Razones para la protesta hay de sobra. No solo las objetivas, creadas por la inequidad estructural de este país; sino las subjetivas, agravadas por la arrogancia del gobierno, encarnadas en su ciega y sorda reforma tributaria.

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Los del comité del paro son bastante irresponsables, desde luego, en su llamado a persistir en las marchas multitudinarias de esta semana en pleno pico de la pandemia del coronavirus; marchas que, sin duda, van a multiplicar los contagios. Pero tienen toda la razón. La juez del tribunal de Cundinamarca que prohibió las marchas no hizo más que, ilegalmente, hacerle un favor al gobierno. No se puede prohibir el derecho a la protesta.

Pero mucho más irresponsable es el gobierno al proponer, en pleno pico de la pandemia del coronavirus, una reforma tributaria gravosa y denunciada como insensata por todos los economistas serios del país, por los sindicatos (es decir: por los sindicalistas que no han sido asesinados en los últimos años), por los partidos políticos de izquierda y de derecha, de oposición y de fingido o venal apoyo al gobierno, y hasta por la prensa radial y escrita habitualmente gobiernista. Una reforma llamada cínicamente (y también engañosamente, semántica y grosera y engañosamente, como lo es todo bajo la mirada inmóvil del presidente Iván Duque) "de solidaridad sostenible". ¿De verdad creerán que a alguien engañan? Tal vez solo al publicista oficial Hassan Nassar. Que no parece ser el más astuto, sino el más ingenuo de los funcionarios de este gobierno. Tanto lo será que hasta se puso a pelear, al aire, con la amarillista periodista de Semana Vicky Dávila. Perdió, por supuesto.

Lo de llamar reforma "solidaria" a una que castiga sobre todo a la apenas sobreaguante clase media y les pone nuevos impuestos a los servicios públicos y a los elementos de la canasta familiar de todo el mundo es de una desfachatez comparable a la propuesta de Uribe de emprender "masacres con sentido social" para acabar, hace un par de años, con la Minga indígena del Cauca.

Razones para la protesta hay de sobra. No solo las objetivas, creadas por la inequidad estructural de este país; sino las subjetivas, agravadas por la arrogancia del gobierno, encarnadas en su ciega y sorda reforma tributaria. El propio Álvaro Uribe, jefe del presidente, más lúcido o al menos más astuto que Nassar, se ha dado cuenta y ha tratado de desmarcar al menos verbalmente a su partido, el Centro Democrático, de la ciega y sorda pero terca política de Duque. Respondida ayer, y antier, y no sé si también mañana, con marchas, cacerolazos, violencia: varios muertos, muchos heridos, tanto del lado de los manifestantes como del lado de la policía, y hasta del ejército que el gobierno de ojos fijos de pez del presidente Duque sacó a las calles para reprimir la protesta. Buses incendiados en Cali y en Bogotá, choques con el Esmad en Medellín y en Barranquilla, en Engativá y en Soacha, y un hervor de rabia en todas las ciudades del país. En el campo, que es otro país, sigue autónoma y autista la matanza.

¿Gobierna entonces el ministro de Hacienda sin hígados Alberto Carrasquilla? ¿O los generales, en lo que toca al campo? ¿No es más, sino lo que parece, el presidente Duque, un monigote al que se le han roto las cuerdas de su manejador de marionetas?

Porque es impresionante todo lo que ha logrado Duque NO hacer en sus casi tres años de gobierno. Gastó los primeros dos en su estéril batalla de las objeciones a la Jep, y lleva todo el siguiente enredado en el lío de la reforma tributaria. Para terminar abandonándola a medias, anunciando que le daba instrucciones a su ministro para que deje su obsesión con la ampliación de la masa de los contribuyentes incluyendo a la acosada clase media y se olvide de su ilusión de castigar con el IVA la canasta familiar y los servicios públicos. Pero instándolo a que negocie con el Congreso un nuevo texto. Es decir, dándole autorización para los sobornos a los parlamentarios que ahora se llaman "mermelada".

Y entre tanto durante su inepto manejo de la pandemia, atento solo a los caprichos de las calificadoras de riesgo, se ha disparado la pobreza y multiplicado el desempleo. En la legislación colombiana no existe la figura de la moción de censura contra el presidente de la república. Y sin embargo debería, por iniciativa propia, retirarse el presidente Iván Duque. Por inepto. 

Pero se estremece uno: ¿para que lo reemplace la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez?

NOTA sobre otra cosa: Escribe Raquel Coronell (entre otras muchas, y muchos) que mi columna del domingo pasado es irrespetuosa con Margarita Rosa de Francisco y con las mujeres en general, por calificarla de "bella". Creo que lo es. Y no creo, ni digo, que "la belleza sea incompatible con la inteligencia". Ni mucho menos. Creo, por el contrario, que son dos cosas que se pueden sumar. O coexistir. O no. Sin ir más lejos: Marta Lucía Ramirez, la vicepresidenta,  es una mujer bella, pero en su codicia de poder político ha dejado de ser inteligente, resignándose a que lo que sea que venga. La presidenta del Mais,
partido indigenista, llega al extremo de acusarme de ser responsable de los asesinatos de líderes indígenas en el Cauca por decir que su partido es parte del revoltijo electorero del petrismo. ¿Y acaso no lo es?

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