Así se roban las elecciones en la costa
6 Marzo 2022 03:03 am

Así se roban las elecciones en la costa

En plastilina le explicamos cómo se lleva a cabo la compra de votos en la costa Atlántica.

Crédito: Edgar Álvarez

'Cambio' investigó cómo opera el fraude electoral al por mayor y al detal. Hasta niños participan en la compra de votos. Con plastilina le explicamos el paso a paso de la corrupción electoral.

Por: Alfredo Molano Jimeno

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A ocho días de elecciones parlamentarias y de consultas internas de las coaliciones, el ambiente en Barranquilla es inusual. No se siente la efervescencia electoral que cada cuatro años se toma la Arenosa. Esta vez los candidatos no inundaron la ciudad de vallas, pendones y propaganda. No se ven los volantes en cada semáforo, ni los candidatos han convocado a eventos masivos que solían ser animados por acordeón, papayeras y discursos veintejulieros. Esta campaña ha estado marcada por la cautela de quienes tradicionalmente botan la casa por la ventana para hacerse elegir. Tal vez, como bien lo dijo el Gato volador, Laureano Acuña, esta vez prefirieron ser más discretos y prudentes para evitar que los descubran in fraganti en la operación de compra de votos, como le pasó hace cuatro años a Aida Merlano. Un escándalo que hoy sigue cobrando viejas deudas a la clase política barranquillera. 

La corrupción electoral no es exclusiva de la costa Atlántica, pero aquí encontró condiciones culturales e históricas que le han permitido desarrollarse a sus anchas al convertir algunas de sus prácticas en tradiciones aceptadas y populares. La compra de votos, por ejemplo, es un hecho inocultable que ha sido llevado a tal grado de perfeccionamiento y precisión, que opera como una actividad empresarial de la que se desprenden diversidad de categorías, cargos, especialidades y constituye un complejo entramado que hace casi imposible su caracterización. Con la misión de entender los engranajes de la corrupción electoral, Cambio viajó a Barranquilla, se sumergió en las pantanosas aguas de los compradores de votos y obtuvo testimonios de mochileros, coordinadores y hasta de gerentes de campañas políticas que conocen al dedillo el arte de elegir senadores y representantes a la Cámara.

Los testimonios fueron entregados bajo la reserva de la fuente, pues quienes los dieron aseguran que, de ser identificados, su tranquilidad y su seguridad estarían en juego. “Por eso matan acá, y en el mejor de los casos lo meten a uno preso para después matarlo”, advirtió una de las fuentes antes de lanzarse al vacío con su relato y cuyo punto de partida fue la historia de la migración a Barranquilla y la formación de las principales casas políticas. Casas que fueron fundadas por descendientes de siriolibaneses en un maridaje irrebatible entre negocios legales e ilegales y los intereses políticos. Familias que desde hace décadas dominan la escena electoral bajo la firma de los Name, los Terán, los Char, los Abuchaibe, los Slebi, los Crissien, Tarud, Amín, Abdalá o Bendek, por solo mencionar unos de los más sonados.

El coordinador es aquel que se encarga de asegurarse que los líderes cumplan con  sus metas de votos.

 


El gerente del fraude 


“Yo pienso que mucho de la cultura de venta y compra de votos tiene que ver con la migración siriolibanesa que dominó la sociedad barranquillera en el siglo XIX. Eran entre 10.000 y 30.000 personas que venían huyendo del Imperio otomano y que, fieles a la cultura del desierto, trajeron una visión comerciante. De ponerle precio a todo. A los objetos, a las relaciones o a las personas. Nosotros le ponemos precio a una ofensa, o establecemos la dote para tasar una relación. No por nada los grandes compradores de votos son descendientes de esa tradición: los Name, los Gerlein, los Abuchaibe, los Char. Son familias con antepasados en el Medio Oriente y el norte de África que llegaron a la costa en busca de oportunidades. Algunos construyeron imperios comerciales basados en sistemas familiares extensos y muy cerrados”, explicó una persona que empezó su carrera en el fraude electoral de la mano del exsenador José Name Terán, a quien considera el padre de la de la compra de votos en Atlántico, el más experimentado, el creador del sistema.

“Yo trabajé con el viejo Name dos veces. Era un tipo serio para hacer estas vainas. Fue el rey de la compra de votos. Él no pedía listas ni se ponía con te pago una parte y luego la otra, como ahora hacen. Sus campañas funcionaban como una empresa, sentado con un cuadernito en la sala de su casa. Allá le llegaba la gente y él le preguntaba quién te recomendó, anotaba los votos que iba a poner y los pagaba por adelantado. Decía: Dale la plata a la gente, que la tuya te la doy yo. Ese viejo tenía un andamiaje completo, metía tres Cámaras y su Senado. La plata la daba la esposa. Él nunca se metió con los contratos, de eso se encargaba su hermano David, igual que lo han hecho los Gerlein y los Char. Siempre ha funcionado así: uno de los hermanos es político y el otro es contratista. Las fortunas de algunas de esas familias empezaron con el contrabando, otros se metieron a la marimba y otros más fundaron empresas aquí en Barranquilla. Es que esto tiene historia. La gente cree que esto es mamadera de gallo, y no, esto no apareció de un día pa otro”, explica el hombre que llegó a gerenciar varias campañas políticas y se considera creador de algunos de los desarrollos que han vuelto la compra de votos en Barranquilla un referente para los corruptos de todo el país.

Para este hombre, que ronda los 50 años, la compra de votos que se hace en los barrios a través de mochileros y coordinadores, utilizando un decálogo de pequeñas maniobras para evitar que se pierdan el voto y la plata, es el menudo de la operación. La caja menor. Su experticia fue dirigir la operación desde lo gerencial. Esa que incluye la confluencia de empresas, contratistas, restaurantes; el soborno de policías, jurados de votación, registradores locales o magistrados del CNE. “Métete en la cabeza una cosa. Esto es un sistema tecnificado, empresarial, que opera a partir de una variedad de funciones que han sido bautizadas por el folclor popular que le puso nombres como mochilero, punteador, digitador, y una gran variedad de apelativos que incluso tienen distintas maneras de llamar lo mismo”, explica antes de narrar su experiencia en este sistema.

“Yo era el que canjeaba los cheques, iba a Serfinanza y salía con la plata para pagar los votos. Para pagar a los coordinadores. Tenía que asegurarme de que el gerente de transporte tuviera todo marchando bien, de que el área de sistemas funcionara. Yo fui el creador de los patrullajes, contrataba 20 mototaxistas para que fueran casa por casa a verificar que los votantes existieran y luego contraté a un ingeniero de sistemas que hizo el primer software de cruce de información de votos comprados, para asegurarme de que no me estuvieran pegando palos, vendiendo listas duplicadas. Yo tenía que estar pendiente del gerente de transporte y de sistemas, y del flujo de la plata que venía de la corrupción de los contratistas”, detalla en un relato de más de tres horas en el que son tan puntuales los nombres y las acusaciones, que su identidad quedaría en evidencia para quienes lo contrataron.

Y continúa el relato del fraude electoral: “Aida la explicó completa. Lo que dijo es verdad. El candidato llega de la mano del contratista, que es un inversionista. Que es su brazo financiero. Él trae el billete de los contratos con el Estado, con el gobierno nacional, con las alcaldías y gobernaciones. De los cupos indicativos. Aquí es donde la corrupción se vuelve una operación nacional. El contratista llega con su bolsa de contratos, que necesita 20.000 millones. De los cuales 10.000 se van en la operación de logística. Un voto cuesta, o así era hace cuatro años, 100.000 pesos, pero de eso al votante le llegan apenas 60.000 pesos. Los otros se los quedan el líder y el coordinador. Pero llevar al votante vale más, el transporte, la logística, los refrigerios. Por eso dentro de este andamiaje también van las empresas de transporte, las bombas de gasolina, los restaurantes, o quién va a hacer 20.000 sánduches; dónde tanquean las motos, los taxis, los buses, para que no lo roben a uno. Y también se necesita un ejército de menores de edad, que son los bastones, los únicos que pueden acompañar a un votante hasta la urna, a los mongólicos, a los ciegos, a los que no saben leer ni escribir. Esos niños son los que garantizan que el voto sea correcto y ahí empiezan su carrera en esto de la compra de votos”.

El mochilero es el encargado de pagar la compra de votos para determinado candidato.


El coordinador de los mochileros y otras técnicas del fraude electoral

El siguiente engranaje del sistema de compra de votos es el coordinador. Una campaña se vale de varios coordinadores, los cuales están a cargo de organizar a los distintos líderes barriales, también conocidos como mochileros. El coordinador es una persona capaz de garantizar a un candidato desde 100 hasta 1.000 votos, mediante el control de la operación de los líderes. En general, suele haber iniciado su carrera como mochilero, por lo que conoce en detalle los riesgos y dinámicas del menudeo de la compra de conciencias. A estas personas los candidatos les tienen salarios mensuales, que dependen de la duración de las campañas. Unas veces les pagan con montos que van desde 500.000 pesos mensuales hasta un millón, dependiendo del número de votos, y otras veces les dan contratos en empresas o entidades públicas. 

Entre las funciones del coordinador están: pagar a los líderes los votos comprados; garantizar la logística, que incluye transporte, comidas y la logística de las reuniones con el candidato. También está a su cargo asegurarse de que los votantes sean reales y se hayan zonificado efectivamente, que no estén en listas de otros candidatos, que realicen las pedagogías y sepan cómo y por quién votar el día del certamen electoral. De esta labor, el coordinador también devenga un valor por cada voto, que suele ser 20.000 pesos por cada votante. Este es el eslabón que opera entre los líderes y los gerentes de operaciones, el de la campaña, el del departamento de transportes o informática. De alguna manera, son gente curtida en el arte de la compra de votos. Son los que le responden al político por los sufragios prometidos y deben manejar la psicología de los líderes tanto para ser respetados como para ser temidos. Así como también debe saber cómo cobrar una falla cometida usando sus tentáculos en la delincuencia. 

Para este artículo Cambio consultó a varios coordinadores, quienes trabajaron en distintos momentos para los Char, Laureano Acuña, José Name Terán y Aida Merlano, entre otros.   “Al coordinador le asignan un básico, que suele rondar los 500.000 pesos mensuales por el tiempo que dure la campaña. Además, le pagan 5.000 o 10.000 pesos por cada voto. En general un voto cuesta aproximadamente 100.000 pesos, de los cuales son 60.000 para el votante, 20.000 para el líder y 20.000 para el coordinador. Los pagos se hacen divididos en la medida en que se va garantizando que el voto ha sido efectivo. El líder recibe primero un dinero para la zonificación, que es de 20.000 pesos por voto zonificado, 10.000 pesos para el votante y 10.000 pesos para él”, explica un hombre de casi 60 años que fue coordinador de Laureano Acuña, pero que hoy asesora distintas campañas y ha llegado a conocer el intríngulis de la compra de votos en grandes proporciones. 

La urna preña es uno de los mecanismos de corrupción electoral.

“Existe también un sistema de compra de votos que maneja directamente el candidato con la gente que tiene en la Registraduría. Es una operación de alto nivel y tiene varias técnicas, como la urna preñá y el carrusel. Otra operación que hacen es a través de funcionarios del Consejo Nacional Electoral (CNE). Pulgar es el rey de esa vaina. De él eran los dos registradores que hay en Soledad, a ellos les compraba paquetes de 3.000 o 4.000 votos para arriba, y lo hacen comprando tarjetones antes de las elecciones. Eso pasó en Soledad, allí hace dos años los concejales no se eligieron democráticamente, se eligieron en la Registraduría. ¿Cómo lo hicieron? El señor Pulgar necesitaba asegurar 10 concejales y antes que gastarse la plata comprando votos en los barrios prefirió hacerlo en la Registraduría. Esos votos son con los que lo aseguran, es decir, compran los que les van a faltar para ser elegidos. Ese carrusel lo que compra son tarjetones en blanco para que los entren marcados, eso disminuye la pérdida de votos comprados. Eso sí, el candidato tiene que ver cómo los entra. Los votantes tienen que regresar el tarjetón en blanco, y ese es el recibo para que les paguen”, narra este curtido excoordinador que hoy conoce tan bien el sistema de la contratación, que su especialidad es el desfalco de los recursos públicos. 

Para finalizar su relato, explica otra de las modalidades de fraude electoral, una que se basa en infiltrar al CNE y la operación de escrutinio: “Otra manera de comprar los votos de alto nivel es cuando los arreglan desde el CNE para que los introduzcan directamente en el sistema, porque ellos manejan el software, y lo hacen mediante la manipulación del formulario E14. Lo hacen generalmente después del escrutinio; se llama el salto del canguro e implica quitarle votos a otro candidato. Esas son esas curules que se disputan a última hora. Eso pasó con Sergio Barraza. Es más costoso, pero más seguro. Laureano Acuña, para no ir tan lejos, compró 200.000 votos y sacó 70.000, eso es una pérdida muy grande de dinero. Por eso han venido innovando con otras técnicas, porque puerca puyera nunca pierde el vicio. Esta joda es una adicción. Ellos se eligen así porque les ha dado resultado y mientras a mí algo me dé resultado, lo seguiré haciendo. Además, aquí en Barranquilla no existe el voto de opinión para el Congreso. En Alcaldía, Gobernación y hasta Presidencia hay voto de opinión, pero para Senado y Cámara eso es amarrado”, concluye.

El salto del canguro consiste en infiltrar personas de la campaña en las mesas de votación.


Cambio también obtuvo el relato de un exfuncionario de la Registraduría que conoció de cerca el salto del Canguro. Lo vivió en 2015 en una mesa del Atlántico, aunque es consciente de que es una práctica de aplicación nacional. Este funcionario fue testigo de que uno de los ingenieros que operaban el software de escrutinio trabajaba para una campaña política, la cual logró mediante maniobras ilícitas que los claveros solicitaran permiso en la mesa para no utilizar la huella dactilar bajo la excusa de que tenían dermatitis, entonces ingresaban a sus computadores con la clave numérica. El ingeniero, cuyo nombre es Carlos Donaldo Martínez Vides, se aprendió las claves y operó los computadores de escrutinio para sacarles votos a unos concejales y diputados y sumárselos a otros, entre los que causalmente estaba Yesid Pulgar Daza, hermano del exsenador Eduardo Pulgar, hoy condenado por corrupción. Lo dramático de la situación es que el único condenado por el caso es el joven ingeniero de sistemas, mientras los que se beneficiaron del delito no fueron procesados.

Al respecto, otro de los excoordinadores precisó sobre el papel de los jurados de votación: “Los jurados son puestos por las campañas políticas. Quien no tiene jurados, está propenso a perder el debate (como le dicen a las elecciones en Barranquilla) porque no tiene quien vigile sus votos. La función principal de los jurados es marcarles mal los votos a los competidores y asegurarse que los del candidato suyo salgan bien. Por eso hay tantos votos mal marcados, anulados. Y se pelean los votos no marcados para ponérselos a su candidato. Esos jurados entran a las mesas de votación con un distintivo, y ya los votantes comprados saben quién es de su campaña y quién no. Se ponen una calcomanía, una cintica, una manilla, una gorra. Esos manes son claves en todo esto. Aquí también se suele comprar al policía del puesto de votación. Los políticos tienen fichas en los rectores de los colegios públicos, y ellos direccionan las listas de jurados para que los políticos metan su gente a los puestos de votación, así como también lo hacen a través de las listas que envían las empresas. Además, porque ellos aseguran muchos votos con becas de estudio para los líderes, para la gente pobre. Muchas campañas pagan a los jurados para que se hagan los enfermos y así poder meter a su gente. La operación necesita tener a los de las campañas en los puestos de votación. Sin eso no hay curul”, recita.

Al final, a compra de votos es una operación que tiene tantos bemoles y arandelas que no es fácil entender su flujo de caja, con el que aparentemente se elige un número importante de congresistas. Son los engranajes invisibles de una maquinaria que en Barranquilla funciona a todo vapor y a plena luz del día. Incluso, convirtiendo esta práctica en una tradición que han utilizado desde hace décadas las más emblemáticas casas políticas y que hoy han visto en Pulgar, Aida y Laureano, los perfectos chivos expiatorios de una operación de fraude electoral en que la están involucrados muchos más de los que aparecen en la foto.
 

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Así es la compra de votos en las calles de Barranquilla

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