Daniel Samper Pizano
27 Septiembre 2020

Daniel Samper Pizano

El club de las ballenas muertas

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Como todos los años, a las zonas rurales de Colombia regresan por esta época los cucarrones y a la asamblea de la ONU los gobernantes del mundo, esta vez a través de la pantalla. Nuevos cantos a la paz, himnos a la fraternidad, loores a la ecología. Nuestro Iván, tantico alucinado, proclamó que “en mi país (...) lo único que separa a un hombre o una mujer de sus sueños es el sacrificio honesto de su trabajo” (¿Ya no vale, pues, haber estudiado en la Sergio Arboleda?). Añadió que aquí se construye una cultura de “legalidad y transparencia” (eso sí: con controles estatales sojuzgados); que “la lucha contra la corrupción une a los colombianos” (ojalá); que “optamos por la convivencia” (¿de veras?) y que la protección ambiental es una de nuestras más urgentes metas (comentarios más adelante).

En fin, sobre la paz y sobre el compromiso con la naturaleza desgajaron nuestros líderes en la gran pantalla de la ONU muchas palabras, casi todas burbujas. Mientras tanto, sucedían afuera muchas cosas, casi todas malas.

Por ejemplo: el domingo 13 de septiembre ha sido el día más caliente registrado en los anales del planeta. En el Valle de la Muerte, California, los termómetros marcaron 54,4 grados. Al su lado, Honda y Barrancabermeja, con récords habituales de 33 y 32 grados, parecen Tunja. Se trata ya de una tendencia constante: el último decenio ha sido el más caluroso de la historia y 2019 el segundo año en temperaturas fervientes. También, uno de los que marcan mayor calor en los océanos y mayor deshielo polar. Llegará el día en que, empinada sobre sus 3.350 metros, Vetas (Santander), la villa más alta de Colombia, sea tan caliente como Jerusalén, Cundinamarca, la ciudad-horno, con temperaturas por encima de los 42 grados.

Pese a todo, circulan desinformados, bobos y sujetos de mala fe que niegan el calentamiento global. Todos los demás sabemos que la destrucción del medio ambiente entibia los mares en el invierno y provoca deshielo en el verano. No solo eso: cuando regresa el frío, solo se congela una parte del agua desleída; el resto se suma al volumen oceánico que podría sepultar bajo sus aguas (¡y el día esté lejano!) a Cartagena y Nueva York, para hundir solo dos ejemplos. Con ayuda de los huracanes, cada vez más delirantes, ya le ocurrió a una parte de Nueva Orleans. El deshielo, además, libera virus y bacterias que permanecieron millones de años en la nevera y los bichos salen a provocar inesperados males. Suecia y Finlandia ya padecen el cólera, que parecía tan tropical, tan macondiano. Los mares se acaloran, la jungla se incendia y las aguas terrestres se vuelven tóxicas. Mientras en la ONU los gobernantes hacían el bailecito del buen tiempo, en Botsuana morían 281 elefantes a causa de bacterias venenosas en lagunas y ríos. Otros mamíferos eminentes –un club de 380 ballenas--, perecían atascadas en las playas de Nueva Zelanda. Los cambios del mar las despistan y terminan agonizando indefensas en la arena.

Muchos pensarán que no hay razón para alarmarse, pues en su entorno cotidiano no barritan los elefantes ni gimen las ballenas Pero las alteraciones ecuménicas también están liquidando a pequeños amigos domésticos: las luciérnagas vuelan hacia la extinción bajo el riego de pesticidas y el exceso de luminosidad de los centros humanos, al paso que el enjambre mundial de abejas se ha reducido a la mitad por la tala de bosques, los trastornos en las floración de muchas plantas y, otra vez, los pesticidas. El caso de los asnos es más dramático, porque ni siquiera dependen del calor del mar ni la floración de las rosas, sino de la cultura rural, que, al cabo de milenios de noble servicio, los está reemplazando por motocicletas y otros vehículos. En México, donde el menú rinde homenaje al burrito, la recua nacional se encogió en cuatro quintas partes en los últimos dos decenios. La mascota de Sancho Panza es símbolo de la defensa del borrico español. En Colombia, informó Juan Gossaín, la población de burros (excluidos aquellos con los que uno comparte reuniones o atienden quejas del público) pasó de 315.000 a 63.000 entre 1995 y 2013.

La Tierra ha sufrido cinco bioextinciones a lo largo de sus 4 mil millones de años; en la cuarta desaparecieron los dinosaurios y el 70 por ciento de las especies. No fue culpa del hombre (ni de la mujer, para ser incluyentes) porque, pese a lo diga Hollywood, los grandes saurios y el homo sapiens no llegaron a coexistir. Pero marchamos veloces rumbo a la sexta extinción, pues hombre y mujer están acabando con todo en una especie de apocalipsis ciego: mares, atmósfera, animales, aguas, selvas, plantas, depósitos subterráneos... nada se libra de su ataque.

Vuelvo al comienzo. Estos mismos adalides que desfilaron enfundados en banderas verdes son los que no firman los acuerdos para frenar la destrucción, o los firman pero no los cumplen, o se retiran de los pactos para favorecer sus mezquinos intereses o hablan de países irreales.

Por eso nuestro Iván relató lo que, según dijo, ha hecho su gobierno por mamá natura, pero omitió ciertos peligros que la acechan. Digamos glifosato, puerto en Tribugá, minería, destrucción de corales... Y finalmente no despejó la gran incógnita acerca de quién decidirá sobre el fracking. Si el candidato Duque, que era enemigo de esta técnica extrema, o el presidente Duque, que parece apoyarla.

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