Enrique Santos Calderón
24 Abril 2022

Enrique Santos Calderón

UN CENTRO FLOJO PERO GANADOR

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París. Llegué a esta ciudad el día en que tuvo lugar el último debate televisado entre Marine Le Pen y Enmanuel Macron, enfrentados hoy por la Presidencia de Francia tras una campaña que no entusiasmó al electorado. Salvo algunos afiches desteñidos en el Barrio Latino llamando a votar “contra la extrema derecha y sus ideas”, nada en un lánguido clima primaveral sugiere tensiones ni calenturas políticas.

Entre otras cosas porque el triunfo de Macron se da por descontado. El presidente candidato superó ampliamente a su rival en un cara a cara en el que le cobró duro su fragilidad en temas económicos y su declarada simpatía por Vladimir Putin. Antes de la invasión de Ucrania, es cierto, pero la posterior rectificación de Le Pen no resultó convincente. Como no lo fue su intento de maquillarse en las últimas semanas como una candidata moderada y moderna.  El debate del miércoles por la tele me pareció el puntillazo final de Macron.

Según lo que leo y oigo, para muchos franceses la sorpresa por la altísima votación de Marine Le Pen en la primera vuelta se transformó rápidamente en miedo al posible de triunfo de lo que ella encarna: una derecha radical, populista, nacionalista, enemiga de inmigrantes, minorías raciales e inclusive de la Unión Europea.  Sería nada menos que la llegada del trumpismo a Francia. No sucederá, según todos los sondeos. 

Hecho significativo de cierto estado de ánimo francés fue la manifestación de más de veinte mil estudiantes el 21 de abril en París contra la extrema derecha pero también a favor de la abstención o el voto en blanco, para no tener que escoger “entre la peste y el cólera”.  Los inconformes con lo que han calificado como “una campaña de mierda”, la mayoría jóvenes, han bloqueado calles y ocupado universidades. Sin mayor violencia, hay que decirlo. Nada parecido a las revueltas del pasado.

Se percibe un ambiente de desilusión y descontento donde no descollaron líderes que suscitaran unidad nacional o fervor popular.  Ante la elección de hoy se ha hablado mucho del “voto útil” o el “mal menor”, lo que favorece a Macron, ya que la izquierda radical de Jean Luc Melenchon (22% en la primera vuelta) nunca votaría por Le Pen. Se abstendrá o lo hará a regañadientes por el presidente candidato.

Macron ha hecho un buen gobierno (disminuyó el desempleo de 9.2% a 7.2%, por ejemplo) y no ha caído en tentaciones populistas: mientras Melenchon y Le Pen proponían bajar la edad de jubilación, dijo que habría que subirla de 62 a 65 años. No lo ayuda una actitud con frecuencia arrogante y elitista, pero más que el estilo presidencial al francés promedio le preocupa la llegada al Eliseo de un radical de izquierda o derecha.

O así pareciera. Porque si una gran incógnita de hoy es a cuánto ascenderán la abstención o el voto en blanco o nulo, una certeza inquietante es cómo han crecido los extremismos políticos en este país. El columnista Luc Ferry advertía en Le Figaro que la derecha nacionalista radical, que pesaba 21% cuando Macron llegó a la Presidencia hace cinco años, hoy está en 32.5%. Y si desde el otro espectro ideológico se agrega el 22% de Melenchon, los partidos trostkistas, el partido comunista y el ala radical de los ecologistas, los extremos suman hoy un 60%.

En contraste, socialdemócratas, republicanos y centristas, lo que Ferry llama el “círculo de la razón” que en 2017 sumaba el 58% del electorado, hoy llega apenas al 39%.  A Macron, pues, que en primera vuelta recibió poco menos de diez millones de votos sobre 49 millones de inscritos, le tocará lidiar con una Francia “extremista e ingobernable” destinada a una confrontación entre “un centro flojo y unos extremos duros”, según este analista. No todos comparten este lúgubre diagnóstico aunque el francés es por esencia pesimista y crítico.

El caso de Macron es interesante. Llegó al poder en 2017 a los 39 años, el gobernante más joven desde Napoleón. Gozó de amplia simpatía el comienzo de su quinquenio pero pronto comenzó a ser percibido como distante de la gente y demasiado cercano a los ricos. No es fácil mantener la favorabilidad de un pueblo tan contestario que sale a la calle por cualquier motivo.

Esta Francia insatisfecha y fracturada que hace años no visitaba me recuerda la célebre pregunta de De Gaulle (una figura que sí convocaba a la unidad nacional) después de las famosas revueltas de mayo del 68: “¿cómo se puede gobernar un país con 246 variedades de queso?” Símil caricaturesco y tal vez muy lejano, cuando todo indica que los franceses preferirán hoy a un presidente centrista desgastado a una impetuosa líder de la ultraderecha. Pero el triunfo de Macron no será tanto por un entusiasta voto de apoyo a su gestión como por una lógica del "mal menor". 

Acá, como en Colombia, salió a relucir un profundo descontento con el sistema electoral y de escrutinio.  Llueven propuestas para cambiarlo y críticas al funcionamiento de esta democracia.  "Es lo que hay" responden sus defensores, y recuerdan a Churchill cuando dijo que la democracia es el más imperfecto de los sistemas pero es mejor que todos los demás. 

En esta materia si por allá llueve por acá no escampa. Con la diferencia de que en Francia ser de izquierda es motivo de orgullo y convicción y no una mala palabra. Veremos, en fin, qué dicen hoy las urnas. Solo cabe esperar que las encuestas acierten para que el país que consagró los derechos humanos no pierda el rumbo. 

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