J. J. Gori Cabrera
27 Marzo 2022 03:03 am

J. J. Gori Cabrera

SEUDOSOCIOS DE UN SEUDOCLUB

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El alto gobierno nacional en pleno estaba en Washington cuando se divulgó la noticia de que se incluirá a Colombia en una lista de “Aliados Principales Extra–OTAN”, y para la historia quedó la impactante foto de la cumbre Biden–Duque. Después se anunció un paquete de ayudas por más de 470 millones de dólares, sujeto a una lista de condicionamientos. Las desavenencias surgirán pronto. Ya el embajador Philip Goldberg se adelantó a rectificar al ministro de Defensa, Molano, imprudente contumaz, quien aseguró que al ESMAD le darían auxilios libres de exigencias.
 
Lo de las listas es afición ancestral. En su novela Los elegidos, escrita por la década de los cincuenta, Alfonso López Michelsen pinta un caso de rivalidades amorosas en el que, por presiones del embajador estadounidense, el protagonista es incluido en la nefanda lista de los pro-nazis. Años después, el embajador ficticio de la novela se personificó en Mr. Myles Frechette, delegado que dejó impronta por su desabrochada intervención en nuestros asuntos internos. Un diplomático es quien puede decir las cosas más desagradables en la forma más agradable. Frechette eliminó la segunda parte de la premisa; y lo imitan sus sucesores.
 
Vinieron las listas de los perniciosos, de los comunistas, de los países que no cumplen con la lucha contra el tráfico de drogas, de los del eje del mal, la Lista Clinton (de los narcotraficantes), las de países terroristas, de organizaciones criminales y de combatientes enemigos, etc. La más corta, según un chiste de la Guerra Fría, era la de los países amigos. Esto de enlistar para castigar o premiar a lo capataz no es muy democrático ni comulga con criterios de igualdad promulgados por la Carta de la ONU y la OEA.
 
El presidente F. D. Roosevelt explicaba que si al vecino se le quemaba la casa y pedía una manguera, había que prestársela. Así justificó su ayuda a Churchill. Ahora es el vecino quien decide si hay fuego y si nos presta la manguera para lo que él disponga. Tal cual es esta lista de aliados.
 
La Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, es un pacto de defensa colectiva entre países europeos y los Estados Unidos. Bajo Juan Manuel Santos, Colombia se vinculó como socio global, pero no somos parte. Solo recibimos asistencia en materia de crimen cibernético, terrorismo o crimen organizado, entre otros aspectos. Sin embargo, ya el embajador de marras afirmó en El Tiempo (23.3.2002) que asumimos el compromiso “de apoyar a los países libres, democráticos, en todas partes del globo”. Sin saberlo resulta que contrajimos un deber de apoyar en el mundo a los países libres y democráticos… según los definan el embajador de los EE. UU. y su gobierno.
 
Ahora nos declaran aliados por fuera del club de los distinguidos, en condición de principales o estratégicos. Esto es como aquello del primer y tercer mundo, que se ignora cuáles son los países del segundo. Aquí no se sabe cuáles son los aliados poco aliados (simplemente objeto de interés especial) y cuáles los principales. Es una lista de los que no entran a la lista. Algo así como ser semisocio de una seudo-OTAN. Entre los aliados figura Afganistán. De poco le sirvió para frenar a los talibanes.
 
Debemos tener presente que esta declaratoria no constituye un tratado, ni siquiera un acto unilateral que cree obligaciones. Es una pieza habilitante para que, bajo tutela legislativa, el gobierno pueda asignar recursos al país bendecido, exigiéndole serias condiciones.  Se ha informado que nos da ventajas, privilegios y beneficios, expresiones todas ellas que denotan concesión, liberalidad. Se pueden otorgar o retirar sin reato. Podremos obtener ventajas del “comercio de defensa y la cooperación de seguridad”. Podemos recibir préstamos de material, suministros y equipamiento para la investigación y “el desarrollo cooperativo”. También podemos recibir excedentes de material de guerra y comprar municiones de uranio empobrecido, cuyo uso puede ser considerado crimen de guerra.
 
Y, así mismo, podemos recibir entrenamiento militar, que incluye las normas de conducta del estamento castrense, las mismas que los marines dejan en sus mochilas cuando incursionan por el ancho mundo.  Lo más cuestionable y que requeriría claridad absoluta es la peligrosa probabilidad de que nuestro territorio sea asentamiento de fuerzas militares o depósito de material de guerra. Si nos vamos a convertir en arsenal o base para mantener tensiones en la región, la nación tiene que saberlo, y su consentimiento solo puede darse de conformidad con la Carta, no mediante abrazos y componendas.
 
Se ha dicho con ligereza que la inclusión enaltece a Colombia y que ratifica nuestro compromiso de defender valores democráticos y libertades. Con esa fraseología abstrusa se nos garantiza protección, pero para la defensa de intereses ajenos.
 
No podemos seguir comprometiendo al país mediante formulaciones sujetas a la poderosa capacidad de interpretación de los Estados Unidos.  Entre muchos despojos, las interpretaciones unilaterales de Washington propiciaron la pérdida de Panamá y partes de México, y Cuba sufre la usurpación de Guantánamo para propósitos poco nobles.
Esto tiene que inquietar a los rusos. Si nos invaden, el Zelenski criollo y su séquito nos defenderán desde Luxemburgo y quedará a cargo el Mindefensa Molano. ¡Líbranos, Dios mío! Han de saber que, de desembarcar los tanques, estos serán oportunamente desvalijados, si es que no los desbaratan los malignos bolardos.

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