Así se vivió en Roma el anuncio de la elección del nuevo papa León XIV

Crédito: Vatican Media

9 Mayo 2025 10:05 am

Así se vivió en Roma el anuncio de la elección del nuevo papa León XIV

Marta Orrantia escribe para CAMBIO la crónica del día en que el mundo volvió a mirar al cielo y se enteró que el nuevo papa sería León XIV, el religioso de nacionalidad estadounidense y peruana que emociona a los creyentes católicos del mundo.

Por: Marta Orrantia

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Eran las 6.06 minutos de la tarde de un día de primavera en Roma. El sol todavía estaba alto y soplaba una brisa tibia que llevaba el olor de los jazmines en flor. En la plaza de San Pedro, en el Vaticano, algunos cientos de peregrinos habían llegado para ver la segunda fumata del día, sin muchas esperanzas. El cónclave había comenzado el miércoles y no era probable que se eligiera un papa en un solo día de votaciones. Los vaticanistas más agudos presupuestaban que fuera el viernes (dos días después), como había sido en los últimos dos cónclaves, pero aun así había quienes no se querían perder el ritual, y asistían a la fumata del medio día y luego a la tarde para ver si había humo blanco a las 5:30, aunque pocos apostaban a qué sucedería.

Los peregrinos llevaban las banderas de sus países, imágenes de la Virgen, retratos de santos y pancartas que decían “viva el papa”. Cuando apareció la fumata, seis minutos después de las seis de la tarde, la plaza de San Pedro rompió en una algarabía colectiva y comenzaron a sonar las campanas de las mil iglesias de la ciudad. Había un nuevo papa.

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Captura de pantalla. Vatican Media.
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No hubo bus, taxi o metro que valiera. Las calles de Roma se llenaron de gente que salía de sus casas, de sus edificios, de sus hoteles. Turistas que corrían con sus cámaras lejos de los lugares emblemáticos como el Coliseo, y se precipitaban por el Corso Vittorio Emanuele hasta cruzar el río y llegar al Vaticano. En cuestión de media hora la Plaza de San Pedro estaba a reventar, las calles aledañas seguían recibiendo gente y los controles de la policía ralentizaban la entrada de miles de feligreses que querían ver en persona quién era el nuevo pontífice.

Las especulaciones fueron muchas. En los días anteriores en Roma se hablaba de los posibles candidatos y se barajaban nombres. Los italianos, en público y en privado, decían que ya era hora de que el trono de San Pedro regresara al país, y por lo tanto el cardenal Pietro Parolin, cercano a Francisco, era uno de los favoritos. También sonaba el filipino Luis Antonio Tagle, y alguien alcanzó a hablar de un poderoso y muy conservador cardenal africano y de uno menos poderoso pero muy joven proveniente de Ucrania. Pero quienes tenían su favorito o especulaban sobre el posible sucesor de Francisco, olvidaban el famoso dicho: “Quien al cónclave entra papa, sale cardenal”.

A medida que San Pedro se llenaba de gente de todas partes del mundo, crecía la ansiedad entre los que tenían la mirada puesta en el famoso balcón donde debía aparecer el nuevo pontífice. La costumbre es que una media hora después de su elección, cuando han rezado en conjunto y el nuevo elegido ha escogido un nombre, aparezca a saludar a los feligreses. Sin embargo, una hora después la cortina blanca que ocultaba el interior de San Pedro se encontraba todavía cerrada.

La especulación aumentaba con los minutos. Era el secreto mejor guardado del planeta, porque a los cardenales menores de 80, que son a los que se les permite votar en el cónclave, les habían secuestrado los equipos celulares, las tabletas y los computadores, impidiéndoles la comunicación con el mundo exterior. No se filtró nunca un solo detalle que indicara para dónde iba la corriente y solo se sabía lo obvio: la Iglesia católica, luego del papa Francisco, estaba dividida. La facción conservadora, que hacía campaña bajo el lema de “Unidad”, buscaba reversar los cambios hechos por el pontífice argentino, mientras que la cantidad de cardenales nombrados por él, provenientes de todas partes del mundo y muchos desconocidos entre sí, buscaban aprender a navegar por los intrincados laberintos de la política vaticana.

Precisamente por esa división era que el llegar a un acuerdo tan pronto suponía un éxito sin precedentes en la Iglesia, y al mismo tiempo presagiaba que el nuevo papa debía ser un hombre conciliador, que navegara a mitad de camino entre las dos aguas, y que lograra unificar la visión de Francisco con la de los que buscaban posturas más radicales en contra de los homosexuales, los divorciados y el poder de la mujer en la Iglesia.

La Guardia Suiza, que tiene la misión de proteger al papa, hizo su aparición en la plaza. La banda comenzó a tocar y de nuevo la gente estalló en aplausos y gritos y comenzó a exhibir sus banderas como si se encontraran en un concierto o en una final de fútbol. “Fue un momento electrizante”, dice Alex, una periodista filipina que estaba con su cámara en ese día. La elección la agarró por sorpresa, así como a sus colegas, que ya estaban con los equipos a medio montar y haciéndose a la idea de que no saldría el humo blanco esa tarde. A pesar de ser filipina, Alex no estaba muy convencida de querer un papa de su país. “Ya tenemos suficientes problemas –dice, con un poco de tristeza–. Si hubiera un papa filipino supondría más divisiones y líos en el país”.

Además de los periodistas, montados en diversas tarimas a lo largo de la enorme plaza, había miles de personas, entre ellos muchos sacerdotes y monjas, con sus ojos puestos en la ventana de San Pedro. La Iglesia católica tiene unos 1.400 millones de fieles en todo el mundo y este año se celebra en Roma el Jubileo, un festejo que ocurre cada 25 años en el que las puertas santas de las basílicas de la ciudad se abren para recibir la indulgencia plenaria, o el perdón de los pecados, a los creyentes.

Es por esto por lo que la ciudad estaba más llena que de costumbre. Francisco había tenido la idea de dividir la celebración a lo largo del año: el jubileo de los jóvenes, de las familias, de los empresarios, de los sacerdotes y hasta el jubileo de los presos y del personal carcelario peregrinos (esta semana es el de las bandas musicales). Todos tendrían su momento en las celebraciones, y eso aseguraba, no solo un flujo continuo de fieles, sino que la ciudad pudiera albergarlos siempre. “Estamos aquí por casualidad”, dice Gloria, una ecuatoriana que se encontraba a pocas cuadras de la plaza. Había venido en un tour con su familia y debían recorrer varios países, y justo llegaron a Roma hace un par de días. “Apenas supimos que había humo blanco –continúa– salimos corriendo para verlo. Hemos sido muy afortunados”.

A las 7.12 minutos de la tarde la ventana se abrió y apareció el cardenal Dominique Mamberti para anunciar la buena noticia: “Habemus papam”, dijo, como es la costumbre, y de nuevo el rugido de la multitud se escuchó por toda la plaza y las calles vecinas. Fue ahí donde se anunció el nombre del nuevo pontífice, el cardenal Robert Francis Prevost, y su nuevo nombre: León XIV.

Muy pocos conocían a Prevost y su nombre no se había mencionado dentro de los favoritos. Se sabía que era estadounidense, de Chicago, y que había sido obispo de Chiclayo en Perú, pero poco más. Pero era el nuevo papa, y los católicos celebraban el anuncio sin importar ya su proveniencia, porque lo importante era que la Iglesia tenía una nueva cabeza. “Los televidentes supieron antes que nosotros, quienes estábamos en la plaza, porque los gritos de la gente y el mal sonido no nos dejaron escuchar. Además, los teléfonos celulares no funcionaban –dice Alex–. Fue en un voz a voz que nos enteramos todos de cómo se llamaba y de dónde provenía el nuevo pontífice”. Al escuchar la noticia, los estadounidenses que se encontraban en la multitud comenzaron a celebrar, porque es la primera vez que hay un papa de ese país.

Hijo de Mildred Martínez y de Louis Marius Prevost, el nuevo papa tiene ancestros españoles, franceses, italianos y africanos, por lo que es un verdadero ejemplo de la inmigración a Estados Unidos (la misma que Trump quiere acabar). Pero más allá de sus raíces, el nuevo papa tiene el corazón en Perú, donde fue obispo de Chiclayo. “Es muy importante que sea un papa estadounidense, que hable en español y que además defienda a los migrantes –dice Ana, una salvadoreña que vive hace muchos años en California–. Francisco defendía a las comunidades de migrantes del mundo y ahora que hay tanto temor en Estados Unidos, nos sentimos un poco más seguros, aunque no sé si él pueda hacer algo por nosotros”.

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El papa Robert Prevost eligió el nombre de León XIV. Foto: captura de pantalla Vatican Media.

Prevost fue nombrado cardenal en 2023 por el papa Francisco, lo que lo hace uno de los más nuevos miembros del colegio cardenalicio, y si bien no se vio frente a frente con el argentino en temas como el homosexualismo, su tono siempre ha sido conciliador con ambos bandos. Además de esta capacidad de subsanar diferencias, el nuevo papa llega a hacer un balance entre el catolicismo ultraconservador del nuevo gobierno de Trump (encabezado por JD Vance, a quien el papa ha criticado) y se puede interpretar como un mensaje de la Iglesia a los estadounidenses y al mundo entero.

A las 7.23 minutos apareció en el balcón León XIV y durante dos minutos más la ovación del público hizo imposible que se dirigiera a sus feligreses. Las cámaras que lo mostraban de cerca hacían evidente su emoción. Sonreía, pero al tiempo tenía los ojos llenos de lágrimas. Saludaba, a veces con entusiasmo, a ratos con benevolencia, y siempre con una expresión cercana al asombro y la timidez. Llevaba, a diferencia de Francisco, los adornos papales correspondientes, y tenía ya puesto el anillo de oro que solo se quitará al momento de su muerte.

Dicen los expertos que el primer discurso de un papa, junto con su nombre, son las claves que le darán el tono a su papado y sus primeras palabras fueron: “La paz esté con todos”. Su saludo fue en italiano, y continuó en ese mismo idioma hablando de la paz, de la importancia de tender puentes y dialogar y de no temer a las fuerzas del mal. Mencionó también al papa Francisco y agradeció a los cardenales que lo eligieron y luego se concentró –como agustino que es– en el papel misionario de la Iglesia. Recordó las palabras de San Agustín: “Con ustedes soy cristiano y por ustedes soy obispo”. Y luego, para sorpresa de todos, pasó a hablar en español. “Saludo a mi querida diócesis de Chiclayo, en Perú”, dijo y les agradeció por haberle dado tanto. “Ese fue el momento más emocionante –dice Ana–. El hecho de que hubiera escogido hablarnos a nosotros, la comunidad hispana, nos hizo sentir que teníamos otro papa nuestro”. León XIV concluyó diciendo que el papel de la Iglesia es el de llevar paz, y de tener caridad y ser cercana con quienes sufren. Se encomendó a la Virgen y rezó con sus fieles el Avemaría. Cerró el discurso con una tradicional bendición en latín y cuando las puertas del balcón volvieron a cerrarse, la gente todavía se demoró un rato en esparcirse, como si todavía no hubieran salido del trance. “Con el tiempo veremos qué puede hacer, pero mientras tanto, tenemos que rezar para que Dios lo ilumine”, concluye Gloria. Tenemos papa.

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