Jotamario Arbeláez y su coqueteo con la muerte
Jotamario Arbeláez.
Crédito: Gabriel Mordzinski.
‘Y vivo todavía’ es el nuevo libro de Jotamario Arbeláez que recoge textos que ha escrito en relación con su muerte. Su origen, una falsa noticia de su muerte que circuló el 29 de diciembre de 2022 y que él mismo tuvo que salir a desmentir, como si acabara de resucitar de entre los muertos.
Por: Eduardo Arias
Hace dos años el poeta José Mario Arbeláez, más conocido como Jotamario, su nombre de artista, se despertó con la noticia de que había muerto. A esa hora de la mañana varios medios de comunicación del país lamentaban el fallecimiento de uno de los máximos exponentes del nadaísmo. Jotamario no tuvo más remedio que levantarse de su merecido descanso de año viejo y desmentir de viva voz lo que nació en un post de un amigo en Facebook que, al igual que esos atletas que arrancan a correr antes de que suene el pistoletazo, salió a dar el pésame antes de tiempo. Han pasado dos años y unos pocos días desde aquel episodio y Jotamario sigue en lo suyo. La mamadera de gallo a ultranza, incluso a la mismísima muerte y a su propia muerte.
El hecho es que en aquella madrugada remota de 2022 pudo vivir en carne propia las reacciones de tanta gente que lo creía muerto, lo cual resultó ser muy halagador para él. Y como la muerte ha sido muy recurrente es sus columnas de opinión, nada mejor que evocar esa singular experiencia vital (por no decir mortal) con una antología de textos que él ha escrito sobre la cercanía del adiós definitivo. Jotamario Arbeláez nació en Cali. Ha sido publicista de formación y poeta de corazón. Hizo parte del movimiento nadaísta y ha publicado varios libros de poemas. CAMBIO habló con él acerca de este libro y su relación con la muerte.
CAMBIO: Algo que en algún momento despierta la curiosidad de las personas es imaginar qué dirán los demás cuando uno muera. Usted pudo vivir esa insólita situación. ¿Qué sensación tuvo al oír y leer en tiempo real los tantos obituarios que le dedicaron?
Jotamario Arbeláez: He sido uno de los pocos seres humanos que, dados por muertos antes de fallecer de veras, fueron testigos de la reacción del mundo ante la noticia. De los centenares de personas que fueron tocadas por el informe de hace hoy dos años, solo hubo una que se alegró con mi muerte, desde el anonimato, pero todos sabemos qué rival era. Escribió: “¡Qué alivio! Al fin yo también ya puedo morir tranquilo”. Y murió, antes de que se aclarara el equívoco. Pero su deceso pasó inadvertido. Tantas me informan que lloraron, patalearon, maldijeron, gritaron, tantas que no lo creyeron, tantas que a medianoche abrieron con sus parejas sus botellas de luto. Y solo cuando a primera hora de la mañana oyeron por la W radio el desmentido de la tragedia, abrieron otras botellas en honor a mi resurrección y bailaron en una sola pata y me mandaron mensajes amorosos e invitaciones a comer y beber y bailar hasta reventar. Pero para mi familia si fue un suplicio. Mi hijo llegó corriendo de Bogotá a la clínica Marly de Chía y casi se muere del susto feliz al mirar que le abría la puerta de la habitación 666. Mi mujer y mi hija Salomé tenían apagados los celulares, lo que les privó de privarse. Aunque Claudia estaba segura de que yo no iba a dejarme fallecer sin su visto bueno. Todos mis familiares de Cali adquirieron pasajes para venir a mi cremación. Pero ante el feliz desmentido cambiaron los tiquetes para San Andrés.
CAMBIO: ¿Es fácil burlarse de la muerte en un país tan signado por la muerte y la violencia?
J.A.: Nunca estuve contra la muerte, considerándola uno de los estados naturales inevitables del ser, referido a la muerte natural. La partida que cierra el milagro del parto. A la muerte, como personaje marchante a la diestra del ángel de la guarda, había que dejarla quieta. Pero sí había que denunciar a los asesinos. A los materiales e intelectuales, como se les dice. A los que sin compasión aplican la muerte sin su permiso. Como Colombia era la capital de la muerte violenta, de los crímenes virulentos, con mis compañeros del grupo nadaísta enfilamos nuestras plumas de dos cañones en manifiestos, conferencias, columnas de prensa y hasta poemas comprometidos contra los genocidas que desde nuestra infancia tenían convertido el país en una fosa común, por contrapunteos políticos, por defender privilegios o por robarse la tierra.
CAMBIO: Entiendo que, de esos compañeros iniciales del nadaísmo, poetas, cuentistas, novelistas, pintores, cantantes, a casi todos se los ha llevado la parca. Le pregunto si la obra que dejaron sigue por ahí rodando.
J.A.: De los fundadores del nadaísmo, que aparecimos en 1962 en el libro 13 poetas nadaístas, soy el único que sobrevive, y esta longevidad obedece a que nunca me fumé un cigarrillo, y a que leí a Cioran como una especie de Woody Allen. Pero tuve el tino de recopilar la obra de todos en Los Divinos Archivos del Nadaísmo, que ahora reposan en los consagratorios archivos de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República. Como su obra poética, 33 poetas nadaístas de los últimos días, en las ediciones virtuales de la Biblioteca Nacional de Colombia. De modo que no murieron del todo. Ya que no lograron cambiar el mundo, decidieron cambiar de mundo. Quedan de la segunda generación Dukardo Hinestrosa, casi diez años mayor que yo, Patricia Ariza, Pablus Gallinazo, Armando Romero, Álvaro Medina, Pedro Alcántara, Álvaro Barrios, Pedro Blas Julio Romero y mi hermano Jan Arb. Y de la tercera generación los organizadores del evento La Internacional Nadaísta, que anualmente se celebra en varias ciudades del país y del mundo. Más miles de seguidores, a juzgar por lo que se contempla en las redes.
CAMBIO: Para volver al principio, y para que queden las cuentas claras, ¿quién lo mató?
J.A.: El presunto magnicidio –como fue presentado dada la repercusión mediática, y no porque me crea más que yo mismo– no tuvo decididos autores intelectuales ni materiales, y fue más bien producto de una errada interpretación. Fui dado por muerto el 29 de diciembre, mismo día en que fue dado por nacido el poeta Juan Manuel Roca, con quien estuve en pugna por años, pero María Mercedes Carranza en la celebración del cierre de la Guerra de los Mil Días nos convirtió en amigos del alma. Le estaban celebrando su cumpleaños los poetas Santiago Mutis y Fernando Herrera, y hablaban de mi ingreso en la Clínica Marly por trombos en los pulmones, dada la foto donde me exhibí por las redes. Después de despedirse y al calor de los vinos el poeta Herrera creyó percibir en su celu que el poeta nadaísta había descendido a los sagrados infiernos, y por correo privado lo comunicó a sus amigos. El sinceramente adolorido poeta Roca desenterró un texto laudatorio de años atrás y lo envió a los amigos personales por correo privado. Uno de ellos, Carlos González, propietario de Casa de Citas, verdadera casa de poesía, replicó espeluznado el réquiem roquero por todas las redes y de allí la tomó le emisora de radio La W, y de allí las emisoras y diarios del país y algunos del mundo. No he acusado ni hecho ningún reclamo a Roca como algunos lo interpretaron, y ni siquiera a Herrera ni a Carlos. En tal caso, en vez de reclamarles lo que debería es agradecerles por este happening que me ha significado una nueva vida dentro de la que llevaba, el conocimiento del reconocimiento del mundo, y la aparición, en sello tan importante, de Y vivo todavía, que ya anda en circulación, camino de convertirse en best-seller.
CAMBIO: Así es. Acaba de llegar a las librerías Y vivo todavía, acerca de su falso deceso. ¿Cómo fue la selección de los escritos? ¿Se trata de una antología o usted también escribió textos para este libro?
J.A.: Diego Garzón –quien había sido el editor de los escritos eróticos que publicara en la revista Soho que dirigía Daniel Samper Ospina, y es ahora editor de no ficción en Planeta–, tuvo el chispazo de solicitarme un libro sobre el caso de mi indeciso deceso, teniendo en cuenta que en los último seis años no hacía sino tratar el tema de la muerte en mis columnas de El Tiempo y El País, lo que tenía en vilo a mis amistades, que me sentían despidiéndome. Cuadré el libro en cuatro estancias. La primera, los cinco casos en los que estuve a punto de morir en mi infancia, adolescencia y juventud y me salvó la campana. Omití por patética la vez cuando me salvé de que me mataran haciéndome el muerto. La segunda, los 60 poemas periodísticos escritos en los últimos seis años con el tema de la muerte peluda, donde le coqueteo en nuestras noches de sala como si fuera Ava Gardner. La tercera, una selección de las noticias que se dieron con motivo de mi descenso al 'amor tajado sé pulcro'. Y la cuarta, los 16 artículos mortis posteriores a la noticia, donde narro mis pasos perdidos por el más allá. Creo que será mi libro estrella, contando con que en los dos últimos años han aparecido dos ediciones de mis poemas completos, Mi reino por este mundo, de la Universidad del Valle y del FCE. El documental con el mismo nombre producida por Telepacífico y dirigido por Gildardo Arango. Y Mi crucifixión rosada, bilingüe al francés por Stéphane Chaumet, por Escarabajo. Y vienen otros diez libros, pertenecientes a la saga Los días contados. Espero que la muerte, que es ahora mi amiga –podría decirse que íntima–, me conceda el tiempo para cerrarlos y se tome su tiempo para escribirme los prólogos, así sea por interpuestas personas.
CAMBIO: Como poeta, ¿cómo ha sido su relación con la muerte, con el tema de la muerte?
J.A.: Me abstuve de escribir sobre ella por lo enamorado de su rival la vida que estuve siempre. Pensé que con mis éxtasis mujeriegos le daba un mentís a la muerte, así se dijera que cada orgasmo era una muerte pequeña. Nunca escribí sobre ella por considerarla tan lejana de mi temática, que eran los libros, las botellas y las mujeres. Leer, beber y comer era mi consigna. Mientras a ello me dedicaba me consideraba inmortal. Muerto de ganas de todo he pasado mi vida entera, y he sobrevivido para contarlo. Ahora tengo 84 años y conservo mis aficiones. Olvidadas las aflicciones.
CAMBIO: ¿Y como ciudadano que camina por las calles de las ciudades?
J.A: Recién dada la noticia de mi muerte iba por la calle estrenando una túnica hindú de colores a cambio de la mortaja, cuando recibí en el celular un mensaje de mi exnovia Sarah Beatriz con una cita de Kafka: “Solo debemos leer libros que muerdan y arañen… Libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más lejanos. Un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros”. Y terminaba: “Escríbelo, y si ya lo tienes, publícalo, sin necesidad de que mueras antes ni después”. Y en eso me llegó la solicitud de Planeta.
CAMBIO: ¿Usted le tiene miedo a la muerte?
J.A.: Si no le tuve miedo a la vida y logré montármele, menos le voy a temer a la muerte con la que voy a tener un romance eterno, ya que de antemano supe ennoviarla. La muerte no me quita el sueño. Después de haberme pasado el 80 por ciento de mis 84 años recién cumplidos entregado a los libros, en especial los de poesía, a los licores, en especial los vinos que me consagran, y a las mujeres, en especial a las más libidinosas que yo, que las hay, creo que bien merezco un reposo donde los hados dispongan. En estos últimos años de vivencia en el campo, en las afueras de Maravilla de Leyva, he estado flirteando con la muerte en mis noches insomnes, en la sala de mi Montaña mágica, bebiendo unas copas, repasando el Libro Tibetano de los muertos y el Libro Egipcio de los muertos, y nos hemos vuelto compinches. Le he escrito más de 80 columnas de prensa convertibles en poemas, donde me he atrevido a confesar que camino con ella por la campiña tocándole el culo cuando se me presenta rellenita y hermosa como una actriz de cine, y cuando se transforma en la flaca protegiéndola de que se me la vayan a comer mis perros empezando por la tibia y el peroné. Ningún poeta le había dado tanto contentillo ni había sido con ella tan atrevido. A propósito, en respuesta a mis delirios poéticos ella me dejó escrito en el computador esta endecha: “Me encanta que me cantes palomo mío / pues aun sin alientos puedo quererte / Por más que te me escondas voy a encontrarte /Sabrás que estoy contigo cuando haga frío”.
CAMBIO: ¿Qué valor diferencial le ve a este libro, Y vivo todavía, en comparación con su obra anterior y la de sus colegas de ayer y de hoy?
J.A.: Creo que este libro es una osadía y casi que una odisea. Le he cantado a la muerte y hasta gallo le he mamado. Cosa que no conozco que haya hecho ninguno de mis colegas, ni de hoy ni del pasado mañana. Creo que será la primera vez que un lector gozará con el tema de la muerte, tratado por un poeta que se salvó de sus fauces y, antes, por el contrario, ha pretendido comérsela viva. Espero que la muerte sea el mejor polvo de mi existencia. ¡Va la madre!