“Los verdaderos sabios ni siquiera saben que lo son”: Andrea Mejía
16 Noviembre 2024 01:11 am

“Los verdaderos sabios ni siquiera saben que lo son”: Andrea Mejía

Andrea Mejía.

Crédito: Laura Pérez.

‘La sed se va con el río’ es la última novela de la escritora, que describe con gran belleza y precisión la historia de un pueblo anclado en el tiempo y condenado al olvido.

Por: Eduardo Arias

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La escritora bogotana Andrea Mejía publicó hace unas semanas la novela La sed se va con el río, en la cual nuevamente despliega su capacidad para relatar con un estilo muy preciso y que a la vez se acerca a la poesía.

La novela sucede en Sanangó, un pueblo olvidado en las montañas y en las veredas apostadas a orillas del río Nauyaca. El detonante de la historia es la desaparición de Jeremías, un viejo que guarda el secreto de cómo se fabrica el aguardiente de bejuco que les da algo de sentido a la vida de los pobladores y que los mantiene en un constante estado de alucinación en el que la realidad y las alucinaciones se confunden.

Una vez más, Andrea Mejía confirma por qué muchos críticos la consideran como una de las voces más destacadas de la literatura colombiana contemporánea. Ella se formó en la Universidad de los Andes, donde estudió Literatura, y luego obtuvo un doctorado en Filosofía en la Universidad Nacional de Colombia. Ha sido profesora de los departamentos de Ciencia Política y de Filosofía en la Universidad de los Andes y profesora invitada en la Universidad Autónoma de México. Además de La sed se va con el río, ha publicado los libros La naturaleza seguía propagándose en la oscuridad, La carretera será un final terrible, Antes de que el mar cierre los caminos y Quietud. CAMBIO conversó con ella acerca de su nueva novela.

CAMBIO: ¿Cómo nació la idea de escribir La sed se va con el río?

Andrea Mejía: La novela empezó con una imagen muy clara que recibí: dos hombres perseguían a un tercero por los cañones de un río. Era todo lo que sabía. Busqué ese río para perseguir esa imagen. Lo encontré en las montañas de Antioquia. Recorrí a pie los cañones de un río bellísimo, pasé las noches en las casas de los campesinos. Disfruté mucho de sus historias, de su compañía sencilla y directa, pero al mismo tiempo llena de enigma, de su alegría y de su hospitalidad increíble. Luego la imaginación y la escritura hicieron lo suyo.

CAMBIO: ¿Se basa o se inspira en algún hecho de la vida real?

A.M.: Se basa y se inspira en muchos. En la realidad entendida en el sentido más amplio. Yo no habría podido escribir este libro sin haber recorrido los cañones del río Santo Domingo. No lo habría podido escribir sin los campesinos de ese río, o los que son mis vecinos. No lo habría podido escribir sin el amor que me dejó mi abuelo por los nombres de los árboles y su observación tan atenta del paisaje. No lo habría podido escribir de no haber sido por el yagé. Entonces, sí se basa en muchos.

CAMBIO: El texto pareciera dar a entender que hubo mucha investigación y en varios frentes. ¿Es eso así?

A. M.: No hubo ninguna. Al menos no una investigación en un sentido académico o antropológico, nada por el estilo. Para mí la verdadera investigación de la que se alimenta la escritura es la experiencia que busca en la realidad una confirmación o una materialización de la intuición y de las visiones que nos llegan.

CAMBIO: Al recorrer sus páginas se siente que es una novela sobre el tiempo. Un tiempo que pasa, pero que a la vez está estático y termina siendo circular.

A. M.: Como un río. Siempre igual, siempre distinto.

CAMBIO: Veo a Jeremías como un chamán, como el mayor que conoce mucho mejor que el resto los secretos del mundo que los rodea. El que tiene un contacto directo con la naturaleza.

A. M.: También lo veo así. No solo porque prepara y reparte el aguardiente de bejuco, sino por esas noches que pasa en vela en los establos de la Carbonera en contacto directo con los espíritus. También está Cotrino Serrador, una especie de brujo, curandero, veterinario, que alivia con hierbas los males de los animales y las gentes del Nauyaca y los lleva con venenos a la muerte cuando el mal no tiene cura. Lo bueno es que ellos no se ven así a sí mismos. Estoy segura de que, si nos sentáramos a conversar con Jeremías, jamás nos diría que él un chamán, o que es un hombre medicina, o que es un sabedor de los misterios de la naturaleza. Esas serían ideas nuestras. Su sabiduría es tan natural y directa que él no se haría ideas del papel que cumple en esa comunidad extraña que es Sanangó. A veces es así. Los verdaderos sabios ni siquiera saben que lo son. Y tienen tanto sentido del humor que no se creen los grandes nombres que otros les dan. Además, Jeremías tiene su oscuridad. Es un hombre bien ambiguo. Los verdaderos chamanes también pueden serlo. De hecho, quizá todo el mundo en el fondo es así. Nadie es solo luz.

CAMBIO: En La sed se la lleva el río se siente que la naturaleza es una fuerza siempre presente. No solo la fauna y la flora silvestre, sino también los cultivos, las huertas y los animales domésticos, la geología, los pisos térmicos, el río… ¿Es así?

A.M.: También lo siento así. La naturaleza no es una colección inerte de objetos, no es algo exterior. Ella es vida y su vida es interior.

CAMBIO: ¿Esa importancia que usted le da a las montañas y el nivel de detalle para describirlas tiene que ver con Choachí y las montañas circundantes que usted ve desde las ventanas de su casa?

A.M.: Seguramente. De manera indirecta, el lugar en el que vivo impregna todo lo que escribo. También se debe a mi devoción por la naturaleza, que fue lo que me llevó a vivir en esas montañas cercanas a Choachí.

CAMBIO: Lidia es un personaje fascinante. Físicamente es la más débil, pero resulta ser mucho más fuerte que cualquiera de los machos alfa. Como lo son, cada una en sus muy diferentes contextos, Doña Bárbara, en la novela de Rómulo Gallegos, o Úrsula Iguarán, en Cien años de soledad, de García Márquez.

A. M.: También me fascina Lidia. La admiro. Se ha liberado de la nostalgia, de la culpa, de todo lo que no sirve. Tiene un sentido del humor espléndido. Admiro su libertad y sí, su fuerza. Cuando vieja me gustaría ser como ella.

CAMBIO: Esther, la caminante infatigable, es la mirada desde afuera, me parece. Incluso me atrevería a insinuar que de alguna manera es usted.

A. M.: Así es. Al menos se me parece mucho. Un amigo me dijo que lo que había hecho en este libro era crear un mundo, para después, en la tercera parte de la novela, visitar y recorrer ese mundo yo misma. Me pareció muy linda esa idea de mi amigo.

CAMBIO: Siento que el libro habla del sincretismo entre las cosmogonías indígenas y la relación católica. ¿El bejuco podría ser una alegoría a la hoja de coca, el yagé o el peyote, sagrados para las naciones indígenas y satanizados por la religión cristiana y la mirada occidental?

A.M.: Ninguna forma de espiritualidad, o de práctica, o como quiera llamarse, tiene ni puede mantenerse pura. He visto cruces en las malocas. Bueno, en algunas. Los taitas pueden prenderle velas a la virgen, o encomendarse a Dios. Eso decepciona a alguna gente que cree que no está en presencia de un taita de verdad, porque no es un indígena “puro”. Pero Dios, o el espíritu, o la verdad, o lo real, son solo nombres que le damos a eso en lo que estamos. La evangelización cristiana muchas veces tuvo un efecto devastador. Me impresionó mucho la desaparición de las prácticas ancestrales indígenas por la evangelización cristiana en algunas zonas del Guainía, en las comunidades que rodean los cerros de Mavecure. Los jóvenes me decían que uno no puede tomar yagé porque se convierte en perro, ¡como eso si además fuera un problema! Por fortuna, la evangelización cristiana no tuvo el mismo efecto en todas partes. El bejuco de La sed se va con el río, está, claro, muy inspirado en el yagé, pero no solo. Es también una bebida alcohólica. Esto la hace más ambigua, me parece, que el preparado ancestral andino-amazónico. La preparación del aguardiente de Jeremías se parece más a la del mezcal que a la del yagé. Pero en términos generales yo diría que sí, que este fermento alucinante es como las plantas sagradas, porque libera y porque la libertad que trae consigo es una cura real y definitiva.

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