“Siento una fuga de cerebros enorme en la fotografía colombiana”: Federico Ríos, autor de Darién
Fotografía tomada del libro 'Darién', de Federico Ríos. Prohibida la reproducción de las fotografías de este artículo.
Crédito: Federico Ríos.
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En su segundo libro Federico Ríos, uno de los fotógrafos de mayor actualidad en el país pone el foco en el fenómeno migratorio que ha registrado en el Tapón del Darién. Una charla sobre las imágenes que le merecieron ser nominado al Premio Pulitzer y el libro en el que sensiblemente las agrupa.
Por Beatriz Garzón
Es una figura esencial del fotorreportaje colombiano actual, quizá la más relevante desde Jesús Abad Colorado; y para serlo Federico Ríos ha recorrido el país y el continente en búsqueda de las miles de historias sencillas que alimentan las narrativas humanas de la época que vive. Una de esas fue la negociación de paz con las Farc desmovilizadas, que registró en su primer fotolibro, Verde, uno que, como cuenta en esta entrevista, siente que ha debido llegar a más gente en el país, incluso a públicos muy objetivos, como quienes trabajan en la JEP.
Otro de esos temas que revelan el estado de las cosas en el siglo XXI, en este país y esta región, es el fenómeno migratorio masivo y desgarrador que ha visto a más de un millón de personas cruzar el tenebroso Tapón del Darién, en poco menos de media década, en busca del sueño americano. A través de su cámara, en llave con la periodista Julie Turkewitz, Ríos ha registrado este fenómeno, más vasto y transaccional de lo que se cree, con más de 100 nacionalidades involucradas, para The New York Times. Esos trabajos les significaron a ambos una nominación al Premio Pulitzer, y en ellos el caldense encuentra la materia prima para su excepcional libro, que publica con Editorial Raya.
Federico Ríos nació y creció en Manizales. Aprendió a caminar en sus cerros y a fotografiar en sus teatros. Pero fue cuando volteó la cámara hacia temáticas sociales, sin importar lo delicadas, que encontró su elemento. Y ahora, en 2024, luego de más de una década siguiendo el fenómeno migratorio que desencadenó la muerte de Hugo Chávez, lo plasma a su manera en el libro Darién.
“A su manera” no es un decir. Con Editorial Raya, que dirige su hermano de vida Santiago Jaramillo-Escobar, el fotógrafo ha armado este sensible recuento de 308 páginas. Partió de un universo de 35.000 fotos digitales, de las cuales se imprimieron 2.000 y entre ellas se escogieron las finales. Y la hechura que caracteriza los libros de Raya, artesanal en espíritu e increíble en resultado, marca siempre un valor añadido. La confección de esta radiografía humana hecha libro no se ahorra nada, ni en su visión, inevitablemente política, ni en su intención: elevar la conversación sobre el tema de la migración desde una vena de autor.
Darién ya se puede adquirir en este enlace por 240.000 pesos, con entrega en noviembre. Sobre el valor (elevado), anota que no le gana dinero. No hace esto por la plata, dice, lo hace porque necesita publicarse. Además, si lo sacara con este despliegue en una editorial tradicional, le costaría 500.000 pesos a la gente, y eso lo alejaría aún más de la mayor cantidad de público posible.
El fotógrafo habla sobre los retos profesionales y humanos de cubrir como periodista esa selva brutal en la que ha visto a familias enteras comenzar de nuevo y a otras vidas perderse en la naturaleza extrema de la supervivencia. Anota que con su colega se ciñen mucho a hacer periodismo, porque más que ayudar puntualmente a dos, diez o cien personas, la meta es impactar a los millones que toca el fenómeno. Decirlo es más fácil que hacerlo, sobre todo cuando se enfrentan situaciones de vida y muerte (“la vida es más importante que cualquier foto”, sentencia). Porque, a pesar de estar trabajando, el periodista y el fotógrafo también están sobreviviendo. Si regalan su porción diaria de comida en un acto de aparente caridad, se ponen en peligro, y eso va contra la misión.
Así se entiende cómo, allá, cada paso implica un dilema ético. Y a pesar del inmenso dolor que percibe y capta en su tarea, Ríos también vive momentos de recompensa emocional. Ha entablado relaciones con muchas de las personas y familias que ha acompañado en ese calvario hacia una nueva existencia. Y con algunos mantiene contacto. Y a algunos ha visto florecer en su nuevo hogar, a tal punto que, con una empatía que da fe en la humanidad, ya ayudan a quienes llegan a Estados Unidos sin absolutamente nada, como ellos lo hicieron meses atrás.
CAMBIO habló con Ríos sobre migración, la situación en el país para trabajar como lo hace, fotografía y la quijotada de sacar libros de manera independiente en este país.
CAMBIO: Ha tomado fotografías muy poderosas en estos últimos años, ¿ha sentido el impacto de su fotografía en la gente?
Federico Ríos: Me he hecho mucho esa pregunta, pero creo que, para mí, se queda en pregunta. No he dado con una respuesta en la que pueda meter a un universo de personas dentro. Creo que ha sucedido en casos esporádicos con individuos. Y me satisface cuando sucede con un individuo. Siento que esto puede suceder con grupos muy focales, gente que está muy pendiente de la situación en el Tapón del Darién, y ve mis fotos. Pero normalmente, son políticos, académicos, grupos humanitarios u otros periodistas. Y ellos ven mis fotos y se enteran. Eso ha sucedido en el amplio trabajo que fue Verde, y siento que también ha sucedido en el caso del Darién, y que hay otros casos específicos más pequeños en los que no sucede.
CAMBIO: ¿Por ejemplo?
F. R: Por ejemplo, para mi sorpresa, el año pasado me llamaron de la JEP. Alguien había visto mi trabajo de Verde y me invitaron a hacer una exposición allí este año. Y la presentamos. Me parecía particular que gente de la JEP, que trabaja en este proceso para el que está diseñada la JEP, no conociera mis fotos de Verde. Imaginé que eran fotos ampliamente difundidas, sobre las que ha habido una conversación que pensé más amplia. Pero cuando vi que la gente de la JEP no las conocía caí en cuenta de eso: mucha gente no las ha visto.
CAMBIO: Sorprende que no llegue ni a un público objetivo.
F.R.: Eso me interpela, en la medida en la que siento que necesito encontrar rutas para hablar con este tipo de personas sobre lo que estoy tratando de hablar. Necesito encontrar formas de decirle a la JEP, a la gente que allí trabaja, "estoy haciendo este trabajo, échale una mirada". Pienso que el trabajo fotográfico no es solamente hacer las imágenes sino también divulgarlas.
CAMBIO: Tras esa reflexión, ¿amplía ahora el foco para llegar a más gente?
F.R.: Justamente, la idea de hacer un libro camina en esa misma dirección. Y es, ¿cómo hago yo para sacar esto de las páginas de un periódico y ponerlo en un escenario que tenga un acceso más amplio, diverso y una forma de digestión más lenta? El periódico se consume a una velocidad muy alta y el periódico de ayer es para empacar aguacates. En esa medida pienso que un libro se digiere de una forma más pausada, más tranquila. A un libro uno puede volver tres, diez veces, sin perderle el ritmo…
CAMBIO: En tiempos de redes y bombardeo de imágenes, donde todo es más inmediato que el mismo periódico, usted propone contemplar…
F.R.: Eso es clave, tener tiempo de digerir lo que está viendo, tiempo de observar con calma, de revisar, incluso de confrontar. Parte fundamental de todo este ejercicio es eso, es darse uno mismo la oportunidad de decir, ¿aquí cómo nos confrontamos a nosotros y a nuestras perspectivas?
CAMBIO: Ha tenido una vista privilegiada poniéndose en lugares donde la mayoría de nosotros no nos pondríamos. ¿Qué lectura hace del momento que se vive a diferencia del que cubrió en Verde?
F.R.: Son dos cosas que tienen muy poca relación. Primero, porque hasta la firma del acuerdo, en 2016, entre el Gobierno y las FARC, había una claridad muy grande de quién era el actor. Entonces, claro, teníamos un escenario de cuatro actores principales: Estado, FARC, ELN y paramilitares. Aún así, con cuatro, que parece poco, ya era complejo en algunos territorios. Porque había territorios de traslape FARC-ELN, había territorios de traslape Paramilitares-Ejército, Paramilitares-Estado, y había territorios de confrontación entre las guerrillas de izquierda y el Estado y los paramilitares.
CAMBIO: ¿Eso ha cambiado?
F. R: En este momento el escenario es completamente confuso. La cantidad y la diversidad de los actores hace mucho más compleja la situación. Y eso generar incertidumbre a diferentes niveles: hay incertidumbre para los habitantes de los territorios periféricos, donde estos actores armados hacen presencia y ejercen sus acciones más fuertes y contundentes; hay incertidumbre para el Estado sobre cómo enfrentar y cómo resolver las situaciones con estos grupos; hay incertidumbre para la sociedad civil, porque si usted le pregunta a los colombianos de a pie cuál es la Jaime Patiño, la Dagoberto Ramos, si usted pregunta quién comanda la Segunda Marquetalia o quienes son las FARC, es una zona gris, hay una gran confusión. Hay que ser un nerdo de la materia para entender cuántos son los grupos, quiénes son los cabecillas, cuál es la tendencia del grupo. Es muy difícil...
CAMBIO: Para usted, que trabaja en esos territorios periféricos, ¿este escenario es aún más peligroso?
F.R: Es más difícil. Antes, para recorrer el territorio, había que hacer una negociación con un grupo, con una cabeza digamos ordenada. Ahora ya no es así. Esa incertidumbre también afecta la forma de trabajar. Yo ya no sé con quién estoy negociando y no sé cuál es el peso real de la negociación que acabo de hacer. Ya no sé hasta dónde van los límites de la autorización que recibo para ir a algún lugar y todo eso empieza a convertirse en una zona gris compleja de recorrer.
CAMBIO: ¿Lo que usted señala qué consecuencias trae?
F. R: Todo desemboca en la inseguridad. No solo para uno sino para las fuentes, que creo que es la parte más importante del trabajo que yo he hecho. Yo podía ir a un territorio controlado por las FARC, a través de un campesino, con el que yo había ganado confianza, y ese campesino me ayudaba a establecer un puente con el grupo que controlaba el territorio. Si en este momento hago eso a través de un campesino, el nivel de riesgo en el que yo pongo a ese campesino es mucho mayor, y eso es irresponsable. Entonces tengo que ser más cauteloso porque parte de hacer periodismo en los territorios alejados y periféricos es ser consciente de que uno entra y sale. Y de que si adentro alguien te ayudó a entrar, y la cagas, a la salida esa persona puede estar en problemas graves, y cuando digo problemas graves es que su vida y la de su familia están comprometidas. Hay un marco ético periodístico en el que es más difícil navegar ahora. Si te das cuenta, políticamente es más difícil, geográficamente es más difícil, éticamente es más difícil. Y, lo que es peor, ahora todos los grupos quieren negociar, y cuando digo todos, incluyo al Gobierno nacional. Parece que tiene intenciones serias de negociar un acuerdo, pero, para sentarse a negociar, y durante la negociación, la moneda de cambio es mostrar los dientes y hacerse lo más fuerte posible para conseguir mejores beneficios en el momento de negociar. También se vive un momento muy dramático de presión y de violencia en todo el país.
CAMBIO: ¿Cuántos años y recorridos tomó Darién? ¿Qué retos de curaduría enfrentó?
F.R.: La mayoría de mi trabajo en el Darién es para el New York Times. Yo empecé en Darién en 2021. En ese momento,había un pico de migración de haitianos. Ese fue el primer detonante fuerte que vi en el Darién. Esto sucedió por varios motivos, pero principalmente porque hubo una hipótesis de flexibilización de las políticas de los Estados Unidos frente a los migrantes. Y en el momento de esa hipótesis aparecen los migrantes haitianos que estaban en Chile y en Brasil con intenciones de irse pensando “si esto se pone mejor, vamos a Estados Unidos y conseguimos mejores condiciones de vida”. Las condiciones de vida que tenían en Chile y Brasil se estaban deteriorando mucho, y por eso deciden seguir los pasos de los migrantes cubanos, que habían usado el Tapón del Darién como una ruta de tránsito desde muchísimo antes (por lo menos, quince años). Pero la diferencia vino en los números. Los cubanos migraban en números muy pequeños que no preocupaban a ninguna autoridad migratoria. Estados Unidos era y sigue siendo el principal destinatario de la migración por el Tapón de Darién, pero no se preocupaban por menos de 10.000 migrantes al año. En ese momento, los haitianos empiezan a seguir esa ruta, y la cifra pasa de 10 mil migrantes al año (el promedio de 2010 a 2020) a casi 150.000 al año, solo en 2021; un crecimiento dramático y exponencial, multiplicado por 15.
CAMBIO: ¿Cómo percibe el gremio de la fotografía en Colombia?
F.R: Aquí hay mucho talento. Fotográficamente, hay una gente que hace trabajo increíble, abrumadoramente increíble. Pero, al margen del talento, hay un problema gravísimo, no hay escenarios de trabajo. Entonces tenemos a una gran mayoría de fotógrafos, muy talentosos, varados, porque no hay dónde trabajar. No hay con quién trabajar. Los diarios y revistas de este país malcontratan y malpagan a sus fotógrafos y no le dan a la fotografía el lugar que se merece, y eso hace que las cosas sean muy complicadas para los fotógrafos. En esas complejidades, aparecen escenarios en donde estos fotógrafos y fotógrafas tienen que buscársela de otras maneras.
CAMBIO: Ese talento que usted señala es evidente en muchos fotógrafos.
F. R: La calidad es tremenda. Hay gente talentosa haciendo cosas muy potentes. Es muy particular, porque la fotografía colombiana dentro de Colombia no tiene un circuito expositivo, por ejemplo. Las galerías y los museos no están mirando hacia la fotografía colombiana, ni activa ni masivamente, y hay tremenda calidad. Pero todo eso se está constituyendo en una fuga de cerebros enorme. Estos fotógrafos y fotógrafas que consiguen cruzar la línea empiezan a trabajar desde aquí para los medios de afuera. Y es que esto es un trabajo. Es una pasión, por supuesto, lo hago apasionado, pero yo tengo que comprar el mercado y pagar los servicios, y así el resto de mis colegas. Siento una fuga de cerebros enorme en la fotografía colombiana, y obedece a que el mercado colombiano no ha sabido cautivar a estos fotógrafos ni conservarlos. Y o se van o se quedan trabajando para clientes de afuera. Las agencias tienen unos semilleros de una cantidad de personas, hay fotógrafos a la lata. Luisa González, de Agencia Reuters, estuvo fotografiando los Juegos Olímpicos de París. Es un tema triste, no hay más adjetivos. Es bien complejo, y uno quisiera que hubiera mejores condiciones, pero no las hay. Y cuando uno se fija en lo que está pasando en museos y galerías, es muy dramático, porque tampoco va por ahí. Son muy pocos los escenarios que se están abriendo para que los fotógrafos y las fotógrafas tengan un escenario de representatividad.
CAMBIO: ¿Algo que quiera añadir?
F.R: Quisiera volver al tema de sacar estos libros así. Esos ejercicios de independencia, estos saludos a la bandera, son muy difíciles. Y uno se mete ahí, uno dice “Sí, vamos, con toda, yo quiero, le hago, le meto”... Pero es duro encontrar el respaldo. El momento económico es complicado. Y meterle una plata a un libro estos días no es tan fácil ahora. "Yo pongo 200.000 pa' un libro de fotografías", no es tan fácil.