Daniel Samper Pizano
17 Septiembre 2023 03:09 am

Daniel Samper Pizano

PETRO Y SATANÁS

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¿Ha hecho Gustavo Petro un pacto con el diablo? ¿Quizás propone trocar su alma por el éxito como gobernante? O, por el contrario, ¿algún espíritu malo endemonió al presidente y lo ha convertido en agente de Satanás en la tierra?

Parece un chiste, pero la realidad es que cientos de miles de colombianos creen firmemente en cualquiera de estas teorías. Basta con dedicar unos minutos a las redes sociales para confirmar que en ellas flotan estas y otras consejas lanzadas por ignorancia, por sectarismo o simplemente por mamar gallo. De ese punto en adelante, las patrañas agarran velocidad de crucero y acaban echando raíces en la cabeza de bobos y perversos, dos especímenes que abundan en la manigua de internet.

Ellos, a su vez, multiplicarán y reenviarán las sandeces que pescaron en las alcantarillas electrónicas, hasta que, a fuerza de verlas expuestas, ceda el anémico escepticismo de los ciudadanos y crean que nos gobierna una criatura de origen infernal. Otras escuelas paralelas pero más reducidas y delirantes se encargarán de afirmar que Petro es quizás un marciano o un muerto caminante, un walking dead incapaz de pronunciar su nombre en inglés. (Solo esto último es cierto). No exagero. Ya lo dijo la Biblia: “El número de los imbéciles es infinito”.

Quizás el rumor del acuerdo del jefe del Estado con el Patas proviene de la distorsión intencional de unas palabras suyas como candidato hace dos años. En un discurso de campaña en Barranquilla, condenó a los falsos pastores que “terminan llevando a sus feligreses a votar por quienes sí han hecho un pacto con Satanás, el pacto que consiste en robarse lo público, lo que es de todos y de todas”. Recortando y pegando con malicia, algún enemigo del orador convirtió este párrafo en una advocación gustaviana de Lucifer y una conjura política de olor azufroso.

Parece insólito que por culpa de tan pedestre trampa existan hoy grupos de oración que piden a Dios exorcizar el alma de Petro. Pero la culpa no es del ocupante de la Casa de Nariño, de los grupos de oración y ni siquiera de Lucifer, sino de la atmósfera de irracionalidad general que embarga al mundo. Hace unos años, por ejemplo, los medios destinaban un discreto rincón a los horóscopos, donde los profetas de bolsillo (a veces un redactor sin oficio o un amigo desempleado del jefe de Redacción) auguraban el futuro en términos vagos e inocuos. Ahora algunos reservan grandes espacios a estos pasatiempos y brindan a los astrólogos un tratamiento digno de físicos nucleares o filósofos griegos. 

Las conjeturas planetarias de los pitonisos ocupan enormes titulares e invaden ya terrenos de la política y la economía. Me parece poco decoroso ofrecer a los lectores, en reemplazo de análisis político, frases del siguiente calibre: “El doctor Petro tiene la gran ventaja de que a los aries los rige Marte, dios de la guerra (...). También es el líder, porque es el primer signo del zodiaco” (Mauricio Puerta, Semana). Al final no se sabe si elogia al presidente por su liderazgo o lo acusa por belicista. En cuanto a la reforma tributaria, el mismo oráculo advierte que “le hice la carta astral” al entonces ministro de Hacienda (José Antonio Ocampo, sagitario) y que Saturno se ocupa de la reforma tributaria. Lo más inquietante del asunto es la revelación de que Ocampo, hombre cerebral y admirable economista, se mandó hacer la carta astral, dato íntimo que no beneficia su imagen en algunos círculos. No quiero yo que mi urólogo comparta el mismo enfoque ético.

Otro arúspice criollo llamado Daniel Daza se cuida de asumir delicados riesgos proféticos. De Petro dijo que “el mandatario tendrá algunos procesos, altibajos y se dificultarán varios temas que tienen que ver con cambios en su salud” (Cromos). Sí, claro, como ocurre a todo mayor de sesenta años y al mundo entero después de la pandemia. 

Las solemnes obviedades de los astrólogos serían solo un chiste si no constituyeran ingrediente cotidiano de una gran humareda que favorece el misterio, consolida el oscurantismo, debilita los resortes del sentido racional y margina el pensamiento crítico, único recurso que nos impide comulgar con llantas de tractor. Añadan a esa tiniebla las mentiras que circulan por internet, las creencias seudocientíficas, los intereses comerciales, las falsedades de las religiones y la antropología engañosa, y atisbarán el nivel de ignorancia que nos rodea.

 (Confieso que desconfío de ciertos ritos religiosos tribales que parecen más destinados al turismo que a la exaltación de los ancestros y que resultan tan ineficaces como recetar contra el covid la devoción por la Virgen de Chiquinquirá).

El cúmulo de desinformación, embustes e intereses depositados en la mentira conspira contra el futuro inmediato y lejano del planeta. El reciente desborde de los elementos naturales (incendios arrasadores, inundaciones que dejan miles de muertos en Libia, sunamis, huracanes, cosechas agostadas o aguadas, caravanas hambrientas, súbitas gotas frías) demuestra que acertaban los científicos al anunciar desde hace años el apocalipsis de la naturaleza.

Y como el número de los imbéciles es infinito, en vez de rectificar su carrera hacia el abismo, muchos líderes políticos optan por atacar la ciencia. Desde las madrigueras de Trump y sus huestes prospera una campaña destinada a sembrar desconfianza en las instituciones científicas. Como resultado, la pandemia causó proporcionalmente más bajas en comunidades conservadoras remisas a las vacunas que en aquellas obedientes a los expertos. Cifras recientes de la Asociación Médica de Estados Unidos revelan que “el exceso de mortalidad entre los votantes republicanos fue un 43 % más alto que el de los demócratas” (El País, 12. IX.2023).

¿No será que por los cuarteles de la derecha, y no por otros, anda el diablo buscando alianzas?

ESQUIRLA. Fernando Botero, fallecido el viernes, no solo es el mayor artista que ha dado Colombia y el más querido por sus compatriotas, sino un hombre de ejemplar generosidad. A él debemos dos de los principales museos del país y un goloso y colorido catálogo de nuestros problemas, nuestras fortalezas y nuestra gente.

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