Ana Bejarano Ricaurte
13 Febrero 2022

Ana Bejarano Ricaurte

DUQUE BUSCA CHAMBA

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En Venezuela dicen que alguien come cable cuando anda sin plata o trabajo. Qué angustia debe sentir Iván Duque al vislumbrar que se le acaba su penoso mandato y tiene muy poco que mostrar. Al mandatario le preocupa comer cable, pero más por su eminente desempleo, que por el hecho de quedar cesante, pues aparte de su futura pensión de expresidente (37.9 millones de pesos mensuales) parece boyante por otros lados. No descartemos que, tras su retiro, llegue a hablarse de una vergonzosa e inexplicable cantidad de negocios concretados por importantes alfiles del duquismo. Solo falta que su único y verdadero legado sea el saqueo del Estado.   

Otros pretenden rescatar una herencia diferente: su política migratoria, tildándola de histórica en la región. Cuando se expidió el Estatuto Temporal para Migrantes se prendió un aplausómetro automático: “cuánta generosidad”; “es una lección de paz”.  Ni lo uno, ni lo otro. El tema del presidente con los venezolanos es una cuestión de estrategia, pragmatismo y mucha incoherencia. 

Dos altas fuentes confirman que el afán del mandatario por hacerse a la fama del gran protector de los migrantes en Colombia proviene de su interés de ser nombrado presidente de la Organización Internacional de Migrantes (OIM) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El plan es recoger apoyos en sus múltiples viajes internacionales y asegurarse el puesto en 2023, cuando el cargo quedará libre y Duque también, listo para entrar de nuevo a la burocracia internacional. Pero ya no por la puerta de atrás, por donde salió cuando era un cargamaletas en el BID, sino por delante, sentado en una silla más rimbombante.   

Además, sin considerar la verdadera motivación del aplaudido estatuto, su expedición es la consecuencia lógica ⎯casi inevitable⎯ de una política pública que viene del gobierno pasado y a la cual Santos accedió por cuenta de las presiones de organizaciones internacionales. 

En efecto, el Estado colombiano hizo bien en escuchar a ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, y a otras organizaciones tras la desbordante llegada de personas venezolanas al país. Desde Santos se han impulsado distintos tipos de estrategias de las cuales se desprende la casi obvia y necesaria expedición del decreto de este gobierno. Pasamos del permiso especial de permanencia al registro masivo de venezolanos, a estatutos diferenciados (entre niños, estudiantes, emprendedores…) hasta llegar al sistema actual. La acogida en el papel a la población venezolana no se la inventó Duque y tal vez lo único que debemos agradecer es que no echó para atrás lo que venía bien desde antes, como hizo con tantos otros asuntos. 

Además, y a pesar del estatuto, lo cierto es que Duque ha acudido sin sonrojarse a la xenofobia para defender atrocidades. Así lo hizo en 2019 cuando expulsó ilegalmente a 59 venezolanos al culparlos, sin aparente prueba, de causar desmanes en las manifestaciones. La Corte Constitucional acaba de declarar la violación de derechos humanos en el caso, pero como ya es costumbre en este gobierno, la sentencia llega cuando el daño está hecho. En ese entonces, ministros y funcionarios salieron a repartir veneno mediante la fácil fórmula de adjudicar a los extranjeros la violencia que ellos mismos ejercieron sobre la ciudadanía. Las expulsiones discrecionales, peligrosas por la falta de control que recae sobre ellas, pasaron del 16 al 94 por ciento en tiempos de Duque.

La semana pasada, otra ficha del Gobierno, el registrador Alexander Vega, canceló las cédulas de 42.000 ciudadanos colombovenezolanos. Aunque el encargado de las elecciones dijo que no se trataba de depurar el censo electoral, lo cierto es que existen serios cuestionamientos sobre la legalidad de ese procedimiento y el curioso momento que han elegido para tomar esta masiva decisión.   

Y mientras tanto, la xenofobia va en aumento en Colombia; se percibe en las calles un sentimiento cada vez más antivenezolano. Campañas políticas, como la de Rodolfo Hernández, han caído en la perversa tentación de apalancar la recogida de votos sobre discursos de odio. Si Duque quiere convencer a otros países para que lo elijan en la OIM cuando quede parado, tal vez convendría que saliera en defensa de la población venezolana en Colombia y condenara el uso de la xenofobia en la campaña electoral. No lo hará porque resulta más cómodo firmar decretos y viajar a reuniones bilaterales, todo por cuenta del erario.  

Duque no es el gran mecenas de los migrantes; la historia lo registrará como lo que es: un mandatario oscuro e intrascendente que está desesperado pasando hojas de vida en busca de chamba para no comer cable, como dicen en Venezuela.

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