El viacrucis del río Caquetá y del pueblo miraña
Crédito: Santiago Ramírez
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La historia reciente de la comunidad indígena miraña muestra las consecuencias que ha dejado la minería ilegal en el río Caquetá. Un pueblo conformado por solo 240 personas que se resiste a desaparecer.
La comunidad miraña habita el territorio en donde el río Cahuinarí se encuentra con el río Caquetá. Luego de sobrevivir a la cauchería de inicios del siglo XX, a los misioneros y al conflicto armado, la llegada de la minería ilegal ha puesto en riesgo no solo su cultura sino su existencia. Un estudio titulado “Impactos generados por la minería ilegal en el territorio de la asociación Pañi - Parque Nacional Natural Cahuinarí”, hecho en 2015, determinó las altas concentraciones de mercurio que los miraña tenían en sus cuerpos, entre 15 y 19 veces más del límite que la Organización Mundial de la Salud señala como no perjudicial para la salud.
El testimonio de Elio Miraña, exdirigente de la organización asociación Pañi, da cuenta de exterminios, desplazamientos que su pueblo ha sufrido a lo largo de un siglo y de las batallas que han emprendido contra la minería ilegal, que estuvieron a punto de perder. La resiliencia de los miraña, la que tanto nombra Elio, es esa característica que les ha permitido levantarse una y otra vez en momentos en que todo parecía perdido para ellos.
“Nací en una comunidad que se llama Puerto Remanso del Tigre, ubicada sobre el río Caquetá, cerca de las bocanas del río Cahuinarí. Mi trayectoria ha sido en el liderazgo de la organización del pueblo miraña hasta el año 2015 y a la que en el año 2004 me vinculé a trabajar. Después de eso he estado en Leticia y actualmente vivo en el kilómetro seis, en un cabildo que se llama Tigua.
Foto: Santiago Ramírez
Cuentan nuestros abuelos que hubo una situación de desplazamiento de nuestro territorio ancestral. Esta historia reciente se inicia con la época de la fiebre del caucho. Estamos hablando del año 1900. Nosotros, la población maraña que actualmente vivimos en las comunidades sobre el río Caquetá venimos de un río que se llama Pamá, un afluente del Cahuinarí. Las pocas familias que lograron salvarse bajaron por el río Cahuinarí al Caquetá y luego se fueron a otro río donde viven los matapí y estuvieron por allá alrededor de 20 años. Once familias miraña sobrevivieron, según una investigación propia que hemos hecho para reconstruir la memoria histórica de nuestro pueblo.
Nuevamente salen de allí con intenciones de volver al Pamá, al territorio ancestral. En ese retorno se ubican en el río Caquetá. Sin comida y sin el sustento necesario para poder continuar su regreso, se quedan ahí algún tiempo para organizarse y reunir alimentos. Algunas pocas familias que se habían escondido en el Cahuinarí también bajaron para encontrarse en un lugar entre el río Caquetá y el Cahuinarí. Ahí todos se establecen porque la gente que se escondía decía ‘¡Qué se van a ir para el Pamá, si allá ya no hay nada, las malocas, la gente, los abuelos, toda la gente que vivieron allá ya no están! Nosotros venimos de allá, pues justamente porque creíamos que ustedes estaban como en buenas condiciones’.
En ese momento llegan los misioneros a buscar a los niños y a los jóvenes y los trasladan a La Pedrera, a un orfanatorio, lo que en la actualidad es el internado Juan José de La Pedrera. Los misioneros nos decían: ‘¡Qué van a ir para allá arriba si ya no hay nada! Más bien que sus niños se vayan al orfanatorio y aprendan otras cosas’. La historia ha demostrado que es una experiencia negativa desde el punto de vista cultural porque llegar a esos internados los hizo olvidar lo poco que quedaba del conocimiento cultural, de canto, del idioma, de las historias, porque ahí hubo un régimen de evangelización. Los misioneros consideraban que el conocimiento indígena era algo contrario a la doctrina de la evangelización.
Estas jóvenes que viven esta experiencia traumática, al regresar a sus territorios llegan con el chip implantado de que todo el acervo cultural es algo muy negativo. El idioma se miraba como algo malo. Estas personas, que son mis tíos, crecen diciendo literalmente ‘Yo no quiero que mis hijos sufran como yo sufrí’. Entonces lo que hicieron fue no enseñarles sus prácticas culturales ancestrales y, al contrario, enseñarles el español básico.
Se produce un vacío en esa generación que fue como de mis primos en donde sus padres, que ya no son solo miraña porque ya viven con personas de otros grupos étnicos, empiezan a valorar el español y la religión católica. Toda esta situación cambia con la Constitución de 1991, que reconoce al país multiétnico y multicultural. Se abre una posibilidad, pero como mis tíos ya se habían criado en la doctrina de que el español es lo más importante y las prácticas culturales miraña no son importantes, entonces se genera un vacío. Es ahí donde llega otro grupo de personas: los investigadores, los antropólogos y ONG, que empiezan a decirle a los mayores que hablen su idioma, que eso es importante, que sus historias, sus cantos, sus concejos son muy importantes.
Esta es una cosa muy dura. En ese momento esos mayores dicen: '¿Cómo así? Si ayer nos maltrataron, nos castigaron, por querer hablar el idioma, ¿por qué me están diciendo que ahora debemos hablar, cantar y contar historias?', es una situación difícil. Y es ahí donde hay un proceso de revitalización de los valores lingüísticos, sociales y culturales. Los pocos que mantenían el conocimiento tomaron la batuta de dirigir y organizar a nuestro pueblo. No es fácil porque, si bien las misiones se habían terminado, llegan los comerciantes con el tema de las pieles. Entonces ya se empieza a generar otro tipo de necesidades donde la gente tiene que trabajar para sustentar su vida.
Es este contexto es donde la palabra de los mayores y de los conocedores tiene mucha fuerza para constituir el pensamiento miraña. Y no solo se empiezan a reconstruir las familias, los valores sociales y culturales, sino unas prácticas como el trabajo comunitario, como el de la construcción de la maloca, como el de ensayar canciones y organizar bailes. Con ese propósito, se crea la organización del pueblo miraña de la que hacen parte cinco comunidades. Si hablamos solamente de miraña, nosotros llegamos a una población de 250, pero con los demás pueblos étnicos que habitan nuestro territorio llegamos a 420.
En la década de 2000 se desencadena una nueva bonaza que es el tema de la minería ilegal que pasó por el territorio miraña, pero como la gente estaba en ese proceso de reconstrucción social y cultural, había una expectativa de lograr una buena calidad de vida, de un buen vivir, la gente entendió que, como en otras bonanzas, esta los iba a perjudicar. Entonces, en ese momento no se aceptó, muchos líderes se opusieron. Y eso pasó felizmente para nosotros porque, mientras en otros lugares aceptaron y sus jóvenes se vincularon a ciertos grupos armados ilegales, nuestra gente no se vinculó, no hizo parte de esa situación.
Pero diez años después llegó una segunda oleada. Ya han pasado diez años de reuniones, de diálogos, de acuerdos con instituciones para la protección del territorio. La gente pues… digamos, no percibe que se esté haciendo mucho, pero políticamente sí se estaba logrando. Ellos sienten que no es suficiente. Esa situación de insatisfacción la aprovechan estas personas que venían a proponer que se desarrollara la actividad de minería en nuestros territorios. Muchas personas, sobre todo jóvenes, aceptaron. En un principio aceptaban y se iban a trabajar a otros territorios, pero luego esta gente logró convertir a algunas autoridades y permitieron la actividad en estos territorios, decían que eso era un momento para solventar ciertos gastos y que después se iban a ir, pero eso no fue así. Esa situación, como lo decía un compañero, rompió de alguna forma esa línea de trabajo que se venía desarrollando. Esa misma situación hizo que estas instituciones que trabajaban con la organización dieran un paso a un lado.
Los hechos lo demuestran. Fue un momento muy duro para la organización del pueblo miraña, para la gente que está en este territorio, porque se dejó de avanzar en el trabajo. Sentarse con los mayores y escucharlos, hacer las mingas, las malocas, participar de bailes, de las curaciones, de las protecciones, todo eso se dejó de hacer porque la gente estaba vinculada a otras actividades. Digamos que esa situación es muy complicada, pero yo resalto algo en medio de eso: que las mujeres fueron las más firmes. Siempre se opusieron a esas actividades. Demostraron firmeza, cuestionaron a las autoridades, a sus esposos, a sus hijos, a toda su familia. Seguramente, ellas en su saber y experiencia perciban que eso no iba a terminar en algo bueno. Sin embargo, se hizo caso omiso a esa situación porque muchos de los líderes se involucraron en esa actividad.
El punto de quiebre es que nuestra autoridad del pueblo miraña se involucró en la minería y dejó desamparados a los líderes que estaba en contra de esa actividad. Hasta ellos se convirtieron en enemigos para la misma gente, como opositores a una causa que los demás habitantes creían justa. Realmente, fue un momento muy triste para muchos, no solo habitantes del territorio, sino para habitantes de alrededor, líderes de organizaciones, gente de las instituciones que había trabajado con nosotros. Era una cosa muy complicada… muy difícil.
Es ahí cuando se decide tomar un camino. ¿Qué hacer? Porque todos esos años que se dedicaron al trabajo, a la lucha, a la reconstrucción, a la organización, a la valoración no podían perderse. Se inicia el camino que yo llamo el de la minga, el de la unión de mucha gente, de muchas instituciones a pensar sobre qué hacer. A partir de ahí, nuestros líderes empiezan una lucha de poder visibilizar un problema en ese territorio.
Entre ires y venires, se decide hacer un estudio para medir el grado de contaminación por metales pesados en el territorio miraña, para decir que la actividad minera ilegal de aluvión estaba afectando a la población. Se organiza un equipo multidisciplinario de muchas instituciones, porque en ese punto ya habíamos entendido que algo grave estaba pasando en el territorio, y había que demostrar con datos, porque así le gusta al occidental, al hombre blanco y a las instituciones.
El estudio tomó muestras de cabello de las personas, de peces, de sedimentos y de agua. Lo cierto es que ese estudio arrojó que la gente sí estaba contaminada por mercurio. Para ese momento estaba ejerciendo como secretario general del pueblo miraña. Llegaron los resultados y había que llevarlo a las comunidades. Fue un momento muy tenso, de mucha expectativa, de mucho susto porque por las charlas que se venían haciendo de las implicaciones que tenía esto sobre la salud, sobre la vida misma, no solo del daño ambiental.
Recuerdo que las comisiones llegaban a las comunidades y entregaban los resultados de manera confidencial. También había que pensar una ruta, un camino. ¿Qué hacer para mitigar eso? En ese diálogo que se hizo con las comunidades y luego una reunión de las autoridades con las instituciones acompañantes se pensó, por un lado, en acciones internas y, por el otro, una ruta a seguir. Ahí decidimos retomar internamente nuestras actividades de la reivindicación, de la resiliencia, de volver a ese camino, de escuchar a los mayores, de realizar nuestras prácticas culturales, nuestras danzas, nuestras protecciones. Pensar en las dietas, eso fue muy importante.
Yo me retiré, salí del territorio y me fui a Leticia. Digamos, personalmente, este episodio me ha marcado un poco porque en ese momento todo el mundo hablaba de lo que pasó, pero parece que pasó a un segundo plano. Luego ya nadie más habló de eso, nadie más dijo nada. La gente siguió ahí, el territorio siguió ahí, nosotros seguimos ahí y seguiremos ahí.
Pasaron los años. Yo desde acá sigo haciendo incidencia en lo cultural, no en lo político, sino como de visibilizar al pueblo miraña, de que estamos ahí. Y sueño con un territorio ancestral miraña protegido, donde se viva y se practique la cultura, el idioma, donde los niños conozcan su historia, donde se restablezca el vínculo muy propio de nosotros con la naturaleza…".