Enrique Santos Calderón
11 Diciembre 2022

Enrique Santos Calderón

BYE, BYE... PLATÓN

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Arturo Pérez-Reverte, antiguo corresponsal de guerra español y autor de buenas novelas (La reina del sur, El maestro de esgrima, Revolución …) dijo en entrevista esta semana con el GDA  que “el mundo occidental está perdiendo las bases culturales de las cuales proviene”, y advirtió que las  nuevas generaciones no están siendo educadas en la gran tradición de Platón, Montesquieu o Voltaire que ha sido “el arma moral, social y humanista  de Occidente”, lo cual conducirá a su empobrecimiento intelectual y conceptual.

Curiosamente, el mismo día en que leí esa entrevista tuve en Cartagena una discusión con un viejo amigo francés, Jean Louis, profesor retirado de economía, amante y visitante asiduo de Colombia, quien me sentenció en tono enfático que su país estaba perdido: “la France c ‘est fini”. Al preguntarle de dónde le salía tan lúgubre pronóstico me aseguró que antes de veinte años sería “una nación islamizada”. Acabábamos de ver a Francia derrotar a Polonia en el Mundial y me recalcó que casi todos sus jugadores son de ascendencia africana, mientras que el Islam es la única religión que de verdad crece en su país.

Le alegué que la patria de los derechos humanos y de la Revolución que hace más de 200 años consagró los principios de libertad-igualdad-fraternidad como valores universales, no iba a sucumbir así no más ante una expansión innegable pero no necesariamente catastrófica del islamismo. Le recordé que el Islam prohíbe el consumo de vino lo cual hace aún más improbable que eche raíces muy profundas en un país tan secular, sibarita y vinícola como Francia (a Dios gracias, dicho sea de paso). Es cierto que los ataques terroristas que ha sufrido en su territorio por parte de grupos yihadistas (recordar la atroz matanza de los periodistas de Charlie-Hebdo en París) exacerbaron un nacionalismo antiárabe, pero mal se puede asociar a los islámicos radicales con los millones de musulmanes que hace tiempo viven pacíficamente integrados en un país que simboliza la tolerancia política y religiosa.

Jean Louis, setentón como yo, no es un racista de derecha sino un reposado demócrata de centro que siente que la sociedad en la que creció está perdiendo sus tradicionales parámetros ideológicos. Me citó, para rematar, un reciente ensayo del historiador Jacques Julliard sobre Francia, un declive deliberado. Pero la nación islamizada que él y otros compatriotas suyos temen simplemente no me parece factible.  Más acertada encuentro la inquietud de Pérez-Reverte sobre la progresiva pérdida de esenciales valores culturales de Occidente y el empobrecimiento educativo de una juventud inmersa en unas redes sociales donde pesan más las emociones que las razones. Las redes son sin duda una herramienta única para observar la condición humana.  Y también para preocuparse por ella.

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Y mientras tanto en Colombia la guerra sigue. Implacable, persistente, repetitiva. Otra vez en el Cauca fueron emboscados y muertos siete miembros del Ejército Nacional. A los pocos días de que en esa misma zona fueran acribillados tres militares, además de doce soldados y policías asesinados en el último mes. Más de 120 integrantes de la fuerza pública han perdido la vida este año.

Es la oprobiosa continuidad de una violencia que se repite incesantemente y casi siempre en los mismos lugares y de la misma manera. Hoy en el Cauca, ayer en Putumayo, Catatumbo o Arauca (la capital no se salva como lo demuestra el asesinato de dos policías la semana pasada en Bogotá), lo cual obliga a repetir los interrogantes de siempre.

¿Qué falta para que el Estado y sus Fuerzas Armadas ejerzan real control territorial en regiones donde nuestros jóvenes soldados son sistemáticamente masacrados?  ¿Mayor compenetración con las comunidades? ¿Más y mejores labores de inteligencia y contrainteligencia? ¿Una estrategia militar y/o política totalmente distinta? ¿Hay que reanudar los bombardeos que en su momento diezmaron a la cúpula de las Farc? ¿Es demasiado apabullante la cantidad de dinero que mueven las redes del narcotráfico? ¿Son tan sólidas las bases sociales de los grupos armados en esos territorios?  ¿Son tan adversas las condiciones de pobreza que hacen improbable ganar el respaldo la gente? ¿Cómo generar mayor identidad con el Estado y solidaridad con la Fuerza Pública?

También habría que preguntar si no hay formas más eficientes de neutralizar las rutas del narcotráfico hacia nuestros dos océanos y cinco países fronterizos, pues el control de estos corredores es causa central de los choques armados. La geografía colombiana es la más complicada, aunque nada debería ser imposible con la actual tecnología satelital de detección. Pero en este campo hay expertos que sabrán responder.

Solo una última pregunta. La hizo Gonzalo Mallarino en El Espectador: ¿quién podrá explicarles a las familias de los muchachos asesinados por qué ellos no van a estar en sus casas en la Nochebuena?  Nadie.

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