Daniel Coronell
20 Septiembre 2020

Daniel Coronell

Le quedó grande

El poder lo ha cambiado, presidente. De ser un hombre moderado y amigo de las soluciones pacíficas ha mutado en guerrerista. Así como le gusta la guerra a los halcones colombianos: con la plata del Estado y los hijos de los pobres.

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Vivimos, señor presidente, en una dolorosa paradoja. Su administración se podría definir como “La tiranía del desgobierno”. Cada vez más dura y cruel con los que no tienen nada, y cada vez más débil y obtusa para buscar soluciones hasta para los problemas más sencillos. Nunca, en la larga historia de gobiernos mediocres de este país, habíamos visto a un mandatario tan superado por los hechos, tan desconectado de la realidad, tan empeñado en reclamar méritos ajenos, tan arrogante con los débiles y tan sumiso con los poderosos.

Y la verdad, señor presidente, es que no teníamos porque esperar mucho. Usted mismo sigue perplejo de haber llegado a un cargo que está muy lejos de merecer. En condiciones normales, usted debería estar feliz de haber llegado a ser viceministro a estas alturas de la vida.

Al solio de Bolívar, como pomposamente le dicen a la Presidencia de Colombia, no accedió usted por su carrera, ni por su inteligencia, que la tiene y muchos le reconocemos, ni por su temperamento aplicado, sino –única e innegablemente– por el poderoso dedo de quien hace unos años se convirtió en su jefe.

Era usted un burócrata medianito en el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington. Uno más en medio de esas decenas de tipos vestidos igual que caminan por la plaza Lafayette, mirando a la Casa Blanca, con un vasito de cartón en la mano, que saludan con reverencia en los pasillos, que se toman un Blue Moon los viernes por la tarde, que no quitan ni ponen en las intrigas de la ciudad más poderosa del mundo. Su existencia gris de aquellos días, de pronto se vio interrumpida por una decisión del presidente del Banco.

Luis Alberto Moreno, ese otro jefe suyo que ha resultado tan útil en las sombras para buscar exagentes de la CIA que hagan lo que se necesite, lo sacó en 2010 de sus modestísimas funciones para encomendarle que fuera el ocasional asistente del expresidente de Colombia, Álvaro Uribe, recién salido del cargo. El astuto Morenito le hacía un favor a Uribe y, por ahí derecho, se enteraba de sus pasos.

Años antes de que lo pusieran en esa tarea secretarial había escrito usted sobre Álvaro Uribe. En 1998 el periódico Tolima 7 días publicó una columna suya titulada “Los pecados de Álvaro Uribe”. Allí además de definirlo como un oportunista, afirmó: “Uribe es identificado como un escudero de las Convivir, es decir, con una expresión clara de la extrema derecha colombiana”.

Fotografía

En Washington, tuvo bien guardaditas sus opiniones y se puso en la labor de redactar para Uribe un informe encargado por Naciones Unidas. También a ayudarle a hacer más llevadero su fugaz y amargo paso por la Universidad de Georgetown donde los estudiantes informados lo abucheaban cuando lo encontraban. Era usted también, señor presidente, quien le hacía las compras y trataba de enseñarle pacientemente la conjugación del verbo to get.

Esos días de cargamaleta fueron la cuota inicial de su carrera política. Siempre a la sombra de Uribe, llegó al Senado en 2014 y terminó ganando la carrera interna de su partido, el Centro Democrático, en 2018, por ser el más obediente de los precandidatos presidenciales.

Lo demás ya lo sabemos. Ha gobernado usted, con más pena que gloria, durante dos eternos años en los que sus mayores esfuerzos se han concentrado en el espejo retrovisor y en socavar el proceso de paz. No tanto porque piense que es lo mejor para el país sino porque sabe que esa postura halaga a su líder a quien usted -en aberrante extremo de adulación- ha llamado “presidente eterno”.

El poder lo ha cambiado, presidente. De ser un hombre moderado y amigo de las soluciones pacíficas ha mutado en guerrerista. Así como le gusta la guerra a los halcones colombianos: con la plata del Estado y los hijos de los pobres.
Esta semana cuando todo el país vio el brutal asesinato de un hombre inerme y reducido por policías armados que lo torturaron y golpearon hasta matarlo, usted decidió que lo destacable era “la gallardía de la Policía”. La misma gallardía con la que policías uniformados, o disfrazados de civiles, han salido a matar a tiros a personas que protestan contra la brutalidad, la injusticia y el hambre.

Usted ha dejado morir miles de pequeñas y medianas empresas al tiempo que desaparecen millones de empleos. Su ayuda para los más pobres es de 160.000 pesos, 40 dólares. El 16 por ciento de un salario mínimo mensual. Sin contar que esa mezquina limosna tampoco está llegando a todos los que la necesitan.

En contraste, usa usted la plata de los contribuyentes para ofrecerle un préstamo ventajoso de 370 millones de dólares a Avianca, una empresa de capital extranjero. ¿De quién es Avianca?, ¿de United Airlines?, ¿de su aliado el billonario salvadoreño Roberto Kriete?, ¿cree usted que alguno de ellos necesita más la ayuda de Colombia que una familia que lleva seis meses sin ingresos?

Además de insensible se ha vuelto usted vanidoso. Hay que ver el tamaño de la placa que mandó a hacer con su nombre para poner eternamente al lado del cuestionable Túnel de la Línea. Parecía Kim Jong-un, celebrándose a sí mismo.

Cambio Colombia

La placa le quedó grande, señor presidente. El puesto también.

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