“Prefiero las herramientas de la novela para contar mejor lo que les está pasando a todos por dentro”: Ricardo Silva, autor de 'Alpe d’Huez'
Ricardo Silva Romero.
Crédito: Colprensa
Ricardo Silva Romero decidió diseccionar el mundo del ciclismo para recrear en 'Alpe d’Huez', su última novela, la etapa que ganó Lucho Herrera en el Tour de Francia de 1984.
Por: Eduardo Arias
En estos días se corre el Tour de Francia y por esa razón ha sido muy oportuna la publicación de la novela Alpe d’ Huez, de Ricardo Silva Romero, que reconstruye la etapa 17 del Tour de Francia de 1984 que se desarrolló el 16 de julio entre la ciudad de Grenoble y la estación de esquí Alpe d’Huez. Esta etapa marcó un hito en la historia del ciclismo colombiano ya que la ganó Luis Alberto ‘Lucho’ Herrera. Por primera vez un colombiano (y un latinoamericano) ganaba una etapa de la carrera de ciclismo por etapas más importante del mundo.
Alpe d’ Huez es una prueba más de la pasión de Ricardo Silva Romero por el deporte. En 2009 había publicado Autogol (recientemente reeditada), una novela en la que contaba a través de un periodista deportivo radial ficticio el proceso que llevó al asesinato de Andrés Escobar, integrante de la Selección Colombia de fútbol que pocos días antes había sido eliminada en el campeonato mundial de 1994.
Más que una reconstrucción de aquella etapa, Alpe d Huez es una novela que se arma a través de varias novelas que corren en paralelo. Todo sucede entre las 11:33 de la mañana (hora de Francia) y las 4:25, cuando Lucho Herrera sube al podio como ganador de la etapa.
Ciclistas, periodistas y medios de comunicación reales y ficticios son los protagonistas de esta aventura literaria en la que no hace falta saber nada de ciclismo ni ser aficionado a ese deporte para sumergirse en ella. CAMBIO habló con Ricardo Silva Romero acerca de las razones que lo llevaron a escribir Alpe d’ Huez y los retos que afrontó para llegar a la meta.
CAMBIO: ¿Por qué decidió enfrentar un reto tan grande? Escribir una novela sobre un hecho que sucede en cinco horas no debe ser tarea fácil.
Ricardo Silva Romero: Yo me imagino que la gracia de escribir una novela es que dé un poco de miedo hacerlo. Que sea un reto de verdad. Que lo haga a uno dudar de su talento. Pero en este caso, como otras veces, pensé en los dramas que son máquinas de tiempo porque narran un momento de una esquina del mundo. Mejor dicho, pensé que lo más fácil para retratar el mundo del ciclismo era novelar una etapa. Por supuesto, luego me di cuenta de que no era nada fácil. Y me tocó dedicarme al asunto como me dediqué a Cómo perderlo todo e Historia oficial del amor: pegado a una de esas tramas que nos pasan a todos al mismo tiempo, y convencido de que se puede ir cambiando de protagonistas sin vergüenzas ni rodeos si la historia es evidente y lo arrastra a uno con fuerza. Los guionistas se preguntan antes de arrancar “de quién es la historia”. Puede uno —más aún en una novela— preguntarse “de quiénes es el drama”. Y dejarse llevar por los hechos y por las reacciones de los personajes.
CAMBIO: ¿Cuál ha sido su relación con el ciclismo?
R. S. R.: Ha sido muy cercana. El ciclismo era mi cosa favorita cuando era niño. Vivía en bicicleta. Veía todas las etapas. Coleccionaba las revistas, los uniformes, los álbumes. Jugaba a las carreras con tapas de botellas. Era el plan que me unía —y me une— tanto a mi hermano Eduardo.
CAMBIO: ¿Por qué una ficción y no una crónica?
R. S. R.: Yo he estado metido en salas de redacción desde que empecé a trabajar, pero he sido, sobre todo, un escritor de ficciones: yo de verdad creo que sí, la idea es comunicarse, la ficción es la manera más precisa. Curiosamente, la manera de comunicarse menos dada a las malas interpretaciones. Mi vida ha sido recrear e imaginar. Y entonces media vida he sido más un periodista de opinión que cualquier cosa: una valentía desde la casa que se parece a la del ficcionador. Pero de vez en cuando he sido entrevistador, reportero, cronista, redactor de noticias. Y he aprovechado cualquier oportunidad —cuando Daniel Samper Ospina pasó por SoHo y la volvió una revista de crónicas— para entrevistar a los ciclistas que más he admirado: a Lucho Herrera y a Nairo Quintana.
CAMBIO: ¿Esa etapa del Alpe d’Huez impactó su imaginación de niño o de adolescente? ¿Algo así como les sucedió a quienes nacieron en los años 50 o 60 con Cochise Rodríguez y su récord mundial de la hora o su campeonato mundial en 4.000 metros persecución individual?
R. S. R.: Cochise era un mito que yo daba por hecho. La generación anterior lo contaba. Pero a Lucho Herrera sí lo vi yo con mis propios ojos hacer esas proezas no solo entre ciclistas del mundo, sino también entre ciclistas colombianos, en el Clásico RCN o en la Vuelta a Colombia. Mejor dicho: Herrera no solo era mi ídolo entre los ciclistas del mundo, sino entre los ciclistas colombianos, que eran extraordinarios. No me gustaba solo porque fuera colombiano, sino porque me parecía una figura extraordinaria y sin aspavientos. Y esa etapa fue la primera vez que tuve que ver de pie una transmisión de televisión. Tenía ocho años e iba a cumplir nueve en unas semanas. Y tengo clarísimo el momento y el orgullo que sentí mientras les ganaba a los mejores ciclistas del mundo. A riesgo de sonar a comentarista en plena carrera, era un David contra una decena de Goliats. Un aficionado —el equipo colombiano era amateur en ese tour— que les ganaba a los genios de esos tiempos. La única persona a la que le he pedido algún autógrafo en mi vida es a Lucho Herrera.
CAMBIO: Cuéntenos algo de la reconstrucción casi minuto a minuto de esa etapa. Algo de ello está señalado en los agradecimientos, pero pienso que va más allá de organizar y convertir en prosa una serie de datos estadísticos.
R. S. R.: Es en efecto una reconstrucción minuto a minuto, metro a metro. Que debe ser así. O sea, debí meterme en eso, porque desde Autogol me di cuenta de que para mí es un verdadero placer armar esos rompecabezas: meterme en los archivos y preguntarles a los que estuvieron allí cómo fue esa historia. Supongo que me gusta que el pretexto para investigar lo humano —en este caso el ciclismo y esa etapa en particular— sea también el texto: que la novela sea sobre lo humano en ese mundo particular dentro del mundo. Sí conté con la compañía de estos narradores del ciclismo. Los busqué o los leí. Pero también me armé un archivo de ese tour, de esa etapa, de esa gente y de esa época. Entrevisté a Lucho. Y tuve el impulso de la memoria y el aliciente de recrear esa idea de la infancia. A ratos pienso que es la novela de las que he hecho que se parece más a mí y a lo que a mí me gusta. Pero claro que de todas podría decir lo mismo porque todas han sido mundos que tenía por dentro y que he podido poner luego en mi biblioteca. Bueno, ojalá, con suerte, en más bibliotecas.
CAMBIO: ¿Cómo logra usted combinar en el relato hechos y personajes reales con sucesos que usted imagina y que desarrollan personajes de ficción?
R. S. R.: Tengo claro que no voy a torcer ni a los hechos ni a los personajes reales. En la medida de lo posible, como en el periodismo, voy a relatarlos. Pero sobre todo me interesa reconstruir mundos. Hace 17 años escribí una novela sobre un niño que trata de rearmar el apartamento de su abuela tal como era: en orden de estatura. Y últimamente me parece que yo he estado haciendo eso mismo: recreando los hechos y los personajes de esa infancia para seguir viviendo con esas mismas ganas de vivir. Armo esos rompecabezas lo mejor que puedo, verifico hechos y protagonistas reales hasta que puedo verlos, y entonces me pongo a imaginar personajes y prefiero las herramientas de la novela para contar mejor —por ejemplo, con humor y sin miedo a lo invisible— lo que les está pasando a todos por dentro.
CAMBIO: ¿Cómo meterse en la mente de alguien como Bernard Hinault o Luis Herrera?
R. S. R.: Toca sin miedo. Toca sin agüero. Empieza uno leyendo entrevistas, viendo documentales, recogiendo testimonios sobre ellos, armando los archivos que digo, encontrándose, en el mejor de los casos, libros de memorias de los personajes. Fignon e Hinault los tienen. Pero la gracia de dedicarse a las novelas —de que el oficio de uno no sea el de periodista, sino el de novelista— es terminar haciéndoles las cartas astrales y ensayando sus personalidades. Yo no tengo reparos, cuando mi trabajo es la ficción, en acudir a esas formas de lucha. Con esa reconstrucción de las personalidades, desde las entrevistas hasta los mapas psicológicos, desde las memorias hasta los retratos astrales, se siente uno seguro a la hora de imaginar.
CAMBIO: Al final no queda muy claro si a usted le encantan los locutores deportivos o simplemente le parece divertido como se expresan y se burla un poco de ellos.
R. S. R.: Me encantan. Me gustan tanto que no me bastó Autogol, que entre otras cosas es un homenaje a esa radio, para contar a Pepe Calderón e Ismael Enrique Monroy. Y no creo ni quiero que sean objetos de burla, pero sí son chistosos, y la mayoría de veces lo son a propósito. Nadie puede sobrevivir sin descacharse un par de veces y sin recurrir al humor a una transmisión de una etapa de ciclismo o de un partido de fútbol. Eso me fascina de oír radio: ser testigo de cómo “las mesas de trabajo” van degenerando con el paso de las horas en mamadera de gallo. Es una constatación diaria de que tarde o temprano solo queda el humor. Yo de verdad, tal vez porque desayunábamos y almorzábamos oyéndolos, admiro a los periodistas radiales y a los locutores deportivos. Me gusta mucho, sin ironías, la sabiduría, la valentía, la pasión, el dominio de la información que se les nota. Y me fascinan los versos cojos y los análisis absurdos y las inmadureces que se les escapan por ahí. Ayer me dio risa oírle a un comentarista que James había estado brillante “en lo cualitativo y lo cuantitativo”, pero luego le vi algo de sentido.