‘Un monumento posible: 6.402 razones para no olvidar’: un homenaje a los jóvenes asesinados por el Ejército
La JEP registró 6.402 asesinatos cometidos por el Ejército. En memoria de esas víctimas inocentes se levantará en el centro de la capital una obra ideada por sus propias madres.
Crédito: Colprensa
- Noticia relacionada:
- Álvaro Uribe Veléz
- Juan Manuel Santos
- JEP
- Comisión de la verdad
Esta es la historia de la creación colectiva que le dio vida a un espacio de reflexión que se está construyendo en Bogotá y busca que jamás se olvide a los jóvenes a quienes les arrebataron la vida en lo que se conoce como “los falsos positivos”.
Por: Armando Neira
¿Puede una historia de horror transformarse en una obra de arte que invite a la reconciliación? ¿Es posible que unas mujeres que han sufrido el más estremecedor de los desgarros se unan y formen una cadena de afecto irrompible? Son tantas las preguntas que surgen al contemplar la maqueta de ‘Un monumento posible: 6.402 razones para no olvidar’, una obra conmemorativa que estará ubicada junto a la espléndida edificación de la Estación de la Sabana, en Bogotá.
En parte, los interrogantes surgen porque no se trata del trabajo de un renombrado artista que quiere representar con su estética las heridas del país. No es un Evelio Rosero con Los ejércitos, ni un Alejandro Obregón con Violencia ni una Doris Salcedo con Toma única, para citar varios ejemplos. Se trata de una propuesta del Colectivo de Madres de Falsos Positivos, Mafapo. Con esta construcción, ellas quieren mantener la llama viva del recuerdo de sus hijos y de paso que a manera de herencia quede un espacio artístico para toda la sociedad.
Han pasado varios años desde que sus hijos “fueron arrancados de sus vientres”, como dice Jaqueline Castillo Peña, una de las lideresas de Mafapo. Miles de veces tocaron puertas que no se abrieron, hasta que llegó al poder el presidente Gustavo Petro, quien las escuchó, les pidió perdón a nombre del Estado por lo sucedido y le dio el impulso a la obra.
Carmenza Gómez Romero, madre de Víctor Fernando Gómez Romero, recuerda que la última vez que habló con su muchacho, hace 17 años, él le prometió que le iba a comprar una casa con el dinero de un trabajo “muy bueno” que le salió.
Él tenía entonces 23 años y se fue confiado sin presentir que sería asesinado por soldados de la Brigada XV del Batallón Santander de Ocaña para así lograr un premio de tres días de permiso. ¿En qué momento en Colombia se instaló semejante horror? Este 23 de agosto, su muchacho cumpliría años. ¿Cómo iba a imaginar que le estaban tendiendo una trampa? ¿A él, que había prestado el servicio militar y que sentía una admiración por el Ejército?
Ahora, Carmenza no solo llora al evocarlo, sino que se emociona al hablar de la construcción de ‘Un monumento posible’. “Si tú lo miras, es un cuerpo de una mujer, con las piernas, el vientre donde habrá un árbol, un yarumo, que simboliza la creación, la vida”, cuenta.
¿Eso le ayudó a sanar las heridas?, se le pregunta. “Las heridas por el asesinato de un hijo no se cierran nunca. Jamás. Pero a lo largo de todo el proceso hemos sentido que estas han cicatrizado y que seguro estarán mejor cuando se inaugure y veamos allí a las personas entrar, a los visitantes, para que reflexionen y sientan que esta historia ocurrió en Colombia, pero que nunca se debe volver a repetir”.
Igual piensa Gloria Astrid Peláez Martínez, madre de Daniel Alexander Martínez, quien fue acribillado cuando tenía 19 años. A él también lo mataron en Ocaña y lo presentaron como una baja en combate.
Durante el proceso para crear el proyecto ella ha sufrido un drama adicional. Cuando por fin logró recuperar el cuerpo de su hijo, lo trajo y lo sepultó en el Cementerio Parroquial de Bosa San Bernardino. Ingenuamente, dice, creyó en las promesas de miembros del Ejército que le dijeron que ellos pagaban todos los gastos. Nunca se hizo. Por lo que hace unas semanas, los restos del joven fueron retirados de su bóveda y ahora ella no sabe dónde llevar flores.
“El sufrimiento ha sido tan grande que el monumento se ha convertido en nuestra única esperanza. Rezo todos los días para que Dios me dé vida hasta ver su inauguración, porque sé que allí estará el nombre de mi hijo, y ese nombre no podrán arrebatármelo, como me arrebataron su vida, su memoria al acusarlo de guerrillero, y ahora incluso su cuerpo”, sentencia ella.
A partir de esta ilusión, esta travesía empezó a tomar forma. “El Ministerio busca, con estos procesos de resignificación, cumplir con sentencias y procesos de reparación que quizás habían quedado detenidos en otros momentos o que no habían sido atendidos aún. Además, también se trabaja en procesos en los que el Estado tiene que pedir perdón y en los que es el Estado quien debe reparar. Sin embargo, no se trata solo de una reparación política, económica o social, sino también simbólica”, dice Alejandra Sarria Molano, coordinadora del grupo de artes plásticas y visuales del ministerio.
Una creación conjunta entre artistas y víctimas
En este caso, la reparación simbólica da un lugar de dignificación, autocreación y autonomía a las víctimas. A diferencia de un procedimiento habitual en el que a través de convocatorias se elige a un artista, aquí el ministerio invitó a las madres en un proceso de creación conjunta, donde son ellas quienes verdaderamente definieron cómo deben tomar forma esos espacios de memoria. Fue un proceso acompañado y facilitado por el Ministerio, pero autónomo en la creación desde las víctimas, es decir, enteramente horizontal.
Durante este tiempo, era evidente la sensibilidad de cualquier creación artística aunque aquí esta característica estaba atravesada por el dolor. El arte ha sido un gran narrador de nuestra violencia, del conflicto, del sufrimiento y dolores. En este proceso se buscó, además, que este pudiera tener el rol de la reparación con el acompañamiento de artistas, curadores, investigadores y arquitectos con experiencia en estos procesos.
Jaqueline Castillo Peña cuenta que está viviendo una etapa muy distinta de su vida desde aquel 10 de agosto de 2008, cuando el Ejército engañó con un trabajo a su hermano Jaime, de 42 años, lo llevaron a Ocaña, Norte de Santander, le pusieron un camuflado y le pegaron cuatro tiros para hacerlo pasar como un miembro de la guerrilla muerto en combate. Ella vio un día en las noticias que varias madres de Soacha estaban denunciando casos similares. En un país curado de espantos, nadie les dio crédito al principio. ¿Quién se iba a imaginar que semejante horror fuera verdad?
Uno a uno los casos se fueron sumando hasta llegar, según la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), a la cifra de 6.402. Pasaron los años y ellas seguían atrapadas en un dolor profundo. Tras el pedido de perdón del presidente Petro, se sintieron escuchadas y se afinó la idea de construir una casa memoria. En un principio iba a ser en el municipio de Soacha, pero por decisión de ellas se eligió Bogotá que, además, les brindaba mejores vías de acceso, más conectividad, porque su propósito no es encontrarse en solitario, sino con visitantes de aquí y del exterior.
Tras el macabro asesinato, nadie las escuchó
Las madres, sobre todo, no querían que el relato se quedara solo en el espacio geográfico de una política de terror que se quedó para muchos en el escenario de Soacha, sino que fue impuesta a lo largo y ancho del país, en un caso criminal que no tiene antecedentes en el mundo. Según la JEP, al menos 6.402 personas fueron ejecutadas por la fuerza pública entre 2002 y 2008. Una serie de hechos enmarcados en una política institucional, una realidad que sostenían las víctimas y que nadie escuchaba.
De allá a acá con las acciones de este Gobierno y con la creación del monumento provocó un cambio sustancial en la vida de Castillo Peña y de las demás mujeres que terminaron unidas por esta política de exterminio contra la población civil.
“Un memorial como estos no solo tiene la tarea de ofrecer un ejemplo de lucha por la verdad, además tiene la enorme tarea de reivindicar a un grupo de personas que fueron violentadas, victimizadas y asesinadas dos veces: la primera, cuando el ejército colombiano los asesinó por regalo o ascensos; y la segunda, cuando sus nombres fueron manchados con delitos que nunca hicieron”, dice el artista Johan Forero, uno de los participantes en el proceso.
En estos días se está en el proceso de legalización del predio y en la realización de los estudios previos para la construcción que debe estar lista el próximo año. Será en un espacio que por su ubicación puede de paso servir de impulsor a la transformación cultural de una zona de la capital que en otros tiempos era alabada por su arquitectura.
Pero, ¿por qué una edificación? Desde el punto de vista de la reparación hay una sentencia que dicta la realización de un documental, pero ellas no lo quisieron. Pidieron un monumento porque, en parte, sentían que otro las iba a narrar, otro que no conoce la historia, cuando ellas tienen todo para contar. Por eso, prefirieron este inédito tipo de proceso.
Entonces, el año pasado, con el ministro Juan David Correa y con Andrés García La Rota, quien en ese momento estaba en el cargo de Sarria Molano, se definió hacer un laboratorio de creación conjunta. Fue un proceso de casi tres meses, en el que participaron cerca de 15 artistas, creadores, gestores y curadores que acompañaron a las madres durante varias semanas.
Palabra a palabra, una creación entre el dolor
Fue una metodología sencilla que incluyó varias etapas. Desde espacios de escucha y memorias muy apegados a la ritualización, con artistas indígenas, por ejemplo, pasando por el dibujo, las artesanías. Todo para poner en objetos su dolor por esas ausencias arrebatadas con un nivel de sevicia incomprensible.
Palabra a palabra, se tocaron las diferentes formas de monumentalidad que se han hecho en Colombia y en el mundo, con artistas como José Alejandro Restrepo y Juan Fernando Herrán, entre otros. Conversaron con miembros de la Comisión de la Verdad, en unas tan metódicas como conmovedoras jornadas. Hasta llegar finalmente a un prototipado con la artista Ana María Montenegro y el arquitecto Antonio Yemail.
Luego lo charlado fue discutido en profundidad en el proceso de laboratorios. “La idea para ellas es un vientre, el monumento representa un útero, donde ellas encuentran a sus hijos perdidos y donde reaparece la luz a través de un espacio en la parte superior”, dice Sarria Molano al contar cuál fue la conclusión.
“Lo que hicimos fue un ejercicio de escucha profunda de un sufrimiento indescriptible. Estar ahí juntos, en presencia de este dolor, creó un vacío que empezamos a sentir. Este vacío se convirtió en una conversación activa que se materializaba y desmaterializaba: nosotros fuimos solamente un vehículo”, dice la artista Montenegro.
Ella recuerda que propusieron unos ejercicios a partir de unas intuiciones y ellas dibujaron, esculpieron, escribieron, cosieron, trajeron objetos. Las imágenes empezaron a aparecer. Y luego el ejercicio fue condensar de nuevo todo eso que había salido y se había derramado. “Lo que hicimos fue recoger. Hicimos una lista de conceptos, emociones y símbolos, palabras otra vez. Y después las pusimos en un papel que era nuestro lote imaginario. Y esas palabras se volvieron un recorrido, porque ellas tenían muy claro que querían eso: no solo un gran objeto, sino varios momentos, como un viacrucis, pero no solo de tristeza, sino también de valentía, verdad y esperanza”, agrega Montenegro.
La edificación tendrá un árbol en el centro de una elevación, como si fuera una montaña, rodeada de espacios para caminar y pensar. Pero la participación de las mujeres irá más allá. Se trata de una creación colectiva con contados antecedentes en la historia del arte contemporáneo, en donde ellas serán las gestoras y administradoras culturales.
“El compromiso del Gobierno del Cambio con la reparación de las víctimas de los crímenes de Estado y asesinatos extrajudiciales es inquebrantable. Por ello, en conjunto con las mujeres del Colectivo Mafapo, hemos imaginado y construido desde el año pasado la propuesta de lo que será el Parque Memorial ‘Un monumento posible: 6402 razones para no olvidar’, un gran espacio de encuentro y conmemoración acerca de estos terribles hechos que el país jamás debe repetir”, dijo Juan David Correa, ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes.
En un acto de resiliencia y de perdón que demuestra la profunda humanidad de estas mujeres, quieren invitar a quienes ejecutaron los asesinatos de sus hijos a la construcción: “Queremos con ellos hacer las mezclas de la arena y el cemento, pegar los ladrillos, levantar las paredes”, dice Castillo Peña. Ella aclara que no se trata de una forma de que los comparecientes paguen sus penas, sino de que a partir de esta obra empiecen a sanar sus heridas. “Ellos también tienen familias, tienen vidas y deben aportar al país y qué mejor que una construcción, que es una metáfora de lo que podemos hacer si juntamos nuestras manos”, agrega.
Una propuesta a partir del cuerpo de la mujer
En un país con asesinatos y masacres constantes, es difícil concebir un dolor más grande que el de una madre a la que le arrebatan la vida de sus hijos. Y, por si fuera poco, también su memoria al marcarlos como delincuentes, cuando en realidad eran sencillos muchachos sin empleo que confiaron en tomar una ruta de la que no volverían.
Por eso, el parque tendrá una bóveda con dos entradas, como si fueran los ovarios o las trompas de Falopio, y luego un gran vientre al que uno ingresa. Las madres decidieron construir la propuesta a partir del cuerpo de la mujer, del nacimiento y de la relación con sus hijos. Allí estarán, asimismo, los nombres de cada una de las personas víctimas de ejecuciones extrajudiciales ¿Puede haber en Colombia un lugar de rememoración y reflexión tan impactante como este? ¿Cómo será pararse a leer los nombres de cada uno de esos muchachos asesinados por armas de su propio Estado?
A su alrededor habrá mucho verde y lugares donde las personas podrán dejar ofrendas. Las madres sugirieron que se sembraran yarumos, borracheros, caballeros de la noche, romero, orquídeas y plantas aromáticas, porque son especies cuyos aromas les recuerdan los tiempos felices cuando sus hijos vivían.
Aunque la construcción tendrá elementos fijos, como una entrada en concreto aligerada y un portón en lámina metálica con perforaciones, se busca que sea un espacio que construya con el tiempo, como la vida misma, y cuyas salas se adaptarán para las exposiciones que vendrán.
No es una infraestructura física más, sino que las madres quieren que las personas que asistan, tanto víctimas de ejecuciones extrajudiciales como de otras formas de conflicto, tengan un espacio de reflexión y encuentro. Y aunque se rememora un gran dolor, también esperan que sea un lugar de alegría donde los niños rían y corran como lo hicieron sus hijos cuando empezaron a vivir. Habrá talleres para las prácticas artísticas y culturales en las que ellas ya son maestras como el tejido, grabado, cartelismo y muralismo. Y espacios para talleres y salas de exposición.
“A mí me emociona, me conmueve muchísimo, pero al mismo tiempo siento que esto es un tema que hay que contarle al mundo entero, y hay que visibilizar. La manera en que ellas lo hacen con este parque memorial va a ser sumamente significativo para el país”, dice Gina Jaimes Abril, secretaria privada del Ministerio de Cultura.
La funcionaria recuerda que a muchas de las madres de Mafapo ella las conoce desde casi el día cero en el que empezó esta historia. “Hemos hecho teatro juntas, hemos hecho muchas cosas juntas y siento que este espacio no solo será para las madres Soacha y Bogotá, sino para todas las madres de los falsos positivos”, dice. Para una mujer que ha atravesado un dolor de esta magnitud, ella reivindica como tienen a flor de piel su capacidad de expresión.
La lenta recuperación de las sonrisas
Desde que surgió la idea ha habido encuentros inolvidables y cargados de emoción, como la presentación pública y entrega de la maqueta, realizada el 15 de diciembre de 2023, en las instalaciones del Centro de Memoria y Paz y Reconciliación en Bogotá, en donde -se ve en las fotografías- todas las madres muestran un rostro sereno, con una leve sonrisa que poco a poco han ido recuperando.
¿Es posible que ellas sanen sus heridas? Sarria Molano dice que ellas son ejemplares. Y cuenta una anécdota. “Hace poco hicimos un sancocho en el terreno en donde se levantará la edificación para celebrar, empezar a apropiarnos y hacer un ejercicio ritual de estar juntas. Me conmovió mucho la alegría con la que estuvieron ese día, con baile, cerveza, comida y un alivio infinito”, dice.
La lucha misma las ha ayudado en el proceso, asegurándose de que ese dolor no quede impune, de que los nombres de sus hijos no sean mancillados, y de que el Estado repare su responsabilidad. Esa lucha les ha dado vida, pero también las ha agotado. Sentir que finalmente están recibiendo una respuesta les genera un alivio profundo, que se ve en ellas. Para ellas, anota Sarria Molano, el dolor está ahí, pero la vida también.
Desde el punto de vista de la creación artística, esta propuesta también tiene un elemento diferencial. En un país en el que existen cantidad sinfín de monumentos de vencedores, con la espada hacia arriba, en donde los espectadores deben mirar hacia el cielo, en este caso será desde la horizontalidad. De esta manera, creadores, obra y espectadores tendrán una conversación distinta.
“Yo estoy acá, participando en este colectivo, pero yo no debería estar acá. Yo debería estar en mi casa, con mi hijo. Vengo de muy lejos, no me imaginé jamás el día que yo recibí a mi hijo en brazos, que lo recibí con tanto amor, que a partir de ese día en 19 años me lo quitarían y se lo llevarían, para nunca más volver a mis brazos”, dice la señora Blanca Monroy, madre de Julián Oviedo Monroy.
Ella ha recorrido, con la foto de su hijo, buena parte del país. En este recorrido en medio de semejante tragedia, ha encontrado personas que se le han acercado y le han abierto lo que ella llama “ventanitas”. Ese intercambio de sentimientos tendrá ahora un espacio como es este monumento.
“Imaginar el horror es necesario cuando una sociedad no puede procesar la realidad por inconmensurable y dolorosamente cotidiana”, asegura el ministro Correa Ulloa. “Desde la curaduría o las artes, nos permite encontrarnos con otro sitio del hacer que ofrece el arte, no como mi obra, sino como un ejercicio colectivo para la reparación del tejido social y del dolor de todos”, añade Sarria Molano.
‘Un monumento posible: 6402 razones para no olvidar’ tiene un valor agregado en el universo de la creación artística. Si bien hubo un aporte invaluable de muchos hombres, este en esencia será una creación de mujeres, de madres.
En esta tragedia sin cesar de la violencia en Colombia nos quedamos hasta sin vocablos. Porque es común llamar huérfano a quien ha perdido sus padres, pero cómo decirle a las mujeres a quienes les han arrebatado la vida a sus hijos. Ellas lo saben y de aquí que entre todas hayan querido dejar para la memoria del país su testimonio, pero que como las cuentas del rosario de las abuelas pase a uno siguiente que se llame reflexión y a uno más que sea creación.
Es, sin duda, una propuesta artística tan arriesgada como estremecedora. La señora Castillo Peña se imagina el día que este espacio abra sus puertas. Es posible que entre los visitantes haya múltiples emociones, pero al final ella espera que la guerra deje una lección esclarecedora: nunca repetirla, ponerle punto final. Esa es la manera, dice ella, de en realidad construir la paz.