Daniel Samper Pizano
8 Mayo 2022

Daniel Samper Pizano

PARIR UNA NUEVA ERA

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Pudieron más tres meses de guerra que dos años de pandemia. Tras el anuncio de que la Unión Europea (UE) planea cortar por completo las compras a Rusia de petróleo crudo y refinado, se avizora la revolución histórica en materia energética por la que clama el mundo desde hace décadas. Al final, esa raza indolente y torpe que somos los terrícolas acaba haciendo lo que la ciencia pide. Pero es difícil saber si llegarán los remedios a tiempo.

Mientras tanto, en vez de retroceder, avanza por el planeta el fantasma del hambre. Hace dos años, la cifra de personas inmersas en serio déficit alimentario era de 150 millones. Hoy, después de la pandemia y el agravamiento de la crisis ecológica, suman 193 millones. Las estadísticas fueron suministradas hace pocos días por la red alimentaria global que integran la FAO (agencia de la ONU para alimentación y agricultura) y el PMA (Programa Mundial de Alimentos). Pero se quedan cortas, pues no alcanzaron a incluir el impacto evidente de la guerra de Ucrania en la producción de comida e insumos agrícolas. El mayor porcentaje de los ciudadanos con hambre se ubica en una manotada de países africanos, asiáticos y –como siempre— Haití. Es tan grave la situación, según el informe, que estamos a tiro de presenciar “muertes generalizadas” a causa de la hambruna. Sí: fosas comunes, cadáveres en bolsas de plástico, cuerpos tirados en la calle... Como en las guerras, pero no por disparos sino por falta de comida.

Y, hablando de guerras, la destrucción criminal de Ucrania que perpetra Vladimir Putin contribuye también al hambre, al provocar alzas inclementes en los costos. El gobierno de Estados Unidos considera que los precios actuales de algunos alimentos principales son los más elevados de la historia. Trigo, sorgo, maíz y cebada cuestan un 20 por ciento más que en 1990. En países como Egipto, cuyo trigo depende en un 85 por ciento de Ucrania y Rusia, el pan de cada día es un artículo de lujo.

Lamentable bolita extraviada en el espacio es este planeta donde Diosito santo, como dice el famoso vallenato, en un alarde de ignorancia aritmética, “a unos les diste tanto/ en cambio a otros no nos diste nada”. Poco les ha dado Dios a los niños wayús y chocoanos que no pueden levantarse de la hamaca porque están en los físicos huesos.

Mucho, en cambio, a las 2.668 personas con capital superior a mil millones de dólares que publica la revista Forbes. A la cabeza de ellos está un señor que en los últimos días se volvió famoso por haber adquirido la red de Twitter: Elon Musk, a quien es imposible comprar con menos de 219 mil millones de dólares. Detrás de él, en alegre caravana, suben al podio otros magnates entre los cuales ustedes y yo solo hemos oído nombrar, quizás, a Jeff Bezos (Amazon), Bill Gates (Microsoft), Larry Page (Google) y Mark Zuckerberg (Facebook). El dueño de Louis Vuitton –cueros, carteras, maletas, zapatos de lujo—anda por los 158 mil millones. Al lado suyo, Zuckerberg es un patihinchado de solo 117 mil millones.

No soy capaz de calcular cuántos países subdesarollados se necesitan para igualar la renta de cualquiera de estos hipercapitalistas. Lo que sí sé es que es vivimos en un mundo despreciable, cuyas dramáticas desigualdades constituyen un agravio general y cuya gran masa de pobres es víctima de toda clase de males: ignorancia, enfermedades, violencia, ruina ambiental, explotación...

Posiblemente marchamos hacia la desaparición con una venda en los ojos. Tan desajustadas están las cosas que la guerra podría hacernos despertar. El primer paso ha sido la decisión de los países europeos de sacudirse la esclavitud del petróleo en general y el petróleo ruso, en particular. Dice la UE que asistimos al nacimiento de una “revolución energética a escala global”. Ojalá así sea. El estado de California demostró hace pocos días que durante quince minutos pudo funcionar por completo con electricidad de origen limpio. Varios gobiernos, sacudidos por los hechos recientes, trazan proyectos para impulsar energías renovables. Comenzamos tarde, pero al menos ya arrancamos.

Colombia necesita con urgencia subirse al tren del cambio de prelaciones y costumbres. Si queremos sobrevivir, debemos luchar por una nueva era más sostenible, justa e igualitaria. No obstante, no es mucho lo que en esta campaña política se habla del hambre sin intención demagógica y se presentan pocas propuestas concretas y trascendentes en el terreno de la conservación. 

ESQUIRLAS. 1. Reversa. La probabilidad de que la Justicia de Estados Unidos descuartice el fallo que autorizó el aborto hace medio siglo permite sacar lecciones en Colombia. La más obvia es que las fuerzas retardatarias seguirán empujando hacia atrás el almanaque para recuperar viejos privilegios o desmontar avances sociales. Un día de estos, el candidato de la derecha se vestirá de virrey y reimplantará la esclavitud. Consejo: fíjese por quién vota; podría estar en plena reversa. 2. Sinvergüencería. ¿No es acaso una forma de prevaricato aprobar una ley a sabiendas de su inconstitucionalidad para aprovecharla mientras no la tumbe la CSJ? Eso fue lo que hicieron este gobierno y sus amigos con la reforma a la Ley de Garantías. Como se esperaba, la Corte acaba de declarar que viola de manera flagrante la Constitución. Pero ¿cuántos contratos se firmaron durante su venal vigencia, y para beneficiar a quiénes? ¿Quedará impune tan grosera picardía?


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