La miel de la selva
Crédito: Ana Cristina Restrepo Jiménez
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Ana Cristina Restrepo Jiménez, columnista de CAMBIO, hila una cautivante crónica sobre 'La Ruta de la Miel', un proyecto social de producción de miel, conservación de bosques y desarrollo sostenible que se desarrolla en la reserva La Ceiba, en el departamento de Guainía.
Guanía, “Tierra de muchas aguas” en lengua yurí, es el quinto departamento más grande de Colombia y el de menor densidad poblacional. 65 por ciento de sus habitantes son indígenas. El 96 por ciento de su territorio es de áreas protegidas: es posible navegar hasta el cansancio en embarcaciones ordinarias, o alebrestar las aguas con los salpiques de las “voladoras” (lanchas rápidas), sin vislumbrar presencia humana en la ribera del Inírida.
Personajes como el explorador Alexander von Humboldt, el escritor José Eustasio Rivera, o la evangelizadora Sofía Müller, se extasiaron ante la inmensidad de las selvas donde se extiende el macizo Guayanés. La película El abrazo de la serpiente, dirigida por Ciro Guerra, presentó ante la mirada del mundo los cerros rocosos de Mavicure (“mavi”: punta de la cerbatana, y “cure” o veneno aplicado al dardo), Pajarito y Mono.
Como departamento, Guainía apenas supera los veinte años. En 1963, fue separado del Vaupés; desde 1966 fue considerado comisaría y, a partir del año 2000, departamento. Su “crecimiento adolescente” no fue ajeno a los dolores propios de la edad ni al descuido estatal que ha caracterizado el oriente del país: Óscar Armando Rodríguez Sánchez y Javier Eliécer Zapata Parrado, gobernadores de Guainía entre 2012-2015 y 2016-2019, aceptaron cargos por corrupción.
¿Cómo endulzar esta historia?
Después de los Acuerdos de La Habana se abrieron nuevas perspectivas para muchos colombianos marginados de las “grandes decisiones” tomadas desde el centro del país, entre ellos, los habitantes de Guainía. En las selvas de la Orinoquía y la Amazonía, donde el turismo parece restringido al avistamiento de aves, pesca y otras prácticas deportivas extremas y de aventura; las posibilidades de desarrollo sostenible buscan superar la deforestación como consecuencia de proyectos ganaderos y de otras formas de producción que arrasan con el pulmón del planeta.
Hoy cualquier posibilidad productiva o de desarrollo que se examine allí tiene que pasar por el tamiz del impacto ambiental. No toda visión de progreso implica una huella destructiva, así lo han entendido los nacientes proyectos de meliponicultura en Guainía.
“Angelita” y sus primas
Los cerros Mono, Pajarito y Mavicure, la flor de Inírida y el milagro de las aguas convertidas en vino (¡tinto, blanco y rosé!) del río Atabapo son, tal vez, los símbolos más populares de la belleza de una región que en la actualidad explora nuevas posibilidades de desarrollo.
El milagro de las aguas convertidas en vino (tinto, blanco y rosé) y la playas blancas y suaves del río Atabapo:
Las meliponas, conocidas como “angelitas”, son abejas con aguijón reducido por razones evolutivas. En la reserva La Ceiba, en Guainía, crece un proyecto social, de conservación de bosques y producción de miel, que permite el desarrollo sostenible en el medio selvático con la participación de comunidades indígenas.
La Ceiba, ubicada en el kilómetro 81 del río Inírida, es un resguardo indígena compuesto por 34 familias, 167 habitantes de las etnias Puinave, Kurripako y Tukano. La Ruta de la Miel, un viaje hacia la diversidad exótica, arranca en una pequeña casa de material, tablilla y techo de zinc: la biblioteca de la comunidad, con algunos mapas de Colombia, un escritorio, un archivador y tres estantes con libros de texto. En el caserío, las mujeres cuidan a sus familias, fabrican artesanías y son responsables de los cultivos de la yuca brava en el conuco (pequeña huerta).
La presencia de las abejas sobre la Tierra se remonta a comienzos del Cretáceo Inferior, así lo evidenció el análisis de un fósil con Melittosphex burmensis. La cría de abejas sin aguijón exige conocer las especies que habitan naturalmente el territorio, “no se deben introducir especies de otros lugares que puedan alterar las poblaciones ya existentes”, explica la PhD. Diana Alexandra Torres Sánchez, química e investigadora de la Universidad de Pamplona (Norte de Santander), quien al lado del zootecnista alemán Wolfgang Hoffman, especialista en abejas e investigador de la misma institución, han acompañado con sus conocimientos científicos la rigurosidad de este proyecto.
Caja racional de abejas meliponas en La Ceiba, en Guainía:
“En la tribu Meliponini se agrupan las “abejas sin aguijón”, con más de 120 especies en Colombia. Casi todas las abejas colectan el néctar de las flores, lo transforman y almacenan para producir lo que los humanos llamamos miel; a excepción de las especies agrupadas en el género Lestrimelitta que roban alimento de otras abejas sin aguijón”, precisa Torres.
Esta científica colombiana sintetiza el proceso de meliponicultura en La Ceiba: “El proyecto estaba direccionado a cultivar especies de abejas sin aguijón que cumplieran con las características de baja o ninguna agresividad, cantidad y palatabilidad de miel producida. No se realizaron actividades específicas de colecta con fines de identificación de la fauna de abejas, aunque, durante la búsqueda de las especies “promisorias” pudimos observar abejas de muchas especies (Trigonisca sp., Frieseomelitta sp. , Oxytrigona sp., Tetragona sp., Hypotrigona sp., Lestrimelitta sp., Partamona sp., Geotrigona sp., Scaura sp., Duckeola sp., Ptilotrigona sp., Plebeia sp., Scaptotrigona sp., Aparatrigona sp., Tetragonisca sp., Cephalotrigona sp., Trigona williana, Melipona titania, Melipona eburnea, Melipona compressipes, Melipona crinita, Melipona marginata) pero sabemos que hay muchas más”.
El propósito máximo de este proyecto es preservar los bosques y, a través de la cría de abejas, se garantiza esa meta: “El viento y las abejas son los agentes polinizadores más importantes del mundo. Las abejas son esenciales para la polinización, y por tanto para la reproducción sexual de gran parte de la vegetación natural del mundo, así como para muchos cultivos agrícolas. Sin las abejas, las plantas polinizadas por ellas no pueden reproducirse”. Torres añade: “Muchas especies de abejas sin aguijón requieren de huecos en árboles para nidificar, por lo tanto, es imprescindible conservarlos, también, las abejas colectan resinas de diversas plantas (que son muy importantes) que transforman en propóleo, usado para sellar huecos dentro del nido y para barnizarlo con la finalidad de defenderse contra los virus y las bacterias”.
La meliponicultura beneficia a los habitantes de La Ceiba por cuanto no solo contribuye a la conservación del hábitat sino que, a través del conocimiento científico de las abejas y sus productos, y las visitas a la “Ruta de la miel”, la comunidad cuenta con ingresos adicionales que les permiten permanecer en el territorio.
Su funcionamiento ya es del dominio de los meliponicultores: extraen la colmena del árbol y la depositan en una caja racional que permitirá sacar nuevas cajas hasta completar las cincuenta que constituyen una unidad productiva. En la actualidad, hay dos unidades productivas: una en La Ceiba (desde 2015) y otra en Morroco (desde 2023). Mientras poliniza, una sola abeja crea un polígono de conservación de 1256 hectáreas de bosque.
Cada unidad productiva es administrada por cinco familias y genera más de 1.150 frascos de miel (130 ml), que equivalen a más de cuarenta millones de pesos, cuyas utilidades van a parar a la comunidad. De este modelo de negocio surgió Asomegua, la Asociación de meliponicultores de Guainía integrada por 34 familias.
Mapeo de abejas
La Ley 2193 de 2022 creó los mecanismos para el fomento y desarrollo de la apicultura en Colombia y dictó otras disposiciones, pero como lo destaca la investigadora Torres, “no hace mención a estándares de calidad, aunque prohíbe los residuos de PQUA (Plaguicidas químicos de uso agrícola) y antibióticos. Lo cual no entiendo […] se aduce que la determinación de los parámetros de calidad atenta contra los pequeños y medianos productores pues estos análisis son costosos, pero la determinación de PQUA y antibióticos (norma actual) ¡pueden llegar a ser tres veces más costosos!”.
En su capítulo 10, esta ley hace referencia a la exportación e importación de miel, solamente allí menciona los requisitos de calidad. Para Torres “es importante, como sucede en los demás países, establecer normas internas de calidad de las mieles”. Y señala un vacío que no es menor: “No se tuvo en cuenta incluir los términos “meliponicultura”, como la cría de abejas sin aguijón; y “meliponicultor”, como quien se dedica a esta actividad”.
Desde su experticia considera urgente la elaboración de un mapeo: “Para establecer los valores máximos y/o mínimos de los principales parámetros de calidad (propiedades fisicoquímicas) de las mieles se requiere realizar estudios en todo el territorio nacional de las diferentes especies. Estos procesos pueden ser costosos, por lo que quienes realizamos estos análisis estamos investigando en metodologías menos costosas y con menos tiempo de análisis”.
A pesar de que los países europeos no cuentan con nuestra cantidad de especies de abejas ni riqueza en bosques, consumen y transforman la miel de todas las formas posibles, desde productos alimenticios hasta cosméticos y decorativos. En Colombia le damos un uso mínimo, casi restringido a lo medicinal.
Sobre la relevancia de la “Ruta de la Miel”, Fernando Carrillo, director de la Fundación Biológica Aroma Verde, dice: “Las abejas, que están en el interés de lo mediático porque se están perdiendo sus poblaciones, tienen un efecto de renovación y regeneración de la dinámica del bosque por la polinización”. Y concluye: “Acá, los viajeros no compran miel, compran un proyecto de conservación”.
Texto e imágenes Ana Cristina Restrepo Jiménez*
Esta crónica se escribió gracias a una invitación de la Fundación Biológica Aroma Verde.