Ana Bejarano Ricaurte
24 Abril 2022

Ana Bejarano Ricaurte

EL ÚLTIMO ROUND

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El daño institucional que el gobierno de Iván Duque ha causado tendrá efectos por varias décadas. El presidente y sus amigos del recreo se han dedicado a desmontar, pieza por pieza, la Constitución Política al destruir el equilibrio de poderes, desaparecer los organismos de control, cooptar todo y ponerlo a funcionar solamente en su favor. Por fortuna los jueces de la República, aunque tarde, han logrado detener algo del desastre generado por este gobierno de la Sergio Arboleda en su empeño de arrasar con lo que quedaba.

No contento con lo que ha hecho a la justicia desde la Presidencia, ahora Duque como expresidente aspira a jubilarse siendo magistrado de la Corte Constitucional, según lo revelado por Daniel Coronell en su #ReporteCoronell en la W Radio.    

El anuncio de verdad despierta carcajadas y desconcierto, pues Duque ha dado muestras no solo de despreciar el cardinal papel que desempeña la Corte en nuestra institucionalidad, sino que su gobierno ha demostrado un vergonzoso desconocimiento del derecho constitucional y para qué sirve.

Cuando se quejó por el fallo del aborto, un abuso institucional gravísimo al inmiscuirse en el poder legítimo de otra rama, no lo hizo desde su incomodidad personal con el resultado sino que objetó que “cinco personas” pudieran tomar una decisión de esa naturaleza. Y por esa vía olvidó la razón de ser de los tribunales constitucionales en muchos regímenes modernos, desconoció la legitimidad democrática que sustenta a esos magistrados; en resumen, básicamente hizo un oso tremendo.  

Son innumerables las leyes que este Gobierno ha pasado por su aceitado Congreso  abiertamente inconstitucionales y ha procedido a sabiendas  contando con que mientras la Corte las declare inexequibles pueda hacer sus fechorías sin control alguno. Lo mismo de “mientras no estén presos: voten”.  

Es entendible que el presidente quiera sentarse en las mismas sillas desde donde le propiciaron tantas derrotas: el rechazo de sus objeciones contra la JEP, a la cadena perpetua contra violadores, a la aspersión con glifosato o a la ley de financiamiento, la primera de las desastrosas reformas tributarias que intentó este remedo de mandatario. 

Es probable que Duque tenga claro que la Corte Constitucional es una de las pocas instituciones que no pudo acabar. Y también no debe ignorar que es el lugar desde donde se ha promovido un proyecto de país que su sector político detesta; donde las mujeres contamos con autonomía sobre nuestros cuerpos, donde los desfavorecidos han encontrado una voz que los represente, donde algunas de las arbitrariedades tienen fin. Duque repudia el control sobre el poder, por eso se empeñó en ejercer actos de censura contra la prensa crítica, en cooptar  cualquier organismo llamado a moderarlo o a actuar de manera independiente.

Y por eso el más importante embate que podría ejercer sobre ese Carta Política que aborrece es  convertirse en juez  del Tribunal que la defiende, para llevar allá el mismo entendimiento mediocre, ineficiente e inhumano del Estado bajo el cual ejerció la Presidencia.  

Puede resultar útil para Duque y su gavilla que, tras dejar el poder, cuenten con un representante directo en la Corte de cierre de la nación, donde se pueden terminar decidiendo los futuros de investigaciones penales y disciplinarias, entre otros líos. La paranoia que reina en el Gobierno se evidencia en las ganas de repetir en la función pública, lo mismo que en negar información a quienes lleguen y asegurarse de que el traspaso del poder sea lo más oscuro posible. 

Duque tiene que saber que su legado no representa gran cosa, especialmente para el uribismo, fuerza política que logró diezmar y dividir en su paso por la Casa de Nariño. Por eso necesita un último round para dejarle algo a Uribe al acabar con todo. Necesitan llegar a los lugares que no lograron cooptar; llegar a la Corte para destruirla, y en eso sí que cuentan con valiosa experticia. 

Y es que se entiende la angustia de un mandatario que deja el poder apenas con 45 años, sin nada que mostrar. No merecía ser presidente, como tampoco llegar a la Corte Constitucional. Pero eso no importa porque en el duquismo no cuenta el mérito sino el talento para acabar con las instituciones, y en eso gana por knock out

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