J. J. Gori Cabrera
13 Agosto 2023 03:08 am

J. J. Gori Cabrera

EL EMBAJADOR TINIEBLO

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La fantástica realidad del país se presenta en Circombia, creación de uno de los fundadores de Los Danieles, Samper Ospina. Todo aquí guarda alguna similitud con lo circense. Para muestra lo que viene ocurriendo con la embajada de los Estados Unidos. En enero de 2023 el presidente Biden nominó para embajadora a Jean Elizabeth Manes, una curtida diplomática. Los embajadores deben ser confirmados por un comité del Senado, pero ha transcurrido más de medio año y no hay novedad. Desde junio de 2022, al partir el anterior embajador, la misión ha estado bajo un encargado de negocios interino (chargé d´affaires a.i), el diplomático de carrera Francisco Palmieri, quien al año ha dado un volantín y a falta de la excelentísima embajadora saltó súbitamente a la palestra y ahora es reverenciado como embajador.

Los medios se regodean entrevistando a Su Excelencia y el diplomático irradia bonhomía y satisfacción. En un sentido amplio podríamos pensar que se trata de un embajador tinieblo, una expresión que en nuestra cultura popular se usa para significar la relación con alguien que se quiere ocultar, por razones sociales o de cualquier índole. Es un hito en la historia de la diplomacia. Primera vez que la dignidad de embajador es conferida por los nativos locales sin que se inmuten los gobiernos.

El problema es que un encargado de negocios solo puede existir a falta de un embajador. Dicho de otra forma, un encargado nunca es titular, porque cuando sea titular deja de ser encargado. Nada como pato, camina como pato, grazna como pato… pero no es un pato.

Esta situación debe ser ofensiva para los embajadores “extraordinarios y plenipotenciarios” acreditados en Bogotá. A título personal pueden ignorarla, pero no oficialmente, pues la dignidad que exhiben es de la nación que los acredita. Esto es como una reedición del episodio del embajador de la India. Sea cual fuere la sutileza involucrada, no le queda bien al gobierno de los Estados Unidos mantenerla. El principio de igualdad de los Estados tiene su mayor desarrollo en el sagrado respeto a las normas de la diplomacia, y entre iguales el que es más igual debe tratar de parecerlo menos.

Las misiones diplomáticas permanentes solo se consolidaron por la época del Renacimiento, y la cuestión de la precedencia era causa, ya desde entonces, de los más graves conflictos. El Congreso de Viena de 1815 estableció que se reconocían tres clases de diplomáticos; la primera era la única de carácter representativo, la de embajadores y nuncios. En una convención panamericana de 1928 quedó claro que los embajadores ya no representan al soberano sino al Estado, y en la Convención de Viena de 1961 sobre relaciones diplomáticas se mantuvo una primera categoría de jefes de misión, que solo son embajadores o sus equivalentes. Los encargados de negocios son terceros en el podio. La práctica admite otras figuras imaginativas pero inocuas, como las de embajador volante, embajador itinerante, embajador en misión especial o embajador de buena voluntad. No contempla, sin embargo, la novedosa figura del embajador vociferante, marca Benedetti.

Para pastar en la pradera internacional tenemos que recordar que en diplomacia no se usan títulos académicos (no hay doctores) y que los encargados no se empapan de la dignidad del titular. Los tratamientos deben obedecer a jerarquías oficiales o admitidas. Aquí al que tiene un club de tejo lo tratan de presidente; al matarife, matador; al pintor de brocha gorda, maestro; y empresario … cualquier malandrín. No se concibe emperador, rey, papa, sultán o jeque encargado. Aquello de “quien haga sus veces”, que campea en toda nuestra legislación, desafía toda lógica jurídica. El principio de identidad, el primero de la sana crítica, se sustenta en que una cosa solo puede ser lo que es y no otra. La autoridad es la autoridad, aunque tenga cara de baboso, como decía Cantinflas.  El que hace sus veces es un impostor.
 

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