"Medellificación”: ¿Cómo es vivir en una ciudad donde los precios se dispararon?
3 Marzo 2024

"Medellificación”: ¿Cómo es vivir en una ciudad donde los precios se dispararon?

Crédito: CAMBIO-Pía Wohlgemuth

Mientras que Medellín se volvió uno de los destinos más "cool" del mundo, sus habitantes de siempre ya no tienen cómo pagar el arriendo. Un tatuador y un marquetero expulsados de sus locales, dos familias que se tienen que ir porque van a subirles el precio a sus apartamentos y un par de fundadores del barrio Manila cuentan sus historias.

Por: Pía Wohlgemuth N.

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Cambio Colombia

 

El grupo de hip hop Alkolyrikoz es uno de los pocos que se atreve a mostrar la verdadera cara de Medellín, sinónimo de glamour, plata, lujos y a la vez drogas y explotación sexual. Su canción Medellificación retrata las contradicciones de aquella urbe repleta de turistas y de “nómadas digitales”, que cada vez ofrece menos opciones de vivienda asequible para quienes crecieron en zonas de la ciudad que la música de artistas como Karol G y Feid hicieron populares, como El Poblado y su barrio Provenza. 

Aún así, el fenómeno no solo ocurre en El Poblado -comuna en donde nació Medellín- o Laureles. Al parecer, también hay especulación en los precios de los arriendos de viviendas y locales en Robledo y la Comuna 13, entre otros.

Lo que sucede en cada una de estas zonas no es igual. Quienes viven en carne propia este fenómeno tienen puntos de vista muchas veces contradictorios. La agrupación urbana Alkolyrikoz logró reunir en una sola palabra, abierta a interpretación, lo que en realidad pasa en la capital antioqueña, la de la eterna primavera, que ha se ha convertido en un verano incesante que supera los 30 grados de temperatura.

Medellín, pues, es una ciudad que parece demasiado “cool” hasta para sus propios habitantes, desplazados de sus barrios por el incremento de los precios en los arriendos y de la vida que los circunda. Académicos, políticos y medios han descrito el fenómeno como “gentrificación”, aunque el término, parece, no se ajusta del todo a lo que pasa en la ciudad.

Luis Fernando González, director de la Escuela del Hábitat de la Universidad Nacional, sede Medellín, dice que lo que pasa en la capital de Antioquia no puede definirse en un solo término de los que se usan comúnmente. Menos, dice, se reduce al más popular del momento: la gentrificación.

“Gentrificación es un término de moda: por donde pasas, todo el mundo ya lo utiliza (...) no explica nada o muy poco de los fenómenos urbanos que actualmente ocurren en las ciudades colombianas, latinoamericanas y puntualmente en Medellín”, sostiene.

El término se oyó por primera vez en 1964. Quien lo planteó fue Ruth Glass, una investigadora británica que trató de explicar un fenómeno londinense ocurrido durante la crisis de la industrialización. En ese momento, hubo sustitución de poblaciones de barrios obreros de Londres, a donde llegó la población rural (la gentry) a comprar viviendas obreras que habían entrado en proceso de decadencia.

Para González esto no es lo que está pasando en Medellín. Con aquel proceso inglés, hubo una sustitución de grupos sociales por otros, algo poco frecuente en esta ciudad. En muchos casos, los apartamentos se están convirtiendo en Airbnb y las casas en hostales; es decir, en lugares transitorios, no estables, para hospedar turistas.

“No están llegando habitantes sino turistas, están cambiando lugares residenciales por hostales o por el coworking o por el turismo digital, que permite que trabajen desde acá”, agrega.

El panorama es otro en el centro de la ciudad, donde quedan tesoros como el Museo de Antioquia. Allí, considera González, ha habido un proceso de pauperización, en donde gente rica ha tenido que irse y han llegado personas de más bajo nivel económico. Esto es común en otras ciudades latinoamericanas. Incluso, ha habido “lumpenización, es decir, lo opuesto a la gentrificación”.

En la capital antioqueña no solo confluye la llegada masiva de turistas, también hay una crisis de vivienda histórica. No hay suficiente vivienda de interés social y la ciudad se quedó corta en construcción de hogares desde 2009, como dice La Lonja de Medellín en un artículo de El Colombiano de abril de 2023. El mismo medio señala que, en contraste, las viviendas para el turismo crecieron un 80 por ciento en 2022.

Sin importar cómo se le llame -aunque Medellificación parece ser el mejor término-, las historias de los medellinenses afectados por lo que está pasando reflejan que todos lo viven diferente. CAMBIO caminó por las calles de la ciudad para escuchar sus puntos de vista. Esto fue lo que encontró.

Carlos, el marquetero

Desde 2000, Carlos Arturo Restrepo trabaja en una marquetería grande y oscura que antes también producía muebles. El local queda sobre la décima, una calle muy transitada de la comuna El Poblado de Medellín. El nombre del local que administra desde hace 23 años está escrito en una pancarta borrosa: la palabra Artemisa ya casi no se lee por los efectos de la lluvia y el sol paisa.

El lugar está atiborrado de pedazos de madera, cuadros, fotografías, acuarelas y otras piezas: los encargos de sus clientes. Dentro de poco, Carlos tendrá que dejar atrás este espacio de más de 100 metros cuadrados. Como a muchos otros comerciantes que trabajan en uno de los barrios más “cool” de Colombia, le pidieron que se fuera.

Cuando llegó, pagaba 380.000 pesos de arriendo. Hoy paga 2.300.000. “El propietario va a hacer unos ‘bi end bi’ que llaman hoy en día. Él de aquí va a sacar tres locales. En la parte de atrás va a poner algo de comidas rápidas”, cuenta.

marquetero

Según la Secretaría de Desarrollo Económico de la Alcaldía de Medellín, solo entre enero y agosto de 2023, la ciudad recibió a más de 950.000 turistas. Pronto muchos de ellos ocuparán el lugar de Artemisa. Restrepo no pensó que esto fuera a impactar su negocio: “Tener uno que moverse, para uno siempre es desestabilizarse mucho (...) no he podido conseguir para dónde irme, porque el local más pequeño que yo he conseguido tiene 50 metros y vale 6 millones de pesos”. 

Bryan, el tatuador

A pocas cuadras del negocio de Carlos quedaba el estudio de Bryan Sánchez, un artista plástico y muralista que se dedica a hacer tatuajes. Durante seis años trabajó en Manila, uno de los barrios más populares de El Poblado. Cuando llegó, era un barrio residencial y muy tranquilo. Había algunos restaurantes, pero el silencio era lo común. Hoy el panorama es diferente.

En el primer semestre de 2023, cuando el exclusivo barrio ya era la meca turística de Medellín, Bryan acababa de llegar de un viaje y pasó por su estudio. Cuando trató de prender la luz, no ocurrió nada. ¿No había pagado las facturas de servicios? Llamó a EPM y no reportaron problema alguno. Se contactó con el seguro y le dijeron que, en efecto, le habían quitado los cables de luz.

bryan

Para ese entonces, el artista llevaba unas semanas en disputa con el dueño del edificio al que le arrendaba su estudio. Este quería sacarlo sin indemnización. Por eso, Sánchez se resistía a irse, pues era una violación de su contrato. Antes de cortarle la luz, el dueño ya le había puesto cadenas en la puerta para que no pudiera ingresar.

Sin embargo, la situación se volvió insostenible. No había forma de tatuar sin electricidad. Para evitar peleas se fue sin dar explicaciones. “Fue muy frustrante [...] Finalmente entendí que era más el desgaste de un proceso legal y lo que se demora”, cuenta.

Buscó algo cercano, algo en Manila, pero no encontró nada de un tamaño justo y que pudiera pagar. Los precios se disparaban y los dueños de locales expulsaban sin muchas explicaciones a sus arrendatarios. “Ya todo te lo cotizan en dólares, no están pensando en el local, sino en cómo atraemos más extranjeros. Se me hizo imposible conseguir un espacio como el que tenía antes a un precio similar”, recuerda. 

Luego de mucho buscar, encontró otro estudio más grande, pero más costoso, en otra zona. Le gusta porque queda en una zona más tranquila, tiene vista a las montañas y es un barrio estrato 5, 6. Lo que tanto le gustó de Manila hace tiempo, ya no existe. El ruido de los bares, restaurantes y los camiones de basura que ahora pasan varias veces al día le quitaron al barrio su encanto. 

Las casas más antiguas que sus dueños se resisten a vender

Al caminar por los alrededores del antiguo local de Bryan Sánchez se observa la Medellín más “cool”. Restaurantes a cielo abierto -un invento de la pandemia-, extranjeros tomando cocteles de 50.000 pesos un martes a las cuatro de la tarde, reguetón a todo volumen.

No muy lejos de allí, una mujer de pelo corto camina con una bolsa de supermercado en una mano. Se llama Luz Amparo Gallo Gómez, mide menos de 1.60 metros de altura. Pasa despacio junto a un enorme hostal repleto de jóvenes que hablan inglés. Al frente hay un restaurante que vende pan de masa madre. La mujer parece de otra época. Me acerco, le pregunto si vive en el barrio y, sin mucho preámbulo, me invita a conocer su hogar.

Es una casa enorme. En el sótano tiene un restaurante de comida mexicana. El resto es familiar. Las paredes tienen fotos, cartas e imágenes religiosas. En el tercer piso está la anfitriona desde hace 70 años, Gabriela Gómez Velásquez, mamá de Luz Amparo. “Compramos el lote y el esposo -que falleció de un infarto- y yo nos dedicamos a construir y a tener muchachitos”, cuenta la señora de 94 años.

Ese lote le costó a la pareja 3.500 pesos en 1956. Según un estudio de Properati, Lamudi y Trovit, portales de temas inmobiliarios, el metro cuadrado de una vivienda en El Poblado hoy se acerca a los 1.686 dólares.

luz amparo y gabriela

Las mujeres vieron cómo este barrio pasó de no tener asfalto a ser la zona en donde todos los turistas quieren estar. “Después fue surgiendo la civilización”, dicen casi al unísono. Luz Amparo reconoce que alrededor de la casa hay, sobre todo, población flotante. Ya no viven personas de siempre del barrio, como ellas.

“Mamá tenía dos o tres personas sobrevivientes de las que empezaron en el barrio y ya se han ido varias, ya no quedan sino dos fundadoras. Una se llama Doña Inés de Gallego y la segunda es mi mamá”, relata. Muchas de las que se han ido han fallecido, otras han vendido sus casas a empresarios para poner hostales o Airbnb. Empresarios como esos le han ofrecido a Gabriela comprar su casa, inmensa, con varios cuartos, baños y cuatro pisos de altura. Ella no quiere irse, siente que no tiene nada que hacer en otro lado.

De todas maneras, viven con un incremento grande de los precios a su alrededor. Como decía Bryan, hoy Medellín parece tasada en dólares. “Me mandó a comprar un sobrecito de champú y me costó 2.500 en la esquina. El costo de vida por aquí es muy alto —anota Luz Amparo—. Creen que porque uno vive por aquí es estrato 20 [...] Yo vivo de mi pensión que me dejó mi esposo que falleció, entonces la gente cree que porque uno vive en El Poblado está tapado de plata”. 

En el barrio viven con el ruido constante de los mil y un bares de la zona. Aún así, no critican el turismo. Creen que desde el empresario hasta el que vende el salpicón deben “rebuscarse” cómo vivir.  “Conmigo no han tocado para nada, todo el que pasa me saluda, son amigos míos, digo yo, los de este local”, cuenta doña Gabriela. Se refiere al restaurante mexicano a cuyos dueños les arrienda el espacio.

Luz Amparo es muy crítica de la prostitución -que esconde un fenómeno de explotación sexual innegable-, uno de los atractivos turísticos más lamentables de Medellín. Si bien en su zona “no se ve”, el Parque Lleras, a unos 10 minutos en carro, es el centro de este fenómeno que preocupa a muchos en la ciudad.

Entre 2020 y 2022, hubo reportes de 788 víctimas de explotación sexual en la capital antioqueña, como reveló la Mesa contra la Explotación Sexual Comercial de Niñas, Niños y Adolescentes (ESCNNA) en 2023. Lo más probable es que haya un subregistro.

A una cuadra del hogar de las Gallo Gómez,  hay un hombre sentado frente a una casa antigua. Es calvo y tiene gafas. Su nombre es Ramiro Gallego, de 59 años, hijo de la otra fundadora del barrio Manila.

Esta casa grande y oscura tiene más de 100 años, dice Gallo. Su abuelo la construyó cuando el barrio solo era manga, matorral. Igual que como ha pasado con las Gallo Gómez, a los Gallego también les han ofrecido comprar su casa. Ellos no lo han considerado. “Como es casa familiar, nosotros no hemos pensado eso porque ha sido una tradición para nosotros nacer, crecer acá, y mi madre vive acá, mañana cumple 92 años”, relata.

manila

Gallego dice que sería difícil decirle que no a una oferta por un valor muy superior al que tiene en mente: “Si uno ve que como dueño de esa casa le están dando dos o tres veces lo que realmente vale, uno no va a decir que no”.

Para él, la zona se ha valorizado y los costos de vida para personas “de toda la vida” han incrementado por cuenta de la llegada de tanto comercio a su alrededor. “A muchas de las personas que nacieron y crecieron con nosotros en el barrio (...) les tocó obligatoriamente irse a vivir a otra parte”, cuenta. 

Agradece la llegada de tantos turistas que aportan a la economía de Medellín, pero lamenta que por esto cientos de habitantes hayan tenido que desplazarse. El aumento de los arriendos parece desenfrenado.

Las zonas alejadas del turismo también se volvieron Airbnb

Mónica Restrepo vive en el barrio Pilarica, de Robledo, con su hija y su mamá. Es una zona que antes era estrato 4 y pasó a ser 5. No tiene muchos atractivos turísticos, es residencial, con colegios, universidades y oficinas, en una parte alta de Medellín.

Aún así, está viviendo una historia similar a las de Bryan, el tatuador, o Carlos, el marquetero. Le están pidiendo que devuelva el apartamento en donde vive y tiene que mudarse pronto. “Expresaron la razón de que van a hacer unos arreglos y lo necesitan”, cuenta. A su alrededor, hay cada vez más Airbnb y menos familias, por eso le cuesta creer en las explicaciones que le dio la inmobiliaria.

Mónica paga 1.800.000 pesos de arriendo. Los precios del vecindario no bajan de los 2.500.000 pesos. Piensa que, en realidad, los dueños quieren aumentar el precio y arrendarlo a extranjeros o poner el apartamento en alguna plataforma.

monica

Encontrar un hogar supone vivir con estrés, angustia y ansiedad. Siente que esta noticia desubicó toda su vida. “Uno busca bajo cierto presupuesto, pero el presupuesto no da. Por encima de cualquier cosa, uno va al contexto o alrededor, un poquito más lejos, más retirado, sacrificando espacio, comodidad, de pronto algo no tan grande e igual no da, no alcanza”, dice con frustración, sentada junto al balcón de su hogar actual.

La hija de Mónica es una niña de menos de 10 años, tiene una discapacidad auditiva y su colegio, muy cercano a su apartamento actual, se acomoda a sus necesidades. No obstante, ella ve muy difícil poder permanecer en la zona. 

Resignada, Mónica dice que el turismo es importante, que los extranjeros traen recursos, pero que, también, las familias de Medellín necesitan alguna protección del Estado ante la situación. Por eso, considera que deberían aplicarse algunas medidas intervencionistas que controlen el alza de precios en zonas como la suya, en donde hay universidades y colegios cercanos y los estudiantes necesitan vivir cerca.

El caso de Julián Martínez y Jessica Martínez, una pareja amiga de Mónica, es similar. Ellos vivían en un edificio cercano al de ella, en el mismo barrio. Su inmobiliaria los sacó de su apartamento a mediados de 2023, asegurando que iba a vender la propiedad. Una semana más tarde, encontraron que estaba otra vez en arriendo, pero un millón de pesos más costoso: pasó de $1.600.000 a $2.600.000. 

Tal como teme Mónica, la pareja tuvo que trasladarse fuera de Medellín. Desde hace ya un tiempo viven en el municipio de Bello, el único lugar donde encontraron algo cómodo y a un precio normal, explican. 

“¿A qué creo que se debe? Al convertirse Medellín en un destino tan rico para los turistas, porque en muchas ocasiones he podido escuchar que les encanta vivir aquí (...) si ganan en dólares aquí les rinde más la plata”, opina Julián. 

La historia de la Comuna 13 es otra

En contraste con estas historias, lo que pasa en la Comuna 13 de Medellín, uno de los atractivos turísticos de la ciudad, es distinto. Allí han dicho que se vive una “turistificación”. Los viajeros de Antioquia, Colombia y el mundo visitan este lugar con rodaderos coloridos, escaleras eléctricas al aire libre, arte urbano y paletas de mango biche, entre casas de ladrillo y techos de metal construidos a pocos centímetros unos de otros. 

casa kolacho

La 13, por cuyos caminos se derramó tanta sangre durante la Operación Orión en 2002, hoy parece llena de vida. Yeison Castaño o Yeico es uno de los personas a cargo del famoso “graffitour” que se hace por las calles de la comuna. Sentado en una silla de Casa Kolacho, un centro cultural que promueve el arte urbano, el hip hop y el turismo, habla de la importancia de la llegada de viajeros y también de sus impactos.

“Sí hay una especulación alta con el tema de los arriendos, con los precios incluso de los productos. Una cerveza de 3.000, en el barrio te cuesta 10.000 pesos, esos sí son asuntos de impactos negativos”, explica. Agrega que hay un incremento de la explotación sexual y de mendicidad en la 13. También resalta la pérdida de privacidad del barrio: “Es un barrio expuesto, todo el mundo pasa con su cámara, le toma fotos a los niños que están en el balcón, muchas veces sin un permiso”, dice Yeico.

En contraste, cuenta que más de 600 familias en la 13 y barrios aledaños hoy viven del turismo. Que artistas de la comuna han viajado por todo el mundo y hoy son reconocidos en el círculo del arte urbano.

Yeico se niega a hablar de gentrificación en una zona como esta y en todo Medellín. Cree que en realidad lo que hay es especulación. “Cuando hay una gentrificación, según lo que yo he estudiado, es que hay una apuesta desde las empresas privadas, desde el Gobierno mismo, de poder encarecer la tierra, los lugares, hacer apuestas para mejorar el espacio público, para que lleguen más condiciones de salud, de vida digna, de transporte. Eso no está pasando en Medellín, acá no hay mejores hospitales, no hay mejores colegios”, opina.

Chacha Estrada, una mujer de 65 años que creció en la que hoy es Casa Kolacho, tiene una perspectiva distinta. Vive en Santa Lucía, muy cerca de la estación del metro, a pocas cuadras de donde trabaja Yeico. Aunque es un barrio estrato 3, siente que todo está muy caro, como dicen los Alkolirykoz. “Es una carestía horrible, los arriendos están carísimos, de 1.500.000, antes cobraban máximo, pero por mucho, 1.000.000 por una casa normal”, dice con angustia. 

chacha

No tiene una teoría clara de las razones del incremento que, según ella, fue casi repentino. “Será el Gobierno, no sé”, piensa. De hecho, de ninguna manera considera que el incremento de los precios es por los turistas: “No, eso no es por eso, los turistas no tienen nada que ver con eso”, sostiene. Sabe que el turismo da trabajo, sustento, “si aquí no vienen turistas, Casa Kolacho se cierra”. 

Estrada toca un punto clave: la llegada de turistas a Medellín genera 90.000 empleos directos y hay 9.400 empresas dedicadas al sector, según la Alcaldía de la capital antioqueña. Según el alcalde Federico Gutiérrez, el turismo representa 7 puntos del PIB de la ciudad.

¿Qué hacer?

La experiencia de cada persona refleja la inmensa complejidad de lo que pasa en Medellín. La variedad de historias es aun mayor. “¿Qué puedes hacer entre un libre mercado de oferta y demanda? ¿Con el déficit habitacional que hay? Es que no existen políticas adecuadas ni de control de las rentas del suelo”, dice el profesor de la Nacional Luis Fernando González. Sin duda, la ciudad tiene que tomar acciones en cuanto a construcción de vivienda.

“Las administraciones municipales, en estos momentos que hay una revisión del Plan de Ordenamiento Territorial, tendrán que tener en cuenta lo que está sucediendo para poder paliar esa situación en los barrios tradicionales y evitar esos procesos”, opina el profesor de la Nacional, Luis Fernando González. Por ejemplo, piensa que se deberían controlar algunas intervenciones en zonas residenciales, no permitir la “densificación absoluta”.

En medio del boom de la ciudad, la alcaldía propone crear una Secretaría de Turismo. El alcalde Gutiérrez dijo en campaña que no le sonaba la idea de regular Airbnb. Sin embargo, luego de la muerte de catorce extranjeros en lo que va del año, cambió de opinión. Dijo que es importante ejercer algún tipo de control sobre el alquiler de viviendas, incluyendo esta aplicación. El gremio inmobiliario de La Lonja respalda la propuesta, pues reconoce la falta de parámetros de prestación de servicios “al interior de otras propiedades”, y piensa que esto afecta la rentabilidad del negocio de vivienda turística.

El representante paisa Daniel Carvalho opina que el país necesita tener un esquema sancionatorio propio y un esquema de vigilancia, inspección y control de las propiedades que prestan el servicio a turistas. Además, resalta que Medellín tiene una Política de Protección a Moradores, que debe implementarse y fortalecerse, para garantizar que ninguna obra pública desmejore las condiciones de quienes viven en el territorio.

La capital antioqueña sigue creciendo como un atractivo turístico global. Sus habitantes se benefician pero también sufren algunas consecuencias, entre las que están el aumento de los precios de sus hogares sin ningún control realmente efectivo. La nueva alcaldía tendrá que responder también a la falta de viviendas en Medellín. El plan definitivo para atender estos problemas, a los que se suma la explotación sexual y la muerte de extranjeros que visitan la ciudad, no está claro. CAMBIO intentó comunicarse con la alcaldía, a través de la Secretaría de Desarrollo, pero esta prefirió no pronunciarse, mientras tanto, habitantes como Mónica se sienten desahuciados: "Es difícil sentir a veces que se quedó uno sin opciones".

 

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