Daniel Samper Pizano
1 Noviembre 2020

Daniel Samper Pizano

El emperador de la mentira

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Si conociésemos el horror y gravedad de la mentira la perseguiríamos a sangre y fuego, como a otros crímenes. Michel de Montaigne (1533-1592)

La mera idea de un triunfo de Donald Trump el martes me produce pavor cósmico, y me asusta el hecho de que pierda pero con alta votación. Hay, sin embargo, dos cosas que me aterran más. Confirmar que millones de personas en el país más desarrollado de la Historia apoyan nuevamente a este engendro (ofrezco disculpas a engendros, endriagos y monstruos en general por la comparación). Y saber que los caudillos del Centro Democrático, léase uribeduquismo, ayudaron a la campaña de semejante sujeto. Como no hay pecado sin penitencia, invito a los colombianos a que recuerden, en las elecciones de 2022, que Uribe y sus lugartenientes son aliados de este muñecón fascista.

¿Cómo creer que, en vísperas de las elecciones, algunas encuestas aún anuncian un empate virtual entre él y Joe Biden, que no despierta furores pero es un tipo decente y, al lado de su contendor, un ángel y un sabio? La respuesta incluye varios ingredientes. Uno, la cobardía del Partido Republicano, dispuesto a respaldar a un loco tóxico con tal de ganar votos. Dos, el descontento que cosquillea en todo el planeta. Tres, la santa ingenuidad de millones de gringos que creen que el mundo es plano, que nos visitan seres de otros planetas y que se cuecen conspiraciones secretas: por ejemplo, entre Biden, Maduro y el cadáver de Fidel Castro. Cuatro, la morbosa atracción que ejercen los pillos en algunas psiquis. Y, quinto, lo más importante, la mentira: la mentira como arma de conquista y de gobierno. Si algo caracteriza a Donald Trump, aparte de su cómico peinado, es el ejercicio constante y descarado del embuste. Él y su círculo cercano mienten por inercia: les da igual que se trate de pequeñas alteraciones, como multiplicar por cuatro la concurrencia real a un mitin político, o de falacias fatales, como ningunear el coronavirus. En febrero predijo que “se irá como vino, de repente”; en abril señaló que se desvanecerá cuando mejore el clima; y en octubre, que ya está desapareciendo.

Todo mentira: como el número de víctimas aumenta de modo alarmante, inventó un nuevo embuste: él conocía desde un principio el peligro del virus, pero no quiso alarmar a sus compatriotas. “Además de mentiroso, bruto”, habría dicho mi tía Rita. Un criminal, precisó Montaigne. Hoy la suma de muertos por contagio en Estados Unidos llega a 230.000, muchos de ellos víctimas del desdén oficial por la ciencia y la medicina. Pese a ello, la lista oficial de triunfos científicos de la Administración Trump incluye una colosal patraña: “la exitosa lucha contra el Covid19” (¡!). Su entorno repite la premisa que impulsó el nazismo de Hitler: “Una mentira repetida mil veces se vuelve verdad”. El 86 por ciento de los noticieros de Fox, canal de ultraderecha, aseguran que Trump está haciendo un trabajo correcto. Los ventiladores de las redes sociales se encargan de esparcir la falsedad para volverla certeza.

Tan formidable y poderoso ha sido el imperio de la mentira que originó una nueva profesión: la verificación de datos. No hay medio de comunicación responsable que no tenga un grupo sólido y activo dedicado a pillar las mentiras de los políticos y, en particular, de la Casa Blanca. El oficio agrupa a miles de hábiles especialistas. Antes del magnate peliteñido ya actuaban estos sabuesos, pero parecían maletillas de vacas lecheras. Al saltar a la arena el torvo toro Trump fue preciso multiplicar los departamentos de chequeo de datos. Hoy se publican libros y se realizan seminarios sobre el asunto y existe una asociación mundial de verificadores (Colombia tiene dos entidades asociadas). “En la última década —escribe el experto Lucas Graves— los comprobadores de datos (fact-checkers) han sacudido el mundo político al exigir a los personajes que respondan por lo que dicen”.  Entre las secciones más leídas de The New York Times y The Washington Post figuran las de sus implacables grupos de verificación. El Post creó un puntaje clasificatorio, los pinochos, para medir el tamaño de la falacia. Al día siguiente del último debate presidencial se publicaron las largas listas de mentiras podridas e inexactitudes de los dos candidatos. Cada falsedad merecía un desmentido con fuentes precisas y convincentes. Biden incurrió en una o dos. Trump, como era de esperarse, arrasó por goleada.

Gracias a estos tercos abogados de la verdad ha sido posible compilar estadísticas y saber que el hombre más poderoso del mundo pronunció más de 20.000 mentiras en catorce meses. Su promedio diario es de 47, pero el pasado 9 de julio el mentirómetro se disparó a 62. Descontadas cuatro horas de sueño, fueron tres falsedades por hora: una cada veinte minutos.

Las mentiras de Trump han dividido, degradado y costado miles de muertos en Estados Unidos y en el mundo. A Colombia llegó la metástasis del mal y anidó donde mejor calaba. Ni Estados Unidos, ni el mundo, ni Colombia aguantan cuatro años más de esta pesadilla. Que el martes Donald Trump pase a ser otra peste que azotó a la humanidad y que la extirparon los mismos que la habían traído.

ESQUIRLA. Escribo apesadumbrado por la noticia de la muerte de Horacio Serpa, un líder político recto, progresista, valeroso, demócrata. Alcanzó a ver reivindicado su nombre frente a la miserable, venal y deshonesta campaña que pretendía vincularlo al asesinato de Alvaro Gómez Hurtado. Su frustrado ascenso a la presidencia privó a Colombia de ser hoy un país  pacífico y socialmente justo.

Paradojas. 1) La senadora M F. Cabal, que ignoraba la desaparición de la URSS, ahora interviene en las elecciones de Estados Unidos. ¡Pobre Trump!  2) Iván Duque, dice Vladdo, milita con ardor en las protestas callejeras chilenas, pero las reprime en Colombia. 3) El tsunami de nombramientos del fiscal Barbosa (muchos de ellos condiscípulos suyos) desestabiliza las relaciones antidroga con Estados Unidos, mientras su patrocinador se curva ante la DEA y alista el bombardeo con veneno de la selva colombiana.

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