Daniel Samper Pizano
28 Agosto 2022

Daniel Samper Pizano

TÓMESE SU JUGUITO

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Al presidente Gustavo Petro, que tiene fama de hábil orador, le hemos oído en los últimos días dos buenos discursos. El que pronunció en la escuela de cadetes de Bogotá durante su primer contacto masivo con los militares fue aplaudido por los propios uniformados. Unos días antes había demostrado de manera convincente a los alcaldes de la zona del Pacífico que el atraso comparativo de esta región respecto a otros países es producto del sometimiento y postración de la población negra.

Los que saben de campañas y gobiernos sostienen que hay discursos que se prestan para improvisar y otros que conviene preparar a fondo, escribir con esmero y leer con estudiada voz. Por las circunstancias especiales entre Petro y el estamento militar —al que ha querido envenenar la derecha, empezando por los ataques soterrados de Iván Duque y los halagos excesivos que paga con nuestro dinero— las palabras presidenciales pertenecían quizás a la estirpe del discurso leído. Improvisar era un riesgo, pero salió bien. Si el estado del orador hubiera sido semejante al que exhibió durante el famoso discurso ggggojo de Girardot, el resultado seguramente habría sido otro.

El tema es ineludible: cada vez se cuchichea más que el presidente no domina del todo su animus potandi, latinajo de cosecha propia que se refiere a las ganas de tomarse unos tragos sabrosos. Cierto calumniador profesional del laureanismo tilda ya al jefe del Estado de “guerrillero borracho” y, más delicada pero más perversa, la pre-pre-precandidata presidencial María Fernanda Cabal le aconseja que se someta a un tratamiento contra la dipsomanía.

Por unas escenas en que la primera ministra Sanna Marin bailaba alegremente en una rumba privada, los laureanistas de Finlandia (en todas partes se dan) la acusaron de consumir drogas. Un examen de laboratorio demostró que la joven política estaba libre de toda sospecha química. Ignoro si cuando Petro incumplió hace poco un par de citas importantes habría podido superar un desafío parecido en materia etílica. Para evitar calumnias, rumores y decisiones erradas, todo gobernante debería hallarse siempre en posibilidades de aprobar con nota intachable la prueba de alcoholemia. Si no puede manejar un carro, no puede manejar un país. En esta columna escribí hace seis meses acerca de los resbalones y caídas de algunos gobernantes aficionados a empinar el codo. Digamos que era una señal de peligro.

Gustavo Bolívar aclaró que el día del discurso gggojo, su tocayo no estaba beodo: solo “entonadito”. Por inocentes que sean algunas alegrías alcohólicas, el presidente tiene que contrarrestar con su conducta las consejas y temores acerca de su autocontrol. No puede dar papaya. Resulta insensato sembrar incertidumbre entre los ciudadanos y entregar a sus rivales, por cuenta de unos guaros, armas tan poderosas como la insidia y la murmuración.

Amigos y familiares de Carlos Lleras Restrepo reconocen que su espíritu bohemio era propenso a las buenas compañías, las buenas charlas, los buenos poemas y el buen vino. Pero el 7 de agosto de 1966, cuando se terció la banda tricolor como presidente de Colombia, se recetó a sí mismo una fórmula que mantuvo durante cuatro años: fuera el alcohol, bienvenidos los jugos. Así fue. A lo largo de su mandato solo consumió zumo de guayaba, hasta el punto de que una empresa de bebidas aprovechó la ocasión para lanzar una campaña publicitaria que preguntaba: “¿Y de la guayaba, qué?”.

Pásese a la guayaba, presidente Petro. Para los colombianos esta fruta es símbolo de templanza y nostalgia. Además, deja la piel tersa, estabiliza la función estomacal (que, según la Casa de Nariño, se le desordenó hace unos días), rebaja el peso, provee vitamina C, combate la anemia, disminuye el colesterol malo, perfuma el aliento, regula la presión arterial, previene el cáncer y, como si fuera poco, inyecta ganas de leer a García Márquez.

La canoa de Nebrija

La primera palabra americana que entró a un diccionario de lengua española fue canoa: “Embarcación de remo muy estrecha, ordinariamente de una pieza, sin quilla y sin diferencia de forma entre proa y popa”. (DLE). El autor pilló el vocablo en el diario de Cristóbal Colón correspondiente al 26 de octubre de 1492 y lo insertó tres años después entre 18.000 definiciones más que constituyen su magna obra, el Vocabulario español-latino. Era el único término procedente del Nuevo Continente. Hoy son un torrente. Este sabio que inauguró la presencia de América en nuestra lengua fue el filólogo Antonio de Nebrija, andaluz nacido en 1444. A él corresponde, además, el mérito de haber publicado la primera gramática española el mismo año en que aparecieron en el Caribe los marineros barbados de la reina Isabel. La influencia de Nebrija en el edificio del castellano fue larga y profunda. En 2022 se cumplen 500 años de su fallecimiento y abundan las celebraciones. Sin ir muy lejos, el lunes pasado realizó una excelente presentación el secretario de la Academia Colombiana de la Lengua, Edilberto Cruz Espejo. Medio milenio de Nebrija... Debería haber alboroto en los colegios. Pero, como el buen don Antonio no es Maluma, los hispanohablantes desconocen su herencia.
Otra fecha que trepida en el sector cultural son los ochenta años del Instituto Caro y Cuervo, una de las más notables banderas culturales que puede izar este país herido y malfamado. Ganadora, entre otros premios, del Príncipe de Asturias, es institución venerada en el planeta de la lingüística. El jueves 25 se celebró su octogésimo aniversario y estoy seguro de que hasta J. Balvin se puso contento.

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