
Sobre la serie Medusa: del orgullo a la vergüenza
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Juan Francisco García, periodista cultural de CAMBIO, hace una crítica a ‘Medusa’, la nueva superproducción de Netflix grabada en Barranquilla. Para él, la serie “fracasa rotundamente de principio a fin”.

Es innegable que en el ámbito económico la presencia de Netflix –la plataforma de streaming más grande en el mundo– es saludable y deseable para el país. Quién puede negar el impacto, por dar el ejemplo más obvio, de los 225.000 millones de pesos que según la compañía ha dejado en este trópico la producción de Cien Años de Soledad hasta la fecha (esto sin tener en cuenta lo que dejará la segunda temporada que ya está en proceso).
La industria, en todas sus vertientes, empezando por los actores, como le dijo a CAMBIO Diego Trujillo, se beneficia por las cuantiosas inversiones de producción del gigante del entretenimiento. Si hay algo obvio en los contenidos de Netflix es la multimillonaria estructura que los sostiene. Y esto, en países como Colombia en donde hacer contenido audiovisual es una quimera y una épica de recursividad, es para celebrar.

Pero lo cierto, también, es que la abundancia en recursos no es sinónimo de calidad (ni de audacia, autenticidad e intensidad); y que, desde un ámbito cualitativo y crítico, más vale tumbar el mito de que las superproducciones de Netflix –o de cualquier otra plataforma–, per se, elevan o refinan el contenido hecho en el país. Si bien el andamiaje de la plataforma permite a los creadores locales contratados experimentar y poner en marcha recursos visuales, técnicos, estéticos, auditivos y sensoriales inéditos para el ecosistema local, es igual de cierto que el resultado final puede quedarse en una orgía de imágenes de última generación, con efectos especiales siderales, que, sin embargo, no dicen nada, absolutamente nada.
Es el caso de Medusa, la nueva superproducción que en los últimos días se ha colado en lo más visto de la plataforma –¡de Barranquilla para el mundo!–. Ningún elemento de la serie funciona. Su pretendido suspenso no es más que una seguidilla de ocurrencias sin coherencia que siempre van por el camino fácil o la inverosímil frivolidad. ¿La primera escena? Una empresaria guapísima, miembro de una familia todopoderosa barranquillera, se salva de milagro de la explosión del yate en el que se masturba para celebrar haber llegado a la presidencia de Medusa, el conglomerado económico más potente del Caribe. Nadería pura. Erotismo fallido. Inocua espectacularidad.
El guion, fallido de comienzo a fin, no le entrega al espectador nada que pensar ni que temer y, mucho menos, nada que fantasear. Sus personajes, todos, son tan planos, tan sonsos, tan unidimensionales, que desde los primeros capítulos la suerte está en su contra.
La fórmula es sencilla: sin complejidad, sin sombras, sin preguntas abiertas ni tensiones bien logradas, no hay actor ni actriz que valga –Manolo Cardona, Diego Trujillo, Sebastián Martínez, Juana Acosta– para conmover y vincular al público.
Y entonces, lo que estamos condenados a ver es a lo mejor del talento local deambular errático, amorfo, con un acento impostado, por el vacío de una telenovela malograda disfrazada de serie de última generación. Medusa está plagada de todos los chiches ‘nueva era’: orgías, poliamor, un detective atormentado, una chamana vulgarmente estereotipada que le da hongos alucinógenos a la protagonista para que esta “encuentre su verdad”... El tono de la serie, que busca gravedad y profundidad –cada capítulo empieza con una frase contundente de Carl Jung– deviene en un tratamiento melodramático e ingrávido que, en el mejor de los casos, genera risa nerviosa.

Uno de los elementos que causó mucho interés antes del estreno de Medusa fue la especulación de que su trama, en la que se escudriña en los intestinos podridos de la poderosa y omnisciente familia Hidalgo, cargaba implícita una denuncia sobre la familia Char. ¡Ni eso! El guion se entrampa tanto en ser entretenido y sexy, que, así como se priva de cualquier propuesta estética realmente interesante, se despolitiza por completo. Al final, sospecho, los secretos de la familia Hidalgo no servirán de analogía de nada ni para nada, y el público se olvidará de cada uno de los protagonistas sin ningún esfuerzo.
Ni siquiera Barranquilla, que nunca había servido de locación para mostrar el caribe, se ve desde una óptica nueva o audaz. Es más: da lo mismo que Medusa haya sido rodada en 'La puerta de oro' de Colombia, en Miami o en cualquier isla exótica del caribe. La locación, estilizada y oblicua, se pierde en el imaginario difuso del trópico que quién sabe si todavía tiene algo por decirle a los noruegos aburridos que ven la serie ateridos de frío. Y aburridos.
Con Medusa, pues, puede más el bodrio, el aburrimiento, la sensación de tiempo perdido, que el asombro efímero de la pirotecnia propia de Hollywood. La buena noticia es que más temprano que tarde los creadores y empresarios de las plataformas se darán cuenta de que el público es mucho menos ingenuo y complaciente que lo que el mercado parece indicar. Y que ya a nadie le es suficiente que las producciones sean grabadas acá y con talento local, en español, para sentirse orgulloso. Y que más bien, si los guiones se descalabran como el de Medusa, el resultado puede ser la indiferencia. O la vergüenza misma. O el fácil olvido.
