Daniel Samper Pizano
9 Octubre 2022

Daniel Samper Pizano

¿QUÉ NOMBRE LE PONDREMOS?

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No creo que pueda emplearse un arma nuclear táctica sin terminar en Armagedón. Joe Biden.

¿Cómo denominar la siguiente acumulación de desastres?

Guerra en Europa: la invasión ordenada por Vladimir Putin en territorio ucranio ha desplazado a 7.3 millones de ciudadanos y causado la muerte a unos 6.000 civiles y 49.000 soldados, en su gran mayoría rusos. 

Amenazas: para exhibir su capacidad bélica, el dictador norcoreano Kim Jong-Un dispara misiles balísticos que recorren el cielo japonés antes de caer al mar.
Hambre: la pobreza absoluta va en aumento. Este año cerca de 90 millones de personas más caerán en ella, para subir el total a unos 660 millones en el mundo. 
Crisis ambiental: ascenso de temperaturas, incendios cada vez más voraces, huracanes devastadores, inundaciones sin precedentes, deshielo, extinción de especies, destrucción de bosques y acuíferos. Prueba, todo ello, del acelerado desgaste del medio ambiente.

Pandemia: el Covid-19, que paralizó el planeta y ya deja 15 millones de muertos, no ha desaparecido. Según la Organización Mundial de la Salud, cada día es responsable de un promedio de 2.500 entierros.

Pesimismo: el informe anual de la Fundación Gates señala que los índices internacionales de pobreza, nutrición, medio ambiente y mortalidad materna son peores ahora que hace siete años.

Populismo: los sacudones políticos y la desconfianza en el futuro producen en las urnas líderes y regímenes populistas viciosos, viscosos y diversos (desde Daniel Ortega hasta Donald Trump) que, en vez de mejorar las sociedades, las envilecen. 

Si esta suma de males correspondiera a un paciente se le consideraría un ET o enfermo terminal. ¿Cómo llamarla cuando el ET es el planeta?

Se extiende la sensación de que nos ronda la III Guerra Mundial. Biden señaló, tras la agresión rusa contra Ucrania: “Una confrontación directa entre OTAN (que agrupa las defensas de Occidente) y Rusia sería la III Guerra Mundial”. A la I Guerra Mundial la apodaban la Guerra Final. El Premio Pulitzer Thomas Friedman señala a la de hoy como la Verdadera I Guerra Mundial, pues la de 1914 a 1918 se veía de lejos y con tardanza, al paso que las imágenes actuales desfilan por los celulares minuto a minuto.

También cabría etiquetarla como la II Guerra Fría, sucesora de aquella época de tensiones bipolares entre Estados Unidos y la Unión Soviética de 1945 a 1991. 
Analizando semejanzas, estaríamos ante el Vietnam ruso: una potencia (Rusia) invade a un país (Ucrania) y lucha contra él en territorio enemigo, donde el coraje patriótico impulsa a los combatientes nativos, en tanto que los invasores se sienten en corral ajeno y, aunque mejor armados, carecen de mística y motivación emocional. 

Pero tal vez la más acertada y escalofriante denominación la propuso el propio Biden hace tres días: armagedón, vocablo bíblico que alude al día de la destrucción final de cuanto existe. 

Imposible imaginar una guerra nuclear chiquita y cómoda, como quizás la pinte en su delirio de grandeza Vladimir Putin. Una vez caigan los primeros misiles atómicos, estallarán bombas por todos lados. Las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, con sus 210.000 muertos (según la BBC), son un triquitraque al lado de los arsenales capaces de pulverizar al planeta en minutos.

¿Nos acercamos de veras a esa última guerra que durará apenas un parpadeo? Moscú ha enviado veladas amenazas en este sentido y un poderoso general (r) gringo, David Petraeus, le ha respondido. “Si Putin acude a armas nucleares, Washington y sus aliados destruirán la totalidad de las tropas rusas apostadas en Ucrania y hundirán su flota del Mar Negro”. 

De esta batalla a la guerra mundial no hay sino un rato. Pasada la tercera, vendrá otra guerra universal, la cuarta, que, como dijo Einstein, “se peleará con palos y piedras”. Sí: no quedará nada más sobre la superficie del globo.

Elevado precio está pagando Putin por su zarpazo, pues, la complejidad cultural del país atacado dificulta la actividad a los intrusos. Por ejemplo, en Ucrania y vecindades se habla, aparte del ruso y el ucranio, el moldavo, el rumano, el tártaro, el búlgaro, el bielorruso y el húngaro. Salvo la península de Crimea (capturada por Rusia en 2014, donde los rusos eran en ese momento el 70 por ciento de los pobladores y los ucranios el 15.6), el censo de 2021 muestra que en el país los rusos eran apenas un 17 por ciento (8.3 millones) frente al 78 por ciento de ucranios (38 millones).

Lo más grave es que todos contribuimos a la creciente factura que encarece alimentos, combustibles y medicinas y distrae en armas los presupuestos que necesitan los pobres y los abandonados de este puto mundo. 

Si es verdad que los ejércitos rusos se encaminan hacia una derrota fatal para el Gobierno, el episodio histórico merece tomar su nombre de una novela de Mario Vargas Llosa: La guerra del fin de Putin.

Cambio de memoria

Desde su nacimiento en 2011 hasta el 2018, cuando se retiró su primer director, Gonzalo Sánchez, el Centro de Memoria Histórica de Colombia fue una de las más admirables instituciones de la democracia nacional. Sánchez es un historiador respetado internacionalmente, y en sus manos el Centro realizó excelente trabajo de investigación y divulgación del conflicto colombiano y sus víctimas. Al subir Iván Duque, bajo la influencia de la cúpula uribista, la institución dio un giro y optó por una visión sesgada del problema para exculpar a las Fuerzas Militares. 

Ahora, con el cambio de gobierno, Gustavo Petro acaba de nombrar en el cargo a María Valencia, nieta del asesinado líder Jorge Eliécer Gaitán y conocida militante política de izquierda. 

Mala decisión. Un error no se corrige con otro error de color opuesto. El instituto debe regresar a manos de historiadores e investigadores profesionales, como era Sánchez, y no seguir siendo foco oscilante de propaganda política. Las víctimas (y doña María lo es por el crimen de su abuelo) necesitan justicia y verdad. No cuotas burocráticas, donde solo caben los especialistas que más garantías y seriedad ofrezcan.

ESQUIRLA. Nada más justo que el Premio Vida y Obra 2022 concedido a Rafael Campo Miranda, autor, entre otros, de memorables porros y vallenatos (“Playa, brisa y mar”, “Lamento náufrago” “La diosa de piedra”, “El pájaro amarillo”). El maestro tuvo que esperar 104 años, hasta que al fin se activó la ingrata memoria nacional.

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