
Blanca Diva Piñeros y su madre, una mujer de 78 años.
Crédito: Pablo David - CAMBIO
El drama de ser cuidadora en Colombia y no tener seguridad social
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En el país, la cifra de mujeres no pensionadas duplica el número de hombres. Un factor determinante es el cuidado, que en la mayoría de los casos recae sobre ellas. Muchas tienen que “dejar su vida a un lado” por cuidar la de otros. Estas son las historias de algunas de estas cuidadoras.
Por: Claudia M. Quintero

Blanca Diva es una mujer de 52 años, pequeña y de piel trigueña, cuyos ojos reflejan el cansancio de cuatro años encerrada en una pieza de 2 x 4 metros. Vive con sus dos hijos en una casa prefabricada en el barrio Juan Rey, en la localidad de San Cristóbal, en Bogotá. Todos los días camina unas cuadras para ir a cuidar durante el día a su madre, una mujer de 78 años con esclerosis múltiple y demencia, y quien pasa una gran parte de la jornada tendida en una cama hospitalaria en la que tienen que moverla cada 20 minutos.
Como Blanca hay muchas personas cuidadoras en el país. La mayoría son mujeres, pues por un constructo social, son ellas quienes tienen que cuidar de los otros. Esa realidad implica, entre muchas cosas, que lograr una pensión sea, más que un lujo, casi un imposible. A noviembre de 2024, en Colombia había 2.098.119 pensionados. De esa cifra, el 45,6 por ciento son mujeres. Es decir, menos de la mitad de los jubilados son de género femenino.
La realidad en números es preocupante, pero también parece lejana. Estas son las historias de Blanca y Ruth, dos mujeres que, en sus palabras, “han dejado de vivir” para cuidar. Y aunque lo hacen con todo el amor que les cabe en el corazón, es cierto que es una realidad difícil que les ha implicado olvidarse un poco de ellas mismas.
Blanca Diva Piñeros, 52 años

Blanca ha sido cuidadora en dos periodos de su vida. Primero, cuando nacieron sus dos hijos y vivía con su pareja, un hombre maltratador del que se separó luego de un episodio en el que “casi la mata”. En ese primer momento pasó 12 años cuidándolos: “Yo era una cuidadora muy feliz a pesar del maltrato intrafamiliar que vivía. Estaba bien mientras él se iba”, dice. Entre 2013 y 2021 volvió a trabajar. Eso le permitía tener recursos para mantener a sus hijos.

Sin embargo, en 2021 volvió a renunciar a su vida. Esta vez para cuidar a su mamá. Como ella ya no podía llevar ingresos a su hogar, su hijo varón decidió aplazar dos semestres de Ingeniería Mecánica en la Universidad Nacional para trabajar. Y aunque esperaban que la abuela se pudiese recuperar, eso no ocurrió. El hijo de Blanca no podía aplazar más de dos semestres, así que se cambió el futuro de la Administración de Empresas para poder laborar y estudiar al tiempo. Mientras tanto, la hija de Blanca combina las clases de Trabajo Social con un empleo como mecánica. Ahora ellos son los encargados de llevar la plata a la casa.
“Ahora mis hijos no pueden vivir intensamente, que es lo que yo quisiera que estuviesen haciendo, porque tiene que trabajar para mantener la casa y eso era lo que soñaba con hacer”, confiesa Blanca, con la voz temblorosa y disculpándose por llorar. Esa es una de sus mayores frustraciones, porque soñaba con brindarles los recursos a sus hijos para que ellos no tuviesen que estar trabajando de forma constante. “El otro día pensaba en que no deseo vivir más, porque no quiero afectar a mis hijos: ahora ellos sostienen la casa. Ando muy enferma y mi hijo me decía ‘mami, yo dejo de estudiar para sostenerla y usted enferma’”, asegura. Además, como no recibe ingresos, no puede pagar los aportes de una pensión que garantice los recursos necesarios para su vejez.

Pero también está lo que implica el arduo trabajo de cuidar a una persona en silla de ruedas: “¿Quién dice que quiere ser un cuidador de una persona discapacitada? Nadie. Eso es muy difícil. No se puede romantizar. Es mi mamá y yo la amo mucho y ella me ha dado mucho la mano. Pero yo he dejado de vivir…”.
Ruth Angélica Sarmiento, 50 años

Ruth es una mujer alta, de 50 años recién cumplidos. Tiene una sonrisa acogedora y habla con la ternura de una madre amorosa. Se separó de su esposo hace algunos años y ahora vive con sus dos hijos en La Castaña, en la localidad de San Cristóbal, también en Bogotá. Aunque siempre ha estado al pendiente de su familia, desde que se murió su “mamita”, hace cuatro años, ella dedica sus días a cuidar a Angélica, su hija de 38 años que tiene el síndrome de Robinow, una condición genética que ocasiona un retardo mental moderado, un atraso cognitivo moderado y episodios de epilepsia focal sintomática.
Angélica es sonriente, amable e independiente. “Mi mamá la educó muy bien”, dice la señora Ruth. Y mientras ella habla, Angélica escucha a un costado de la mesa y atiende las indicaciones que su mamá le da.
Ruth trabajó más de 17 años en una empresa de alimentos: fue operativa y luego ascendió a supervisora. Durante ese periodo, alcanzó a cotizar para la pensión. Mientras ella trabajaba para llevar los recursos necesarios a su hogar, su madre era la cuidadora de su hija Angélica. Pero, además de la pérdida de su mamá, Ruth perdió ese trabajo en 2021.

Ahora ella es cuidadora de tiempo completo y vende productos como bolsos, lencería para el hogar y cosas de aseo. Todo esto para obtener recursos y sostener a su familia. Ese cambio de rutina —dice— le cambió la vida: “cuando yo trabajaba, salía, vivía otro ambiente, estaba con más personas. Yo nunca me he desentendido de mi hija, pero era otra vida. Salía de la rutina de la casa y estaba tranquila porque la niña estaba con mi mamá”, explica.
Agrega que “fue un cambio bastante drástico” y aunque lo que más le importa es que sus hijos estén bien, sí es cierto que esa nueva vida la ha hecho alejarse de sí misma. También es cierto que una de sus mayores preocupaciones es que, cuando ella falte, su hija tenga las herramientas necesarias para enfrentar lo que sigue.
A Ruth le falta cotizar algunas semanas para alcanzar las que se necesitan para obtener la pensión, pero dice que espera lograrlo. Además, está averiguando si, por la condición de su hija, puede conseguir ese ingreso para sostenerse con ella en su vejez.

Las desigualdades de género y la dificultad en el acceso a pensión
Blanca y Ruth son dos historias, pero como ellas hay miles de mujeres en Colombia. En primer lugar, porque nuestro sistema pensional es contributivo, lo que, según expertos, quiere decir que si usted no paga, es poco probable que pueda lograr una pensión. No obstante, algunas de esas reglas cambian con la reforma pensional aprobada el año pasado, porque incluye un pilar solidario y uno semicontributivo. Con ellos se busca justicia en un sector que, según cifras de la Gran Encuesta Integrada de Hogares de 2007 a 2018, las más afectadas son las mujeres porque duplican al número de hombres que no se pensionan.

De acuerdo con un estudio del Observatorio Laboral de la Universidad Javeriana, esos indicadores tienen una relación directa con la dinámica del mercado laboral. Eso, en la medida en que las desigualdades de género para acceder a un trabajo, la diferencia salarial y los roles “desempeñen un papel fundamental en la dificultad de acceso de las mujeres a una pensión adecuada”, como se lee en el documento.
Además, la más reciente Encuesta Nacional de Uso del Tiempo, del Dane, muestra que los hombres tienen una mayor participación en actividades de trabajo remunerado. Mientras hay un 53,3 por ciento de ellos en ese campo, solo hay un 29,9 por ciento de mujeres. Y lo más revelador es que ellas tienen una mayor participación en actividades de trabajo no remunerado. Así, un 90 por ciento de personas de género femenino se dedica a este tipo de actividades, mientras que solo un 63 por ciento de hombres lo hace.


Una de las cosas que ha sido un alivio en las vidas de Blanca y Ruth son las Manzanas del Cuidado, un programa que tiene la Alcaldía de Bogotá y que le apuesta abrindarles a las cuidadoras un descanso de sus rutinas. Allí, tiene acceso a actividades para el cuidado de ellas mismas, a duplas psico-jurídicas y una serie de servicios. Ambas, por ejemplo, dicen que esos espacios "les han cambiado la vida". Por un lado, porque gracias a esos apoyos pueden descansas un poco del trabajo cansado que implica cuidar siempre de otros, pero también porque también tienen una orientación en otros temas.
Pensión del cuidado: ¿la solución al drama de las cuidadoras?
Para hacerle frente a este fenómeno que atraviesan muchas mujeres en el país, en el Congreso se tramita un proyecto de ley que le apuesta a entregar beneficios pensionales a aquellas personas que se han dedicado a cuidar a otros. ¿Cómo se puede lograr?
Lo que hace la iniciativa es legitimar que las personas que se hayan dedicado a ser cuidaras durante al menos 600 semanas —que pueden ser continuas o discontinuas— puedan acceder a un beneficio pensional.
De acuerdo con la ponencia de primer debate, las o los cuidadores tendrán derecho a la mitad de mesada pensional de su compañero sentimental permanente. Si hay simultaneidad de parejas, esto solo aplica para quienes formaron una familia en el tiempo en el que se ejerció el rol de cuidador y sigan siendo una familia en el momento en el que se cause la pensión. Pero hay que decir que el beneficio pensional se mantiene en caso de que se presente una separación.
Por ejemplo, Blanca fue cuidadora por más de 12 años de sus hijos y en ese tiempo vivía con el papá de ellos. Es decir, ella alcanza a cotizar esas 600 semanas siendo cuidadora y, como en ese momento vivía con el papá de sus hijos, podría acceder a una parte de la pensión de él. Sin embargo, en este caso, el monto de la pensión de cada uno se dividirá teniendo en cuenta que quienes tienen menos semanas o capital, tendrán un beneficio proporcional al tiempo convivido, sin que eso supere el 50 por ciento de la mesada pensional.
El proyecto también establece otra posibilidad para lograr la pensión: las semanas que la persona cuidadora cotizó durante su vida laboral –es decir, antes de comenzar el rol de cuidador– se sumarán a las semanas de su compañero o compañera permanente para liquidar el monto total: las semanas de los dos se podrían sumar y esto permitiría tener pensiones más altas.
Para Juliana Morad, directora del Observatorio Laboral de la Universidad Javeriana, este proyecto incluye esos tres cambios significativos que dignifican a las cuidadoras y, además, dice que no se cruza con la nueva reforma pensional, sino que la complementa. Un punto importante es que le apuesta a cambiar el chip en el país. “La pensión no la causa solo quien va al mercado laboral: se causa gracias a alguien que te cuidó, te planchó las camisas, te hizo el almuerzo, etc.”, explica.
En ese sentido, el proyecto no implica recursos adicionales. Es decir, el Estado no tendrá que poner más dinero. Lo que ocurre es que se divide una pensión que ya se causó. Pero sí hay un reto que se debe superar, y es que solo aplica para parejas. Lo que dicen quienes impulsan la iniciativa es que esperan poder extender el beneficio para quienes cuidan a familiares, como el caso de Blanca, que en este momento es cuidadora de su madre.
