Crónica de una hazaña increíble: así aparecieron los niños perdidos en la selva
11 Junio 2023

Crónica de una hazaña increíble: así aparecieron los niños perdidos en la selva

Crédito: Colprensa

Esta es la historia de una expedición que se internó más de cuarenta días en la selva para cumplir una misión que parecía imposible: hallar con vida a cuatro hermanos desaparecidos después de haber sobrevivido a un accidente aéreo en condiciones extremas.

Por: Maria F. Fitzgerald

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

El 1 de junio, exactamente un mes después del accidente de la avioneta Cessna 306 que cubría la ruta Araracuara-San José del Guaviare, el general Pedro Sánchez, comandante del Comando Conjunto de Operaciones Especiales y líder de la Operación Esperanza, le dijo a CAMBIO: "Espero encontrar a los niños en tres días".

Para ese momento, las posibilidades de hallar con vida a Lesly Jacobombaire Mucutuy, de 13 años; Soleiny Jacobombaire Mucutuy, de 9 años; Tien Noriel Ranoque Mucutuy, de 4 años, y Cristin Neriman Ranoque Mucutuy, de 11 meses, sobrevivientes del siniestro, eran más bien remotas. 

El 16 de mayo, luego de un despliegue de más de 100 hombres sobre la espesa selva, las autoridades habían encontrado la avioneta accidentada en la vereda Palma Rosa, zona rural del municipio de Solano, Caquetá.

En ella viajaban, además de los niños, Hernando Murcia Morales (piloto), Herman Mendoza Hernández, líder indígena de la Opiac, y Magdalena Mucutuy, la madre de los pequeños. Dentro de la nave, aparecieron los cuerpos sin vida de los tres adultos, pero no los niños. 

Niños3

 

El artífice del hallazgo de la avioneta fue un perro de raza belga malinois experto en rastreo, llamado Wilson, que días atrás había llamado la atención sobre un tetero que, probablemente, era el de la niña más pequeña. Ahora que los buscadores se habían dado cuenta de que los cuerpos de los niños no estaban en la aeronave, intuyeron que estaban vivos. 

De inmediato, la búsqueda se redobló, con la ayuda de la guardia indígena. Unas tijeras, moños de pelo y un cambuche pequeño improvisado con palos y ramas reforzó la idea de que los cuatro niños podían estar con vida.

Sorpresivamente, el 17 de mayo, el presidente Gustavo Petro anunció en su cuenta que el Ejército había hallado a los niños sanos y salvos. Pero pronto se dio cuenta de que la información que le había entregado el ICBF era falsa. Entonces, borró el trino y añadió otro, en el que enfatizó: "En este momento no hay otra prioridad diferente a la de avanzar con la búsqueda hasta encontrarlos. La vida de los niños es lo más importante".

Niños 1

El despliegue sobrepasó los 200 hombres, entre miembros del Ejército, guardia indígena, miembros de los bomberos y del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, aeronáutica civil y hasta el padre de los niños, Manuel Ranoque, gobernador de la comunidad Puerto Sábalo Los Monos, del pueblo uitoto, quien, precisamente, había montado a su familia en el avión para sacarlos de la zona porque estaba amenazado por grupos criminales.

Solo un esfuerzo mancomunado entre fuerzas militares e indígenas podía tener éxito: los miembros del Ejército estaban entrenados para permanecer en la selva por largos períodos en diversas misiones, pero los indígenas tenían el conocimiento natural del entorno. 

La agonía de cada día

"Las mañanas se iniciaban con las bendiciones de los mayores", cuenta Luis Acosta, coordinador general de la Guardia Indígena y uno de los estrategas de la expedición: “Primero teníamos que contar con la bendición de la selva para que se despejara y así poder avanzar”.

La selva que atravesaban era espesa, densa, peligrosa. Es probable que fuera la primera vez que un ser humano caminara por ahí. Por lo mismo, cruzarla implicaba no saber con certeza qué tendrían que enfrentar. "La selva es impredecible. No por eso hay que temerle, pero sí sabíamos que teníamos que avanzar con respeto". 

"Llovía demasiado", cuenta el general Sánchez, y eso impedía seguir las huellas. "Si tan solo se hubieran quedado al lado del avión", pensaba. Cada metro avanzado parecía una eternidad, y cada día sin encontrarlos, una frustración. 

Los equipos de búsqueda cubrieron más de 2.000 kilómetros. Eran grupos conformados de distintas maneras: en algunos se movían solo indígenas, en otros solo militares, pero en la mayoría se movieron guardias indígenas y soldados que empezaron a crear códigos para no perderse. 

Mientras tanto, los miembros del ICBF y la guardia indígena decidieron que era buena idea lanzar desde los aviones raciones de alimentos para mantener a los niños con vida. Eran paquetes individuales con bocadillos, agua y fariña que arrojaban desde el aire con la esperanza de que los hallaran.

Niños 2

Cada centímetro avanzado era marcado con una pita que iba señalando por dónde habían cubierto ya el camino. “Insertamos 11 kilómetros de cintas cortadas de un kilómetro a cada lado del caño, o sea, 500 metros a cada lado, un kilómetro en total en los sitios por donde creemos que pueden pasar, contó el general Sánchez. 

“Y aún con esas –dice Acosta– por momentos la selva nos llevaba a volver a cruzar por caminos que ya habíamos pasado. A veces incluso nos perdíamos. Cuando eso pasaba, nosotros los indígenas tenemos una técnica: chocamos los machetes contra un palo, eso crea un sonido que se oye bastante fuerte y con eso avisábamos en dónde estábamos, para que fueran a buscarnos nuestros compañeros. Con esos sonidos creamos códigos para saber en dónde estaba cada grupo y mantenernos pendientes siempre. Un golpe era estamos bien, dos golpes era necesitamos ayuda”, recuerda el coordinador. 

Los días eran largos, caminaban buscando cualquier pista entre árboles tan grandes que los brazos de una sola persona no alcanzaba a abarcar lo ancho del tronco; se requerían dos, o hasta tres personas para conseguir rodearlos. Y tan altos que las copas terminaban por tapar buena parte del sol que, a duras penas, se filtraba por algunas ramas. 

Las noches se llenaban por los rugidos de los tigres, –o jaguares y pumas–, y los aullidos de los micos churucos, unos pequeños simios de pelaje negro o grisáceo que saltaban entre las ramas de los árboles agarrándose por sus colas. También, los aturdía el croar de las ranas que, en conjunto, sonaban más como perros ladrando. “Son cosas fascinantes. Ahí es donde uno se maravilla por la generosidad de la selva”, cuenta Acosta. 

Pero así como hubo belleza, los peligros no fueron pocos. Una noche, recuerda, un árbol se partió de la nada mientras todos estaban durmiendo. Salieron corriendo, con el miedo e haber podido morir aplastados.

Luego, estaban los animales: “Uno oía los rugidos de los tigres toda la noche. Uno sabe que están ahí. Pero uno solo los llega a ver si ya se lo están comiendo a uno –ríe–, de lo contrario no hay forma de saber en dónde están, o qué tan cerca están”. 

Finalmente, estaba la desesperanza, que, luego de días y días de caminatas, terminaba por asentarse. Las pistas que no llevaban a nada, las huellas que de repente se perdían, los rastros que quedaban evaporados en medio de la maleza y la confusión de una selva inexplorada. 

Milagro, milagro, milagro, milagro

Los tres días que calculó el general Sánchez se cumplieron, y de los niños cada vez se sabía menos. Algunos indígenas salieron de la misión por fatiga; otros soldados tuvieron que dejar la selva porque habían enfermado. Poco a poco, la intensidad de la búsqueda disminuyó. Nadie se atrevía a dar por terminada la misión, pero los sobrevuelos comenzaron a ser más esporádicos y el radio de búsqueda se acortó. La decisión fue volver a pasar por los lugares donde habían acordonado con cintas, para ver si los niños habían pasado por ahí. 

Guiándose por los mapas señalados, los expedicionarios rogaron que los niños estuvieran buscando la corriente de un río que los llevara a alguna zona habitada. Entonces, la mañana del 9 de junio, dieron con una comunidad indígena, que les confirmó que los niños habían pasado por ahí.

Por fin, en la tarde, uno de los grupos de buscadores los halló entre la vegetación. Los encontraron tendidos en el suelo, protegidos apenas por algunas hojas de palmas. No hablaron, estaban muy débiles para hacerlo. Se quedaron mirándolos algunos segundos sin entender, hasta que Lesly, la niña mayor, empezó a llorar. Sus hermanos la siguieron. Lucían un evidente estado de desnutrición y de deshidratación.

Mientras uno de los guardias se quedó cuidándolos, el otro corrió rápido a llamar a los soldados que tenían el radioteléfono y podían avisar que sí, que por fin los habían encontrado, que estaban vivos, que estaban bien. "Milagro, milagro, milagro, milagro", gritaron por el radioteléfono. Era la señal de que los cuatro estaban a salvo.

Pronto convocaron a todas las unidades de rescate. Algunos llegaron hasta el lugar en el que estaban los cuatro hermanos. Otros salieron pronto de la selva para llegar hasta Calamar, donde se reagruparon. Quienes acompañaron a los hermanos les brindaron atención médica: los soldados les dieron primeros auxilios básicos para verificar que no tuvieran ninguna herida grave. Los mayores indígenas también les dieron medicina tradicional. Las lágrimas fueron inevitables. “Nos abrazamos. Lloramos. No podíamos creerlo, sobre todo después de tantos días –confiesa Acosta–. Usted se imaginará la alegría que se puede sentir en un momento así. La selva fue buena con nosotros”. "Tenía la convicción absoluta de que íbamos a encontrarlos", dijo el comandante Sánchez.

Cuando cayó la noche, un helicóptero se suspendió sobre la zona para sacar a los hermanos, a los soldados y a los indígenas de la selva, que ya estaba sumergida en la oscuridad. 

Se desplazaron rápidamente hasta Calamar, donde los estaba esperando un equipo médico especializado. Desde allí, viajaron hasta Bogotá, donde fueron recibidos en el Hospital Militar.

El propio ministro de Defensa, Iván Velásquez, dio el primer parte médico: “Se encuentran en proceso de recuperación; primero, de acuerdo con las recomendaciones médicas, hidratándose. No pueden todavía ingerir alimentos, pero en general el estado del niño y de las niñas es aceptable, están fuera de peligro”.

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí