Los fantasmas del ambiente

Crédito: Colprensa

14 Abril 2024

Los fantasmas del ambiente

El meteorólogo Max Henríquez analiza para CAMBIO la crisis del agua. “La situación coyuntural actual de escasez de agua en los embalses para consumo humano en Bogotá, no es nueva”, dice. “Se ha repetido con cada fenómeno de El Niño y se seguirá presentando cada vez con mayor impacto, porque no se hace prevención”.

Por: Max Henriquez Daza

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Nuevamente, aparece el clima en la vida del país, abriendo varias polémicas alrededor de ciertas decisiones políticas que ya se están considerando tomar para aplacar la falta de agua-lluvia en los embalses de Bogotá y la Sabana. Es increíble que, siendo una potencia mundial en el recurso hídrico, atravesemos crisis como la actual, que desnuda una muy baja resiliencia ante las coyunturas críticas ya conocidas.

Por su ubicación geográfica, Colombia recibe aportes de humedad desde el Caribe y el Atlántico por los vientos alisios del noreste; desde el Pacífico llegan oleadas húmedas con esos alisios del sureste que, al cruzar la línea ecuatorial, se tornan del suroeste y enfrentan la cordillera occidental casi perpendicularmente; y desde la selva del Amazonas, los alisios del sureste arrastran la humedad que le aportan a la atmósfera los millones de árboles a través de la evapotranspiración. Esa selva se comporta también como un océano, pero, a diferencia de las otras dos fuentes, esta no es infinita, por la deforestación imparable.

Las fuentes de humedad infinitas, provenientes del Caribe-Atlántico y del Pacífico, tienen una variabilidad importante que causa una vulnerabilidad conocida, especialmente la asociada con los fenómenos de El Niño y de La Niña. Cuando hay Niño, hay sequía; cuando hay Niña, hay lluvias excesivas, ambos produciendo desastres en Colombia.

Es importante tener en cuenta que las tres cordilleras que cruzan al país de sur a norte permiten que los vientos las enfrenten perpendicularmente, condensando el vapor de agua, formando las nubes y la caída de lluvias.

Cosa diferente sería si estas tres cordilleras estuvieran orientadas de oriente a occidente (o de occidente a oriente), porque en ese caso tendríamos unas zonas secas, semidesérticas en todo el centro y sur del país. Fuimos beneficiados a la hora de la repartición de los recursos hídricos en el mundo, pero tal riqueza es como un falso positivo del clima, ya que, en vez de beneficiarnos, nos causa problemas. No hay derecho.

En cuanto a las vulnerabilidades del recurso hídrico en Colombia, tenemos que hablar de tres de ellas, en diferentes escalas de tiempo. La más recurrente es la asociada con el fenómeno del Niño, que cada 3, o 4, o 5 años nos causa unos déficits de agua de mayor o menor intensidad, que reduce la oferta hídrica. Estos eventos oceánico-atmosféricos son conocidos, así como sus impactos en la reducción de las lluvias y la presentación de las sequías. Otra es la asociada con la deforestación de la selva del Amazonas, que poco a poco reduce también el aporte de agua a la atmósfera sobre ella y, por tanto, las lluvias en media Colombia.

Esta es una vulnerabilidad de largo plazo que hay que considerar en la planificación del suministro de agua para consumo humano y la producción de energía hidroeléctrica, porque es un fenómeno creciente.

Se estima que pueden estar reduciéndose las lluvias a 25 años en un porcentaje que depende de la misma deforestación. Algunos estudios sugieren una reducción de un 20% en la cantidad de lluvias anuales en la Sabana de Bogotá, con lo que entraría en un proceso de aridez incipiente. Y, por último, por el cambio climático, para lo cual hay que remitirse a los estudios que el Ideam prepara periódicamente, sobre los escenarios futuros del comportamiento humano y el cambio de clima en las diferentes regiones de Colombia

La situación coyuntural actual de escasez de agua en los embalses para consumo humano en Bogotá no es nueva. Se ha repetido con cada fenómeno de El Niño y se seguirá presentando cada vez con mayor impacto, porque no se hace prevención, ni gestión del riesgo, y porque no se ha aumentado la oferta hídrica para suplir la creciente demanda en una ciudad cuya población aumenta día a día. La crisis está a la vuelta de la esquina y el próximo Niño nos va a llevar a racionamientos de agua y energía en todo el país, a menos de que se hagan las cosas como debe ser.

La intención de bombardear nubes con yoduro de plata, o cualesquiera otras partículas higroscópicas, no es la solución a corto plazo para acabar con la escasez de lluvias en las zonas de los embalses. Y no es que esa práctica no sea útil, que sí lo es, sino por la manera en que se aborda el asunto, dándole una solución política a un problema técnico-científico.

Se debe afrontar esto con seriedad y crear un programa de modificación artificial del tiempo en el Ideam, que es la entidad idónea, y con el apoyo de las empresas de acueducto, energía eléctrica, la CAR, la Alcaldía de Bogotá y la Gobernación de Cundinamarca. Y hay que comenzar ya a estructurar ese proyecto, que nos estaría indicando en los próximos años el que, como, cuando y donde bombardear las nubes con éxito para lograr los resultados esperados, y no salir corriendo a buscar al gringo que en 1984 hizo esfuerzos inútiles para causar lluvia sobre los embalses.

En esa ocasión les advertí al alcalde Augusto Ramírez Ocampo, a Diego Pardo Koppel de la CAR, a Juan Manuel Lleras del Acueducto y a Fabio Puyo Vasco de la empresa de energía, reunidos en un foro en El Espectador, donde yo era un colaborador, que esa no era la manera de hacer las cosas, cayendo en oídos sordos. Ellos argumentaban que tenían que hacer algo y, por eso, trajeron al meteorólogo gringo, así no sirviera para nada. Por eso, esta discusión sobreviene con cada sequía de cada Niño y así seguiremos indefinidamente a menos que escuchen y se dejen aconsejar.

En los abriles de 1984, 1988, 1993, 1998, 2010, 2016, 2020 y ahora, en el de este 2024, cuando el Niño se acaba y las lluvias regresan a su normalidad, los embalses estuvieron, como ahora, al borde del precipicio, casi secos, y con el fantasma del racionamiento amenazando la normalidad de la ciudad.

Al fantasma del Niño se suma el fantasma del cambio climático y de la deforestación, todos ellos asociados al clima. Hay que espantarlos con conciencia y no estar navegando en aguas agitadas cada vez que se presentan en sus diferentes escalas de intensidad y de tiempo.

Este segundo semestre del 2024 comenzaremos una Niña que llenará los embalses, con lo que las autoridades y todos se olvidarán del problema.

Si no se reducen las crecientes vulnerabilidades y no se aumenta la resiliencia, tendremos una crisis mayor en 3 o 4 años, cuando vuelva el fantasma del clima, no a asustarnos, sino a darnos un duro porrazo.

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