
Hoy es el Día de la Lengua. Pero no la del Dalai Lama, sino la de Cervantes, Quevedo, Gabo, Borges y demás autores. En su loa, el profesor Pompilio Iriarte propone que “cantemos en español al tesoro del idioma”. Así lo hacemos por el camino de la décima: descubierta la cabeza, de pie y con la mano en el corazón. Al fin y al cabo es un homenaje a la primera de nuestras patrias.
Soy un adulto mayor
dizque con capacidades
locomotrices diversas.
¡Qué necedad! Sí, señor.
La vejez, enfermedades…
Tullido, miope y sin fuerzas…
“Ayudas locomotrices”
les dicen a los bastones
en vez de hablar de bordones
para no irse de narices.
Si alguien dice a sus muletas
“apoyo adyacente diestro”,
“sostén lateral siniestro”,
ha perdido la chaveta.
Tratar de tuerto al poeta
Luis Carlos López, conspicuo
bromista, no es nada inicuo.
Aunque era bizco y no tuerto,
nada mejora —te advierto—
si lo llamas “vate oblicuo”.
El apodo de Cervantes,
escritor del desencanto,
era “el manco de Lepanto”.
No se trata de desplantes
ni de motes insultantes,
mucho menos de rechazo.
Recibió un arcabuzazo,
duro golpe, fiero azote,
pero escribió el don Quijote
con esa herida en el brazo.
Guardar silencio es de sabios,
aunque callarse no amengua
la habilidad de la lengua
para penosos resabios.
Ofrece el monje sus labios,
él que es gurú de alta fama,
al joven a quien reclama
para algún ósculo ambiguo.
Entiendo que desde antiguo
se le dice: Dalái, ¡lama!
Política corrección
casi siempre es necedad.
Es llamar “capacidad”
a la simple imperfección.
Por su humana condición
en el habla el tonto asoma,
como el sabio en fina broma,
como el oro en el crisol.
Cantemos en español
al tesoro del idioma.
Pompilio Iriarte
