Presenciamos lo que pasa en el Medio Oriente tras una pantalla. Calificaría de privilegio si no se tratara de ríos indetenibles de sufrimiento.
Aparecen unos bebés israelíes que miran extrañados a los terroristas de Hamás que los tienen secuestrados. Algunos lloran desconsolados sabiéndose en peligro. Pienso en la angustia insoportable de las madres que ven a sus infantes en las manos del horror. Un niño palestino, parece de unos 7 años, se sienta desorientado en los escombros de su casa y dice que se quedará ahí hasta morirse, pues es lo único que resta de su familia. El terror en los ojos de un pequeño que es atendido en un hospital en Gaza, por cuyas enormes pupilas entra la luz desbordada de la brutalidad que ha sufrido.
El cirujano plástico Ghassan Abu Sittah, que trabaja en el hospital Al-Shifa en aquella ciudad, o lo que queda de ella, sentenció por redes sociales: “No hay lugar más solitario en el mundo que la cama de un niño herido que ya no tiene familia que le cuide”. Ante la ineficacia de la comunidad internacional frente a esta catástrofe humanitaria es trascendental que el periodismo siga registrando la humanidad que se disuelve en esa parte del mundo.
Tal vez ningún otro suceso global requiere tantas dosis de verdad como el conflicto entre el gobierno genocida de Benjamín Netanyahu y el grupo terrorista Hamás. Lamentablemente la desinformación y censura buscan cómo tomarse la conversación.
Se viralizan teorías de la conspiración con afirmaciones devastadoras sobre uno y otro lado para explicar o confundirlo todo. Se asignan responsabilidades basadas en videos viejos, se entrelazan evidencias cruzadas, se difumina el límite entre la ficción y la realidad. Más bien, se instrumentaliza la información para vender mentiras.
Algunos gobiernos, como el francés, con la excusa de que no se difundan discursos de odio antisemitas, prohíben manifestaciones en favor del pueblo palestino. Desconocen que muchas de esas protestas se llenan también de personas judías -incluso ultraortodoxas- que piden el fin al salvaje bloqueo a Gaza, que imploran por que no se use su nombre para justificar el horror.
Han asesinado a doce periodistas desde que empezó esta demencia con la toma terrorista del festival Supernova. Se espera que la cifra engorde rápidamente porque hay varios desparecidos. El País reporta la muerte de un reportero gráfico de Reuters, Issam Absallah, en la que aparentemente grabó el cohete que se llevó su vida. Maha Hussaini se despide de su audiencia al advertir que ya no cuenta con pila en su teléfono desde el cual transmite noticias. La BBC se disculpa con su audiencia por calificar las manifestaciones en apoyo a Palestina en el Reino Unido como “proHamás”. Proliferan ejemplos de analistas a quienes les cortan la señal en todo tipo de medios.
Un policía Israelí amenaza a un periodista con asesinarlo si no reporta la verdad y convertirlo en el polvo como piensan hacer con Gaza. El Ministerio de Comunicaciones de Netanyahu anuncia que detendrá las emisiones de Al-Jazeera, la cadena catarí que informa sobre el mundo árabe, y asegura que cerrará cualquier medio que “dañe la seguridad nacional”.
Y así, con el apagón de Gaza desaparecen las luces y también las posibilidades del mundo de conocer la verdad sobre lo que allá ocurre. Se imponen discursos oficiales, se cercena y sanciona la discusión pública.
La activista judía y estadunidense Ariel Elyse Gold alzó su voz de protesta: “el pueblo judío sabe cómo se avizoran los inicios de un genocidio y es lo que está ocurriendo”. Y su perpetuación depende de que se haga a oscuras. Especialmente porque se escuchan voces en este conflicto, como ningún otro, que exigen la formación de bandos cuando la voz de la sociedad civil debería estar preponderantemente con los civiles, israelíes y palestinos, que pagan una vez más con su sangre la demencia y testarudez de quienes los gobiernan.
Es el llamado que impulsan Amnistía Internacional, Reporteros Sin Fronteras, Human Rights Watch, António Guterres de la ONU, el Comité Internacional de la Cruz Roja y tantas casas periodísticas que se empeñan en buscar la verdad entre los escombros. Ese eufemismo de la “comunidad internacional”, si es que existe o sirve para algo, debe empeñarse en que la luz se riegue sobre Gaza, se protejan los periodistas y se les permita adelantar su labor, así como a los organismos humanitarios. La excusa de algunos gobiernos o medios de comunicación de censurar para anticipar violencias no nos sirve. En la era de la información la violencia monstruosa, los abusos y el genocidio serán discutidos y quedarán registrados.
Necesitamos seguir presenciando el horror y reflexionando sobre él: tal vez sea la única forma de detenerlo.