chiribiquete. En el papel, ese parque nacional tiene cerca de 4,3 millones de hectáreas protegidas y una extensión de 43.000 kilómetros cuadrados. Sin embargo, lo que vimos desde el aire fue otra realidad.
Donde debería haber selva tupida vimos manchas de lotes talados recientemente. A algunos, incluso, se les ve que ya tienen ganado. Según Botero, las reses las traen desde el Meta vía La Macarena en unas travesías inimaginables. Las sacan luego por las vías conectoras que tiene Chiribiquete y las venden en los mataderos de Neiva o de Bogotá, a pesar de que son reses alimentadas en predios que están deforestando el corazón del Amazonas.
De acuerdo con una investigación de la FCDS, la ganadería ha sido el principal motor de la deforestación, sobre todo desde que se firmó el acuerdo de paz con las Farc en 2016. Según Rodrigo Botero, en los últimos cinco años han entrado a la zona de influencia de Chiribiquete más de un 1.200.000 reses. En ese mismo periodo Colombia ha perdido cerca de 500.000 hectáreas de bosque amazónico.
Aunque en 2023 se redujo la deforestación en un 64 por ciento en el Amazonas, una cifra histórica desde que se registró el pico más difícil entre 2017 y 2022, lo que ha pasado en estos seis últimos meses en Chiribiquete es devastador.
En el sobrevuelo vimos grandes extensiones de potreros recién preparados para meter ganado al lado de grandes extensiones de coca. Vimos carreteras nuevas recién arregladas cerca de los ríos que se comunican entre sí y que les permiten sacar el ganado y la coca que producen hacia Bogotá, hacia el occidente del país o hacia la frontera con Brasil.
Estas fincas están en la zona controlada por los hombres de Calarcá, el jefe de una facción de las disidencias de las Farc que está dialogando con el gobierno .
Lo más grave es que estos nuevos predios que se habrían abierto en los últimos seis meses están situados a unos 30 kilómetros en línea recta de los Tepuyes, que son el corazón del Parque. Según Rodrigo Botero, más de 4.000 kilómetros de trochas han sido abiertas en los últimos cinco años en la zona de influencia de Chiribiquete. Pero lo que más nos alarmó fue que pudimos constatar que en la zona de Calamar, dominada por Mordisco, el jefe de la facción de las disidencias que no está en la mesa de diálogo, vimos unas fincas grandes de ganado, recién preparadas, que están a tan solo 10 kilómetros de los Tepuyes.
“Al ritmo que van las cosas es probable que este frente colonizador llegue hasta los Tepuyes en diez años. Si eso sucede, no solo se pondrá en peligro a los pueblos indígenas en aislamiento voluntario que habitan esas selvas sino que significará la muerte de Chiribiquete”, me advirtió Rodrigo Botero.
Tras la firma del acuerdo con las Farc en 2016, se suponía que el Estado iba a llegar con proyectos y políticas, pero eso no ocurrió. Ese vacío fue llenado en los últimos cinco años por diferentes facciones del EMC que se han repartido el control de esta selva. Por un lado, están los hombres de Calarcá, que tienen presencia desde La Macarena pasando por San José del Guaviare hacia el oeste de Chiribiquete. Por el otro está el frente primero que comanda el Paisa, que va de las cabeceras del rio Utilla que bordea Chiribiquete, hacia el sur hasta llegar a Miraflores. Por el río Guayabero está Willington del frente 44. Estas dos últimas organizaciones armadas le responden a Mordisco.
La presencia de estas tres organizaciones armadas le está saliendo cara a los indígenas y campesinos que viven en esta selva. Desde que llegaron los del EMC, todos deben andar carnetizados y se castiga a los que no lo estén. Hace dos semanas amenazaron a los comerciantes de San José del Guaviare y les ordenaron cerrar negocios e ir a hablar con los comandantes para cuadrar la tarifa extorsiva. “Eso ni siquiera lo hicieron las Farc”, me dijo sorprendida una joven de San José del Guaviare que nunca imaginó que iba a añorar los tiempos en que las Farc dominaron esta región.
En materia de preservación de la selva, las disidencias han cambiado de parecer varias veces. Entre 2019 y 2022, -periodo en el que se registró el pico más alto de deforestación en el país-, la orden era tumbar el bosque. Cuando apareció la paz total y los del EMC decidieron empezar a dialogar con el gobierno de Petro, cuentan los campesinos que la orden cambió. Ya no les pedían que tumbaran el bosque sino que lo preservaran. Esa decisión, dicen los expertos, fue clave para que la deforestación se redujera en un 64 por ciento en 2023. Sin embargo, en los tres primeros meses de 2024, -que coinciden con la escisión del EMC y la decisión de Mordisco de levantarse de la mesa de diálogos-, la deforestación subió de nuevo en un 44 por ciento.
Cuando aterrizamos en San José del Guaviare después de casi tres horas y media de sobrevuelo, nos bajamos de la avioneta con el alma arrugada. Ver el Amazonas desde el aire es un espectáculo único e imponente, pero verlo tan asediado y menguado fue desgarrador.
Es imposible que un frente colonizador como el que se está cargando la selva de Chiribiquete pueda estar impulsado solo por la ilegalidad. Para haber llegado hasta donde está hoy tuvo que haber contado con el apoyo de los acaparadores de tierra, de los ganaderos y políticos que han venido sacando provecho de la ampliación de la frontera agrícola. Esos invisibles también son responsables de la deforestación que asedia la zona de influencia de Chiribiquete.
Los gremios como Fedepalma y Fedegán también tienen que hacer mucho más de lo que están haciendo. Si se siguen oponiendo a la trazabilidad de sus productos, para saber el origen de estos y los lugares por donde han pasado, la selva del Amazonas se seguirá devastando.
Lo mismo se puede decir del Estado colombiano que fue incapaz de llegar a estos lugares luego del acuerdo de paz firmado con las Farc. Mientras el Estado no haga presencia en la Colombia profunda, ninguna paz total va a ser suficiente porque los campesinos y los indígenas van a seguir siendo sometidos a los designios de unos grupos armados que viven de la codicia y a los que no les interesa preservar ni la vida ni la selva.
Nota del editor: Una semana después de esta crónica las Fuerzas Armadas ingresaron a Chiribiquete y realizaron varios operativos contra el narcotráfico y las vías ilegales. El presidente Gustavo Petro se pronunció en redes sociales de las acciones.