Daniel Samper Pizano
27 Noviembre 2021

Daniel Samper Pizano

Ellos también son colombianos

Existe una polémica mucho más interesante y apasionada que todas las anteriores: es la que tiene como epicentro a los hipopótamos colombianos.

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No entiendo cómo millones de compatriotas pierden su tiempo en pugnas políticas entre izquierda, centro y derecha; tibios, fríos y calientes; petristas y el-que-diga-Uribe; santistas y duquistas, y otros enfrentamientos pugnaces. Existe una polémica mucho más interesante y apasionada que todas las anteriores: es la que tiene como epicentro a los hipopótamos colombianos. Digo colombianos porque, si bien sus abuelos proceden del África, la mayoría de los enormes mamíferos que dormitan ocultos entre cañaverales, aguas verdes y charcas del río Magdalena son nacidos y criados en estas santas tierras tropicales que recuerdan las de su origen. Como Monaguillo, el león pereirano del Santa Fe; o Lady, la célebre elefanta de circo que murió en Medellín hace nueve años.

No sobra recordar que en 1981 el capo Pablo Escobar importó ilegalmente de Estados Unidos un joven hipopótamo macho y tres hembras de su misma edad con destino al zoológico de su hacienda Nápoles, en Puerto Triunfo. Las bestias, catalogadas como Hippopotamus amphibius, compartían territorio con jirafas, rinocerontes, felinos, paquidermos y otros inmigrantes de la selva. Cuando fue dado de baja el narcotraficante en 1993, sus bienes pasaron a poder del Estado. La mayoría de los animales terminaron en zoológicos, y a los hipopótamos los empujaron a la red fluvial del Magdalena. 

Abandonadas por todos, las nobles bestias se buscaron la vida como pudieron, tuvieron hijitos y se esparcieron por la región. Hoy son entre 93 y 103; pastan en una zona de dos mil kilómetros cuadrados, toman baños de asiento y los han visto en ciénagas a más de cien kilómetros de su antiguo hogar. Su presencia suscitó un estallido de estudios, investigaciones, análisis de universidades nacionales y extranjeras, reuniones y teorías. Ya se sabe que son falsos rumiantes y falsos ungulados, lo cual los habilita para presidir la Cámara de Representantes. Basta con asomarse a Google para catar la atracción que despierta el tema en todo el mundo. 

Como no podría ser de otra manera, pues humanos somos, se ha encendido un enfrentamiento en torno a la suerte que espera a los hipopótamos antioqueños. Un sector científico los considera una manada de intrusos en el medio ambiente colombiano y propone su “extracción” (léase exterminio). En la orilla contraria, con menos frialdad científica y más corazón, otro grupo se opone a sacrificarlos. ¿Y el pueblo qué? Milagrosamente, la opinión pública, que tan atomizada se nota ante las fórmulas políticas, cierra filas a favor de los colosales paticortos. En julio de 2009, el Estado dispuso eliminar a Pepe, ejemplar de cinco años y 1.500 kilos de peso. Fue como la versión de nuestra realidad trazada por un Disney macabro. Escoltados por el Ejército, acudieron contratados dos expertos cazadores extranjeros (sicarios, para el indignado público) que descontaron (masacraron) al que consideraban dañino animal (inocente criatura). La ciudadanía protestó de manera unánime, circularon amenazas e insultos y un juez prohibió que continuara el hipopotamicidio.

Pepe, dado de baja por instrucciones científicas. Pepe, dado de baja por instrucciones científicas.
Pepe, dado de baja por instrucciones científicas. 

El muro de Berlín es un ponqué de novia al lado de la catarsis de adversarios que produjo el espectáculo del más grande cadáver acribillado en la historia patria. Los argumentos se mantienen: la mayoría de los científicos opina que la veloz reproducción de estos libidinosos seres podría superar los 1.500 dentro de veinte años, lapso durante el cual resultaría gravemente afectada la ecología territorial y en peligro la vida de los pobladores. Citan cifras africanas que los catalogan como más peligrosos que los leones y añaden que no hay en Colombia animales con ferocidad suficiente para alimentarse de los hipos y ponerles coto. Pero alegan sus defensores que a lo largo de cuatro décadas solo se conoce un caso de agresión a un ser humano en el Magdalena medio: alguien que importunó a una hembra cuando alimentaba a su camada. Mamá corajuda, saltó a proteger a sus nenés. Más de un pescador se ha llevado un susto al toparse a la luz de la luna con un ejemplar de prehistórica catadura. Comprensible. Pero es peor, con toda certeza, caminar de noche por Bogotá.

En el curso de la controversia surgieron ramificaciones interesantes. La esterilización química de machos se presenta como una solución. Y una novísima corriente científica plantea una visión ecológica de amplio espectro en la cual los enormes animales regresan y reviven el papel ambiental de sus extintos antepasados en el pleistoceno tardío. “Los grandes herbívoros permitirán recuperar un mundo desaparecido y aportar amplios beneficios a la biodiversidad”, señala un trabajo en el que participaron universidades de Estados Unidos, Europa y Australia.

Mientras tanto, por si acaso, en la bahía de Cispatá (Córdoba) entrenan miles de caimanes aguja salvados de la extinción por la Corporación Autónoma del Sinú y el Instituto Humboldt. Ellos podrían habituarse al sancocho de hipopótamo y controlar así el desmadre poblacional de las últimas víctimas de Pablo Escobar. 

Pido amnistía para los hipopótamos colombianos y anuncio que votaré por el candidato que les haga la mejor oferta.

ESQUIRLA. El presidente Duque dejó en manos de un insólito consorcio particular la vigilancia de las garantías electorales que suprimió de un plumazo anticonstitucional, y los precandidatos uribistas encargaron a una compañía privada la selección del vencedor. ¿Por qué no tercerizamos el próximo gobierno y dejamos de preocuparnos del todo?

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