Daniel Samper Pizano
16 Abril 2023

Daniel Samper Pizano

TRUMP Y COLUMBIA

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Seguramente Donald Trump se atraganta cuando oye el nombre de Columbia, país que ni siquiera es capaz de escribir con ortografía correcta (él cree que la segunda o es u). Y es porque las espinas columbianas han pinchado de manera repetida al expresidente gringo.

Trump topó con ellas en diversos escenarios. La primera vez, en junio de 2015, al aceptar su candidatura, cuando el vulgar magnate atacó en su campaña política a los inmigrantes mexicanos y latinos. “México—dijo— no nos manda a la mejor gente sino a la que trae drogas y crimen, a violadores”. Los hispánicos protestaron por la atroz afirmación. La barranquillera Paulina Vega, a la sazón Miss Universo, calificó los comentarios de “injustos e hirientes” y se solidarizó con “los sentimientos de la comunidad latina”. La respuesta del plutócrata, cuya empresa es copropietaria del reinado mundial de belleza, fue: “Paulina Vega me criticó por decir la verdad acerca de la inmigración ilegal, pero luego dijo que conservará la Corona. Hipócrita”. Paulina, claro, no renunció, pues no le debe el título a Trump sino al jurado calificador y, para empezar, a sus dones personales.

Un sátrapa egocéntrico y vanidoso como este personaje de opereta que se cree el centro del universo quería ver a la reina latina arrodillada y llorando. Pero la columbiana le salió altiva. En contraste, propensos a doblar la rodilla ante Washington, los expresidentes Andrés Pastrana y Álvaro Uribe mintieron al afirmar que se habían entrevistado con Trump y sostenido en la Florida “una cordial y franca conversación”... que nunca existió (¡!).

Posesionado como presidente en 2017, Trump vivió nuevos enfrentamientos con Columbia cuando puso en duda el compromiso nacional en la lucha contra el narcotráfico. Wola, entidad neutral que custodia los derechos humanos en el continente, comentó: “Esta descalificación trata en forma grosera a un aliado y es un grave error”. Algo más tarde ganó la derecha en nuestro país. Ahora un Iván Duque ufano y orgulloso se tomaba fotos con el repelente colega de pelo oxigenado y, al llegar las elecciones gringas de 2020, nuestro gobierno tiró piedras contra el rival de Trump. Todos recordamos el final de la histórica contienda, cuando una asonada instigada por el mandatario derrotado se tomó el Capitolio y procuró evitar el legítimo cambio de mando.

Los vergonzosos episodios de Trump como político y empresario lo llevaron a tropezar una vez más con la nación que tan malos ratos le ha hecho pasar. En esta oportunidad, una carambola inesperada dejó en manos de un juez de origen columbiano el proceso que se le sigue por fraude procesal, violación de normas financieras electorales y pagos opacos. El magistrado Juan Manuel Merchán (sin tilde en inglés), el menor de los seis hijos de un militar retirado, nació en Bogotá en 1962 o 1963 (no hay unanimidad en los datos). El niño tenía seis años cuando la familia emigró a Nueva York y se instaló en la zona de Jackson Heights del barrio Queens, más columbiana que Chapinero o Envigado. Allí asistieron los Merchán a la escuela pública y más tarde Juan Manuel estudió gerencia en una universidad de Manhattan y obtuvo en 1994 un doctorado en Derecho en Long Island, dos conocidos barrios de la ciudad.
 

El juez Juan Manuel Merchán es el nuevo objeto de odio de Donald Trump.
El juez Juan Manuel Merchán es el nuevo objeto de odio de Donald Trump.


La carrera del nuevo jurista empezó en la fiscalía regional, de la que llegó a ser jefe encargado. En 2006 pasó a la rama judicial y se destacó primero en el área de Derecho de Familia y luego en investigaciones financieras y empresariales. Le correspondieron casos célebres con epílogo carcelario, como el de un sargento de la policía que realizaba pesquisas ilegales y el de una proxeneta conocida como la Doña Mamá del Fútbol. En 2022 el emporio Trump se atravesó en el camino de Merchán, y el jurisperito procesó y condenó a Allen Weisselberg, asesor financiero del multimillonario por fraudes tributarios. Le asignaron, además, el caso de Steve Bannon, consejero de don Donald acusado de fraude fiscal y de escamotear dineros donados para construir una muralla en la frontera sur. (Habrá sentencia en noviembre).

El juez Merchán es lo que se llama en inglés a tough cookie: un hueso duro de roer, un tipo con personalidad y sin adornos. “Jurista serio, inteligente y templado”, lo define un alto funcionario. Es fama que estudia a fondo los expedientes a su cargo y que, amigo del orden en la sala, propicia la claridad en los procesos y exige lenguaje directo. Apela a veces al sarcasmo. A un apoderado le reprochó: “Con todo el respeto que usted me merece debo decirle que está cien por cien equivocado”. También paró en seco un abogángster de Trump mañoso y truquero que intentó crear una cortina verbal de humo en el estrado: “Le exijo que hable claro y llano”. Cuando el mismo personaje renunció a la defensa del acusado, Merchán lo despidió con este comentario: “No es necesario que vuelva aquí nunca más”.

Trump proclama a gritos que el juez lo odia y odia a su familia y que una hija del togado hizo campaña por la vicepresidente Kamala Harris. Sí. La joven está en su derecho. Ninguna de estas alharacas afecta a Merchán, que sigue gobernando el proceso con honorabilidad, sabiduría, valentía e imparcialidad. Al fin y al cabo, no fue él quien hace poco halló razones para procesar a Trump en más de treinta violaciones de la ley. Fue un Gran Jurado compuesto por veintitrés ciudadanos.

Esta semana, cuando Gustavo Petro viaje a Estados Unidos, Donald Trump volverá a ver en la prensa esa palabra que se ha convertido en un karma: Columbia.

ESQUIRLA. Abisma la decadencia de Inglaterra desde que se retiró de la Comunidad Europea. Esta semana, por trabas burocráticas, no pudo presentarse allí la orquesta sinfónica de Ucrania y cada vez son más los artistas que omiten las islas británicas en sus giras para no someterse a trámites xenófobos.
 

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